Sor María de la Gran Puta
Se ha muerto Sor María, la monja más televisiva y famosa
desde que Sor Citroen, aquella monjita que hacía temblar a los transeúntes
cuando se ponía al volante de su dos caballos, invadiera los hogares españoles.
Según cuentan los periódicos y las televisiones del Régimen,
la monja murió el martes pasado, de una enfermedad más veloz que Usain Bolt. Yo
no me lo creo. Estoy seguro de que ha sido asesinada por algún sicario de la
iglesia católica, que en esos menesteres se da muy buena maña, y tiene gente
muy bien preparada, como ya tuvimos ocasión de comprobar con aquel Papa que
antecedió al cabrón de Wojtyla y que duró menos que una raya de coca en la
puerta de una discoteca. Me imagino a otra monja más joven procedente de algún
punto difuminado del mapa sudamericano o africano, o a un seminarista de Soria
o Lugo, repeinado y admirador de Cospedal, de madrugada, apretando la almohada
con fuerza contra la cara de Sor María, y a esta pataleando como una cucaracha,
mientras el oxígeno desaparecía de sus pulmones. Una escena digna de Los
Soprano, que dicho de paso, también eran católicos.
Sor María era un
bicho malo, un demonio de esos que ella decía combatir disfrazado de monja.
Como diría Bukowski, una auténtica hija de Satanás. Yo, que soy de Aguilar de
la Frontera y allí no somos tan finos, prefiero llamarla hija de la gran puta.
Así, con todas las letras. Y creo sinceramente que habría sido mucho mejor para
muchas personas que se hubiese muerto dos minutos después de que su madre la
trajera al mundo. Durante más de media vida, la maldita monja se dedicó,
“presuntamente”, a asaltar al abordaje las cunas de los recién nacidos cuyas
madres lo tenían todo en contra. Su especialidad era el estraperlo de recién
nacidos, el contrabando de seres humanos desprotegidos e indefensos, la trata
de blancas, separar a los recién nacidos de sus verdaderas madres, casi siempre
madres solteras aunque a veces, tan sólo se trataba de madres pobres, y acto
seguido entregarlos a parejas sin hijos pero con pasta, que seguramente
pagarían cantidades astronómicas a cambio de llevarse a casa un niño o una niña
oliendo todavía a placenta materna y a líquido amniótico. Y todo esto amparado
por un Régimen, el franquista, putrefacto y asqueroso (aunque la práctica
continuó durante el mal llamado período democrático). Otro crimen más que
debemos anotar en el currículum de la iglesia católica, justo al lado de la
pederastia, del exterminio de pueblos indígenas y del apoyo incondicional a los
sátrapas y dictadores que han sido y con toda seguridad serán, en la historia
de la Humanidad.
Lo que más jode de
todo el affair Sor María, al menos a mí, es que la hija de la gran puta se haya
muerto sin rendir cuentas ante la justicia. Imagino que mucha gente —médicos y
personal del hospital donde llevó a cabo sus trapicheos, la Conferencia
Episcopal y sobre todo los que compraron a los bebés— habrá respirado aliviada
ante la muerte de la religiosa, pensando que con ella se lleva a la tumba el
secreto de muchos ladrones de bebés, gente que va por el mundo caminando como
si fuesen personas normales, pero que no son sino unos malditos bastardos sin
entrañas, bestias carentes de cualquier cualidad que permita calificarlos de
seres humanos.
Qué lástima que no
exista ese infierno con el que la iglesia católica lleva jodiéndonos la marrana
más de dos mil años. Si existiera, Sor María ardería allí eternamente. Y así y
todo, no sería suficiente para pagar todo el daño que ha hecho en esta vida.
Maldita sea por siempre jamás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario