LIBRO TRIGO TRONZADO (La represión franquista 1936 en San Fernando –
Cádiz)
Autor: JOSE CASADO MONTADO
PRÓLOGO y PRIMER FUSILAMIENTO
Durante muchos años hemos estado
sometidos a deformaciones de la historia contemporánea de este pueblo nuestro y
estas crónicas pretenden ayudar a sacar a la luz de la verdad. Fui testigo, en
razón de mi edad y están contadas con la frialdad que el caso requiere, por los
años transcurridos y sin pretensiones de revancha, ni Ley de Talión, pero si
con ánimos de dejar constancia de aquellos hechos de los cuales tanto se habló,
por su trascendencia, tan poco auténtico se archivó y que cada cual a su manera
los ha ampliado, disminuido o interpretado…
La euforia y el ímpetu que uso en
ocasiones, deja huir la indignación acumulada ante las publicadas, verdades
nubladas, o ensombrecidas, por aquellos equivocados e insensatos: es mi tubo de
escape. Enmascara la rabia y el furor causados aquellos años, y que ahora, al
transcurrir el tiempo, algunos osados enjuician acertadamente, cosa que ya
nosotros, pobres víctimas ignorantes e inocentes, habíamos hecho sobre aquellos
años de dolor injustificables, por mucho material y medios utilizados para
embaucarnos, aquellos prestidigitadores de la estolidez.
Insisto y vuelvo a insistir. Repito el nombre de los
mártires una y otra vez, e intento con ello que el recuerdo de ellos perdure
como el castillo de San Romualdo, que se grave en la mente de mis paisanos, que
es la forma mejor de demostrar el cariño al pueblo: honrando a sus mártires, recordándolos.
Mis adjetivos son duros y mis frases reiterativas y desnudas
de todo formalismo que desvirtuaría el objeto de este trabajo. No, no he tomado
en mis manos esta tarea difícil, para transmitir estos hechos con parsimonia o
academicismo estudiado de antemano, para no herir susceptibilidades… ¡nada de
eso! Yo expongo mis puntos de vista y el que se pique… “es porque comió muchos ajos y aún apesta”.
Que conste, he utilizado, lo he intentado, una forma
retrospectiva, esto es, hablar y escribir con el “yo” de hace cincuenta años,
con un sarcasmos, sus maldiciones, sus faltas… la misma fraseología dura y
hasta cruel de entonces. Enjuiciamientos toscos, consecuencia de una situación
desesperada, en plena juventud, y que pretendieron embrutecernos, los que la
trajeron, con aforismos engañosos y otros medios escalofriantes. Claro está
que, puesto que se apoyó en la fuerza, aquella dictadura legalizó la violencia
contra ella también. Todo derecho de fuerza desde aquí justifica lo mismo desde
allí y no hay ética que estable un reconciliación. Mi violencia será escrita y
no, precisamente, con insultos barriobajeros que eran los que utilizaban los
verdugos; serán adjetivos calificativos que, según creo, pueden ser bien
merecidos y aplicados.
Aquellos homicidas crearon palomas domesticadas pero entre
ellas aparecieron cuervos y, ya se sabe, lo que hacen estos pajarracos cuando
están vigorosos; aunque ya a estas alturas como digo más arriba, sólo se puede
pretender abrirles los ojos a los mentecatos y nuevos domesticados para
evitarles la trampa. Y lo hacemos con el
derecho de réplica, fortalecido por los testimonial y en pleno conocimiento de
la necesidad actual de oponerse a la
continuación de referencias
tergiversadas de hechos y acontecimientos que nos traumatizaron, pero
que algunos desdeñan, cometiendo un fraude de la Historia de la Isla. Por mi
parte, me considero una sencilla “tórtola”, pero con buena memoria.
Llegó aquel desdichado dieciocho de julio de 1936, y con él
la putrefacción y un derroche de odios, tiroteos, fusilamientos, huidas
cobardes, infames chivateos para tratar de cubrirse… desmanes impensables unos
días antes. Todo ello primer acto para pasar seguidamente al terror implantado
sistemáticamente a base de muchos fusilamientos indiscriminados, purgantes de
aceite de ricino, bofetadas y malos tratos a hombres y mujeres decentes, padres
de familia, por el solo delito de tener un hijo de izquierdas o haber
participado en una manifestación que, dicho sea de paso, estaban legalmente
autorizadas.
Parte de estos suplicios, eran efectuados por jóvenes
muchachas adoctrinadas, que tan pronto las veíamos vestidas de uniforme de gala
falangista, corbata, falda negra, camisa azul, correaje y boina roja liada
sobre la hombrera derecha… como de mantilla negra y peina con gran cruz
bamboleándose entre los senos estériles, muchos de los cuales jamás fueron
tocados por ningún hombre. Había dos lesbianas crueles y temidas, una hermana
de un cura célebre y la otra, Rosario V., “la machota”, con un puesto en el mercado
central como pago a tantos sinsabores y lágrimas como causó. A mi padre lo
acusó de algo que no hizo y lo detuvieron, pasando cuatro meses en el
Penal de La Carraca, inolvidables. A
muchas mujeres la llevaron al cuartel de la Falange de la Alameda para hacerlas
sufrir con el purgante, el rapado de cabeza y otros ultrajes.
De estos especímenes de ambos sexos era aquel conjunto de
elementos que pretendían enseñarnos ética y… ¡religión! Practicaron la más
abyecta de las hipocresías, asistiendo a misa diaria, bien vistas y revistadas
por el coronel castrense, Don Recaredo, que los exhortabas a acabar con el ateísmo.
Limpiadores por encargo, de las suciedades de la cristiandad, y de judías
blancas y rojas,
masones, comunistas o no… exactamente igual que sus camaradas y
amigos los nazis de Alemania hitleriana, sus consejeros. Y sobre esto de las
misas y asistencias a actos religiosos, el cardenal Tarancón dijo hace unos días: “Aquí no era todo oro lo que
relucía. Habían católicos de comunión diaria que, a la hora de la verdad, no
daban ningún ejemplo de ello”. Esto lo sabíamos nosotros cincuenta y seis años
antes que se decidiera a decirlo su Eminencia, y muchas verdades más que han callado.