Sobre la libertad
Si definimos la libertad como la capacidad del individuo de
autodeterminarse, de realizarse, de reflexionar y actuar en un estado de no
sujeción o no dominio, o al menos con el menor grado posible de sujeción,
debemos ser capaces de analizar hasta qué punto estamos lejos o cerca de tal
ideal -como todo ideal, inalcanzable en su pleno sentido-, qué cosmovisión y
estructura política, económica y moral permitiría acercarse a la libertad y,
por supuesto, si la idea actual de libertad nos acerca o aleja de un sistema
que tuviera como base una real libertad.
En primer lugar, en nuestra opinión, y esto nos parece un
olvido de casi todas las corrientes de pensamiento, la libertad esencial a
conquistar es la libertad de conciencia. Ésta suele vincularse en exclusiva a
la libertad de culto, religiosa, siendo las diferentes confesiones
especialistas en defender este concepto de libertad, aunque algunas de ellas lo
violan en la práctica, siendo su ideal en la práctica una sociedad fiel a sus
creencias.
Es radicalmente contrario a una idea seria de libertad de
conciencia, por ejemplo, el bautizar a un recién nacido, o el catequizar a
niños cuando éstos aún no tienen capacidad de abrazar reflexivamente unas
ideas, lo que no significa que apoyemos la libertad de expresión y
manifestación pública de las diversas religiones.
Pero es evidente que debemos ser capaces de desarrollar una
idea de libertad de conciencia arreligiosa. Y si consideramos la libertad como
la capacidad del individuo, y, por qué no, de la sociedad, de autogobernarse,
es lógico que una comunidad que apoye tal concepto debe luchar para evitar que
los niños sean adoctrinados por cualquier institución. Lo que no implica que
deban conocer los diferentes sistemas de pensamiento que han desarrollado los
hombres a lo largo de la historia para que en una época de madurez puedan optar
por la idea que consideren más cercana a la verdad, a su temperamento y sus
ideas.
Si se ama a los niños, hay que amar el que éstos puedan ser
adultos autónomos, no miembros de un rebaño.
Pero la libertad de conciencia va más allá de la infancia y
las instituciones estatales y religiosas. Debe incluir el rechazo a la
manipulación publicitaria, al bombardeo continuo de imágenes y mensajes desde
los medios de información. Toda la publicidad va encaminada a que las gentes
adopten unos valores, una mentalidad, una forma de vida que se adecue a lo que
el poder pretende. En nuestro caso al hedonismo, el consumismo, la pasividad,
el derroche, la infantilización… lo que no quita que, en un futuro, por
circunstancias, como una crisis económica grave, puedan pretender imponer otros
valores y adoptar una publicidad volcada en cosas diferentes.
Por tanto, para acercarnos a la libertad de conciencia,
necesitamos quebrar el poder de la publicidad, y de los medios que lo hacen
posible. Esto requiere que los medios de comunicación sean eso, medios de
comunicación no dependientes de ningún grupo empresarial o político, o mejor
dicho político-empresarial, siempre basados en la manipulación y el
ocultamiento de la realidad.
Para lograr la libertad de conciencia, no deben existir
grupos empresariales con poder para moldear las mentes humanas en coalición con
los dirigentes del Estado. Debemos luchar, por tanto, para mantener la
pluralidad y diversidad de medios, sin estamentos privilegiados.
Junto a la libertad de conciencia, viene la libertad
política. Frente a la idea dominante de libertad política como representación,
tenemos que impulsar la libertad política como deliberación y participación.
Sabemos que esto también requiere de mucho tiempo, pero la
mera representación implica desentenderse de la vida colectiva y dejar que una
minoría pueda hacer y deshacer a su antojo, normalmente con el argumento del
conocimiento. Pero tal argumento no es más que una ficción, pues si bien no
negamos la necesidad de especialistas cuando sean necesarios, la capacidad de
tomar decisiones requiere sentido común ante todo.
Pero antes de la participación, tiene que venir la
deliberación, pues la mera participación, sin unos individuos educados en la
capacidad de pensar y de llegar a acuerdos con los demás, no sería más que un
sistema político manejado por populistas de distinto colorido, que harían pasar
una política opresiva y dirigista, por una política democrática.
Vinculado por tanto a la libertad de conciencia y la
libertad política se requiere de un sistema de educación autogestionada que una
conocimiento a capacidad reflexiva, para lograr mentes lo más libres y
cooperativas posibles, pues sin ellas no habría real libertad. Y no sólo en la
infancia, sino durante toda la vida humana.
Volviendo a la libertad política, la representación debe ser
secundaria y vinculada al mandato imperativo. Pues nunca será libre un
individuo incapaz de autogobernarse, de fomentar su autoridad interior, de
necesitar siempre autoridades externas y jerárquicas.
Puesto que no somos santos ni ángeles, y quién pretenda
lograr eso se hundirá en un nuevo totalitarismo, toda colectividad debe dotarse
de algunas leyes, pero éstas deben ser las mínimas posibles, frente al mundo de
hoy, donde ante los múltiples problemas todos son leyes y reglamentos, pues
hemos perdido casi toda capacidad de autogestión, de desarrollar nuestra
conciencia interior hacia el bien y de convivencia fraternal con el prójimo.
Frente al concepto de libertad liberal, o negativa, donde
sólo interesa la protección de la libertad y que no se inmiscuyan demasiado en
nuestras vidas creando lo contrario, un sistema donde todo son interferencias a
todos los niveles, la idea de libertad que defendemos es la libertad como no
dominación.
No dominar ni ser dominado, he aquí la clave de la libertad
y también de la solidaridad. No hay real libertad si no me dominan pero yo
domino a otros y sólo en tal estado de cosas puede expandirse la solidaridad
entre las personas.
La libertad como no dominación, la democracia, requiere
también de la eliminación de todo ejército permanente, que siempre es una
amenaza, y sus sustitución por milicias de ciudadanos, milicias sometidas a
control de la ciudadanía y cuyos miembros estén durante un tiempo limitado,
evitando el peligro de convertirse en una fuerza armada al servicio de un poder
vertical o bien convirtiéndose ella en una nueva fuerza opresiva. Puesto que
todo grupo armado es un peligro para una sociedad libre, aun con las mejores
intenciones, la milicia sólo debe ser operativa en caso de agresión a la
comunidad libre.
Las funciones policiales en una democracia, también deben
ser no profesionalizadas y de la misma manera rotativas entre los adultos de la
población.
En cuanto a la libertad económica, frente a los que la
identifican con el liberalismo o el capitalismo, nosotros sostenemos que el
sistema de propiedad capitalista y trabajo asalariado, es una forma de
esclavitud. Pues lo esencial de la esclavitud no es, como se piensa, personas
encadenadas y sometidas a palizas, sino todo aquel sistema basado en la
compraventa de seres humanos.
Y compraventa de seres humanos es el trabajo asalariado.
Sólo reconociéndonos esclavos modernos, tecnologizados y por tanto sometidos a
la doble esclavitud de otros seres y de parte de la tecnología actual, podemos
dar pasos hacia la libertad.
Puesto que aquí estamos defendiendo la libertad como un
estado de no sujeción del individuo por otro u otros, tenemos que ver que la
propiedad capitalista -donde unos dominan a otros en el mundo económico en su
amplio sentido, contribuyendo a la degradación de la sociedad-, como una forma
de liberticidio. Pero también por supuesto la forma de propiedad estatal u otras
mixtas, defendidas por izquierdistas de toda clase.
Las formas de propiedad que apoyan el florecimiento de una
sociedad de gentes libres es la individual o familiar sin asalariados, la
cooperativa y la comunal o colectiva en su auténtico sentido, es decir el
autogestionario. Que son aquellas que combinan libertad e igualdad,
responsabilidad, esfuerzo y participación.
Pero más allá de todo esto, la libertad radical sólo puede
sostenerse a la larga, en colectividades cuyos individuos estén dotados de una
conciencia moral fuertemente desarrollada, que amen el bien común, que piensen
más en deberes que en derechos, hombres y mujeres austeros en su sentido
positivo, el de las filosofías clásicas como el cinismo y el estoicismo,
aquéllas que sostenían que el hombre no debía esclavizarse a cosas, que la
riqueza material no debía ser el objetivo de la buena vida.
Que es la riqueza espiritual, la del mundo interior, la
fundamental para lograr sujetos más libres. Que hay que unir virtud y libertad.
Que incluso cierta prosperidad material puede venir cuando se pone la vida
virtuosa en el centro, frente a los grandes sistemas teóricos con pies de barro
de otras épocas y la nuestra, que centrados en el progreso entendido como
abundancia y bienestar material, no tardan en hundirse, sin conseguir ni lo uno
ni lo otro.
La libertad real requiere de un esfuerzo continuo, de
personas que vivan en lucha y tensión interior continua, para ser dignos de una
vida lo menos encadenada posible, siempre al borde del abismo.
Quienes crean que la libertad es el capricho, la fácil, lo
banal, se equivocan, pues lo que están defendiendo es la servidumbre moderna,
la del esperar a recibir, la de los derechos sin deberes, la del dejarse
dominar siempre que no se metan excesivamente en sus vidas.
El camino a la libertad es el contrario, es el esfuerzo, la
incertidumbre, el sacrificio, la autocontención, la del que sabe que se
disolverá en la nada sin vislumbrar en el horizonte una sociedad libre. Pero,
sin ser su objetivo la felicidad -ideal de todo sistema de vida esclavista-,
consigue serlo relativamente, pues su ilusión y su esfuerzo interior por
perfeccionarse y convertirse en un ser lo más libre posible le bastan para
sentirse lleno en su camino por el mundo.
Alfredo Carreras
Tierra y Libertad
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