Más de ocho mil ejecutados en la Sevilla de Queipo de Llano
Más de ocho mil españoles leales a la Segunda República
fueron ejecutados en la provincia de Sevilla por orden del general Gonzalo
Queipo de Llano, a quien se le otorgó un marquesado que ahora acaba de renovar
Alberto Ruiz Gallardón, como ministro de Justicia, y Juan Carlos I como Rey de
España. Otra paradoja de su posteridad: sus restos mortales siguen enterrados
en la capital hispalense, en la capilla de La Macarena, el barrio que él
contribuyó a reprimir a sangre y fuego junto con el de Triana o San Julián. Y
el Ayuntamiento de Sevilla, a partir de la victoria del PP en mayo de 2011,
sustituyó el nombre de Pilar Bardem sobre una céntrica avenida de la ciudad por
el de Nuestra Señora de las Mercedes, una advocación que guarda relación
directa con Genoveva, la esposa del general que no sólo inundaba las calles de
muertos sino de soflamas radiofónicas.
La lista de bajas que Público da a conocer ahora viene a
confirmar los datos espeluznantes de la sublevación fascista en Sevilla,
sobrevenida en las primeras horas del Alzamiento a partir de un golpe de efecto
del propio Queipo, que según celebran sus hagiografos redujo por sí mismo y sin
disparar un solo tiro a los oficiales que estaban presentes en la Comandancia
General. Luego, los dispararía todos. O los mandaría disparar, mientras se oía
su voz tenebrosa por los micrófonos de Unión Radio Sevilla EAJ-5, amenazando a
todos los alrededores: "Y ahora tomaremos Utrera, así que vayan sacando
las mujeres sus mantones de luto".
Las mujeres tendrían que sacar mucho más, como las 17 rosas
de Guillena, vejadas antes de ser asesinadas y enterradas en una fosa similar a
otras 130 que se reparten por la provincia sevillana, a la cabeza del ránking
andaluz en el número de necrópolis republicanas. Para consolidar su supremacía
en Sevilla, Queipo contó con la Legión, al mando de Antonio Castejón Espinosa,
y con los Regulares de Marruecos llegados desde Cádiz, utilizando la artillería
contra los barrios que le presentaron resistencia: ya no más habría de
escucharse la vieja copla de "qué bonita está Triana, cuando cuelgan en el
puente las banderitas gitanas". Al día siguiente de la toma del Altozano,
sobre los balcones colgaban sabanas blancas en señal de rendición.
Las crónicas de Arturo Barea, las aproximaciones más o menos
narrativas de Manuel Barrios -"El último virrey" y de Antonio Burgos
-"Las cabañuelas de agosto" y "Las lágrimas de San Pedro"--
, la pulcra investigación histórica de Francisco Espinosa Maestre, José María
García Márquez o Juan OrtízVillalba, entre otros muchos, así como el trabajo de
las asociaciones memorialistas ha ido reconstruyendo el retrato robot de aquel
militar africanista que no reparó en medios para someter a la República que
juró defender a una dictadura tan sangrienta como anacrónica: Jorge
Fernández-Coppel, en su libro "Queipo de Llano, memorias de la guerra
civil", prefiere quedarse con la imagen de Queipo enfrentándose a Franco.
Quizá lo hiciera, pero antes se enfrentó a su pueblo, masacrándolo o
esclavizándolo en los batallones de forzados que hicieron posible la
construcción del canal que rodea la ciudad.
Entre sus víctimas, figuran nombres ilustres como los de
Blas Infante, el notario de Coria que había abanderado el proyecto andalucista,
el diputado José González y Fernández de la Bandera o el alcalde sevillano
Horacio Hermoso. Claro que también exportó la muerte a otras provincias, como
detalla Francisco espinosa en su libro "1936-1945, la justicia de
Queipo", en una espiral represiva que se extendió a todoa la II División,
que englobaba a las provincias de Sevilla, Huelva, Cádiz, Córdoba, Málaga y
Badajoz, con cómplices tan renombrados como el general Erquicia en Extremadura
o Carlos Arias Navarro, que fuera efímero presidente del Gobierno tras la
muerte de Francisco Franco pero a quien se conoció popularmente como
"carnicerito de Málaga".
Sin embargo, en aquella Sevilla sin apenas guerra civil, se
cuentan hasta 3028 muertes sumarísimas desde mediados de julio de 1936 hasta
enero de 1937. Ejecuciones sin juicio previo, como la del profesor Joaquín
León, abuelo de los actores Paco y María León. En aquel entonces, como reseña
el fiscal jurídico militar Felipe Acedo Colunga, que consideraba a Queipo
como" la única autoridad legítima ante la tradición de la Patria y su
historia futura", la pena capital no era una excepción sino "un
preventivo general" y la represión estaba "dotada de cifras con gran
riqueza numérica".
Entre sus cómplices, figuran el comandante José Cuesta
Monereo, el capitán de la Legión Manuel Díaz Criado, responsable de Orden
Público, el auditor Francisco Bohórquez Vecina quien con Acedo Colunga
planificó la represión al pairo de la ley marcial dictada por el Bando de
Guerra y firmada por Queipo quien nombró inmediatamente como gobernador civil a
su amigo Pedro Parias, "algo cacique", en palabras del propio general
golpista. La derecha local era dirigida por Manuel Giménez al frente de la
CEDA. Queipo daría pronto responsabilidades a personajes como Gregorio Haro
Lumbreras, también conocido como el héroe de La Pañoleta, un comandante de la
Guardia Civil que llegó a gobernador de Huelva, pero al que los historiadores
han demostrado una formidable afición a las alhajas que las señoras de orden
regalaron para el sostén de la causa nacional y que se quedaron en sus
bolsillos.
A Queipo, en realidad, como él mismo dijo, le habían
"largado el mochuelo" de Sevilla, porque sus compañeros de
conspiración desconfiaban en el fondo de sus simpatías tricolores, que le llevó
a firmar el parte de guerra con un pintoresco "viva la República". A
él le hubiera gustado sublevarse en casa, en Valladolid, pero levantó una casa
nueva sobre cimientos rojos. Por la sangre y por la ideología de sus víctimas
en una operación de riguroso exterminio.
En la capital andaluza contaba, en principio, con el
respaldo de un célebre torero llamado José García Carranza El Algabeño,
agregado a su cuartel general, que en principio le había ofrecido mil quinientos
falangistas que se vieron, sin embargo, reducidos a quince a los que se sumaron
otros setenta, tras ser liberados de la cárcel. Ese fue el núcleo de un grupo
de pistoleros que aterrorizó inicialmente a la ciudad y que luego sembró el
miedo en los campos, una "policía montada", que llegó a utilizar
garrochas para reducir a los campesinos fugitivos, en una sórdida atmósfera
donde abundaban piquetes falangistas o requetés, sin descuidar a los
paramilitares.Emulando sus tardes de gloria taurina, hay algún testimonio que
asegura que El Algabeñollegó a torear a algunos presos utilizando su fusil como
muleta. Autor de numerosos crímenes de guerra, el diestro de La Algaba murió
como consecuencia de las heridas sufridas en la batalla de Lopera contra las Brigadas
Internacionales. Eso sí, en virtud de sus méritos, Franco le nombró a título
póstumo teniente honorario de Caballería.
La represión de Queipo no acabó en los paredones y en las
cárceles que muy pronto se multiplicaron. También en las prohibiciones. Prohibido
el luto. Prohibido inscribir a los muertos. Prohibido hacer fotografías en todo
el territorio sublevado.
Utilizó los medios de comunicación de su época -el
micrófono, el teléfono o el telégrafo-para imponer su ley al grito de
"dadles café", el acrónimo de camaradas arriba Falange Española. La
represión sumarísima de los primeros meses de su virreinato acabó
sorpresivamente un 28 de febrero de 1937 cuando telegrafió a los gobernadores
militares de las provincias de su demarcación, las siguientes palabras:
"Ordene a todas las autoridades dependientes de su jurisdicción se
abstengan de ordenar aplicación mis bandos en que se imponga última pena,
debiendo seguirse procedimiento judicial que indique el auditor ". Las
ejecuciones siguieron pero ya no fueron clandestinas.
Entre sus cómplices, figuran el comandante José Cuesta
Monereo, el capitán de la Legión Manuel Díaz Criado, responsable de Orden
Público, el auditor Francisco Bohórquez Vecina quien con Acedo Colunga
planificó la represión al pairo de la ley marcial dictada por el Bando de
Guerra y firmada por Queipo quien nombró inmediatamente como gobernador civil a
su amigo Pedro Parias, "algo cacique", en palabras del propio general
golpista. «¡Canalla marxista! Canalla marxista, repito, cuando os cojamos
sabremos cómo trataros», seguía retumbando su voz sobre las ondas hertzianas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario