El agente de Stalin con licencia para matar en la República
Lev Nikolsky operaba en España con el seudónimo de Alexander
M. Orlov. Nació en una familia judía, en Bielorrusia, medía alrededor de 1,72
m, era atractivo y tenía la típica nariz de boxeador y bigote oscuro. Hablaba
un mal español y siempre iba acompañado de su intérprete personal. En
septiembre de 1936, Nikolsky tenía 41 años y llegó a España desde Moscú para
hacer el trabajo sucio de Stalin en la República, contra los enemigos de la
Unión Soviética. El más conocido de todos fue el asesinato de Andreu Nin, líder
del POUM.
“Fue un espía de una inteligencia muy mediocre que falló en
todas sus misiones de inteligencia”, resume el historiador Boris Volodarsky,
del que en unos días aparece el libro El caso Orlov (Crítica), un estudio sobre
la actuación de los servicios secretos soviéticos en la Guerra Civil española
de una exactitud y amplitud inédita. “Orlov ni siquiera operaba contra Franco,
sólo hacía el trabajo sucio para Stalin”.
El agente llegó a España para buscar y liquidar a los
trotskistas. Esa era su misión, que también ejecutó por Europa. El investigador
señala que entre sus víctimas estaban Dmitry Navashin (en París), Brian
Goold-Vershoyle (secuestrado en Barcelona y que más tarde murió en un campo
de prisioneros de Rusia), Marc Rein (muerto en España), Hans Freund, Ignatz
Reiss (disparados en Suiza), Kurl Landau, el general Skoblin (un agente del
NKVD muerto en Barcelona), Georges Agabekov (un oficial de alto rango, que
desertó, y luego llegó a España y fue asesinado) y, sin duda, Andreu Nin.
Acabar con los
traidores
A los seis meses de su estancia en España pasa un informe a
Moscú en el que asegura tajantemente que si el Gobierno español quiere
realmente su ayuda habrá que “imponer en el ejército y sus mandos una
disciplina más saludable (disparar a los desertores, mantener la disciplina,
etc.) y poner fin a las rencillas entre partidos”. Y advierte: si esto no se
lleva a cabo, “los acontecimientos darán un giro catastrófico”.
El NKVD entiende lo que manda Orlov: hay que acabar con las
traiciones que se dan en Cataluña y luchar contra la contrarrevolución. Para que
nos entendamos, acabar con la disidencia del POUM, con el que la Komintern y el
PCE estaban indignados.
A finales de agosto el POUM denunció públicamente
ejecuciones en la Unión Soviética de Kamenev, Zinoviev y otros viejos
bolcheviques. Además, y esto fue lo que peor debió sentar, Andreu Nin invitó a
Trotski, entonces exiliado en Noruega, a Barcelona. La operación contra el POUM
comenzó a finales de mayo de 1937. El plan de Orlov era tergiversar el papel
del partido en el alzamiento de Barcelona.
“He decidido aprovechar su trascendencia [la incautación de
unos documentos comprometedores que indicaban la ubicación exacta de las
baterías antiaéreas franquistas en la Casa de Campo madrileña] y los hechos
irrefutables para implicar a los dirigentes del POUM (cuyas [posibles]
conexiones estamos estudiando en el trascurso de la investigación)”, escribe.
Espionaje a la
española
Elaboran un documento que revela la colaboración de los
dirigentes del POUM con la Falange y, por consiguiente, con Franco y Alemania. “Codificaremos
el contenido del documento utilizando las claves de Franco, que tenemos
disponibles, y lo escribiremos en el dorso del mapa”. Habla de tinta invisible,
de procesos de manipulación de textos criptográficos, de químicos, para aclarar
que el propósito es “dejar a los dirigentes del POUM en una situación
comprometida”. Pero como tampoco confía demasiado en los servicios de
contrainteligencia del Gobierno de la República, apunta que si no logra
descifrar el código que le consta que tienen entrarán “y lo descifraremos
nosotros”.
El resultado de este guion berlanguiano conocido es el
arresto de Nin, que fue escoltado a Valencia y luego a Madrid y alojado en el
centro de detención de Atocha. De allí a una casa de Alcalá de Henares, donde
lo interrogaron en secreto durante tres días. Hasta que llegó un grupo de
hombres uniformados con documentos firmados por el general Miaja y el coronel
Ortega en los que se ordenaba la entrega del prisionero.
Los guardias se llevaron a Nin y dejaron el lugar sembrado
de falsas (y ridículas) pruebas que lo vincularan con los “fascistas”. Camino
de Perales de Tajuña, el vehículo se detuvo y fue el agente ilegal de la NKVD
Grigúlevich quien disparó. Por primera vez, describe a todos los participantes
de la 'Operación Nikolai'. “Orlov fue responsable de esta operación”, pero no
hay ninguna prueba documental de que Nin fuera torturado, asegura, ni desollado
como cuenta la leyenda.
Volodarsky es un especialista en el tema. Asegura que nunca
ha sido espía ruso, sino un “oficial de operaciones especiales del GRU
(inteligencia militar)”. Combina su experiencia en armas con el rigor propio de
un doctor en historia por la London School of Economics and Political Science,
gracias a una tesis dirigida por Paul Preston. “Es una combinación poco
frecuente que da resultados muy fuertes. El caso Orlov es una buena prueba,
como se puede ver”, dice a este periódico.
Desmonta la leyenda que el propio Orlov se construyó durante
su larga vida en los EEUU (desde julio de 1938 a abril de 1973), donde se
presentaba como un general de la NKVD y una persona cercana a Stalin. Solamente
era su sicario. Escribió tres libros, uno de los cuales fue publicado
póstumamente por su amigo del FBI Edward Gazur. “Todo lo escrito en esos tres
libros es pura invención y desinformación”, dice Voladarsky. Por uno de ellos
recibió de la editorial un anticipo de un millón de dólares.
Stalin y Franco,
unidos en la guerra
La importancia de este libro estriba en la documentación de
la actuación de los cuatro servicios de inteligencia soviéticos durante la
Guerra Civil: el del Ejército Rojo, el de la Marina, el del NKVD o policía de
seguridad del Estado y el OMS, subordinado a la Komintern. En la colaboración
con estos, Voladarsky aporta luz sobre los intelectuales que colaboraron.
“Koltsov, Ehrenburg, Hemingway, Orwell, Münzenberg jugaron su papel en los
acontecimientos españoles, con vínculos con los servicios de inteligencia
soviéticos”, asegura.
Los documentos rescatados por Volodarsky revelan algo que,
en su opinión, no puede seguir discutiéndose: “Stalin no tenía ni la intención
ni el interés ni la posibilidad de sovietizar o estalinizar España, como
afirman algunos autores. No estaba interesado en una España comunista, porque
ello perjudicaría su oportunidad de negociar con Gran Bretaña y Francia”.
Los intereses políticos de Stalin en la Guerra Civil
española, explica el historiador, se debían a la simpatía y atención de
millones de personas en todo el mundo. “Su intervención atraería a muchas
personas de todo el mundo a la Unión Soviética. Además, era una oportunidad
para que Stalin mostrara a Gran Bretaña y Francia el peligro del fascismo.
Resultó que las democracias tuvieron más miedo del peligro comunista que del
fascismo. Creían que con Hitler, Mussolini y Franco sí podían negociar”,
explica a este periódico.
A Stalin también le interesó la guerra, porque esta fue
importante para poner a prueba nuevos tanques y aviones, tácticas y
estrategias, operaciones especiales de cara a la II Guerra Mundial. Así que en
1938, tanto Stalin como Franco, a pesar de discrepar en las intenciones,
“querían prolongar la guerra”. Para Volodarsky las únicas alianzas del dictador
ruso eran con su propio interés: “Fue el peor enemigo de la República”.
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