He aquí el repaso a 100 años de apasionada y turbulenta historia: en sus distintas facetas, con sus victorias, tras sus derrotas, pese a sus contradicciones o, precisamente, gracias a ellas, así ha sido el siglo de existencia de la CNT. O, lo que es lo mismo, esta es la historia de algo más que un sindicato: cien años, sí, pero de proyecto de toda una sociedad distinta, materializado no sólo en el auge sindical; también en escuelas racionalistas, ateneos, cooperativas y colectivizaciones; en libros, folletos, revistas y periódicos, muchos periódicos (como éste); un siglo de huelgas en el tajo, pero también huelgas de inquilinos, incluso huelga de vientres para no multiplicar la prole de los desheredados; de redes de apoyo en los barrios y consejos rurales; de resistencia dentro de las prisiones, muchas prisiones, y contra ellas; cien años de armas escondidas bajo el colchón y lecturas prohibidas a la luz de un candil; de horas decisivas, represión y tenaces reconstrucciones; de un siglo de palabras incendiarias en calles populosas y fervientes.
La historia de la CNT no agota la de todo ese movimiento libertario, es cierto, pero sí la resume a la perfección, de la misma manera que, con frecuencia a lo largo de estos 100 años, ha sido su punta de lanza.
A vueltas con la memoria
Precisamente, llega este centenario cuando, según dicen, vivimos aún los coletazos de cierta Segunda Transición, la de la memoria histórica, tan falaz como la primera, aquella que supuso el sacrificio de esa misma memoria en beneficio de un aparato franquista que, allá por los años 70, se reciclaba en flamante democracia parlamentaria. A nivel legislativo, esta Segunda Transición se ha saldado, como era de esperar, con un texto cosmético que, por poner un ejemplo relevante, respeta los consejos de guerra franquistas; eso sí, en términos sociales, el debate sobre la memoria sigue vivo, como las heridas que no se cierran y las fosas que no se abren porque devuelven la imagen de un Antiguo Régimen que no acaba de irse. Sin embargo, en el ámbito político, hemos conocido la confección de una memoria histórica hecha a medida y a mayor gloria de esta democracia parlamentaria. En esa ceremonia de la confusión, y sin valedor político alguno, el pasado anarquista y anarcosindicalista de la Península está recibiendo todos los palos.
No es casual, en efecto, el recrudecimiento que se ha producido en los últimos años de un viejo fenómeno: hablamos de cierto revisionismo histórico que busca reducir el acervo anarquista a los paseos por la carretera de la Rabassada y a las patrullas de control, como si el titánico esfuerzo autogestionario en educación, sanidad, colectivización de empresas y tierras, etc. no hubiera existido.
Asimismo, es notable el empeño político de algunas voces a derecha y a izquierda, tanto como lo es el despliegue mediático con que se practica ese particular revisionismo. En definitiva, insistimos, se trata de retorcer y mutilar una memoria incómoda (incómoda por lo que representa, porque es imposible ocultarla y porque jamás podrán asimilarla a los patrones del parlamentarismo occidental).
Ese pasado de autogestión y de emancipación es, tengámoslo siempre presente, no sólo historia de los anarquistas; es también un patrimonio común, y un referente para quienes luchan por defender y construir auténticamente su vida. Pero que no se pierda ese pasado es tarea nuestra, de todos los que, de un modo u otro, nos sabemos descendientes del anarcosindicalismo. Sólo enlazando ese pasado con nuestro presente, tendremos porvenir.
El Centenario, por cierto, supone una magnífica ocasión para sacarlo a la calle.
El Centenario: preguntas, respuestas, perspectivas
En efecto, la celebración del centenario de CNT no ha de ser motivo para rememorar, con autocomplacencia, viejas glorias perdidas o reivindicaciones de una pureza que nunca existió; queremos que 2010 sea un capítulo más en el homenaje y reivindicación de aquellos que, como decíamos, aspiraron a ser protagonistas de su época y de su vida. Pero que 2010 sirva también, y sobre todo, para que ahondemos en las cuestiones difíciles que quedan tras soplar el polvo de los años. Porque la memoria, o es un ejercicio radical, lúcido, comprometido con los procesos y beligerante con la tumba de la crónica, o es terreno de la melancolía, que no deja de ser tan legítima como cualquier sentimiento humano, pero que invalida en la lucha por el futuro. Así que es este un buen momento para desenmarañar el hilo de lo vivido y recuperar las motivaciones que, más de un siglo atrás, llevaron a nuestros mayores a organizarse. Es tiempo de preguntarse qué sentido tiene hoy aquel primer artículo de la Internacional obrera: «La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos», y que inspiraría los estatutos de la CNT. Sin tutelas, sin intermediarios, en el sentido genuino, indómito y áspero de la emancipación humana, partiendo de cero en nuestra desolada condición de seres sin dios, frágiles, si se quiere, pero también con el orgullo de no tener amo y de no aceptar patria.
En manos de gestores profesionales, de una misma casta de intermediarios (en el Parlamento, en los sindicatos orgánicos) y sometida como ayer a la cadena del salario, nuestra propia vida ofrece respuesta a esa pregunta, y la responde con la urgencia de la pura necesidad. Sólo desde esa certeza vital es posible encarar el tremendo esfuerzo de reconstruir las herramientas de participación directa que, deliberada y sistemáticamente, fueron desarticuladas en los años 70 y 80 del pasado siglo para instaurar este régimen de absoluta delegación. No hay otra participación efectiva que la que se ejerce directamente; quién lo dude, que acuda a la inmediata realidad y contemple el estado de postración y desesperación en que se encuentran quienes deciden organizarse y luchar por su dignidad y sus intereses. En todo caso, no olvidemos la parte que nos toca en ese proceso de desposesión de la auténtica soberanía popular: nuestra nuestra indiferencia, nuestra pereza y confusión, el miedo que nos paraliza contribuyen a consolidar el poder económico y a sus agentes políticos y sindicales.
Por lo demás, esta relación dialéctica con la memoria nos ayudará a poner en perspectiva las cada vez más precarias condiciones actuales de vida. Nada está escrito para siempre o desde siempre; no hay derrota definitiva cuando se entiende que los contendientes volverán a encontrarse pasado mañana, y que conviene preparar ese nuevo encuentro. Sí: la historia del movimiento obrero, como la de todo movimiento social, es un continuo de altibajos, de retrocesos y avances que, si bien no conoce victorias completas, jamás sufrirá debacles absolutas. Porque, en efecto, ayer como hoy ha habido tiempos malos que han durado hasta la llegada de otros mejores.
Esa misma perspectiva puede aplicarse a la situación presente del anarcosindicalismo, un movimiento al que, sin duda, quedan por escribir nuevas páginas, siempre y cuando seamos capaces de pasar la de hoy. En ese impás, es muy ilustrativo recuperar el debate que acompañó, en 1907, la fundación de Solidaridad Obrera, núcleo de lo que, tres años más tarde, sería la CNT que conocemos. Como luego volvería a suceder en los años 30 y, nuevamente, a finales de los 70, en aquel momento a principios de siglo, los anarquistas más ortodoxos ya mostraron su desconfianza, incluso su rechazo a la vía de acción sindical. El tiempo demostró que la convivencia de ambas posturas –la ácrata purista y la meramente sindicalista, con una enorme y rica gama intermedia de propuestas organizativas, más o menos coyunturales a veces, pero frecuentemente unidas por actitudes vitales afines– que esa convivencia, decíamos, sería difícil, incluso imposible por momentos, pero que ambas estaban condenadas a entenderse. Por lo demás, y como es lógico, el anarcosindicalismo siempre ha salido mal parado de esas luchas intestinas, pero nunca le ha faltado capacidad para recomponerse, urgido por las circunstancias unas veces, y por el sentido común otras. No desesperamos de que la fraternidad sea la que dicte unidades futuras, tanto como otras cuestiones de orden práctico.
Pero también es tiempo de celebración: al fin y al cabo, no todos los días se cumplen cien años, cien años de apasionada y turbulenta historia: en sus distintas facetas, con sus victorias, tras sus derrotas, pese a sus contradicciones o, precisamente, gracias a ellas, así ha sido el siglo de existencia de la CNT.
Más viejo aún, este siglo de Confederación viene durando más de cien años: empieza con los esclavos que, un día, dicen «¡No!» al pie de las pirámides y le arrebatan el látigo al capataz; acaso con los camaradas de Espartaco, asolando los campos de Roma; en el gesto rebelde de los herejes, cuando, como se ha escrito alguno vez, todavía no hablábamos el lenguaje de la lucha de clases. Comuneros de mañana, sabemos que la Historia no ha acabado, porque su esencia, enemiga de cualquier discurso definitivo, es proceso y lucha.
Esa lucha se librará en un territorio muy concreto: el futuro, el mismo futuro que ya nos va congregando.