Las luchas mineras de hoy y de ayer
En este artículo se analizan las huelgas del carbón en el
Estado español, enmarcadas dentro de la larga y orgullosa historia de este
colectivo en Asturies y otros territorios. También se comparan tres huelgas
mineras históricas en Gran Bretaña (la derrotada en el 84 y las victoriosas en
los 70).
La historia de la minería mundial ha sido una historia de
combatividad y represión, de tragedias y victorias, cuyos últimos capítulos han
sido la gran movilización de los últimos meses en Asturias, León y Aragón, y la
muerte de 30 mineros sudafricanos –muchos ejecutados a sangre fría por la
policía. Quisiéramos honrar a este colectivo dedicándole toda una sección propia,
pero aprendiendo de sus aciertos y debilidades, no actuando sólo de animadores
ni idealizándolo.
En primer lugar Luis Zhu analiza las recientes huelgas por
el carbón, celebrando que hayan revitalizado (de nuevo) las luchas de la clase
trabajadora en el Estado español, examinando los retos y las dificultades a las
que se enfrentan. Sitúa esta increíble lucha dentro de la larga y orgullosa
historia de este colectivo en Asturias y otros territorios. Su última lucha ya
ha tenido eco más allá de la península, en especial en Gran Bretaña. Allí se
han producido tres huelgas mineras históricas en las últimas décadas. Luke
Stobart describe las claves de la última huelga estatal en el 84 –la que duró
casi todo un año y acabó en una derrota para toda la clase trabajadora del
país- y las compara con las huelgas del 72 y el 74, que no sólo ganaron sino
que derrocaron al gobierno de entonces.
Siguen iluminando el
final del túnel tras un siglo de combates
Para el historiador
Ramón García Piñeiro los mineros del carbón han sido durante el s.XX “la
vanguardia de la clase obrera, iluminando la trayectoria de los sectores más
concienciados y combativos, aquellos que creyeron posible la construcción de
una sociedad de los trabajadores”. Las luchas de los mineros durante los
últimos meses nos hacen pensar que continúan ejerciendo este papel en el s.XXI,
o como mínimo que son el colectivo que ha presentado mayor resistencia a los
recortes del gobierno. La intensidad de las movilizaciones de mayo, junio y
julio no se pueden entender sólo como la última batalla por la supervivencia de
un sector, sino que se entroncan en una historia de luchas, de victorias y
derrotas que trascendieron de lo laboral hasta llegar a tener repercusiones
políticas profundas.
Las luchas que nos
abrieron el camino
La primera huelga
importante se remonta a 1890, cuando unos 20.000 mineros de Asturias y Bizkaia
pararon durante dos semanas y consiguieron la reducción de la jornada laboral
(de 12 a 10 horas) y un aumento de los salarios. Los obreros del carbón
asturianos también participaron en la Huelga General Revolucionaria de 1917 y
consiguieron mantenerla durante tres semanas más que en el resto del Estado. En
1934, la dinamita de los mineros jugó un papel fundamental para convertir una
huelga general en una Comuna de Asturias durante casi tres semanas.
Bajo el franquismo,
los mineros asturianos fueron también uno de los primeros colectivos de
trabajadores en golpear los cimientos de la dictadura. La más conocida es la
huelga de 1962, conocida como la Huelgona, pero los años anteriores fueron
también cruciales para extender la conciencia obrera a base de huelgas.
A principios de 1957,
los mineros asturianos protagonizaron una huelga de más de una semana. La
huelga comenzó en el pozo Maria Luisa de la Cuenca del Nalón en protesta por la
eliminación de los guajes (ayudantes de los picadores), y rápidamente se
extendió por otros pozos de la cuenca hasta alcanzar los 5.000 huelguistas.
Finalmente, la empresa cedió y aumentó los salarios para compensar la retirada
de los guajes. En este mismo año, una nueva huelga en La Camocha, Asturias,
vería nacer la primera comisión obrera, forma de representación que se
extendería en los siguientes años. Los trabajadores de esta mina eligieron a
cinco compañeros para negociar directamente con la empresa y las autoridades,
al margen del sindicato vertical. Al año siguiente, en el pozo Maria Luisa, son
despedidos varios mineros y, rápidamente, una huelga se escampa por toda
Asturias. Ante el desafío que supone tener 15.000 obreros amotinados, que
además de la readmisión de sus compañeros piden también reducción de la jornada
laboral y aumentos salariales, el régimen responde declarando el Estado de
Excepción durante cuatro meses y desencadena una oleada represiva con multas,
detenciones, palizas, torturas y cierres de pozos.
El 5 de abril de 1962
siete picadores del pozo asturiano La Nicolasa, cuenca del Caudal, deciden no
bajar a las minas para reivindicar un aumento de sus sueldos. Los picadores
cobraban a destajo, es decir, según la cantidad de mineral que sacaban. Estos
siete trabajadores se encontraban en ese momento picando una veta de especial
dureza que les proporcionaba un sueldo mísero. La sanción que les aplicaron
provocó de inmediato una huelga solidaria en el pozo y en dos semanas el paro
se contagió a toda Asturias y a sectores como a la siderurgia y al metal en
general. La dictadura volvió a efectuar una represión feroz. Sin embargo, la
huelga no se rompió: a finales de abril se extendió al País Vasco y luego a
León. En total eran ya más de 135.000 trabajadores asturianos, vascos y
leoneses en huelga. El régimen franquista decretó entonces el Estado de
Excepción. Pero esto en lugar de ahogar el movimiento huelguístico, despertó la
solidaridad de la clase trabajadora del resto del Estado. A mediados de mayo ya
eran más de 300.000 huelguistas. A principios de junio, la dictadura cedió
finalmente, concediendo aumentos salariales, mejoras en las pensiones y la
liberación de los detenidos.
El carbón después del
franquismo
Después de esta
victoria, los mineros del carbón formaron parte activamente de la lucha
antifranquista y contribuyeron con varias semanas de paros a la oleada de
huelgas de 1976 que finalmente liquidaría la dictadura. Se podría decir que
estos años son el final de un largo ciclo de luchas ofensivas, que combinaban a
menudo lo laboral con lo político. A partir de los años 80, y sobre todo a
partir de la integración en la CEE (Comunidad Económica Europea), el carbón del
Estado español es sometido a sucesivos ajustes a causa de la nueva ofensiva
neoliberal (eliminación progresiva de las ayudas estatales) y de la competencia
de los mercados internacionales (mano de obra más barata en otros países).
Además, la “normalización democrática” implicó una progresiva burocratización
de los sindicatos mayoritarios, CC.OO y UGT, cuyas direcciones, en los momentos
importantes de la lucha, apostaron más por la negociación que por la
movilización.
Esto abrió un periodo
de luchas defensivas que han durado hasta hoy en día, y que tienen dos
elementos en común: la pérdida constante de lugares de trabajo y el fracaso en
la diversificación de la economía de las cuencas mineras.
Si en 1976 existían
en el Estado español más de 53.000 mineros del carbón, hoy en día sólo quedan
5.300. Por el camino los planes del carbón de 1991, 1994, 1998 y 2006 se
llevaron por delante todos estos empleos, no sin resistencia. Contundentes
huelgas generales del carbón se han llevado a cabo antes de cada plan, pero
todas acabaron con la firma de acuerdos insuficientes, con prejubilaciones,
recolocaciones y promesas no cumplidas de reconversión que han dejado unas
comarcas sin futuro a la vista.
Mujeres mineras,
mujeres en lucha
La presencia de las
mujeres en las minas ha oscilado históricamente entre una inserción moderada
pero en condiciones muy crueles –como a finales del s.XIX y principios del
s.XX, con salarios más bajos y maltratos y violaciones– y una exclusión tácita
pero ilegal –las mujeres tuvieron que acudir a principios de los 90 al Tribunal
Constitucional para levantar el veto. Actualmente la ocupación femenina en la
minería es muy baja (un 5% en el pozo asturiano de María Luisa, por ejemplo),
pero la implicación de las mujeres, mineras o no, en las movilizaciones de este
año ha sido muy importante.
Además de la conocida
protesta en el Congreso de los Diputados, las mujeres han celebrado asambleas
en las calles de sus localidades para organizar todo tipo de acciones
(sentadas, entregas de cartas, manifestaciones, marchas, etc.) y, así, dar
visibilidad y extender la lucha. Durante una asamblea en Mieres, Asturias, una
mujer gritaba: “Hay que buscar otros sectores, para que nos apoyen y nosotros,
según vayamos avanzando, apoyarles a ellos”. También han constituido varias
Plataformas de Mujeres Mineras en distintas localidades que llamaban a
organizarse y a luchar. No sólo eso, las mujeres también han estado en la
primera línea de los cortes de carreteras y levantamiento de barricadas, como
en Ciñera, León.
No es la primera vez
que el colectivo de mujeres ha tenido protagonismo. En enero de 1976, 200
mujeres ocuparon durante tres días el arzobispado de Oviedo, Asturias, en apoyo
de la huelga contra el despido de 895 trabajadores de Minas de Figaredo. El
ejemplo más célebre quizás sea el de las mujeres asturianas durante La Huelgona
de 1962. Su papel entonces fue decisivo para mantener la huelga. El
cortometraje A golpe de tacón, de Amanda Castro, recuerda cómo las mujeres,
como Anita Sirgo o Anita Pérez, cortaban carreteras y echaban maíz a los pies
de los esquiroles para avergonzarlos. Además, también organizaron a los
pueblos, informando y recaudando dinero y víveres para las familias en huelga.
Por este papel tan decisivo, la Guardia Civil detuvo a muchas mujeres, a las
que encerraba durante varios días incomunicadas, las torturaba y finalmente las
liberaba rapadas.
¿La vanguardia contra
los recortes?
La huelga de los
mineros del carbón este año duró dos meses, con centenares de cortes de
carreteras, una marcha a Madrid con un recibimiento multitudinario y largos
encierros en varios pozos. El impacto mediático ha sido considerable, aunque
frecuentemente para desprestigiar la lucha. El 2 agosto finaliza la huelga
indefinida, tras la ruptura de la unidad sindical entre SOMA-UGT y CCOO que se
produjo tras la Marcha Negra a Madrid. Comisiones acusó a SOMA-UGT de romper un
acuerdo según el cual se iba a iniciar una acampada en Madrid tras la marcha,
al estilo de Sintel.
A la hora de explicar
la intensidad de esta huelga hay una combinación de factores objetivos y
subjetivos. Por una parte, el recorte del 64% de las ayudas significa el cierre
de la mayoría de las minas durante el presente año. La actividad minera
proporciona sustento a unas 200.000 personas de estas comarcas sin ninguna
alternativa real más que la emigración. Otro factor es la gran tradición de
lucha de la minería y la muy elevada tasa de afiliación sindical, lo cual se
traduce en un mayor nivel de combatividad organizada –otro motivo para los
ataques del PP. Además, la minería genera una subcultura que ha generado lazos
muy fuertes desde hace más de un siglo. Estas peculiaridades podrían llevarnos
al axioma de Clark Keer y Abraham Siegel de “masa coherente internamente y
aislada externamente” que podría explicar en parte la duración de las huelgas
en las cuencas mineras.
Sin embargo, a lo
largo de la historia, las luchas mineras han trascendido a menudo las fronteras
de las comarcas mineras para participar de los problemas y reivindicaciones de
otros colectivos de la sociedad. Así ocurrió durante la Huelgona de 1962,
cuando el impulso huelguístico de las y los mineros conectó con las
reivindicaciones laborales de otros sectores, sobre todo, aunque no únicamente,
el industrial, y con las demandas políticas de la mayoría de la sociedad. A
finales de los ochenta y principios de los 90 las huelgas mineras fueron otra
trinchera en la batalla contra la llamada “reconversión industrial”.
En las movilizaciones
de este verano, las luchas de la minería han trascendido también de los graves
problemas de las comarcas del carbón. Para mucha gente, las huelgas mineras han
sido la punta de lanza contra los recortes del PP. Según Cándido González
Carnero, sindicalista asturiano de la Corriente Sindical de Izquierdas (CSI),
“la influencia de los mineros se está notando ya, en muchos centros de trabajo
se está optando más que antes por la lucha radical en la calle”. La Marcha
Negra a Madrid congregó a 150.000 personas a su llegada y a la manifestación
del día siguiente. Pocos días después las calles de Madrid hervían con
manifestaciones de trabajadores y trabajadoras del sector público en protesta
por los recortes, con una intensidad y una continuidad mucho mayores que en
otras ciudades del Estado. Otra pequeña muestra de esta influencia es que a mediados
de junio, durante la segunda huelga de la acerería Celsa (Castellbisbal,
Barcelona), se lanzaron algunos pequeños voladores y, una parte de la
plantilla, cortó con un tronco la autovía adyacente a pesar del fuerte
despliegue policial. La cercanía geográfica y temporal de estas movilizaciones
nos invita a pensar que no es fruto de la casualidad, ni únicamente del
contexto económico, sino debido en parte a la influencia de la combatividad de
la lucha minera.
Por otra parte, no se
ha hablado mucho de un elemento de las huelgas mineras no tan visible pero
igual de importante. Si bien las importantísimas decisiones sobre el inicio, la
continuidad y la finalización de la huelga, es decir, la estrategia, han sido
controladas por las direcciones de los sindicatos, el día a día de las luchas
ha estado en manos de las asambleas de base de los trabajadores de cada pozo.
Es decir, las imágenes de la determinación y la combatividad de los mineros
enfrentándose a la Guardia Civil que han radicalizado una parte de la sociedad
fueron una iniciativa surgida desde la base, que a menudo ha desbordado los
planes de las cúpulas sindicales.
Los sindicatos
mayoritarios convocaron en junio la huelga indefinida. Para Cándido González,
un gobierno del PP con mayoría absoluta presentaría una batalla larga, por lo
cual considera que la estrategia de CCOO y UGT fue errónea: “Se debería haber
planteado una huelga de resistencia, con paros en días alternativos y
manifestaciones constantes para desgastar al gobierno para en septiembre
acelerar con la huelga indefinida”. Aunque González aclara que está a favor de
las huelgas indefinidas, teme que terminar la huelga sin ningún resultado pueda
afectar al nivel de luchas cuando se vuelvan a reemprender en septiembre. Sin
embargo, unos 550 mineros de Asturias y León han vuelto a hacer huelgas a
principios de agosto contra los primeros recortes salariales y los despidos,
que en otoño se acelerarán si no se desbloquean las ayudas. Más que especular
si con otro tipo de huelga se estaría en estos momentos en una posición mejor,
el problema radica más en la falta de influencia de la izquerda sindical o de
las asambleas de base en las estrategias de lucha que dictan las direcciones de
los sindicatos mayoritarios.
Organizar el espíritu
de lucha
En gran parte de la
izquierda se ha percibido la huelga indefinida de los mineros como el mayor
pulso que se ha echado a los recortes. Los recortes brutales del PP no habían
despertado hasta ahora una reacción tan contundente como la que habrá durante
este otoño. Esto en parte es debido al espíritu combativo que han insuflado los
mineros en gran parte de la clase trabajadora afectada por la crisis y los
recortes.
A pesar de la
ofensiva mediática de la derecha, hay una mayoría social que está contra los
recortes, aunque a menudo está resignada porque no saben cómo luchar contra
ellos, en parte por los muchos años de paz social. En este sentido Boni Ortíz,
ex minero y miembro de Izquierda Anticapitalista en Asturias, nos remarca que
“lo que ha despertado la admiración de la izquierda han sido los métodos de
lucha, no los objetivos”. Las movilizaciones mineras han conseguido aglutinar a
una parte importante de la sociedad sin que su filiación sindical a CCOO y UGT
supusiera un gran problema, porque han percibido que la unidad y radicalidad de
los mineros son la forma de parar los recortes.
Por ello será
importante generalizar lo máximo posible la unidad desde abajo hacia arriba. La
unidad sindical de las centrales mayoritarias y el no sectarismo hacia éstas
será fundamental para impulsar las luchas, porque la mayor parte de la clase
trabajadora organizada está afiliada a ellas. Sin embargo, es clave organizar
asambleas de base en los centros de trabajo en las que puedan participar todos
y todas las trabajadoras independientemente de su filiación sindical. Esto es
particularmente relevante para impulsar tácticas y estrategias de continuidad,
radicalidad y amplitud de la lucha desde bases democráticas e independientes de
las direcciones sindicales. En momentos determinantes de la lucha, disponer de
estas bases asamblearias será un factor clave para evitar que las cúpulas de
los sindicatos mayoritarios cedan ante el gobierno.
Para la izquierda
radical, llevar a cabo esta tarea estará muy condicionado a algún tipo de coordinación
y unidad estable de las diferentes organizaciones y activistas
anticapitalistas.
Las huelgas mineras
que cambiaron Gran Bretaña
La devastación social
causada en las cuencas mineras por la derrota de la gran huelga minera de
1984-5 ha sido retratada en las películas Billy Elliot y Tocando el Viento. El
resultado de la huelga, que duró todo un año y fue muy impresionante, también
ayudó a que el gobierno derechista de Margaret Thatcher transformara
radicalmente el país en pro del capital y en contra del trabajo. Mucha gente
sacó la conclusión de que “Thatcher ha ganado”, que ya no servía luchar, y el
gobierno pudo aprobar fácilmente privatizaciones y legislaciones
antisindicales.
El desenlace de la
huelga también sirvió de pretexto para que el Partido Laborista, de
centroizquierda y muy ligado a los sindicatos, girara más a la derecha,
manteniendo e incluso profundizando las políticas neoliberales de Thatcher bajo
la dirección de Blair y Brown. Por tanto, 1984-5 representó un antes y un
después para la política británica. Aquí analizo la trayectoria de la derrota y
la contrasto con otra huelga minera más exitosa.
La gran huelga de
1984-5
El gobierno de
Thatcher, que se estrenó en 1979, estaba preparado para el conflicto del 84.
Una década antes otra administración conservadora fue derrotada mediante
huelgas. Poco después un líder del partido redactó un plan para reducir al
movimiento obrero atacando a un sindicato tras otro1, en lo que denominó “la
táctica salami ” (cortado en lonchas.) La idea era derrotar primero a los
colectivos más débiles y luego atacar a los más fuertes –entre ellos la
federación estatal minera (NUM).2
El plan fue aplicado
tal cual por Thatcher. Una motivación adicional consistía en superar la
recesión, que según el periódico The Economist hacía necesario reducir los
salarios un 20%.3
Durante sus primeros
años, el gobierno consiguió prohibir el derecho a la afiliación sindical en
varios centros de trabajo. Ganó conflictos laborales en la siderurgia (cuyo
sindicato era poco activo) y la educación y la sanidad. Su camino lo había
allanado el crecimiento del desempleo –al aumentar el miedo a luchar entre los
y las trabajadoras– y la cultura de colaboración sindical fomentada durante los
años de gobierno laborista (1974-79).4
En 1983 Thatcher
anunció al ejecutivo que “tendremos huelga minera”. Para prepararse para el
combate contra los potentes mineros y mineras, el gobierno almacenó grandes
reservas de carbón para que la huelga no afectara a la producción energética e
industrial. Se quiso también introducir leyes para controlar la financiación de
los sindicatos.5
Anunciaron que iban a
cerrar todas las minas “no económicas”. Esta política ahondó en las divisiones
existentes en una organización sindical relativamente descentralizada, pues la
plantilla de las minas modernas no se sintió tan amenazada. Cuando se anunció
la desaparición de una mina en Yorkshire, los mineros organizaron piquetes para
ir a las demás minas de la zona. Pronto la huelga se extendió por Inglaterra,
Gales y Escocia.6
No obstante, la
cúpula sindical en Nottinghamshire (Notts), donde se ubicaban minas
supuestamente protegidas, no quiso secundar la huelga e insistió en celebrar un
proceso de votación secreta. Como ocurriría varias veces durante la huelga,
hubo un pulso entre la dirección regional y la estatal –dirigida por el
combativo Arthur Scargill–, que sin embargo no movilizó para ir allí a sumarse
a los piquetes. Progresivamente los mineros de Notts se dejaron influir por el
pesimismo de sus dirigentes y cuando llegó la votación, sólo el 26% apoyó la
huelga.7
Con la unidad
sindical rota, el NUM sí desplazó a miles a Notts. El Estado respondió
movilizando a 8.000 policías desde varios condados ingleses. Ocuparon pequeños
pueblos mineros y aplicaron, en palabras de un comisario, “un toque de queda
contra toda la comunidad”. Inventaron nuevas normativas para prohibir la
entrada de mineros en el condado.8
Poco después, 5.000
sindicalistas intentaron bloquear los accesos al almacén de carbón más grande
del país: Orgreave en Yorkshire. Allí 5.000 policías les acorralaron y cargaron
a porrazos montados a caballo.9 Los mineros reaccionaron lanzándole ladrillos a
la policía, acción que manipuló la BBC editando las imágenes para mostrar que
los mineros atacaron primero10.
La batalla fue muy
reñida. Los piquetes, encabezados por Scargill, casi lograron romper los
cordones y cerrar la planta, pero la presencia policial fue mayor.11
Extendiendo la
revuelta
Parar el envío de
carbón y obstaculizar a las industrias dependientes del mismo (principalmente
la eléctrica y la metalúrgica) fue clave. Varios colectivos obreros apoyaron un
boicot al carbón, entre ellos ferroviarios galeses y transportistas escoceses.
Pero no se consiguió paralizar totalmente su traslado y uso, en parte porque
las cúpulas regionales mineras acordaron con los demás trade unions unos “topes
mínimos”12 de los que se abusaba fácilmente.
Hubo ejemplos locales
de sindicalistas que fueron más lejos. Una estación en Leicestershire boicoteó
el transporte de carbón durante casi un año, a pesar de recibir la amenaza de
que iban a cerrar la estación para siempre. Pero cuando pidieron apoyo en la
sede del sindicato ferroviario, les dijeron que preferían “no agravar” el
conflicto.13
Los impresores del
periódico The Sun impidieron la publicación de dos portadas –una con una foto
de Scargill supuestamente haciendo un saludo nazi.14
También los
sindicatos de estibadores, siderúrgicos y encargados de mina estuvieron a punto
de ir a la huelga. Un ministro con fama de “duro” le pidió a Thatcher por carta
que firmara con el NUM “antes de que sobrepasaran nuestra capacidad de
aguante”.15 Pero para estos colectivos la patronal acordó subidas sustanciales
de salarios para evitar la huelga –práctica promovida por el gobierno para
evitar que surgieran otros frentes de conflicto.16
Tras la
desconvocatoria de la huelga de estibadores (otro colectivo sindical en el
punto de mira del gobierno), estaba claro que los mineros iban a luchar solos.
El Estado apretó la tuerca. Un juez decretó el secuestro de todos los fondos
del sindicato del Sur de Gales.17 Y más adelante, en un acto inédito, se
confiscaron todos los fondos del NUM y el propio nombre del sindicato.
Mujeres y hombres en
las cuencas
En otoño, sin la
perspectiva de una lucha generalizada, la huelga entró en una fase más
defensiva. La idea era aguantar hasta el invierno, a la espera de que la huelga
impactara sobre el suministro eléctrico cuando el consumo fuera máximo. Fue
difícil seguir porque muchas familias ya estaban en apuros.
Las mujeres, que
tradicionalmente habían tenido un rol subordinado en las cuencas, fueron
fundamentales para superar este periodo. Ellas organizaron las cocinas
comunales gratuitas, esenciales para aglutinar y organizar a la comunidad,
incluidos los mineros más pasivos. También las redes de mujeres organizaron
muchísimas actividades de ocio, protesta y solidaridad. Las mujeres se ganaron
fama de ser las mejores ponentes en las charlas que se hacían en universidades,
barrios y centros de trabajo a lo largo del Estado.18
En el proceso, estas
mujeres cambiaron, al igual que sus maridos, como resumió una de ellas:
“De ninguna manera
volveré ahora a la cocina. Tanto yo como mi marido estábamos poco politizados
antes de la huelga pero ahora hemos cambiado los dos.”19
Se celebraron todo
tipo de actividades de solidaridad para recoger fondos. Agrupaciones sindicales
y centros de trabajo de todo tipo se hermanaron con comunidades mineras. En
total se recogieron aproximadamente 60 millones de libras20, esencial para que
las comunidades tuvieran de comer.
Sin embargo, para
triunfar, el NUM necesitaba paralizar el país. Además de que seguía llegando
“carbón esquirol” a las térmicas, tras el verano el gobierno se gastó 2 mil
millones de libras en comprar petróleo y en adaptar las centrales térmicas para
su uso.21 El resultado final fue que el gobierno podría pasar el invierno sin
cortes sustanciales.
Fin de la huelga
El 5 de marzo de 1985
los mineros dejaron la huelga. Marcharon juntos a las puertas de las minas tras
sus pancartas, derrotados pero con la cabeza bien alta. Contra ellos se había
movilizado todo el poder económico, jurídico y político del país. Los mineros
habían sufrido 10.000 detenciones –muchas veces arbitrarias–, 718 despidos22 y
varias muertes. Para vencerles, Thatcher gastó más dinero que en toda la Guerra
de las Malvinas.23 Una auténtica guerra de clases.
Aún así el desenlace
no era inevitable. Una década después, “la Dama de Hierro” reconoció que la
huelga “podría haber derrocado al gobierno”24. Al final del conflicto el
gobierno también sufría serios problemas: por ejemplo, el 60% de la población
rechazaba su actuación25.
La derrota no se
debió principalmente al poder del enemigo, sino a los problemas internos del
movimiento obrero. La federación estatal de sindicatos (TUC) anunció un boicot
solidario total al carbón, pero no hizo nada para ponerlo en práctica. Ni
siquiera actuó contra el secuestro del NUM. Scargill denunció a la TUC por
“dejar aislado al sindicato […] para su eterna vergüenza”26. Por su parte, los
dirigentes regionales del NUM frenaron y dispersaron la acción piquetera
necesaria para cerrar todas las minas y aplacar el creciente desánimo de
quienes se quedaban en casa viendo noticias negativas sobre la huelga.
A los burócratas se
les llama correctamente “liberados” porque están liberados de las dificultades
diarias del centro de trabajo (y del sentimiento de compañerismo que surge en
momentos de lucha). Como consecuencia de sus generosos salarios, suelen
defender menos a la afiliación que al aparato sindical que les sustenta. Por
tanto, en 1984 se vieron coartados ante la amenaza de secuestrar los fondos
sindicales (incluso los de la TUC).
Scargill, un
dirigente sindical poco común, sí lideró a su afiliación en la lucha, ganándose
por ello un enorme respeto entre las bases, pero no ayudó a crear las redes de
sindicalistas de base necesarias para actuar de contrapeso al resto de la
burocracia. La izquierda combativa no tenía mucha implantación en el NUM, lo
que limitó su capacidad para promover estas redes.
La huelga que sí
venció a los Tories
Que la huelga pudo
haber tenido otro desenlace queda claro si miramos otro conflicto minero una
década atrás. En 1972 se paró la minería contra una ofensiva de contención
salarial general impulsada por el gobierno de Heath (conservador del ala más
moderada). Como ocurría frecuentemente en esa época, la huelga no fue oficial y
se organizó por las bases sindicales. Los mineros intentaron bloquear Saltley
Gate, el gran depósito de carbón en Birmingham, pero fueron asaltados por la
policía. Entonces fueron a las grandes fábricas de la ciudad para exigir que
los y las demás trabajadoras les apoyaran. Poco después, Scargill estaba con
3.000 mineros ante la puerta de Saltley y describe así lo que ocurrió:
“Desde detrás de la
colina venía una [manifestación] y nunca en la vida he visto a tantas personas
llevando una pancarta. […] Se desató un rugir enorme. […V]enían desde todas
partes […] y nuestros chicos estaban saltando de la emoción”.27
15.000 trabajadores
del automóvil se unieron a los mineros. La policía, con 20 veces menos
efectivos, decidió cerrar las puertas y no las volvieron abrir. Empezaron a
sucederse grandes cortes de luz y el gobierno decidió concederles a los mineros
la mayoría de sus exigencias. Otros colectivos obreros fueron a la huelga, y en
el 74 otra huelga minera consiguió la aplicación de la jornada semanal de tres
días (!).
Heath, exasperado,
anunció la convocatoria de nuevas elecciones generales preguntando “¿quién
dirige el país? ¿Los sindicatos o el gobierno electo?” Por lo visto no era el
gobierno: la jugada le salió mal ¡y ganó la oposición! Esta experiencia, que
los Tories nunca perdonaron, explica por qué el conservadurismo apostó después
por la radical Thatcher.
Los resultados
opuestos de las huelgas de los 70 y de los 80 nos ofrecen una lección sencilla
e importante. Cuando un gobierno ataca a toda la clase trabajadora, sea
simultáneamente o de manera escalonada, la única respuesta posible es la lucha
conjunta. En 1972-74, en un contexto de gran movilización, los mineros se
autoorganizaron exigiendo y consiguiendo la solidaridad de clase. En 1984-85,
en un contexto de menor movilización social, derechización de la sociedad y de
mayor burocratización en los sindicatos, esa misma solidaridad no se activó.
Aun así, la Gran
Huelga del 84-85 no se olvidará. Tarde o temprano vengaremos su memoria.
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Luis Zhu y Luke Stobart son militantes de En lluita / En
lucha
Artículo publicado en la revista anticapitalista La hiedra
http://enlucha.wordpress.com/2012/10/10/las-luchas-mineras-de-hoy-y-de-ayer/
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Notas
1. Los ‘trade unions’
brítanicos, los primeros sindicatos del mundo, se organizan por sector de
empleo (‘trade’) y no por ideología política.
2. Robertson, J.. “25 Years alter the Miners’
Strike,” Internacional Socialism. Issue 126. http://www.isj.org.uk/?id=640
3. Robertson, J., Ibíd.
4. Callinicos, A., y Simons, M., 1985. The Great Strike. The Miner’s Strike
of 1984-5 and Its Lessons. London: Bookmarks. Capítulo 2
5. “The Miners’ Strike Could Have Been Won”,
Socialist Worker, http://www.socialistworker.co.uk/art.php?id=17308
6. Callinicos, A., y Simons, M., Ibíd.
Capítulo 1.
7. Robertson, J.,
Ibíd.
8. Callinicos, A., y
Simons, M., Ibíd. Capítulo 4.
9. Hunt, T., ‘The charge of the heavy
brigade’, The Guardian, 4 de septiembre de 2006,http://www.guardian.co.uk/theguardian/2006/sep/04/features5
10. Socialist Worker, Ibíd.
11. Callinicos, A., y
Simons, M., Ibíd. Capítulo 4.
12. Los topes
existían porque era necesario cierta cantidad de carbón para evitar el colapso
de los altos hornos en la siderurgia.
13. Callinicos, A., y
Simons, M., Ibíd, ps. 121-122.
14. Ibíd. p123-124
15. Robertson, J.,
Ibíd.
16. Callinicos, A., y
Simons, M., Ibíd. Capítulo 4.
17. Ibíd. p. 142.
18. Ibíd. Capítulo 6.
19. Callinicos, A., y
Simons, M., Ibíd, p. 183.
20. 75 millones de
euros según la tasa de cambio actual.
21. Ibíd, p. 205
22. Ibíd, p.213
23. Ibíd, p. 205
24. Socialist Worker,
Ibíd.
25. Callinicos y
Simons, Ibíd, p. 210.
26. Ibíd, p. 219.
27. Ibíd, p. 28.
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