CARTA DE FERNANDO ARRABAL AL GENERAL FRANCO 1971
(la foto no es del articulo)
Excelentísimo Señor:
Le escribo esta carta
con amor.
Sin el más mínimo
odio o rencor, tengo que decirle que es usted el hombre que más daño me ha
causado.
Tengo mucho miedo al
comenzar a escribirle:
Temo que esta modesta
carta (que me conmueve de pies a cabeza) sea demasiado frágil para llegar hasta
usted; que no llegue a sus manos.
Creo que usted sufre
infinitamente; sólo un ser que tanto sufre puede imponer tanto dolor en torno
suyo; el dolor preside, no sólo su vida de hombre político y de militar, sino
incluso sus distracciones; usted pinta naufragios y su juego favorito es matar
conejos, palomas o atunes.
En su biografía,
¡cuántos cadáveres! en África, en Asturias, en la guerra civil, en la
postguerra...
Toda su vida cubierta
por el moho del luto. Le imagino rodeado de palomas sin patas, de guirnaldas
negras, de sueños que rechinan la sangre y la muerte.
Deseo que usted se
transforme, cambie, que se salve, sí, es decir, que sea feliz por fin, que
abandone el mundo de represión, odio, cárcel, buenos y malos que hoy le rodea.
Quizás haya una
remota esperanza de que me oiga: siendo niño me llevaron a un acto oficial que
usted presidía.
Al llegar usted,
entre ovaciones, las autoridades le agasajaron.
Entonces una niña,
preparada para ello, se acercó a usted y le tendió un ramo de flores. Luego
comenzó a recitar un poema (mil veces ensayado)... Pero, de pronto, presa de
emoción, se puso a llorar. Usted le dijo, acariciándole la mejilla:
- No llores, yo soy
un hombre como los demás.
¿Es posible que
hubiera en sus palabras algo más que el cinismo?
Yo no formo parte de
esa legión de españoles que al finalizar la guerra civil cruzaron los Pirineos
cubiertos de nieve. Como mi amigo Enrique que tenía entonces once meses. Las
barrigas secas, el espanto a borbotones buscaban la cima y huían del fondo de
la furia.
¡Cuánto heroísmo
anónimo!
¡Cuántas madres, a
pie, con sus hijos en brazos!
Luego, a lo largo de
estos años, de estos últimos lustros, ¿cuántos huyeron?
¿Cuántos emigraron?
Hace siglos, en
tiempos de la Inquisición, vivía en Ávila una niña de ocho años. Un día tomó a
su hermanito por la mano y se escapó de su casa. Recorrieron campos y montañas.
Por fin su padre consiguió dar con ella. Le preguntó:
- ¿Por qué te has
escapado?
- Quería irme de
España.
- Pero ¿por qué?
- ¡Para conquistar
gloria!
Lo mismo que dijo
esta niña -Santa Teresa- hubieran podido decir tantos que se fueron: cientos de
miles.
Y también los Goya,
los Picasso, los Buñuel...
Lo mismo hubiéramos
podido decir los que en 1955 salimos de su España negra.
Para conquistar
gloria, en el sentido más fascinante de la palabra.
Esa niña que se
escapaba en busca del apoteosis, más tarde iba a sufrir en su carne y en su
alma los golpes de la intolerancia de entonces: la Inquisición.
No vea en mí ningún
orgullo. No me siento de ninguna manera superior a nadie y menos que a nadie a
usted. Todos somos los mismos.
Usted debe escuchar
esta voz que le viene volando por encima de media Europa, bañada de emoción.
Lo que le voy a
escribir en esta carta podrían decírselo la mayoría de los hombres de España si
no tuvieran sus bocas lacradas, es lo que dicen en privado los poetas.
Pero no pueden
proclamar en voz alta lo que les grita el corazón.
Arriesgan la cárcel.
Por eso tantos se
fueron.
Su régimen es un
eslabón más dentro de una cadena de intolerancias que comenzaron en España hace
siglos.
Quisiera que usted
tomara conciencia de esta situación.
Y, gracias a ello,
quitara las mordazas y las esposas que encarcelan a la mayoría de los
españoles.
Éste es el propósito
de mi carta:
Que usted cambie.
Usted merece salvarse
como todos los hombres desde Stalin hasta Gandhi.
Usted merece ser
feliz: ¿cómo puede serlo sabiendo el terror que su régimen ha impuesto e
impone?
Mucho tiene usted que
sufrir para crear en torno a usted la intolerancia y el castigo.
Usted también merece
salvarse, ser feliz.
España tiene por fin
que cesar de emponzoñar a su pueblo.
¡Cuánta ceniza,
cuántas lágrimas, cuánta muerte lenta sobre funerales de chatarra al son de
campanas podridas!
Este país era España.
Sus reyes se
llamaban, por ejemplo, Alfonso X El Sabio o Fernando III El Santo. Este monarca
se proclamó el "Rey de las tres religiones".
(Me siento orgulloso
de llevar su nombre).
Imagínese la España
de hoy aceptando las tres corrientes de pensamiento más populares en el país y
apadrinándolas en toda libertad: la democracia, el marxismo y la religiosidad.
Si usted delegara su
poder al pueblo, ¡qué felicidad! Qué felicidad para usted. Qué felicidad para
todos los españoles.
Pero la tolerancia
constructiva que impregnó la Edad Media iba a cesar brutalmente.
Los Reyes Católicos
llevaron, expulsaron dos de las tres religiones, proclamaron el cristianismo
religión obligatoria, por la sangre y por el fuego intentaron exterminar al
judaísmo y al mahometanismo.
La noche más negra de
la historia comenzaba en España, los quemaderos de la Inquisición se
encendieron y sus intolerancias siniestras aún no se han extinguido.
Y hasta hoy reina un
silencio de flores calcinadas, de interminables rejas, como un sordo enjambre
de arañas en nuestros sesos.
Aún en la España de
hoy se sigue pudriendo en las mazmorras por delitos de opinión.
Por proclamar en alta
voz el idealismo que abrasa el corazón, por pedir de la forma más sincera y
pura un sistema diferente al que rige al país.
FERNANDO ARRABAL
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