Un cabestro llamado Wert
Por el ministerio de Educación han pasado abundantes
personajes inútiles, Rajoy y González-Sinde, por ejemplo, pero no es fácil
encontrar un ministro tan macarra, vulgar y chabacano como Wert, dejando aparte
su fundamentalismo talibán. Cada semana sale con alguna estupidez más gorda que
la anterior. La última, la de que se crece con el castigo como los toros, atufa
a machismo por todos sus cuernos.
Lo mejor que podría
hacer este tipo es dejar en paz a la Educación, a la Cultura y, de paso, a todo
el país. Es un cabestro que solo sabe dar burdas cornadas llenas de caspa y que
pronto acabará en el 'matadero'. Este artículo de Carlos Carnicero es uno de
los muchos que se pueden leer en la prensa estos días. Pero hay más.
La fiesta de los
toros tiene un resultado previsible cuyas únicas excepciones pueden ser la
muerte del torero y el indulto del toro. Pero ocurre pocas, poquísimas veces.
Lo normal es un
espectáculo sangriento en el que en tres tercios se domeña al animal mediante
la tortura, gracias a que el toro, como confiesa que le ocurre al ministro de
Educación y Cultura, José Ignacio Wert, "se crece con el
castigo" el espectáculo se mantiene
hasta el descabello. El toro muere y es arrastrado por unas mulas en espera de
que salga el siguiente morlaco. Allí mismo, en La Plaza, en el desolladero, le
arrancan la piel con la sangre caliente y lo llevan a las cocinas para guisar
“rabo de toro”.
El narcisismo es
esencial a la suerte del toreo. Y toda la estética de la fiesta, que es
fundamental, se soporta en una liturgia machista en la que el matador –desde la
vestimenta, los instrumentos de castigo y muerte y los ademanes- mantienen la
pretensión de trascendencia en lo que es una carnicería con reglas acotadas.
A Wert en realidad le
gustaría ser torero. Pero se ha equivocado de analogía, aunque ha acertado en
sus expectativas de futuro. Salió al ruedo con aires pretenciosos y retadores,
como ocurre con los toros. Ya ha recibido banderillas y está siendo picado,
aunque se ha llevado por delante los sueños de muchos ciudadanos. Pero no le
espera más que uno o varios pinchazos profundos en la espalda y el descabello.
Aunque puede que le corten alguna oreja, e incluso el rabo, pero no para darle
gloria, sino para regocijo de muchos ciudadanos.
El narcisismo tiene
siempre algo de ridículo. Es un exhibicionismo que termina por ser agotador
incluso en el más brillante de los payasos. Y Wert ya está saturando incluso a
quienes le encargaron el trabajo –el Gobierno de Rajoy- porque su sobreactuación
ocasiona daños colaterales que son insoportables.
Cuando salga del
Gobierno volverá al ostracismo político. Y no falta mucho porque sus
provocaciones alimentan una indignación sobrevenida que debe caer sobre las
espaldas de Rajoy. Porque, que nadie se engañe, Wert es un asesino de nuestro
estado de bienestar que trabaja como vicario, por encargo.
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