No me cabe el Estado en el coño
Soy la enésima carta
abierta que le escriben, señor Gallardón. No creo que haya leído ninguna de las
anteriores por lo que nada me hace sospechar que vaya a leer esta pero esa no
es excusa para dejar de intentarlo.
Le advierto que
siendo adolescente me hice un montón de piercings que luego me quité. Agujerear
mi cuerpo fue una experiencia que a usted debe parecerle aberrante. En muchas
culturas no lo es. Lea y verá que no le miento. También me tatué y me teñí el
pelo en alguna ocasión. Por el amor de dios, ¡hasta dejé que me arrancaran las
cuatro muelas del juicio cuando ni siquiera me habían provocado un triste
flemón! Así, porque sí, porque lo decidí.
Siguiendo con las
confesiones, le reconozco que soy una pro vida convencida. Fíjese si soy pro
vida que no quiero que ninguna persona muera de hambre habiendo en el mundo
comida de sobras, de enfermedad porque la pobreza no le dé a alguien para una
vacuna o en un bombardeo patrocinado por el interés de vete a saber quién.
Fíjese si soy pro vida que me importa un bledo con quién se acuesten mis
amigos, si alguno de mis familiares siente que sus genitales le llevan la
contraria o si usted dedica la suya a rezar, hacer puzzles o irse de putas. De
verdad, me da igual.
No me da igual, sin
embargo, que usted se crea con derecho a decidir sobre mi existencia.
Fundamentalmente porque mi cuerpo es de las pocas cosas sobre las que tengo
certeza y fui, soy y seré la soberana absolutista de sus fronteras.
Sé que su concepto de
vida y el mío son distintos. Quizá un día podamos sentarnos a charlar del tema
y así de paso también zanjamos el asuntillo ese de la eutanasia.
Ya le aviso que lo
primero que deberá usted aclararme es su interés por proteger algunas células
de mi cuerpo mientras otras me las condena a listas de espera eternas cuando no
a muerte. Quizá sea yo muy de letras pero no entiendo que un óvulo al que se le
ha colado un espermatozoide tenga más derechos que una neurona o un riñón.
También deberá
explicarme por qué el Estado me considera capacitada para votar, hacer la
declaración de la renta y, en definitiva, cumplir con mis deberes ciudadanos
pero no para decidir sobre si quiero ser madre o no. Comprendo que basándose en
las mujeres de su partido usted ha podido concluir que una puede llegar a ser
Ministra sin saber quién paga las facturas de sus cumpleaños pero créame que no
es lo habitual. Yo, por ejemplo, no sé hacerme tanto la idiota. Lo he intentado
pero no me sale.
Podríamos aprovechar
la ocasión para que me responda por qué a usted se la trae al pairo si decido
unilateralmente cortarme las venas o lanzarme al vacío desde el balcón de mi
casa y en cambio considere que necesito la aprobación de no sé qué cantidad de
expertOs respecto a si debo alumbrar una criatura o no.
Me faltan lecturas
para entender que algo tan arbitrario como un Estado pueda decidir sobre algo
tan libre, único e individual como un cuerpo. A priori me parece algo
totalitario pero seguro que soy yo, que tengo la retina algo enrojecida.
De lo que estoy
segura, es que si usted fuera un pro vida convencido le preocuparía que un
banco no pudiera dejarme sin el derecho universal a la vivienda. Probablemente
no dejaría a las personas dependientes sin la ayuda que hace de su vida algo
más vida. Tampoco vería como un avance traer al mundo a más personas
dependientes porque ser dependiente es una putada lo mire por donde lo mire.
Si usted fuera pro
vida convencido, como yo, no me habría declarado una guerra y no reformaría el
aborto desde el ministerio que dirige porque si a mi coño no le cabe ninguno de
los significados de la palabra justicia, imagínese un Estado entero.
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