Masacre de Ciénaga
El 6 de diciembre de 1928, en Ciénaga (Magdalena, Colombia),
tropas del Ejército Nacional Colombiano dispararon sobre una concentración
pacífica de miles de huelguistas, matando más de mil trabajadores. El 12 de
noviembre de 1928 había estallado la huelga masiva en la zona bananera de
Ciénaga, Santa Marta, Aracataca, Fundación y Pivijay, en el departamento
colombiano del Magdalena, de la que será uno de los dirigentes principales el
militante anarcosindicalista Raúl Eduardo Mahecha. Más de 25.000 trabajadores
de las plantaciones se negaron a cortar las bananas producidas por la compañía
multinacional estadounidense United Fruit Company y por productores nacionales
bajo contrato de la compañía, sino aceptaban sus reivindicaciones: seguro
obligatorio, reparación por accidentes de trabajo , habitaciones higiénicas y
descanso dominical remunerado, aumento del 50% de los jornales, supresión de
los comisariatos (economatos donde estaban obligados a comprar los obreros),
eliminación de los anticipos mediante vales, pago semanal, abolición de los
contratistas, mejora del servicio hospitalario. A pesar de la presión, la
multinacional y sus trabajadores no lograron un acuerdo colectivo. La United
Fruit Company llegó a controlar el 80% de la industria bananera mundial y constituyó
el Caribe un vasto imperio de casi 1.400.000 hectáreas de tierra, 70.000 de
ellas sembradas de bananas; miles de kilómetros de ferrocarriles y cables de
telégrafo , una flota de unos cien barcos y una fuerza laboral de 150.000
hombres, que recolectaban anualmente 65 millones de uvas para la exportación.
Para acabar con la huelga, el gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez
ordenó la militarización de la región, declarando el Estado de sitio, y nombró
como jefe civil y militar de la zona el tristemente famoso general Carlos
Cortés Vargas. La noche del 5 de diciembre los huelguistas se concentraron en
Ciénaga por la mañana partir hacia Santa Marta a exigir a las autoridades que
obligaran la multinacional a firmar un acuerdo. Miles de obreros se concentraron
en la plaza de la estación de ferrocarril y al 1 .30 de la madrugada del 6 de
diciembre de 1928, al tiempo que un capitán leía el decreto que ordenaba los
huelguistas dispersarse, las ametralladoras dispararon contra la multitud
enmudeciendo los gritos de «Viva Colombia Libre». Aunque el gobierno hizo lo
posible para esconderlo - oficialmente murieron «nuevo revoltosos
comunistas" -, fueron asesinadas unas 1.500 personas (hombres, mujeres y
niños); muchas fueron ejecutadas durante los días posteriores y tuvo cientos de
detenciones, de las cuales más de 60 acabaron en consejos de guerra. El terror
se instauró en la región: los oficiales y soldados asaltan, violan y roban;
encarcelan civiles exigiéndoles dinero si quieren ser liberados; imponen multas,
cobran impuestos, envían a trabajos forzados, rematan los heridos, torturan y
asesinan. El caos llegará a proporciones tan enormes que incluso será condenado
por varios políticos liberales y conservadores y por el propio cónsul
estadounidense de Santa Marta.
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