LAS 12 PRUEBAS DE LA INEXISTENCIA DE DIOS
Sebastián Fauré
Camaradas:
Hay dos maneras de estudiar y de intentar
resolver el problema de la inexistencia de Dios.
La primera consiste en eliminar la hipótesis de
Dios del campo de las conjeturas plausibles o necesarias para una explicación
clara y precisa por la exposición de un sistema positivo del universo, de sus
orígenes, de sus desarrollos sucesivos, de sus fines.
Esta exposición haría inútil la idea de Dios y
destruirá por adelantado todo el edificio metafísico sobre el cual los
filósofos espiritualistas y los teólogos lo hacen descansar.
Eso supuesto, en el estado actual de los
conocimientos humanos, si uno se ciñe, como corresponde, a lo que es demostrado
o demostrable, verificado o verificable, esta explicación falla, este sistema
positivo del universo falla. Existen ciertamente hipótesis ingeniosas y
que no chocan de ninguna manera con la razón; existen sistemas más o menos
verosímiles, que se apoyan sobre una cantidad de constataciones y calan en la
multiplicidad de observaciones con las cuales han edificado un carácter de
probabilidad que impresiona. Así se puede atrevidamente sostener que
estos sistemas y esas suposiciones soportan ventajosamente ser confrontados con
las afirmaciones de los deístas; sin embargo, en verdad, no hay sobre este
punto sino tesis que no poseen aún el valor de la certidumbre científica y cada
uno, siendo libre, en fin de cuentas, para conceder la preferencia a tal
sistema o a tal otro que le es opuesto, la solución del problema así planteada,
aparece en el presente al menos, bajo la obligada reserva.
Los adeptos de todas las religiones toman tan
seguramente la ventaja que les confiere el estudio del problema así planteado,
que todos pretenden constantemente conducirlo a la precipitada posición; y si,
aún sobre este terreno, el único sobre el cual pueden hacer todavía buen papel,
no salen más que de paso --tanto monta-- con los honores de las batallas, le es
posible, sin embargo, perpetuar la duda en el espíritu de sus correligionarios;
y para ellos este es el punto principal.
En este cuerpo a cuerpo en el que las dos tesis
opuestas se agarran y se esfuerzan en derribarse, lo deístas reciben rudos
golpes, pero ellos dan también; bien o mal se defienden y el resultado de este
duelo aparece inseguro a los ojos de la multitud. Los creyentes,
aun cuando han sido colocados en posición de vencidos, pueden gritar
victoria.
No se recatan de hacerlo con esa impudicia que es la
marca de los periódicos de su devoción, y esta comedia consigue mantener bajo
el cayado del pastor a la inmensa mayoría del rebaño.
Es todo lo que desean esos “malos pastores”.
EL PROBLEMA SITUADO EN SUS TÉRMINOS PRECISOS
Sin embargo, camaradas, hay una segunda manera de
estudiar y de intentar resolver el problema de la inexistencia de Dios.
Esta consiste en examinar la existencia de Dios
que las religiones proponen a nuestra adoración.
Se encuentra un hombre sensato y reflexivo, que
pueda admitir que existe este Dios del cual se nos ha dicho, como si no
estuviera rodeado de ningún misterio, como si no se ignorara nada de él,
como si se hubiese penetrado en su pensamiento, como si se hubiesen recibido
todas sus confidencias: Él ha hecho esto, él hace aquello y aún eso y lo
otro. Él ha dicho esto, él ha dicho aquello y aun eso. Él ha obrado
y ha hablado con tal fin y por tal razón. Él quiere tal cosa, pero
prohíbe tal otra; recompensará tales acciones y castigará aquellas otras.
Él ha hecho esto, quiere eso porque es infinitamente sabio, infinitamente
poderoso, infinitamente bueno.
En buena hora. He ahí un Dios que se da a
conocer. Deja el imperio de lo inaccesible, disipa las nubes que le
rodean, desciende de las cimas, conversa con los mortales, les confía su
pensamiento, les revela su voluntad y la misión a algunos privilegiados
de esparcir su doctrina, de propagarle para decirlo de una vez, de
representarle aquí abajo con plenos poderes, de atar y desatar en el cielo y
sobre la tierra.
Este Dios no es el Dios Fuerza, Inteligencia,
Voluntad, Energía que como todo lo que es Energía, Voluntad,
Inteligencia, Fuerza, puede ser sucesivamente, según las circunstancias y por,
consiguiente indiferentemente bueno o malo, útil o perjudicial, justo o inicuo,
misericordioso o cruel, este Dios es el dios en el que todo es perfección
y cuya existencia no es ni puede ser compatible, puesto que es perfectamente
justo, sabio, poderoso, bueno, misericordioso, más que con un estado de cosas
del cual sería el autor por el cual se afirmaría su infinita Justicia, su
infinita Sabiduría, su infinita Potencia, su infinita Bondad, y su infinita
Misericordia.
Este Dios, le reconocéis; es el que se enseña, con el
catecismo, a los niños, es el Dios vivo y personal, aquel al cual se levantan
templos, aquél a quien se dirigen los ruegos, aquel en cuyo honor se cumplen
sacrificios y a quien pretenden representar sobre la tierra los curas, todas
las castas sacerdotales.
No es éste “Desconocido”, esta Fuerza enigmática, esta
Potencia impenetrable, esta inteligencia incomprensible, esta Energía
inconocible, este principio misterioso: Hipótesis a la cual, dentro de la
impotencia en que nos encontramos de explicar el “cómo” y el
“porqué“ de dios especulativo de los mate-físicos, es el dios que sus
representantes nos han descrito profusamente, luminosamente detallado.
Es, lo repito, el dios de la religión, y puesto que
estamos en Francia, el dios de esta religión que, desde hace 15 siglos, domina
nuestra historia: la religión cristiana.
Es este dios que yo niego y es este solamente que yo
quiero discutir y el que interesa estudiar, si queremos sacar de esta
conferencia un provecho positivo, un resultado práctico.
Ese dios ¿Cuál es?
Puesto que sus representantes aquí abajo han tenido la
amabilidad de pintárnoslo con gran lujo de detalles, aprovechemos esa gracia de
sus fundados poderes; examinémosle de cerca; pasémosle la lupa: para discutirlo
bien es necesario conocerlo bien.
Este Dios, es aquel que con gesto poderoso y fecundo,
ha hecho todas las cosas de la nada; el que ha llamado a la nada a ser; el que,
por su sola voluntad; ha cambiado la inercia por el movimiento; a la muerte
universal por la vida universal: él es el creador.
Este Dios, es el que, realizado ese gesto de creación,
lejos de entrar en su secular inactividad y de permanecer indiferente a la cosa
creada se ocupa de su obra, se interesa en ella, interviene cuando lo juzga a
propósito, la dirige; la administra, la gobierna: él es el gobernador o
providencia.
Este Dios, es aquel que, Tribunal Supremo, hace
comparecer a cada uno de nosotros después de su muerte, le juzga según los
actos de su vida, establece la balanza de sus buenas y de sus malas acciones y
pronuncia, en último extremo, sin apelación, la sentencia que hará de él, por
todos los siglos venideros, el más feliz o el más desgraciado de los seres: él
es justiciero o magistrado.
Se deduce de ello que éste Dios posee todos los
atributos y que no los posee solamente en grado excepcional, los posee todos en
grado infinito.
Así, no es solamente justo; él es la Justicia
infinita; no es solamente bueno: es él la Bondad infinita; no es
misericordioso: es él la Misericordia infinita; no es solamente poderoso: es él
la Potencia infinita: no es solamente sabio: él es la Sabiduría infinita.
Una vez más aún: éste es el Dios que yo niego y del
cual por doce pruebas diferentes (en rigor, con una sola bastaría), voy a
demostrar la imposibilidad.
DIVISIÓN DEL TEMA
He ahí el orden dentro del cual yo presentaré mis
argumentos.
Estos formarán tres grupos: el primero de éstos grupos
se ocupará más particularmente del Dios-Creador. Contendrá seis
argumentos. El segundo de éstos grupos será dedicado más especialmente al
Dios-Gobernador o Providencia: abarcará cuatro argumentos. En fin, el
tercero y último de esos grupos se ocupará del Dios-Justiciero o Magistrado;
comprenderá dos argumentos.
Luego: seis argumentos contra el Dios-Creador; cuatro
argumentos contra el Dios-Gobernador; dos argumentos contra el Dios
Justiciero. Esto hará doce pruebas de la inexistencia de Dios.
Siéndoos conocido el plan de mi demostración, podréis
seguir más cómodamente y mejor el desarrollo.
PRIMERA SERIE DE
ARGUMENTOS
PRIMER ARGUMENTO
EL GESTO CREADOR ES INADMISIBLE.
¿Que se entiende por crear?
¿Qué es crear?
¿Es tomar los materiales esparcidos, separados, pero
existentes, luego utilizando ciertos principios, experimentados, aplicando
ciertas reglas conocidas, reunir, agrupar, asociar, ajustar estos materiales,
con el fin de hacer de ellos algo?
No. Esto no es crear. Ejemplo:
¿Puede decirse de una casa que ella ha sido creada? No. Ha sido
construida. ¿Puede decirse de un mueble que ha sido creado?
No. Ha sido fabricado. ¿Puede decirse de un libro que ha sido
creado? No. Ha sido compuesto, impreso.
Luego tomar estos materiales existentes y hacer de
ellos algo, eso no es crear.
¿Qué es, pues crear?
Crear... Me encuentro, a fe mía, muy perplejo
para explicar lo inexplicable, para definir lo indefinido. Sin embargo,
voy a intentar hacerme comprender:
Crear, es sacar algo de nada. Es hacer con nada
alguna cosa. Es llamar la nada a ser.
Eso supuesto, imagino que no se encuentra ni una sola
persona dotada de razón que pueda concebir y admitir que de nada se pueda sacar
algo, que con nada sea posible hacer alguna cosa.
Imaginad a un matemático, elegid el calculador más
eminente, colocad detrás de él un enorme cuadro negro. Rogadle que
trace sobre ese cuadro ceros y más ceros: podrá esforzarse en sumar, en
multiplicar, en librarse todas las operaciones de las matemáticas, y no
alcanzará jamás a extraer de la acumulación de esos ceros una unidad. Con
nada, no se hace nada; con nada no se puede hacer nada. El famoso
aforismo de Lucrecio ex nihilo nihil queda como la expresión de una verdad y de
una evidencia manifiesta.
El gesto creador es un gesto imposible de admitir y es
un absurdo.
Crear, es, pues, una expresión mística, religiosa,
pudiendo poseer algún valor a los ojos de las personas a las cuales satisface
creer lo que ellas no comprenden y a quienes la fe se impone tanto más cuanto
menos comprenden; pero crear es una expresión vacía de sentido para un hombre
enterado, atento, a los ojos de quien las palabras no tienen más valor que en
la medida en que ellas representan una realidad o una posibilidad.
En consecuencia, la hipótesis de un Ser verdaderamente
creador es una hipótesis que la razón rechaza.
El Ser creador no existe, no puede existir.
SEGUNDO ARGUMENTO
EL “ ESPÍRITU PURO “ NO PUEDE HABER DETERMINADO
EL UNIVERSO
A los creyentes que, a despecho de toda razón,
persisten en admitir la posibilidad de la creación, les diré que en todos los
casos es imposible de atribuir esta creación a su Dios.
Su Dios es puro Espíritu. Y yo digo que el puro
Espíritu: lo Inmaterial no puede haber determinado al Universo: lo
material. He ahí porqué:
El puro Espíritu no es separado del Universo por una
diferencia de grado, de cantidad, sino por una diferencia de naturaleza, de
cualidad.
De manera que el Espíritu puro no es ni puede ser una
ampliación del Universo del mismo modo que el Universo no puede ser una
reducción del Espíritu puro. La diferencia aquí no es solamente una
distinción, sino una oposición, oposición de naturaleza: esencial, fundamental,
irreducible, absoluta.
Entre el Espíritu puro y el Universo, no hay
únicamente un abismo más o menos grande y profundo que podría ser calmado o
franqueado: hay un verdadero abismo, cuya profundidad y extensión, cualquiera
que sea el esfuerzo intentado, nadie ni nada podría colmar ni franquear.
Y yo emplazo al filósofo más sutil, lo mismo que al
matemático más consumado, a levantar un puente, es decir, a establecer una
relación __ la que sea__ (y con mayor razón una relación tan directa y tan
estrecha como la que liga la causa al efecto) entre el Espíritu puro y el
Universo.
El Espíritu puro no admite ninguna aleación
material, no comporta ni forma ni cuerpo, ni línea, ni materia, ni proporción,
ni espacio, ni volumen, ni color, ni sonido, ni densidad.
Luego; en el Universo, todo, por el contrario, es
forma, cuerpo, línea, materia, proporción, espacio, duración, profundidad,
superficie, volumen, color, sonido, densidad.
¿Cómo admitir que esto ha sido determinado por
aquello?
Es imposible.
Llegado a este punto de mi demostración, establezco
sólidamente sobre los dos argumentos que preceden, la siguiente conclusión:
Hemos visto que la hipótesis de una potencia
verdaderamente creadora es imposible. Hemos visto, en segundo lugar, que,
aún cuando se persiste en creer en esta potencia, no se podría admitir que el
Universo esencialmente material haya sido determinado por el Espíritu puro,
esencialmente inmaterial.
Si, a pesar de todo, vosotros os obstináis, creyendo,
en afirmar que es vuestro Dios quien ha creado el Universo, ha llegado la hora
de pediros dónde, en la hipótesis de Dios, se encuentra la Materia; en el
origen, o en el principio.
Y bien. De dos cosas una: o bien la Materia
estaba fuera de Dios o bien ella estaba en Dios En el primer caso, si
ella se hallaba fuera de Dios, es que Dios no ha tenido necesidad de crearla,
puesto que ya existía; es que ella coexistía con Dios, es que era concomitante
con él y, entonces, vuestro Dios no es creador.
En el segundo caso, es decir, si ella no estaba
separado de Dios, ella estaba en Dios, y en este caso yo asumo: lº que Dios no
es el Espíritu puro puesto que él tenía en sí una partícula de materia, y
qué partícula: la totalidad de los Mundos materiales. 2º. Que Dios,
conteniendo la materia en él, no ha tenido que crearla, puesto que ella
existía; no ha tenido más que hacerla salir, y en este caso, la creación cesa
de ser un acto de creación verdadero y se reduce a un acto de exteriorización.
En los dos casos, no hay creación.
TERCER ARGUMENTO
LO PERFECTO NO PUEDE PRODUCIR LO IMPERFECTO
Estoy convencido que si yo sometiese a un creyente
esta cuestión: “¿Lo imperfecto puede producir lo perfecto?”, este creyente
me respondería sin la menor vacilación y sin el menor temor de
equivocarse: “Lo imperfecto no puede producir lo perfecto”.
En ese supuesto digo yo: “lo perfecto no puede
producir lo imperfecto” y yo sostengo que mi posición posee la misma fuerza y
la misma exactitud que la precedente, y por las mismas razones.
Hay más aún: entre lo perfecto y lo imperfecto no
existe solamente una diferencia de grado, de cantidad, sino también una
diferencia de cualidad, de naturaleza, una oposición esencial, fundamental,
irreductible.
Hay mas todavía: entre lo perfecto y lo imperfecto no
hay únicamente una diferencia más o menos profunda y amplia, sino un abismo tan
vasto y tan profundo que nada podría franquearlo ni llenarlo.
Lo perfecto, es absoluto; lo imperfecto, es relativo:
a los ojos de lo perfecto, que es todo, lo relativo, lo contingente, no es
nada; a los ojos de lo perfecto, lo relativo es sin valor, no existe y no está
al alcance de ningún matemático ni de filósofo alguno, establecer una relación
__ la que sea__ entre lo relativo y lo absoluto; a fortiori, esa relación es
imposible cuando se trata de una relación tan rigurosa y precisa como la que
debe existir necesariamente entre Causa y Efecto.
Es, pues, imposible, que lo perfecto haya determinado
lo imperfecto.
Por el contrario, existe una relación directa, fatal y
en cierto modo matemática, entre la obra y el autor de ella: tanto vale la
obra, tanto vale el obrero; tanto vale obrero, tanto vale la obra. Es por
la obra que se reconoce al obrero, como es por el fruto que se reconoce al
árbol.
Si yo examino una redacción mal hecha en la que
abundan las faltas de francesas, en la que las frases son mal construidas, en
la que el estilo es pobre y desaliñado, en la que las ideas son raras y
banales, en la que los conocimientos son inexactos, no se me ocurrirá la idea
de atribuir esa mala página de francés a un cincelador de frases, a uno de los
maestros de la literatura.
Si yo dirijo la mirada sobre un dibujo mal hecho, en
el que las líneas son mal trazadas, las reglas de la perspectiva y de la
proporción violadas, no se me ocurrirá jamás atribuir ese esbozo rudimentario a
un profesor, a un maestro, a un artista. Sin la menor vacilación, diré:
la obra de un alumno, de un aprendiz, de un niño; y tengo la seguridad de no
cometer error, tanto es verdad que la obra lleva la marca del obrero y que, por
la obra, se puede apreciar al autor de ella.
Luego, la Naturaleza es hermosa; el Universo es
magnífico y yo admiro apasionadamente, tanto como el primero, los esplendores,
las magnificencias de las que nos ofrece constante espectáculo. Sin
embargo, por entusiasta que yo sea de las bellezas de la Naturaleza y no
importa el homenaje que yo le tribute, no puedo decir que el Universo es una
obra, sin defecto, irreprochable, perfecta. Y nadie se atrevería a
sostener tal opinión.
El Universo es una obra imperfecta. 1
En consecuencia, digo yo; hay siempre entre la obra y
el autor de ella una relación rigurosa, estrecha, matemática; luego, el
Universo es una obra imperfecta: el autor de esta obra, pues, no puede ser sino
imperfecto.
Este silogismo conduce a poner en evidencia la
imperfección del Dios de los creyentes y, por consiguiente, a negarlo.
Puedo todavía razonar de la manera siguiente:
O bien no es Dios quien es el autor del Universo
(expreso así mi convicción).
O bien, si persistís en afirmar que es él autor, el
Universo siendo una obra imperfecta, vuestro Dios es en sí mismo imperfecto.
Silogismo o dilema, la conclusión, el razonamiento
resta lo mismo:
Lo perfecto no puede determinar lo imperfecto.
CUARTO ARGUMENTO
EL SER ETERNO, ACTIVO, NECESARIO, NO PUEDE EN MOMENTO
ALGUNO, HABER ESTADO INACTIVO O INÚTIL
Si Dios existe, es eterno, activo y necesario.
Eterno? Lo es por definición. Es su razón de
ser. No se le puede concebir encerrado en los límites del tiempo; no se
le puede imaginar teniendo un principio o un fin. No puede aparecer ni
desaparecer. Existe de siempre.
¿Activo? Lo es y no puede dejar de serlo, puesto
que es su actividad la que lo ha engendrado todo, puesto que su actividad se ha
afirmado, dicen los creyentes, por el acto más colosal, más majestuoso:
La Creación de los Mundos.
¿Necesario? Lo es y no puede dejar de serlo, puesto
que sin él nada existiría, puesto que es el autor de todas las cosas; puesto
que es el manantial inicial de donde todo brota; puesto que es la fuente única
y primera de donde todo ha manado.
Puesto que, solo, bastándose a sí mismo, ha dependido
de su única voluntad que toda sea y que nada no sea. Es él, pues:
Eterno, Activo y Necesario.
Tengo la pretensión, y voy a demostrarlo, que si es
Eterno, Activo y Necesario, debe ser eternamente activo y eternamente
necesario; que consecuentemente, no ha podido, en momento alguno, ser inactivo
o inútil; que, por consiguiente, en fin, no ha sido creado jamás.
Decir que Dios no es eternamente activo, es admitir
que no siempre lo ha sido, que ha llegado a serlo, que ha empezado a ser
activo, que antes de serlo, no lo era; y puesto que es por la Creación que se
ha manifestado su actividad, eso es admitir, al mismo tiempo que, durante los
millones y millones de siglos que, quizá, han precedido la acción creadora,
Dios estaba inactivo.
Decir que Dios no es eternamente necesario, es admitir
que no lo ha sido siempre, que ha llegado a serlo, que ha empezado a ser
necesario, que antes de serlo no lo era, y puesto que es la creación que
proclama y atestigua la necesidad de Dios, eso es admitir a la vez que, durante
millones y millones de siglos que han precedido quizá a la acción creadora,
Dios era inútil.
¡Dios inactivo y perezoso!
¡Dios inútil y superfluo!
¡Qué postura para el Ser esencialmente activo y
esencialmente necesario!
Es preciso confesar, pues, que Dios es por todo tiempo
Activo y en todo tiempo necesario.
Pero entonces, él no puede haber creado, puesto que la
idea de creación implica, de manera absoluta, la idea de principio, de
origen. Una cosa que empieza no puede haber existido en todo
tiempo. Hubo necesariamente un tiempo en que, antes de ser, no era
aún. Por corto o por largo que fuera ese tiempo que precede a la cosa
creada, nada puede suprimirlo; de todas maneras, es.
De eso resulta que: o bien Dios no es eternamente
Activo y eternamente Necesario y, en este caso, él ha llegado a serlo por la
creación. Si no es así, le faltaba a Dios, antes de la creación, esos dos
atributos: la actividad y la necesidad. Este Dios era incompleto; era un
cacho de Dios, nada más; y él ha tenido necesidad de crear para llegar a ser
activo y necesario, para completarse.
O bien Dios es eternamente activo y necesario y, en
este caso, él ha creado eternamente, las creaciones eternas; El Universo no ha
tenido principio nunca; existe de todo tiempo; es eterno como Dios; es el mismo
Dios y se confunde con él.
Luego: en el primer caso Dios, antes de la creación,
no era ni activo ni necesario, era incompleto, es decir, imperfecto y, pues, no
existe; en el segundo caso, Dios siendo eternamente activo y eternamente
necesario no ha podido llegarlo a ser; y entonces, no ha podido crear.
Si eso es así, el Universo no ha tenido
principio. No ha sido creado.
QUINTO ARGUMENTO
EL SER INMUTABLE NO PUEDE HABER CREADO
Si Dios existe, es inmutable. No cambia, no
puede cambiar. Mientras que en la Naturaleza, todo se modifica, se
metamorfosea, se transforma, mientras que nada es perdurable y que todo se
realiza. Dios, punto fijo, inmóvil en el tiempo y en el espacio, no está
sujeto a modificación alguna, no conoce ni puede conocer cambio alguno.
Es hoy lo que era ayer; será mañana lo que es
hoy. Que se mire a Dios en la lejanía de los siglos más remotos o en la
de los siglos futuros, es constantemente idéntico a sí mismo.
Dios es inmutable.
Yo considero que, si él ha creado, no es inmutable,
porque en este caso, ha cambiado dos veces. Determinarse a querer, es cambiar;
resulta evidente que hay un cambio entre el ser que no quiere aun y el ser que
quiere.
Si yo quiero hoy lo que no quería, lo que no pensaba
hace 48 horas es que se ha producido en mí o en torno a mí una o varias
circunstancias que me han determinado a querer. Este querer de nuevo
constituye una modificación; no hay duda: es indiscutible.
Paralelamente: determinarse a obrar, u obrar, es
modificar.
Además, es cierto que esta doble modificación: querer
obrar, es tanto más considerable y acusada cuanto más se trata de una
resolución más grave y de una acción más importante.
¿Dios ha creado, decís? Sea. Luego
ha cambiado dos veces: la primera, cuando ha tomado la determinación de
crear; la segunda, cuando poniendo en ejecución su determinación, ha cumplido
el gesto creador.
Si a cambiado dos veces no es inmutable. Y si no es
inmutable, no es Dios. No existe.
El ser inmutable no puede haber creado.
SEXTO ARGUMENTO
DIOS NO PUEDE HABER CREADO SIN MOTIVO; ESO SUPUESTO,
ES IMPOSIBLE DISCERNIR UNO SOLO
De cualquier lado que se examine, la creación
resta inexplicable, enigmática, vacía de sentido.
Y salta a la vista que, si Dios ha creado es imposible
admitir que haya cumplido este acto grandioso y del cual las consecuencias
debían ser fatalmente proporcionales al acto mismo, por consiguiente,
incalculables, sin haberse determinado a ello por una razón de primer orden.
Y bien. ¿Cuál será esta razón? ¿Por qué motivo Dios se
ha podido determinar a crear? ¿Qué móvil le ha impulsado? ¿Qué deseo le ha
tomado? ¿Qué propósito se ha formado? ¿Qué objeto ha perseguido? ¿Qué fin se ha
propuesto?
Multiplicad, en este orden de ideas, las cuestiones y
las cuestiones, dadle vueltas y más vueltas al problema; examinando bajo todos
sus aspectos; examinadlo en todos los sentidos y yo os reto a resolverlo de
otra manera que no sea por cuentos o por sutilidades.
Mirad: he aquí a un niño educado en la religión
cristiana: su catecismo le afirma, sus maestros le enseñan que es Dios quien lo
ha creado y lo ha puesto en el mundo. Suponed que él se hace esta pregunta:
¿Por qué Dios me ha creado y me ha puesto en el mundo? Y que quiera
encontrar una respuesta seria y razonable. No podrá obtenerla.
Suponed todavía que, confiando en la experiencia y en el saber de sus
educadores, persuadido que por el carácter sagrado de que curas y pastores
están revestidos por los conocimientos especiales que poseen y por las gracias
particulares; convencido que por su cantidad, ellos están más cerca de Dios que
él y mejor iniciados que él a las verdades reveladas, suponed que este niño
tenga la curiosidad de pedir a sus maestros porqué Dios le ha creado y le ha
puesto en el Mundo: yo afirmo que ellos no pueden dar a esta simple
interrogación respuesta alguna satisfactoria, sensata.
En verdad, no la hay.
Apuremos más de cerca la cuestión, profundicemos el
problema.
Por medio del pensamiento, examinemos a Dios antes de
la creación. Tomémoslo en su sentido absoluto. Está solo. Se
basta a sí mismo. Es perfectamente sabio, perfectamente feliz,
perfectamente poderoso. Nada puede acrecentar su sabiduría; nada puede
acrecentar su felicidad; nada puede fortificar su Potencia.
Este Dios no puede experimentar ningún deseo, puesto
que su felicidad es infinita; no puede perseguir ningún objeto, puesto que nada
le falta a su perfección; no puede formar ningún propósito, puesto que nada
puede disminuir su potencia; no puede determinarse a querer, puesto que no
experimenta necesidad alguna.
¡Vamos! ¡Filósofos profundos pensadores sutiles,
teólogos, prestigiosos, responden a este niño que os interroga y decidle porqué
Dios lo ha creado y lo ha puesto en el Mundo!
Estoy bien tranquilo: no podéis responder, al menos
que no digáis: “Los designios de Dios son impenetrables”, y que no deis
esta respuesta como suficiente.
Y prudentemente obraréis, absteniéndoos de dar
respuesta, pues toda respuesta, os lo prevengo caritativamente sería la ruina
de vuestro sistema el hundimiento de vuestro Dios.
La conclusión se impone, lógica implacable:
Dios, si ha creado, ha creado sin motivo, sin saber porqué, sin objetivo.
Sabéis camaradas, ¿A dónde nos conducen forzosamente
las consecuencias de tal conclusión?
Vais a verlo.
Lo que diferencia los actos de un hombre dotado de
razón de los actos de un hombre atacado de demencia; lo que hace que uno sea
responsable y el otro no lo sea, es que un hombre en sus cabales sabe siempre,
en todos los casos puede saber, cuándo obra, cuáles son los móviles que le han
impulsado, cuáles los motivos que le han determinado a obrar.
Cuándo se trata de una acción importante y cuyas consecuencias pueden
comprometer pesadamente su responsabilidad, basta que el hombre en posesión de
razón de repliegue en sí mismo; se libre a un examen de conciencia serio,
persistente e imparcial, basta que, por el recuerdo reconstituya el cuadro en
el que los acontecimientos le han encerrado; en una palabra, que él reviva la
hora transcurrida, para que llegue a discernir el mecanismo de los movimientos
que la han hecho obrar.
No está siempre orgulloso de los móviles que le han
impulsado. Enrojece a menudo de las razones que le han determinado a
obrar. Pero esos motivos, sean nobles o viles, generosos o bajos, llega
siempre a descubrirlos.
Un loco, al contrario, obra sin saber porqué. Su
acto realizado, aun el más cargado en consecuencias, interrogadle, apremiadle
con preguntas; insistid; acosadle: El pobre demente balbucirá algunas
locuras y no le arrancareis a sus incoherencias.
Lo que diferencia los actos de un hombre sensato de
los actos de un insensato, es que los actos del primero se explican, es que
tienen una razón de ser, es que se distingue en ellos la causa y el objetivo,
el origen y el fin, mientras que los actos de un hombre privado de razón no se
explican, es incapaz él mismo de discernir la causa y el objetivo; no tiene
razón de ser.
Y bien: Si Dios ha creado, sin objeto, sin motivo, ha
obrado a la manera de un loco y la Creación aparece como un acto de demencia.
DOS OBJECIONES CAPITALES
Para acabar con el Dios de la Creación, me parece
indispensable examinar dos objeciones.
Vosotros pensáis que aquí las objeciones abundan;
también, cuando yo hablo de objeciones a estudiar, hablo de objeciones
capitales, clásicas.
Estas dos objeciones tienen tanta más importancia,
cuanto que, con el hábito de la discusión, se pueden condensar todas las otras
en ellas.
PRIMERA OBJECIÓN
Se me dice:
“No tiene usted derecho a hablar de Dios como
usted lo hace. Nos presenta usted un Dios caricatural, sistemáticamente empequeñecido
a las proporciones que se digna acordarle su entendimiento. Ese Dios no
es el nuestro. El nuestro usted no puede concebirlo, pues él le escapa,
se excede de usted. Sepa usted que aquello que parecería fabuloso al
hombre más poderoso, más potente, en fuerza y en energía, en sabiduría y en
saber, para Dios no es más que un juego de niños. No olvide usted que la
Humanidad no puede moverse en el mismo plan que la Divinidad. No pierda
usted de vista que asimismo le es imposible al hombre comprender la firma de
actuar de Dios, como le es imposible a los minerales imaginar las formas
de actuar de los animales y a los animales comprender los modos de actuar de
los hombres.
"Dios se eleva a alturas que usted no puede
alcanzar: ocupa cimas que para usted son y serán siempre inaccesibles.
"Sepa usted que por extraordinaria que sea la
magnificencia de una inteligencia humana, por grande que sea el esfuerzo
realizado por esta inteligencia, cualquiera que sea la persistencia de este
esfuerzo, jamás la inteligencia humana podrá elevarse hasta Dios. En fin,
dése usted cuenta que, por vasto que él sea, el cerebro del hombre es finito y
que, por consecuencia, no puede concebir lo infinito.
"Tenga usted, pues la lealtad y la modestia de
confesar, que no le es a usted posible comprender ni explicar a Dios.
Pero del hecho de usted no poder comprenderle, ni explicarle, no puede
deducirse que tenga usted el derecho de negarlo”.
Y yo respondo a los deístas:
Señores, me dan ustedes consejos de lealtad a los cuales
estoy dispuesto a ajustarme. Me recuerdan ustedes la legítima modestia
que conviene al humilde mortal que yo soy. Me complace no apartarme de
ella.
¿Dicen ustedes que Dios me excede, me escapa?
Sea. Consiento en reconocerlo; asimismo afirmar que lo finito no puede
concebir ni explicar deseo de oponerme a ella. Henos, pues, hasta ahora,
completamente de acuerdo y espero que estarán ustedes contentos.
Solamente, señores, permitan que, a mi vez, les dé los
mismos consejos de lealtad; soporten ustedes que, a mi vez, les aconseje la
misma modestia. ¿No son ustedes hombres, como yo soy? ¿Dios no les
escapa a ustedes, como se escapa a mí? ¿No les sobrepasa, como a mí me
sobrepasa? ¿Tendrán ustedes la pretensión de moverse en el mismo plano que la
divinidad? ¿Tendrá ustedes el atrevimiento de pensar y la tontería de decir
que, de un aletazo, se han elevado ustedes a las cimas que Dios ocupa? ¿Serán
ustedes presuntuosos hasta el punto de afirmar que su cerebro finito abarca lo
infinito?
No les hago la injuria, señores, de creerlos atacados
de tan extravagante vanidad.
Tengan pues, como yo, la lealtad y la modestia de
confesar que si me es imposible comprender y explicar a Dios, ustedes de
encuentran en la misma imposibilidad. Tengan la probidad de reconocer
que, si bien yo no puedo negarle, por la imposibilidad en que me encuentro de
concebirle y de explicarle, tampoco pueden ustedes afirmarlo, por las mismas
razones que yo.
Y guárdense ustedes de creer que nos encontramos
juntos en el mismo sitio. Son ustedes los primeros que han afirmado la
existencia de Dios; por lo mismo deben ser ustedes los primeros que ponga fin a
sus afirmaciones. ¿Acaso habría yo pensado en negar a Dios, si, cuando
aún era un niño, no me hubiera obligado a creer en él? ¿Si, ya adulto, no
lo hubiese oído afirmar constantemente en torno a mí? ¿Sí, ya hombre, mis
miradas no hubiesen visto constantemente Iglesias y Templos elevados a Dios?
Son sus afirmaciones las que provocan y
justifican mi negación.
Cesen ustedes de afirmar y yo cesaré de negar.
SEGUNDA OBJECIÓN
“ NO HAY EFECTO SIN CAUSA”
La segunda objeción parece mucho más
temible. Muchos la consideran aún sin replica. Ella es formulada
por filósofos espiritualistas.
Esos señores nos dicen sentenciosamente: “No hay
efecto sin causa; por lo tanto, el Universo es un efecto; este efecto tiene una
causa a la que llamamos Dios”.
El argumento está bien presentado; parece bien
construido; aparentemente bien armado.
Pero todo depende de comprobar si lo es
verdaderamente.
Este razonamiento es lo que, en lógica, llamamos un
silogismo. Un silogismo es un argumento compuesto de tres proposiciones:
la mayor, la menor y la consecuencia, y comprende dos partes: las premisas,
constituidas por las dos primeras proposiciones, y la conclusión, representada
por la tercera.
Para que un silogismo sea inatacable, precisa: 1º, que
la mayor y la menor sean exactas; 2º, que la tercera proposición resulte
lógicamente de las dos primeras. 2
Si el silogismo de los filósofos espiritualistas reúne
estas dos condiciones, es irrefutable y sólo me resta inclinarme; pero si le
falta una sola de estas dos condiciones, él es nulo y sin valor, y el argumento
se hunde por entero.
Para conocer el valor, examinemos las tres
proposiciones que lo componen:
Primera proposición mayor:
''No hay efecto sin causa”.
Filósofos, tienen ustedes razón. No hay efecto
sin causa; nada es tan exacto. No hay, no puede haber efecto sin
causa. El efecto es la consecuencia, la prolongación, el finalizamiento
de la causa: la idea de efecto llama necesariamente e inmediatamente la idea de
la causa. Si fuese de otra manera, el efecto sin causa sería un efecto de
nada, lo que sería absurdo.
Sobre esta primera proposición, pues, estamos de
acuerdo.
Segunda proposición, menor:
“ El universo es un efecto”.¡Ah! Ante esto, pido
tiempo para reflexionar y solicito explicaciones: ¿Sobre que se apoya una
afirmación tan neta, tan tajante? ¿Cuál es el fenómeno o el conjunto de fenómenos,
cuál es la constatación o el conjunto de constataciones que permite
pronunciarse en un tono tan categórico?
Ante todo, ¿Conocemos suficientemente al Universo? ¿Lo
hemos estudiado, escrutado, registrado, comprendido, para que nos sea permitido
ser tan afirmativos? ¿Hemos penetrado en sus entrañas? ¿Hemos explorado los
espacios inconmensurables? ¿Hemos descendido a las profundidades de los
océanos? ¿Hemos escalado todas las alturas? ¿Conocemos todas las cosas que
pertenecen al dominio del Universo? ¿Nos ha entregado él todos sus secretos?
¿Hemos arrancado todos los velos, penetrado todos los misterios, descubierto
todos los enigmas? ¿Lo hemos visto todo, oído todo, palpado todo, sentido todo,
todo observado, anotado todo? ¿No debemos ya aprender nada más? ¿No nos queda
nada por descubrir?. En una palabra, ¿Estamos en condiciones de emitir
sobre el Universo una opinión formal, un juicio definitivo, una sentencia
indudable?
Nadie puede responder afirmativamente a todas estas
cuestiones y sería profundamente digno de lástima el temerario, puede decirse
el insensato, que osase pretender que conoce el Universo.
¡El Universo! Es decir, no solamente el ínfimo
planeta que habitamos y sobre el cual se arrastran nuestros miserables huesos;
no solamente esos millones de astros y de planetas que conocemos, que forman
parte de nuestro sistema solar, y que vamos descubriendo a medida que pasa el
tiempo; sino esos Mundos y esos Mundos de los que conocemos o adivinamos la
existencia y cuyo número, cuya distancia y cuya extensión son incalculables.
Si yo dijese: “El Universo es una causa”, tengo la
certidumbre que desencadenaría espontáneamente los gritos y las protestas de
los creyentes; y no obstante, mi afirmación no sería más insensata que la suya.
Mi temeridad igualaría a su temeridad: he aquí todo.
Si me inclino sobre el Universo, si lo observo tanto
como le permiten a un hombre de hoy los conocimientos adquiridos, constato un
conjunto increíblemente complejo y tupido un enlazamiento inextricable y
colosal de causas y de efectos que se determinan, se encadenan, se
suceden, se alcanzan y se penetran. Percibo como el todo forma una cadena
sin fin, cuyos anillos están indisolublemente ligados y constato que cada uno
de estos anillos es a la vez causa y efecto: efecto de la causa que lo
determina; causa del efecto que le sigue.
¿Quién puede decir: “He aquí el primer anillo,
el anillo de Causa”?. Y ¿Quién puede decir: “He aquí el último anillo: el
anillo Efecto”?. Y ¿Quién puede decir: “Hay necesariamente una causa
número primero, hay necesariamente un efecto número último...”?
La segunda proposición: “El Universo es un efecto”,
está faltada, por lo tanto, de la condición indispensable: la exactitud.
En consecuencia, el famoso silogismo no vale nada.
Añado que, incluso en el caso en que esta segunda
proposición fuese exacta, faltaría aún establecer, para que la conclusión fuese
aceptable, que el Universo es el efecto de una Causa única, de una Causa
primera, de la Causa de las Causas, de una Causa sin Causa, de la Causa eterna.
Espero sin impaciencia, sin inquietud esta
demostración. Es de las que se han intentado muchas veces y que jamás han
sido hechas. Es de las que puede decirse sin mucha temeridad que no estarán
jamás establecidas seriamente, positivamente, científicamente.
Añado, en fin, que incluso en el caso en que todo el
silogismo fuese irreprochable, sería más fácil volverlo contra la tesis del
Dios Creador, a favor de mi demostración.
Ensayémoslo: ¿No hay efecto sin causa? Sea. ¿El
universo es un efecto? De acuerdo. Así, pues ¿Este
efecto tiene una causa y es esta causa lo que llamamos Dios? Una vez más, sea.
No se apresuren ustedes a triunfar, deístas, y
escúchenme bien:
Si es evidente que no hay efecto sin causa, es también
rigurosamente evidente que no hay causa sin efecto. No hay, no puede
haber causa sin efecto. Quien dice causa, dice efecto; la idea de causa
implica necesariamente y llama inmediatamente la idea de efecto; si fuese de
otra manera, la causa sin efecto sería una causa de nada, lo que sería tan
absurdo como un efecto de nada. Así, pues, queda bien entendido que no
existen causas sin efectos.
Ustedes dicen que el Universo efecto, tiene por causa
Dios. Conviene, pues, decir que la Causa-Dios, tiene por efecto el
Universo.
Es imposible separar el efecto de la causa; pero es
igualmente imposible separar la causa del efecto.
Afirman ustedes, en fin, que Dios-Causa es
eterno. De ello saco en conclusión que el Universo-Efecto es igualmente
eterno, pues a una causa eterna ineluctablemente corresponder un efecto eterno.
Si fuese de otra forma, es decir, si el Universo
hubiese comenzado, durante los millares y los millares de siglos que, quizá,
han precedido a la creación del Universo, Dios habría sido una causa sin
efecto, lo que es imposible, una causa de nada, lo que sería absurdo.
En consecuencia, siendo Dios eterno, el Universo
lo es también, y si el universo es eterno, es que no ha comenzado jamás, es que
no ha sido jamás creado.
SEGUNDA SERIE DE ARGUMENTOS
PRIMER ARGUMENTO
EL GOBERNADOR NIEGA AL CREADOR
Hay quienes y forman legión a pesar de todo, se
obstinan en creer. Concibo que, pese a todo, se pueda creer en la
existencia de un creador perfecto; concibo que pueda creerse en la existencia
de un gobernador necesario; pero me parece imposible que se pueda creer
razonablemente en el uno y en el otro al mismo tiempo: esos dos Seres perfectos
se excluyen categóricamente; afirmar al uno es negar al otro; proclamar la
perfección del primero, es confesar la inutilidad del segundo; proclamar la
necesidad del segundo, es negar la perfección del primero.
En otros términos, puede creer en la perfección del
uno o en la necesidad del otro; pero es irrazonable creer en la perfección de
los dos; precisa elegir.
Si el Universo creado por Dios ha sido una obra
perfecta; si, en su conjunto y en sus menores detalles, esta obra hubiese
carecido de defectos; si el mecanismo de esta gigantesca creación hubiese sido
irreprochable; si tan y tan perfecta hubiese sido su organización que no
hubiese debido temerse ningún desarreglo, ni una sola avería, en una palabra,
si la obra hubiese sido digna de este obrero genial, de este artista
incomparable, de este constructor fantástico que se llama Dios, la necesidad de
un gobernador no se hubiese hecho sentir.
Una vez dado el primer empuje, puesta en movimiento la
formidable máquina, hubiese bastado abandonarla a sí misma, sin temor de
accidente posible.
¿Por qué este ingeniero, este mecánico, cuyo
papel es el de vigilar la máquina, dirigirla, intervenir cuando es necesario y
aportar a la máquina en movimiento los retoques necesarios y las reparaciones
sucesivas? Este ingeniero habría sido inútil; este mecánico habría tenido
objeto.
En este caso, no precisa un Gobernador.
Si el Gobernador existe, es que su presencia, su
vigilancia, su intervención son indispensables.
La necesidad del Gobernador es como un insulto, un
desafío lanzado al creador: su intervención atestigua la torpeza, la
incapacidad, la impotencia del Creador.
El gobernador niega la perfección del Creador.
SEGUNDO ARGUMENTO
LA MULTIPLICIDAD DE LOS DIOSES DEMUESTRA QUE NO EXISTE
NINGUNO
El Dios Gobernador es y debe ser poderoso y
justo infinitamente poderoso e infinitamente justo.
Pretendo que la multiplicidad de las Religiones
atestigua que está faltado de potencia y de justicia.
Abandonemos los dioses muertos, los cultos abolidos,
las religiones apagadas. Estas se cuentan por millares y millares.
No hablemos más que de las religiones vivas.
Según las estimaciones mejor fundadas hay, en el
presente, ochocientas religiones que se disputan el imperio sobre mil
seiscientos millones de conciencias que pueblan nuestro planeta. No es
dudoso que cada una se imagina y proclama que sólo ella está en posesión del
Dios verdadero, auténtico, indiscutible, único, y que los demás dioses son
dioses de bromas, falsos dioses, dioses de contrabando y de pacotilla, que es
obra pía el combatirlos y el aplastarlos.
Yo añado que, aunque sólo hubiera habido cien
religiones, en lugar de ochocientas; aunque no hubiera habido más que diez,
aunque únicamente hubiera habido dos, mi razonamiento tenía el mismo vigor.
¡Y bien! Afirmo que la multiplicidad de estos dioses
atestigua que no existe ninguno, porque ella demuestra que Dios está faltado de
potencia y de justicia.
Poderoso, habría podido hablar a todos con la misma
facilidad que a uno solo. Poderoso, le habría bastado con mostrarse, con
revelarse a todos sin más esfuerzo del que ha necesitado para revelarse a unos
cuantos.
Un hombre el que sea no puede mostrarse, no puede
hablar más que a un número limitado de hombres; sus cuerdas vocales tienen una
potencia que no puede exceder de ciertos límites, ¡ pero Dios ¡...
Dios puede hablar a todos no importa el número
con la misma facilidad que a unos cuantos. Cuando se eleva, la voz de
Dios puede y debe resonar en los cuatro puntos cardinales. El verbo
divino no conoce ni distancia, ni espacio. Atraviesa los océanos, escala
las cimas, flanquea los espacios sin la menor dificultad.
Ya que le satisfizo --la religión lo afirma--
hablar a los hombres, revelarse a ellos, confiarles sus propósitos,
indicarles su voluntad, hacerles conocer su Ley, habría podido hablar a
todos sin más esfuerzo que el empleado hablando a un puñado de privilegiados.
No lo ha hecho, puesto que unos le niegan, otros lo
ignoran, otros en fin, ponen este o este otro Dios a aquel otro de sus
concurrentes.
En estas condiciones, ¿ no es discreto pensar que no
ha hablado a ninguno y que las múltiples revelaciones no son otra cosa que
múltiples imposturas; mejor que, si ha hablado a algunos, es que no ha podido
hablar a todos?
Si así fuese, yo le acuso de impotencia.
Y, si le acuso de impotencia, le acuso asimismo de
injusticia.
¿Qué pensar, en efecto de ese Dios que se muestra a
algunos y se esconde de los otros? ¿Qué pensar de ese Dios que dirige la
palabra a los unos, y guarda silencio ante los otros?
No olvidéis que los representantes de ese Dios afirman
que él es el Padre y que todos, con el mismo título y en el mismo grado, somos
hijos bien amados de ese Padre que está en los cielos.
Y bien, ¿Qué pensáis de ese padre que, lleno de
ternura para algunos privilegiados, les arranca, revelándose a ellos, a las
angustias de la duda, a las torturas de la vacilación, mientras que,
voluntariamente, condena a la inmensa mayoría de sus hijos a los
tormentos de la incertidumbre? ¿Qué pensáis de ese padre que se muestra a
una parte de sus hijos a los tormentos de la incertidumbre? ¿Qué pensáis de ese
padre que se muestra a una parte de sus hijos en el resplandor deslumbrante de
Su Majestad, mientras que para los otros, permanece rodeado de tinieblas? ¿Qué
pensáis de ese padre que, exigiendo de sus hijos un culto, respetos, oraciones,
llama a algunos elegidos a escuchar la palabra de Verdad, mientras que, de
forma deliberada, niega a los otros este insigne favor?
Si estimáis que ese padre es justo y bueno, no os
sorprendáis de que mi apreciación sea diferente.
La multiplicidad de las religiones proclama, pues que
Dios está faltado de potencia y de justicia. Y Dios debe ser
infinitamente poderoso e infinitamente justo, los creyentes lo afirman; si le
falta uno de estos atributos: la potencia y la justicia, no es perfecto, si no
es perfecto, no existe.
La multiplicidad de los Dioses demuestra, por lo
tanto, que no existe ninguno.
TERCER ARGUMENTO
DIOS NO ES INFINITAMENTE BUENO; EL INFIERNO LO
DEMUESTRA
El Dios Gobernador o Providencia es y debe ser
infinitamente bueno, infinitamente misericordioso. La existencia del
infierno prueba que no lo es.
Seguid bien mi razonamiento: Dios podía
--puesto que es libre-- no crearnos; él nos ha creado.
Dios podía --puesto que es todopoderoso--
crearnos a todos buenos; ha creado a buenos y a malos.
Dios podía --puesto que es bueno-- admitirnos a
todos en su paraíso, después de nuestra muerte, contentándose con el tiempo de
pruebas y tribulaciones que pasamos sobre la tierra.
Dios podía, en fin --puesto que es justo-- no
admitir en su paraíso más que a los buenos y negar su acceso a los perversos,
pero aniquilar a estos a su muerte, en lugar de destinarlos al infierno.
Pues quien puede crear puede destruir; quien tiene el
poder de dar la vida tiene el de aniquilar.
Veamos; vosotros no sois dioses. Vosotros no
sois infinitamente buenos, infinitamente misericordiosos. Tengo, sin
embargo, la certidumbre, sin que os atribuya cualidades que quizá no poseéis
que, si estaba en vuestro poder, sin que ello os costase un esfuerzo penoso,
sin que de ello resultase para vosotros ni perjuicio material, ni perjuicio
moral, si, digo, estaba en vuestro poder, en las condiciones que acabo de
indicar, de evitar a uno de vuestros hermanos en humanidad, una lágrima, un
dolor, una prueba, tengo la certidumbre de que lo haríais. Y, sin
embargo, vosotros no sois infinitamente buenos, ni infinitamente misericordiosos.
¿Seríais vosotros mejores y más misericordiosos que el
Dios de los Cristianos?
Pues, en fin, el infierno existe. La Iglesia nos
lo enseña; es la horrenda visión con ayuda de la cual se espanta a los niños, a
los viejos y a los espíritus temerosos; es el espectro que instalan a la
cabecera de los agonizantes, a la hora en que la proximidad de la muerte les
quita toda energía, toda lucidez.
Pues bien: El Dios de los cristianos, Dios que dicen
de piedad, de perdón, de indulgencia, de bondad, de misericordia, precipita a
una parte de sus hijos --para siempre-- en esa mansión poblada por las
torturas más crueles, por los más indecibles suplicios.
¡Cuán bueno es! ¡Cuán misericordioso!
¿Conocéis esta frase de las Escrituras: “Habrá
muchos llamados, pero muy pocos elegidos”?. Esta frase significa, si no
me engaño, que será ínfimo el número de los elegidos y considerable el número
de los malditos. Esta afirmación es de una crueldad monstruosa que se ha
intentado darle otro sentido.
Poco importa: el infierno existe y es evidente que
habrá condenados --pocos o muchos-- que en él sufrirán los más dolorosos
tormentos.
Preguntémonos para qué y para quién pueden ser
provechosos los tormentos de los malditos.
¿Para los elegidos? ¡Evidentemente no! Por definición,
los elegidos serán los justos, los virtuosos, los fraternales, los compasivos,
y no podemos suponer que su felicidad, ya inexpresable, fuese acrecentada por
el espectáculo de sus hermanos torturados.
¿Sería provechoso para los mismos condenados? Tampoco,
puesto que la Iglesia afirma que el suplicio de esos desgraciados no terminará
jamás y que, en los millares y millares de siglos, sus tormentos serán
intolerables como el primer día.
¿Entonces?...
Entonces, fuera de los elegidos y de los condenados,
no hay más que Dios; no puede haber más que él.
¿Es para Dios, pues, para quien pueden ser provechosos
los sufrimientos de los condenados? ¿Es, pues, él, este padre infinitamente
bueno, infinitamente misericordioso, quien se complace sádicamente con los
dolores a los que el voluntariamente condena a sus hijos?
¡Ah! Si es así, este Dios me parece el verdugo más
feroz, el inquisidor más implacable que se pueda imaginar.
El infierno prueba que Dios no es ni bueno, ni
misericordioso. La existencia de un Dios de bondad es incomprensible con
la del Infierno.
O bien no hay Infierno, o bien Dios no es
infinitamente bueno.
CUARTO ARGUMENTO
EL PROBLEMA DEL MAL
Es el problema del Mal el que me facilita mi cuarto y
último argumento contra el Dios-Gobernador, al mismo tiempo que mi primer
argumento contra el Dios-Justiciero.
Yo no digo: la existencia del mal, mal físico, mal
moral, es incompatible con la existencia de un Dios infinitamente poderoso e
infinitamente bueno.
Es conocido el razonamiento, aunque sólo sea por las
múltiples refutaciones --siempre impotentes, por lo demás-- que se le han
opuesto.
Se le hace remontar a Epicuro. Tiene, pues ya
más de veinte siglos de existencia; pero por viejo que sea, ha conservado todo
su rigor.
Helo aquí:
El mal existe: todos los seres sensibles conocen el
sufrimiento. Dios que lo sabe, no puede ignorarlo. Pues bien: de
dos cosas una: 3
O bien Dios quisiera suprimir el mal, pero no ha
podido.
O bien Dios podría suprimir el mal; pero no ha
querido.
En el primer caso, Dios quisiera suprimir el mal; es
bueno, se compadece de los dolores que nos abruman; de los males que
padecemos. ¡Ah, si sólo dependiese de él! El mal sería destruido y la
felicidad florecería sobre la tierra. Una vez más: él es bueno; pero no
puede suprimir el mal; en este caso, no es todopoderoso.
En el segundo caso, Dios podría suprimir el mal.
Bastaría quererlo, para que el mal fuese abolido; él es todopoderoso; pero no
quiere suprimirlo; en este caso, no es infinitamente bueno.
Aquí Dios es poderoso, pero no es bueno; allá, Dios es
bueno, pero no es poderoso.
Para que Dios sea, no basta con que posea una de estas
dos perfecciones; potencia o bondad; es indispensable que posea las dos a la
vez.
Este razonamiento jamás ha sido refutado.
Entendámonos: yo no digo que no se haya intentado
jamás refutarlo; yo digo que no se ha conseguido jamás.
El ensayo de refutación más conocido es éste:
“Planta usted en términos completamente erróneos el
problema del mal. Injustamente hace usted responsable de él a Dios.
Si, es cierto, el mal existe y ello es innegable; pero es al hombre a quien hay
que hacer de él responsable. Dios no ha querido que el hombre sea un
autómata, una máquina, que él actúe fatalmente. Al crearlo, le ha dado la
libertad; ha hecho de él un ser enteramente libre; de la libertad que le ha
otorgado generosamente, Dios le ha dejado la facultad de hacer, en todas las
circunstancias, el uso que quisiera; y, si place al hombre, en lugar de hacer
de ella un uso juicioso y noble de este bien inestimable, hacer un uso odioso y
criminal, no es a Dios a quien cabe acusar, porque sería injusto; de ello hay
que acusar al hombre”.
He aquí la objeción, que resulta ya clásica.
¿Qué vale ella? Nada.
Me explicaré:
Distingamos primero el mal físico del mal moral.
El mal físico, es la enfermedad, el sufrimiento, el
accidente, la vejez, con su cortejo de taras y de enfermedades; es la muerte,
la pérdida cruel de los seres que amamos: criaturas que nacen y mueren algunos
días después de su nacimiento sin haber conocido más que el sufrimiento; hay
una multitud de seres humanos para los que la existencia no es más que una
larga cadena de dolores y de aflicciones, de suerte que hubiera valido más que
no hubiesen nacido; es, en el dominio de la naturaleza, los azotes, los cataclismos,
los incendios, las sequías, las hambres, las inundaciones, las tempestades,
toda esta suma de trágicas fatalidades que se cifran en el dolor y en la
muerte.
¿Quién osaría decir que hay que hacer responsable al
hombre de este mal físico?
¿Quién no comprende que, si Dios ha creado el
Universo, si es él quien le ha dotado de las formidables leyes que le regulan y
si el mal físico es el conjunto de las fatalidades que resultan del juego,
normal de las fuerzas de la naturaleza; quién no comprende que el autor
responsable de estas calamidades es, ciertamente, aquel que ha creado este
Universo, aquel que lo gobierna?
Supongo que, sobre este punto no hay contestación
posible.
Dios que gobierna el Universo es, pues, responsable
del mal físico.
Esto solo bastaría y mi respuesta podría quedar
reducida a esto.
Pero yo pretendo que el mal moral es imputable a Dios
de la misma manera que el mal físico, puesto que, si existe, él ha presidido a
la organización del mundo moral como a la del mundo físico y que,
consecuentemente, el hombre, victima del mal moral como del mal físico, no es
más responsable del uno que del otro.
Pero es preciso que me refiera a lo que tengo que
decir sobre el mal moral en la tercera y última serie de mis argumentos.
TERCER GRUPO DE ARGUMENTOS
PRIMER ARGUMENTO
IRRESPONSABLE, EL HOMBRE NO PUEDE SER NI CASTIGADO NI
RECOMPENSADO
¿Qué es lo que somos?
¿Hemos presidido las condiciones de nuestro
nacimiento? ¿Hemos sido consultados sobre la simple cuestión de saber si nos
gusta nacer? ¿Hemos sido llamados para fijar nuestros destinos? ¿Hemos tenido,
en un solo punto, voz en el capítulo?
Si hubiésemos tenido voz en el capítulo, cada uno de
nosotros se habría gratificado, desde la cuna, con todas las ventajas: salud,
fuerza, belleza, inteligencia, valor, bondad, etc.,etc. Cada uno habría
sido el resumen de todas las perfecciones, una especie de dios en miniatura.
¿Qué es lo que somos?
¿Somos lo que hemos querido ser?
Incontestablemente, no.
En la hipótesis Dios somos, puesto que es él quien nos
ha creado, lo que él ha querido que fuésemos.
Dios, puesto que él es libre, hubiera podido no
crearnos.
Hubiera podido crearnos menos perversos, puesto que él
es bueno.
Habría podido crearnos virtuosos, sanos,
excelentes. Habría podido otorgarnos todos los dones físicos,
intelectuales y morales, puesto que es todopoderoso.
Por tercera vez: ¿Qué es lo que somos?
Somos lo que Dios ha querido que fuésemos. Él
nos ha creado como ha querido a su capricho.
No hay respuesta a esta interrogación: ¿Qué es lo que
somos?., Si se admite que Dios existe y que somos sus criaturas.
Es Dios el que nos ha dado nuestros sentidos, nuestras
facultades, de compresión, nuestra sensibilidad, nuestros medio de percibir, de
sentir, de razonar, de actuar. Él ha previsto, querido, determinado
nuestras condiciones de vida: ha condicionado nuestras necesidades, nuestros
deseos, nuestras pasiones, nuestros temores, nuestras esperanzas, nuestros
odios, nuestros amores, nuestras aspiraciones. Toda la máquina humana
corresponde a lo que él ha querido que fuese. Él ha concebido, organizado
de la cabeza a los pies el medio en el cual vivimos; él ha preparado todas las
circunstancias que, a cada instante, asaltarán nuestra voluntad y determinarán,
nuestras acciones.
Ante este Dios formidablemente armado, el hombre es
irresponsable.
Aquel que no está bajo ninguna dependencia, es
absolutamente libre; aquel que está un poco bajo la dependencia de otro es un
poco esclavo; sólo es libre por la diferencia; aquel que está muy supeditado a
otros es muy esclavo; sólo es libre en lo que le resta de independiente; en
fin, aquel que está por completo bajo la dependencia de otro, es por completo
esclavo y no goza de ninguna libertad.
Si Dios existe, es en esta última postura, la de la
esclavitud total, en la que se encuentra el hombre con respecto a Dios, y a su
esclavitud es tanto más completa, cuanta mayor distancia haya entre el Amo y
él.
Si Dios existe, sólo él sabe, puede, quiere, él solo
es libre; el hombre no sabe nada, no quiere nada, no puede nada; su dependencia
es absoluta.
Si Dios existe, él lo es todo; el hombre no es nada.
El hombre así mantenido en esclavitud, colocado bajo
la dependencia plena y entera de Dios no puede tener ninguna responsabilidad.
Y, si es irresponsable no puede ser juzgado.
Todo juicio implica un castigo o una recompensa; y los
actos de un ser irresponsable, carente de todo valor moral, no provienen de
ningún juicio.
Los actos del irresponsable pueden ser útiles o
perjudiciales; moralmente no son buenos ni malos, ni meritorios ni
reprensibles; equitativamente no pueden ser recompensados ni castigados.
Erigiéndose en Justiciero, castigando o recompensado
al hombre irresponsable Dios no es más que usurpador: se arroga un derecho
arbitrario y usa de él en contra de toda justicia.
De lo que acabo de decir, saco en conclusión:
a) Que la
responsabilidad del mal moral es imputable a Dios, como le es imputable la del
mal físico.
b) Que Dios es un
Justiciero indigno, porque irresponsable, el hombre no puede ser ni recompensado,
ni castigado.
SEGUNDO ARGUMENTO
DIOS VIOLA LAS LEYES FUNDAMENTALES DE LA EQUIDAD
Admitamos, por un instante, que el hombre sea
responsable y veremos, como en esta misma hipótesis, la divina Justicia viola
las reglas más elementales de la equidad.
Si se admite que la práctica de la justicia no puede
ser ejercida sin comportar una sanción y que el magistrado tiene por misión
fijar esta sanción, existe una regla sobre la cual el sentimiento es y debe ser
unánime: es que, del mismo que hay una escala de mérito y de culpabilidad, debe
haber una escala de recompensas y de castigos.
Sentado este principio, el magistrado que mejor
practicará la justicia, será aquel que proporcionará más exactamente la
recompensa al mérito y el castigo a la culpabilidad; y el magistrado ideal,
impecable, perfecto, será aquel que fijará una relación de un rigor matemático
entre el acto y la sanción.
Pienso que esta regla elemental de justicia es
aceptada por todos.
¡Y bien! Dios con el cielo y el infierno, desconoce
esta regla y la viola.
Cualquiera que sea el mérito del hombre, es limitado
(como el hombre mismo), y, sin embargo, la sanción de recompensa: el cielo, es
sin limites, aunque sólo fuese por su carácter de perpetuidad.
Cualquiera que sea la culpabilidad del hombre, ella
está limitada (como él mismo), y, sin embargo, la sanción de recompensa: el
cielo, es sin límites, aunque solo fuese por su carácter de perpetuidad.
Hay, pues, desproporción entre el mérito y la recompensa,
desproporción entre la falta y el castigo; desproporción en todas partes.
Así pues, Dios viola las reglas fundamentales de la equidad.
Mi tesis está terminada; no me resta más que
recapitular y extraer las conclusiones.
RECAPITULACIÓN
Camaradas:
Os prometí una demostración precisa,
substancial, decisiva, de la inexistencia de Dios. Creo poder deciros que
he cumplido mi promesa.
No perdáis de vista que no me he propuesto aportaros
un sistema del Universo que hiciese inútil recurrir a la hipótesis de una
Fuerza sobrenatural, de una Energía o de una Potencia extramundial, de un
Principio superior o anterior al Universo. He tenido la lealtad,
como debía tenerla, de deciros que, considerado de esta suerte, el problema no
encuentra, en el estado actual de los conocimientos humanos, ninguna solución
definitiva y que la sola actitud que conviene a los espíritus reflexivos y
razonables, es la expectativa.
El Dios cuya imposibilidad he querido establecer, cuya
imposibilidad he establecido, puedo decirlo ahora, es el Dios de las
religiones, el Dios creador, Gobernador y Justiciero, el Dios infinitamente
sabio, poderoso, justo y bueno, que los clérigos se alaban de representar sobre
la tierra y que intentan imponer a nuestra veneración.
No hay, no puede haber equívoco. Es a este Dios
al que yo niego: y, si se quiere discutir útilmente, en este Dios al que hay
que defender contra mis ataques.
Todo debate sobre otro terreno será --de ello os
prevengo, pues es precios que os pongáis en guardia contra las astucias del
adversario--; todo debate en otro terreno será una diversión y será,
además, la prueba que el Dios de las religiones no puede ser defendido ni
justificado.
He probado que, como Creador, sería inadmisible,
imperfecto, inexplicable; he establecido que, como gobernador, sería inútil,
impotente, cruel, odioso, despótico; he demostrado que, como justiciero, sería
un magistrado indigno, violador de las leyes esenciales de la más elemental
equidad.
CONCLUSIÓN
Tal es, sin embargo, el Dios que desde, tiempos
inmemoriales, se ha enseñado y que, en nuestros días todavía, se enseña a una
multitud de niños en numerosas familias y escuelas. ¡Qué de crímenes han
sido cometidos en su nombre!
¡Qué de odios, de guerras, de calamidades han sido
desencadenadas furiosamente por sus representantes! Este Dios ¡De cuántos
sufrimientos es origen! ¡Cuántos males todavía engendra!
Desde hace siglos, la Religión tiene curvada a la
humanidad bajo el temor, incrustada en la superstición, postrada en la
resignación.
¿No amanecerá, pues jamás el día en que, dejando de
creer en la justicia eterna, en sus decretos imaginarios, en sus reparaciones
problemáticas, los humanos trabajarán, con ardor incansable, por el
advenimiento sobre la tierra de una Justicia inmediata, positiva y fraternal?
¿No sonará nunca la hora en que, fatigados de los
consuelos y de las esperanzas falaces que les sugiere la creencia en un paraíso
compensador, los humanos harán de nuestro planeta un Edén de abundancia, de paz
y libertad, cuyas puertas estarán abiertas fraternalmente a todos?
Durante demasiado tiempo, el contrato social se ha
inspirado en un Dios sin justicia; es ya hora de que se inspire en una justicia
sin Dios. Durante demasiado tiempo, las relaciones entre las naciones y
los individuos han derivado de un Dios sin filosofía; tiempo es ya de que
procedan de una filosofía sin Dios. Desde hace siglos, monarcas,
gobernantes, castas y cleros, conductores de pueblos, directores de
conciencias, tratan a la humanidad como vil rebaño, bueno tan sólo para ser
esquilado, devorado, arrojado a los mataderos.
Desde hace siglos, los desheredados soportan
pasivamente la miseria y la servidumbre, gracias al espejismo engañoso del
cielo y a la visión horrorífica del Infierno. Hay que poner fin a este
odioso sortilegio, a este abominable engaño.
¡OH!, tú que me escuchas, abre los ojos, contempla,
observa, comprende. El cielo del que sin cesar te hablan; el cielo con
ayuda del cual se intenta insensibilizar tu miseria, anestesiar tu sufrimiento
y ahogar la queja que, a pesar de todo, se exhala de tu pecho, es cielo irreal
y desierto. Sólo tu infierno está poblado y es positivo.
Basta de lamentaciones: las lamentaciones son vanas.
Basta de posternaciones: las posternaciones son
estériles.
Basta de rezos: los rezos son impotentes.
¡Yérguete, OH, hombre! Y, en pie, enardecido,
rebelado, declara una guerra implacable al dios del que, durante tanto tiempo,
se ha impuesto a tus hermanos y a ti mismo la embrutecedora veneración.
Libérate de este tirano imaginario y sacude el yugo de
aquellos que pretenden ser sus agentes de negocios en la tierra.
Pero no olvides que, una vez hecho este primer gesto
de liberación no habrás realizado más que una parte de la tarea que te incumbe.
No olvides que de nada te servirá romper las cadenas
que los Dioses imaginarios, celestes, y eternos han forjado contra ti, si no
rompes también aquellos que contra ti han forjado los Dioses pasajeros y
positivos de la tierra.
Estos Dioses merodean en tu torno, buscando la forma
de someterte por el hambre a servidumbre eterna. Estos Dioses no son más
que hombres como tú.
Ricos y Gobernantes, estos Dioses de la
tierra la han poblado de innumerables víctimas, de inexpresables tormentos.
Ojalá puedan los condenados de la tierra rebelarse al
fin contra estos forajidos y fundar una Ciudad en la que semejantes monstruos
no sean ya posibles.
Cuando hayas expulsado a los dioses del cielo y de la
tierra; cuando te haya liberado de los Amos de arriba y de los Amos de abajo;
cuando hayas realizado este noble gesto de liberación, entonces, y solamente
entonces, OH, hermano mío, te habrás evadido de tu infierno y habrás
conquistado tu cielo. 4
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