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domingo, 16 de junio de 2024

LA MEMORIA ALCANZADA



                  LA MEMORIA ALCANZADA  

               Ocurrió, un martes, ocho de septiembre.

El reloj lloró las seis campanadas,

Y el sentir de sus ecos me señala,

El umbral de una lúgubre jornada.

La mañana se muestra nebulosa,

Frígida y sospechosamente extraña.

Arranco caminando a la estación,

Con simulada y temerosa calma.

 

Por las calles se cruzan negras sombras,

Que rielan sobre las casas albeadas.

No hay aquél ¡buenos días! en los saludos,

Como la buena gente acostumbraba;

Ni apretones de manos entre amigos

Ni abrazos limpios entre compañeros

Sólo tristes miradas que soslayan,

Las esquinas que al confidente ampara.

 

Frente al andén espero el viejo tren,

Que habrá de conducirnos a la fábrica.

Me arrincono en un coche deplorable,

Junto a una desvencijada ventana.

Las palabras furtivas, humilladas,

Por rehiletes de irracional venganza.

Las miradas se inclinan sepultadas,

Bajo un manto de sombras y de lágrimas.

 

Sólo rostros perdidos entre nieblas,

Atisban, sensaciones que acompañan;

Que a veces se desnudan por rescoldos,

Que iluminan los cabos de colillas.

Nos acercamos al empalme previo,

Para el seguro cambio de las vías.

El hollín del carbón ya se acomoda,

En el ambiente hostil que se respira.

 

A pesar del serpenteante camino,

El traqueteo del tren no nos impide,

Escuchar los fusiles que disparan,

Muerte por sus alargadas gargantas.

Veinte rojos claveles y una rosa,

Yacen junto a la tenebrosa zanja;

Veinte hombres, y una madre desolada,

Arrancadas sus vidas, y esperanzas.

 

La tapia del cementerio teñida,

Con pinceles de criminales balas;

Ornamentan bajo el espurio cielo,

Un lienzo de amapolas deshojadas.

El resto del camino se amordaza,

Con vendas de sal nuestros alaridos.

Los tarayes que acompañan las vías:

Rojas sus flores, sangre su rocío.

 

Los golpes en tu puerta, a media noche,

Te confirman el orden implantado;

Una nueva familia mutilada;

Un cuerpo que se muestra, ya sin vida.

Sudamos el silencio de los miedos,

Del saber: a quién golpearán mañana.

Chivatos y asesinos siempre ocultos

Exhiben sus orejas prolongadas.

 

Nuestro entender se ensancha y ratifica,

La respuesta que entonces vislumbramos:

¡En nuestro pueblo no hubo guerra, sólo,

Represión y terror planificado!

 

Ocurrió un martes, ocho de septiembre,

De tanta muerte el reloj fue testigo

Por eso llora las seis campanadas:

En honor de las flores cercenadas.

 

Pepe Gómez

 

                 Puerto Real Septiembre 2005.

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