CARTA DE FERNANDO ARRABAL A STALIN
(la foto no es del articulo)
Señor Yugachvili:
Siempre he perdido cuando he escrito a los poderosos o
cuando cometí el error de dirigirme a los caudillos en el poder y con él de
destruirme. Pero usted ya no tiene ninguno, don Iosif Vissarionovich, usted que
fue secretario general de su partido, generalísimo de todos los ejércitos, gran
poeta de una cultura excepcional, gran orador de un carisma sin igual,
genialísimo líder, educador de la Humanidad, guía supremo, mariscal de energía
prodigiosa, el hombre que más amamos y padrecito de todos los pueblos. Los
fieles, ayer, a su causa y a sus métodos hoy le niegan y le reniegan, aunque
temiendo que se abran las hemerotecas o que los gallos canten. Ya nadie le
compone los 'poemas' que le dedicaron los literatos de la sumisión, sin olvidar
a los nobel de la reverencia o a los cervantes del servilismo voluntario: «Las
estrellas del alba obedecen a tu voluntad, Tu incomparable genio se alza hasta
el cielo. Tu penetración sondea la profundidad de los océanos».
Pero ¿quién soy yo, (que tantas lecciones recibo de los más
despiertos, pero ninguna doy ni aún soñando) para pedirle a usted cuentas o
contar aquellos cuentos que ya son verdades señor Yugachvili, y que todos
conocemos, y en especial conocen sus soldados topos, agentes y poetas de ayer,
sobre sus fechas, hechos, o fechorías? Usted, constructor del porvenir
radiante, fue el religioso de lo fundamental, y el fundamentalista de la
revolución.
Pero cómo se pareció a los creyentes que con fe, esperanza y
una caridad tan cara para sus víctimas, abrasaron almas y cuerpos en tiempos de
inquisiciones, fosos y fosas y quemaderos a quemarropa.
Puesto que contrariamente a usted nunca milité ni en partido
ni en banda alguna, los bandazos de la adversidad zurcen mi vida desde que a
los 4 años mi padre fue condenado a muerte por «rebelde».
Por cierto, sus propios padres respondían a apodos que
sonaban a castellanos. A su mamá y superdotada Catalina Gueladzé la llamaron
Que-qué. A su padre y zapatero remendón Visarión Yugachvili le conocieron por
Beso.
Mientras que a usted le llamaron Soso y Soso firmó sus
únicos poemas en la revista Iberia, la bien nombrada.
Y Soso será hasta que, militante marxista, aunque agente
provocador, confidente y delator al servicio de la Okhrana, la policía política
zarista, adoptara otro seudónimo de consonancia también castellana y de
significación adecuada a su nuevo estado: Coba.
Cuando Que-qué tenía
18 años y Beso 24 se casaron, en 1874, pero el destino quiso que sus tres
primogénitos, Miguel, Jorge y Gregorio, fallecieran a poco de nacer en 1875,
1876 y 1877 para que usted se alzara como el hijo único de la gran mujer de su
vida.
Su mamá repetía, contemplándole en la cuna con una gravedad
que no excluía el embeleso: «Es mi hijo muy amado en el que he puesto todas mis
complacencias», recordando el mensaje divino de los evangelios. Aquellos libros
sagrados que usted aprendió a su vera y de memoria, con fervor, poco después de
deletrear sus primeras sílabas.
Pero a su padre, Beso, le abrumó tanto el deber de
procreación que consumó y consumió por última vez su unión con Que-qué la noche
de su concepción. Y como si su mamá intuyera el poco gusto que también a usted
(como a Beso) le iban a procurar estas consumaciones, decidió darle el nombre
que Dalí dio un día al púdico participante en una impúdica jarana, del casto
José: Iosif .
Si la paternidad fue un acto de fe, con el descubrimiento
del ADN ¿se convierte en símbolo de la confianza en la ciencia? Mucho antes de
este advenimiento, inaugurando su fe de erratas sin fin, ¿por qué puso en duda,
georgiano Iosif, también la fecha de su propia llegada al mundo? ¿por qué
rectificó los documentos de su propia biografía? Usted se dijo, señor
Yugachvili: «Nací cuando tenía que nacer porque tomé en mano mi destino», por
eso siempre le escandalizó que Schopenhauer escribiera (y por ello prohibió su
obra): «El que va más lejos es el que no sabe adónde va».
Si ya en 1912 declaró usted oficialmente que nació en 1881,
quitándose tres años, a partir de 1921 engañó, camarada Stalin, a su propio
partido rejuveneciéndose un año, pretendiendo oficialmente que nació el 21 de
diciembre de 1879. ¿Quiso decir que al nacer al comunismo triunfante murió como
cristiano?: Una creencia popular georgiana, probablemente de origen persa,
recomendaba que se matara a los niños nacidos precisamente ese 21 de diciembre
que usted eligió ¿para nacer? es decir ¿para morir? En verdad en la iglesia de
su pueblo su partida de nacimiento certifica que usted, don Iosif
Vissarionovich, fue cristianado el 17 de diciembre y que nació once días antes,
el 6 de diciembre de 1878.
Tzvetan Todorov recuerda su frase: «No preocupa lo que
sucedió ayer. Sólo hay que tener en cuenta las circunstancias de hoy».
Usted vino al mundo (¡gora Iosif!) en Gori, apócope de
gorigori que vale, con ejemplaridad y simbolismo en castellano, por canto en
los entierros.
Según las malas lenguas con peores intenciones, con su
rejuvenecimiento sistemático en biografías y repertorios, usted probaba su
sistemático amor por las niñas e incluso por los niños. Un calumniador y
antiguo apparatchik (post-mortem) se ha atrevido (es la única osadía suya que
se conoce) a tacharle de pedófilo cuando usted apenas practicó otra forma de
amor que el platónico.
A su pesar hubo usted de conocer, bíblicamente, a dos de las
tres menores con las que se unió hasta que la muerte les separó.
Usted, seminarista Soso sólo soportaba que le rodearan en su
intimidad personas que creía inmaduras e inferiores intelectualmente.Por ello
aplicó siempre el magisterio evangélico: «Dejad que los niños (¡las niñas sobre
todo!) vengan a mí» y «bienaventurados los pobres de espíritu» porque... «no me
harán sombra».
Por el contario su mellizo ¡del cenizo!, Trotsky, se
envejeció en sus documentos oficiales y se casó con Alexandra Sokolovskaya
mayor que él y figura intelectual de su redil marxista juvenil.
Los amigos de su infancia, en Gori, le conocieron por Soso,
como durante su adolescencia, también le llamaron por este seudónimo los padres
del seminario de Tiflis, aquellos reverendos a quienes usted veneró como a los
bienhechores que Dios en su infinita bondad había colocado en su camino de
formación. Lenin aborreció lo que siempre llamó su cristianismo latente y su
alma de inquisidor.Por ello, cuando comprendió que usted podía sucederle, temió
que usted (¡tan poco Soso!) «salara peligrosamente la cocina soviética de todos
los ciudadanos» ¡conservándolos en sal/muera! En verdad, usted había rezado con
sus compañeros de seminario y repetido antes de las letanías: «Con fe fue como
murieron los patriarcas. Malditos sean los que se apartan de la justicia de
Dios».
Hasta sus 21años, en Gori y Tiflis, su vida fue un constante
homenaje y regalo a su amadísima mamá.
«Sacaba 5 sobre 5 en conducta».
Era usted, Soso, piadoso, empollón, monaguillo y corista en
el órgano, pero sin dejarse arrastrar por el suyo hacia amoríos o amorbos. San
Mateo había dicho en el evangelio: «Aquel que mira a una mujer libidinosamente
ha cometido ya el adulterio en el corazón». El 29 mayo de 1899 seis meses
después de haber cumplido los veinte años, y cuando usted, alumno Soso, ya era
más que mayor de edad, no rompió con el seminario como han repetido sus
hagiógrafos, sino que «se escabulló sin dar explicación alguna a punto de
llegar al sacerdocio». No quiso darle un disgusto a su mamá ni cortar
definitivamente con su vocación.
Esperó, señor Yugachvili, 32 años después de su espantá sin
patetismos, para inventar la patética fábula de 1931: «No soporté más la
disciplina de seminarista y me hice comunista».
Disciplina que usted no sólo soportó adulto durante años,
sino con la que vivió «glorificando a Dios porque le hizo libre y a Cristo
porque le liberó», como dijo Pablo a los gálatas.
En las purgas salvó usted, por una vez clemente, a algunos
de los maestros que con tanta entrega le instruyeron en el seminario de Tiflis.
Su primer texto editado, su primer soso, que firmó Soselo y
no Solito, su primer poema lo publicó, novel claro y cuando aún no se había
creado el Nobel, en la revista que se amparaba bajo el nombre de la Península
Ibérica. ¿Qué quiso decir con aquellos versos suyos?: «Florece, oh Iberia
natal, Jubila oh mi país bien amado...?» El 14 de junio de 1895 apareció el
himno patriótico que usted no hubiera podido titular «Oye Patria mi aflicción»
porque no sentía hacia su Madre Patria, Georgia, aflicción sino admiración.
Era «la nueva tierra y el nuevo cielo» del que habla San
Juan en El triunfo de la Iglesia. A sus 16 años usted compuso poemas
chauvinistas antes de ser comunista, y nacionalistas antes de decirse
internacionalista.
Como poeta fue usted tan remendón como su padre fue
zapatero, pero su mamá le leía y le releía como si los mismísimos ángeles
hubieran compuesto aquellos versos. Cuando Eluard (aquel rimbaud sin partido,
ni Dios, ni amo, que fue durante su unión con Gala) ingresó regresando en su
partido, también se inspiró en su propio país con la misma gracia, por
desgracia suya..
Usted, adolescente de la ingenuidad, quiso entrar a
reculones en el Parnaso con este poema: «El viento huele a violeta en la
hierba, reluce el rocío alrededor, se despierta el universo en un estallido
luminoso de rosas.
Bajo la bóveda de nubes se alza cada vez más dulce y
palpitante el canto del ruiseñor que comparte su gozo con el mundo entero.Oh
tú, Patria mía, arco iris de la belleza que nos colma de felicidad.
Cada uno debe, por su trabajo, colmar de gozo a nuestra
Patria».
Cuando usted ya no era ni Soso ni Coba, sino Stalin, conoció
a una niña con la mismísima faz de la Purísima de Murillo que le sedujo por su
candor.
Nadja la llamó usted desde el primer día, mucho antes de
casarse con ella. Palabra que en castellano evoca la nada y en ruso la
esperanza.
¿Se preguntó usted aquel terrible año 1932 en que su
purísima se quitó la vida: «¿Por qué tres Nadjas (Nadejdas) resplandecieron en
nuestras vidas: en la de Lenin, en la de André Breton y en la mía: Krupskaia,
la parisiense y Alliluieva?». Las tres revoluciones, leninista, surrealista y
la suya surgieron ¿de la nada o de la esperanza? En su juventud se decía: «Tres
jueves tiene el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y
el día de la Ascensión».
En verdad usted supo que Lenin compartió su vida con una
extranjera, Inés, que «se hizo pasar por revolucionaria y que tuvo la impudicia
de querer introducir en el séquito del camarada Ivan Illich el asqueroso amor
libre». Según algunos biógrafos, Lenin también conoció a una servicial bonne,
«buena criada y mejor felatriz» que le cuidó durante su final de partida de la
hemiplegia sin hemiciclos.
Cómo le repugnó a usted saber que esta enfermera con pecas,
a quien tachó de pecadora, convivió con el máximo dirigente del partido y del
gobierno, traicionando con ello, poco antes de morir, a Nadja, a su Esperanza
Krupskaia. Poco después de aquel final de vodevil de bodijo y bodrio, a André
Breton también se le apareció la musa Nadja, y precisamente un año antes de que
escribiera con Eluard la Inmaculada Concepción.
Musa, Nada y Esperanza que enseñó a los surrealistas lo que
para ellos era fundamental aprender y nadie les había enseñado aún.Sin embargo,
estas relaciones de la poesía con la vida, el azar y el amor, para usted eran
el magisterio diabólico de la bestia de las siete cabezas de Babilonia.
Usted se interesó por los surrealistas desde el primer
manifiesto y por André Breton desde que publicó su primer poema, un soneto
dedicado a Valéry en La Falange que nada tenía que ver con la de Primo.
Y gracias a Aragón consiguió la hazaña de desplazar a uno de
los miembros de aquel movimiento al suyo, cambiando al poeta de empleo y hasta
de sueldo.
Otra buena bonne, como la de Lenin, otra niña también,
alivió los últimos años de usted, Padrecito de Todos los Pueblos, la valerosa
Valentina Vassilievna Istomina, devota sin voto pero con voz, con la que se
comportó como verdadero hijo del Señor y con la que siempre le unió el lazo
ciego. Nadie podría acusarle de corruptor de menores.
Es cierto que también conoció a Catalina y a Nadja
impúberes, pero le esperaron, vírgenes como manda la ley de Dios que aprendió
en el seminario y que usted hubiera querido también fuera la norma no escrita
de la revolución proletaria, para que ni las «túnicas ni las camisas fueran
embadurnadas por el pecado de la carne». Usted se casó por vez primera cuando
la niña Catalina Svanidze acababa de cumplir 15 años y se unió con Esperanza
Alliluyeva cuando su Nada (Nadejda) tenía dos años más tras cohabitar bajo el
mismo techo varios años sin cohabitar.
En castellano Nada con jota es Nadja: ¿la danza, la jota,
del profeta Zaratustra con la irresistible Miss Nihilismo?
También, georgiano Soso, se negó a conocer bíblicamente a
Catalina sin previamente haberse casado ortodoxamente en la Iglesia San David
de Tiflis.
En el templo, hasta sus oídos llegó la voz de San Juan :
«Venid, que el que tenga sed venga. El que lo desee que beba el agua de la vida
gratuitamente». La ceremonia religiosa se celebró el 22 de junio de 1904 cuando
usted, a los 26 años, tenía 11 más que su esposa adolescente.
«Sí vengo, ¡amén!» Catalina había nacido como Beso en
Didi-Lilo y era una campesina muy religiosa que conocía de memoria, como usted,
el Cantar de los cantares: «Oh mi esposo mi muy querido, nuestra cama es de
verdura».
El maestro de Gori, Iremachvili, testigo de la boda,
escribió: «Catalina consideraba a Coba como si fuera un dios. Y a Dios le
rezaba todas las noches en que le retenían sus reuniones con militantes. Le
pedía que abandonara aquellas ideas pecaminosas que le separaban de los
Evangelios: 'Corre amado mío, parecido a un gamo o al cervato de las ciervas
por los montes de balsamero'».
El árbol genealógico de su familia, señor Yugachvili, ha
crecido como el roble-bonsái del ilogismo. Su hija Svetlana, que acaba de cumplir
76 años como sus biznietas Svetlana Stalina o Nadejda Stalina, últimos
descendientes, hoy, de Nadja y de su hijo Vassili, hubieran podido escribir en
una de las ramas: «Todos los supervivientes del año 1953 descendemos
directamente, no sólo de Carlomagno como nos muestran los sociólogos, sino
también de Sócrates o de Iván el Terrible».
Para sus críticos, la ballena de Jonás, el arca de Noé o el
elefante de piedra de la Bastilla en que se encerró Gavroche simbolizan a su
Estado. También igualmente simbólica aparece hoy para otros su datcha, señor
Yugachvili, «donde pasaba lo esencial de su tiempo». En ella vivió su tercera
pasión por la infancia: pues conoció usted a Valentina, menor en el año 1937.
Aquel año, Andrei Vichinski, fiscal de los procesos de
Moscú, insultaba por orden suya a los acusados que habían reconocido los
crímenes más inauditos: «¡Excrementos, carroñas de pus, payasos, pigmeos,
cuervos, hienas, víboras, fetos infames!». Para concluir: «Hay que fusilar a
estos perros rabiosos».
El buen humor de la adolescente y su risa tan cándida le
ayudaron a atravesar la época de las mayores purgas. «No olvidemos que el
camarada Stalin nos ha dicho: las leyes son caducas en un tiempo en que se nos
hiela la sangre a causa de los crímenes de los enemigos de nuestro Voja (guía,
duce)».
Inconsciente, con la naricilla respingada y la esperanza al
viento, Valentina alborotaba y le alborotaba con los juegos de la inocencia.La
musa, según Hesíodo en la Teogonía ofrece el bastón de la sabiduría, skeptron, tallado
en una rama de laurel.
Valentina, tan sólo con su presencia, le ofreció mucho más.
Le siguió en todos sus viajes, con el título de intendenta, de secretaria o de
gobernanta; pero nunca, dado su puritanismo, señor Yugachvili, se atrevió a
revelar si se había casado o no secretamente con la señorita Istomina, como a
voz en grito proclama hoy el confidente de cama y pañales. A usted, georgiano
Soso, no le cabía en su cabeza de ortodoxo, feo y sentimental casarse, y mucho
menos ayuntarse, con una jovencita a la que le llevaba cerca de medio siglo. Y,
peor aún para usted, que los más ricos entre los más famosos del mundo y, por
ende, los más progresistas «se reactiven con nenas que podrían ser sus nietas y
así lo que ganan en gusto y disgustos lo pierden en frustración».
Aquellos amancebamientos que usted condenaba hasta en las
quintas columnas de su Verdad con cinco columnas a la una.
Un cuarto de siglo después de su muerte, el mismísimo
Molotov declaró molondro: «Pero ¿qué importa que Stalin se haya o no unido
maritalmente con Valentina?».
Valentina se confió a usted y usted tan desconfiado de todo
dejó sus recelos a la puerta de su sala de juegos.
Poco a poco, la niña juguetona y risueña se fue
transformando en una mujercita humilde que sólo odiaba una cosa: figurar en
público, pero que tenía un capricho: ser su manicura diaria.
Vigilando su salud, imponiéndole con cariño un método de
vida cada vez menos trepidante, le mimó hasta el final, y no sólo esmerándose
en el cuidado de sus manos.
En abril de 1944 Valentina descubrió la caja secreta donde
los secretarios guardaban y acumulaban sus sueldos oficiales intactos. Por vez
primera, ella y usted tuvieron en propia mano billetes de banco comunistas. En
verdad nunca conocieron el valor del dinero. (Como tampoco lo conoció Dalí
cuando, dejando de lado su vida espectacular, entraba en su intimidad).
Inmediatamente distribuyó el total del ahorro, íntegramente entre sus amigos
del seminario, uno a uno, acompañados de mensajes esta vez escritos en
georgiano: «Buenos días. Te envío un pequeño regalo de 40.000 rublos, Petia te
lo transmitirá. Vive mil años. Tu Soso, 9 de mayo de 1944».
Aunque había ascendido a gobernanta oficial de usted,
secretario general del partido, el nombre de Valentina no figuró más en los
repertorios oficiales a su muerte, don Iosif.
Cuando usted dejó de existir a los 74 años, ella aún no
había cumplido los 30, pero nadie la nombró viuda triste, señor Yugachvili.Al
día siguiente del fallecimiento dejó de haber sido la compañera del Vojá
Stalin, y con carácter retroactivo. Pero siguió recordándole y añorando sus
manos blancas que manicuraba con esmero. La fe es el pájaro que canta cuando la
aurora oscurece dijo Rabindranath Tagore. Con usted ella había estado en la
gloria pero usted, definitivamente en la gloria (¿o en el infierno?) ya nada
pudo hacer por aquella niña juguetona, aquella traviata rusa que había crecido a
su vera en «estatura, dignidad y gobierno...», como decía del Niño Jesús el
evangelio que usted releía en Georgia.
Las creencias y hasta
las supersticiones materialistas y espiritualistas ¿hasta qué punto han
ocultado el largo periodo místico y tísico de su vida, borrando a Soso,
olvidando su vida de devoción en el seminario, para sólo recordar al
inolvidable Stalin, señor Yugachvili? Y, sin embargo, para usted la
superstición es un poema en prosa que cuenta la existencia del humanoide, pero
también la murmuración del discurso impío. Fue usted el alumno del fervor con
la conducta regida por la disciplina. Creyó con el Libro de la Sabiduría que el
alma de los justos está en la mano de Dios.
Sus nombres de pila, Iosif Vissarionovich y su apellido
Yugachvili se inscibrieron en la cima del cuadro de honor. En loor a Dios y a
su seminario brillaba para la formación de sus compañeros.«Porque los que
observan santamente las leyes santas serán santificados».Pero poco antes de
llegar a lo más alto, usted abandonó, a los 21 años, el aprendizaje de la
santidad, y se puso el uniforme de revolucionario de pega y de auténtico
policía secreto. Olga Tchatunovskaia escribió: «Cuando le pidieron a Jruschov
que publicara la documentación sobre Stalin, levantó las manos al cielo y dijo:
'No podemos mostrarlas: sería reconocer que este país fue gobernado durante
treinta años por un agente de la policía del zar'».
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Extracto del libro Carta a Stalin, que en fechas próximas
será publicado.
El genial dramaturgo Fernando Arrabal escribió también Carta
a Franco (1971) y Carta a Fidel Castro (1984)
fuente: www.arrabal.org
fuente: www.arrabal.org
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