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lunes, 10 de diciembre de 2012

UN CABESTRO LLAMADO WERT


Un cabestro llamado Wert

Por el ministerio de Educación han pasado abundantes personajes inútiles, Rajoy y González-Sinde, por ejemplo, pero no es fácil encontrar un ministro tan macarra, vulgar y chabacano como Wert, dejando aparte su fundamentalismo talibán. Cada semana sale con alguna estupidez más gorda que la anterior. La última, la de que se crece con el castigo como los toros, atufa a machismo por todos sus cuernos.

 Lo mejor que podría hacer este tipo es dejar en paz a la Educación, a la Cultura y, de paso, a todo el país. Es un cabestro que solo sabe dar burdas cornadas llenas de caspa y que pronto acabará en el 'matadero'. Este artículo de Carlos Carnicero es uno de los muchos que se pueden leer en la prensa estos días. Pero  hay más.

 La fiesta de los toros tiene un resultado previsible cuyas únicas excepciones pueden ser la muerte del torero y el indulto del toro. Pero ocurre pocas, poquísimas veces.

 Lo normal es un espectáculo sangriento en el que en tres tercios se domeña al animal mediante la tortura, gracias a que el toro, como confiesa que le ocurre al ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, "se crece con el castigo"  el espectáculo se mantiene hasta el descabello. El toro muere y es arrastrado por unas mulas en espera de que salga el siguiente morlaco. Allí mismo, en La Plaza, en el desolladero, le arrancan la piel con la sangre caliente y lo llevan a las cocinas para guisar “rabo de toro”.

 El narcisismo es esencial a la suerte del toreo. Y toda la estética de la fiesta, que es fundamental, se soporta en una liturgia machista en la que el matador –desde la vestimenta, los instrumentos de castigo y muerte y los ademanes- mantienen la pretensión de trascendencia en lo que es una carnicería con reglas acotadas.

 A Wert en realidad le gustaría ser torero. Pero se ha equivocado de analogía, aunque ha acertado en sus expectativas de futuro. Salió al ruedo con aires pretenciosos y retadores, como ocurre con los toros. Ya ha recibido banderillas y está siendo picado, aunque se ha llevado por delante los sueños de muchos ciudadanos. Pero no le espera más que uno o varios pinchazos profundos en la espalda y el descabello. Aunque puede que le corten alguna oreja, e incluso el rabo, pero no para darle gloria, sino para regocijo de muchos ciudadanos.

 El narcisismo tiene siempre algo de ridículo. Es un exhibicionismo que termina por ser agotador incluso en el más brillante de los payasos. Y Wert ya está saturando incluso a quienes le encargaron el trabajo –el Gobierno de Rajoy- porque su sobreactuación ocasiona daños colaterales que son insoportables.

 Cuando salga del Gobierno volverá al ostracismo político. Y no falta mucho porque sus provocaciones alimentan una indignación sobrevenida que debe caer sobre las espaldas de Rajoy. Porque, que nadie se engañe, Wert es un asesino de nuestro estado de bienestar que trabaja como vicario, por encargo.

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