Más sobre Bergoglio y la dictadura militar argentina
“La patota salió del Colegio Máximo”
Un laico católico y un ex jesuita revelan las relaciones de
Bergoglio con Massera y la represión. Una patota operativa golpeó a la novia
del primero dentro del Colegio Máximo para que revelara dónde encontrarlo. El
sacerdote manejaba el auto de Bergoglio, quien le contó sus encuentros con
Massera y le habló del plan político del ex dictador. Una monja y una ex
religiosa hablan del rol de Bergoglio en el secuestro de Yorio y Jalics.
La plana mayor jesuita en 1976. De izquierda a derecha,
Víctor Zorzín, Rector del Colegio Máximo; Andrés Swinnen, Maestro de Novicios;
Jorge Bergoglio, Prepósito Provincial; Carlos Cravena, Ministro del Colegio
Máximo o vice superior, e Hipólito Salvo, ex Provincial en la Argentina.
El médico Lorenzo Riquelme, hoy de 58 años y residente en
Francia, dice que la patota que lo secuestró y lo torturó en 1976 salió de la
sede principal de la Compañía de Jesús, donde vivía y era principal responsable
el superior provincial Jorge Mario Bergoglio. Riquelme tenía militancia en la
Juventud Peronista y en el movimiento cristiano vinculado con los curas del
tercer mundo. Para averiguar dónde encontrarlo golpearon a su novia, que
trabajaba en el Observatorio de Física Cósmica de San Miguel, dentro del predio
del Colegio Máximo. Riquelme cree que se trató de un grupo operativo de la
Armada que tomó posiciones allí después del golpe. En esos apremios participó
un sacerdote que con autorización de Bergoglio era capellán militar de la
Escuela de Suboficiales General Lemos, en la vecina guarnición de Campo de
Mayo. El ex jesuita Miguel Ignacio Mom Debussy, hoy de 63 años, hizo los votos
el 13 de marzo de 1976 y Bergoglio fue su padrino de ordenación el 3 de
diciembre de 1984. En los viajes entre San Miguel y la Ciudad de Buenos Aires
en los que le hacía de chofer, Bergoglio le habló del proyecto político del
jefe de la Armada, Emilio Massera, y le comentó que se había reunido con él
varias veces.
El mago González
El Observatorio fue un lugar de encuentro de la militancia
en los últimos años de la década del 60 y los primeros de la siguiente. Mucha
gente de la zona almorzaba en su comedor, que era muy barato, y pasó a ser
punto de reunión y de discusiones políticas. Entre quienes pasaron por allí
estuvo Marcelo Kurlat, El Monra, uno de los dirigentes de las FAR, que luego
del golpe murió al resistirse al secuestro por el grupo de tareas de la ESMA.
El periodista Horacio Ríos trabajaba en la Municipalidad de San Miguel (hoy
General Sarmiento), militaba en la JTP e integraba la comisión directiva del
sindicato municipal. Su madre y su hermano trabajaban en el Observatorio. Ríos
ayudó a crear una comisión interna muy combativa, que entre 1973 y 1975 logró
importantes reivindicaciones. Los jesuitas no estaban muy conformes con que la
efervescencia política de la que habían participado afectara sus propias
instituciones. La esposa de Ríos era Graciela Podestá, quien entre 1999 y 2003
fue diputada bonaerense por el Frepaso. El ex jesuita Alberto Sily narra que
poco antes del golpe muchos científicos y técnicos del Observatorio recibieron
cartas con amenazas de la Triple A y cinco de los principales se exiliaron, en
Uruguay y en México. Podestá y Ríos recuerdan a un jesuita de apellido español,
que no trabajaba en el Observatorio pero vivía en el Colegio Máximo, que
siempre “llegaba con dos tipos armados con FAL”.
Ese fue el sacerdote que participó en los apremios a la
novia de Riquelme. Su nombre era Martín González. Mientras la golpeaban,
González le sugería que colaborara. “El torturador malo y el torturador bueno”,
dice Riquelme. Antes que comenzara a operar la Triple A ese sacerdote se comportaba
“como una ovejita” pero luego del golpe “pasó a ser un lobo”, dice Graciela
Podestá. Mom Debussy se sorprendió al conocer ese rol. “Lo considerábamos muy
bueno. Nos divertía con sus actos de prestidigitación. Cuando murió lo afeité y
lo coloqué en el cajón”. Para Riquelme fue más que una sorpresa: “Era como si
mi padre me hubiera traicionado, como una violación. Nosotros teníamos una
agrupación de scouts, de la que González era capellán. Hacía magia, nos sacaba
pañuelos de la oreja, nos enseñaba los trucos”. Ambos consideran imposible que
estos hechos pudieran ocurrir sin aprobación de Bergoglio, quien ejercía un
control absoluto sobre todo lo que ocurría en su sede. “Cuando asumió como
provincial, en julio de 1973, mudó la curia provincial, que estaba en la calle
Bogotá, de Caballito, al Colegio Máximo, para controlar mejor a los novicios y
a los profesores. Allí se apropió del departamento del rector, y lo redecoró.
Constaba de despacho, dormitorio y baño. Decía que cada uno es libre de hacer de
su culo un florero, pero controlaba todo, desde la mentalidad a lo que hacías,
se metía en las habitaciones individuales, revisaba cada cosa”, relata Mom
Debussy.
Lorenzo Riquelme entonces. El estudiante de medicina
secuestrado por la patota que salió del Colegio Máximo.
Mom Debussy se define como “la oveja negra de una familia de
la oligarquía”. Por vía paterna desciende de Juan Martín de Pueyrredón y su
abuelo materno era hermano del músico francés Claude Debussy. Su madre fue
fundadora de la Democracia Cristiana, “de la línea garca de Manuel Ordóñez”.
Eligió ser jesuita porque se llamaba Ignacio y era “la orden más aristocrática
y combativa”. Riquelme, en cambio, proviene de una familia humilde y creció en
el Barrio La Manuelita, a pocas cuadras del Máximo. “Pasaba el día con los
jesuitas”, evoca. Cuenta que en “el pequeño Vaticano” que era San Miguel “todos
se conocían. También los milicos vivían allí. Iban a misa en el Colegio Máximo
y sus hijos estudiaban en los colegios católicos. Muchos militantes del
Peronismo de Base vivían en el Barrio Villa Mitre y trabajaban en el Colegio
Máximo, durante los años culminantes del progresismo católico, en 1972 y 1973.
Había también ex seminaristas. Estaban en comunidades orientadas por el
sacerdote italiano Arturo Paoli”. Bergoglio se encargó de suprimir ese
fenómeno. En la primera congregación provincial que presidió, en abril de 1974,
dijo que los jesuitas debían evitar lo que llamó las “ideologías abstractas no
coincidentes con la realidad” y reaccionar con “sana alergia cada vez que se
pretende reconocer a la Argentina a través de teorías que no han surgido de
nuestra realidad nacional”. Mom Debussy recuerda que hacia fines de 1974,
“Bergoglio nos mandó a una manifestación de Isabelita en la Plaza de Mayo”. María
Estela Martínez de Perón salió al balcón “vestida de rosa y habló de anular
contratos con la Siemens. Al frente de nuestro grupo puso al maestro de
novicios Andrés Swinnen. Tuvimos que ir todos con una bandera argentina”.
Bergoglio era amigo personal del coronel Vicente Damasco, a quien visitaba en
su casa de la calle Asunción, en Villa Devoto. Damasco fue encargado de la
custodia de Juan D. Perón y profesor de Planeamiento y Organización en la sede
San Miguel de la Universidad jesuita del Salvador. Con el asesoramiento de
Bergoglio elaboró un proyecto de reforma constitucional. El primero de sus ocho
principios orientadores decía que “la Divinidad es la medida de todas las
cosas”.
El proyecto de Massera
“Ahora dice que viaja en subte y colectivo. En la larga
década en que yo lo serví no iba a ningún lado sin el auto, ni siquiera a los
barrios que estaban a pocas cuadras, como La Manuelita”, refuta Mom Debussy,
quien subrayó y anotó su ejemplar de El jesuita, la autobiografía que Bergoglio
acaba de publicar en su descargo. Los viajes más largos eran entre San Miguel y
la Ciudad de Buenos Aires. Varias veces le comentó encuentros con el miembro de
la Junta Militar Emilio Massera. “Me dijo que quería proteger a los novicios y
estudiantes (dos veces aparecieron milicos cuando yo estaba en el noviciado,
nos hicieron salir, nos apuntaron. Después no nos acosaron más). Estaba en
negociaciones con él porque quería que la Marina comprara el Observatorio de
Física Cósmica, lindero al Colegio Máximo”. No se llegó a un acuerdo y en
diciembre de 1977 lo compró la Fuerza Aérea. Varias personas que trabajaban
allí “fueron secuestradas y cuando recuperaron su libertad, fueron despedidas
por Bergoglio”, dice Riquelme. “Hay quienes dicen que los protegía, porque les
pagó el último sueldo”.
A Mom Debussy, Bergoglio también le habló en los viajes del
proyecto político de Massera.
–¿Con simpatía?
–Seguro que con disgusto no. Le parecía bien que fuera
contra Videla.
Yoga y oración
En La Manuelita estaba la parroquia Jesús Obrero. Allí se
instaló el sacerdote Jorge Adur, quien era integrante de Montoneros, con tres
seminaristas de la orden asuncionista que estudiaban teología en la Facultad
que funcionaba en el Máximo. Con Adur tenían un vínculo afectivo pero no
político, porque “para ellos toda la política era el diablo. Nos lo habían
dicho a los pibes del barrio para desaconsejarnos la militancia. Meditaban diez
horas por día, hacían yoga y oración. Pensaban irse a la Patagonia por un año a
meditar. Eran contemplativos, como Jalics”, dice Riquelme. Dos de esos
seminaristas, Carlos Antonio Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez, fueron
capturados el 4 de junio de 1976, en un operativo del Ejército y la policía con
armas y uniformes a la vista. Adur no había ido a dormir esa noche al barrio.
“Por la mañana los vecinos se turnaron para esperarlo en la parada de colectivo
y avisarle para que se fuera.” Diez días después, “un grupo del Ejército me
levantó a mi y a Haydé Balmaceda, de la Unidad Básica de La Manuelita, que era
ayudante de una clínica. Creo que el lugar al que nos llevaron era una
comisaría, a veinte minutos del Camino Negro, donde nos tuvieron encapuchados.
Tenía celdas, baño y sala de torturas, con electricidad. Nos torturaron y nos
preguntaron por esos curas y por la posta sanitaria de Montoneros”. Dos días
después los sacaron en un camión, a las 4 de la mañana. Riquelme se cayó sobre
una persona, que le preguntó:
–¿Quien sos?
–Lorenzo.
–¡Que suerte, no quería morir sola! –le respondió Balmaceda.
Los llevaron a un descampado y los hicieron arrodillar. “Yo
quería morir de pie y gritando alguna consigna heroica como en las películas.
Pero tenía la garganta cerrada. Me pegaron un empujón y se fueron. Pensé que
estaba muerto. Haydé me decía que nacimos de nuevo el mismo día y que la
gordura la salvó de que la violaran.”
Guardias con FAL
Durante los días de ausencia de Riquelme, el capellán Martín
González le dijo a su novia: “Este se fue a curar guerrilleros”. La detuvo en
el Colegio el grupo de marinos que se habían instalado en el Observatorio.
Mientras le pegaban, González participaba. “Decí dónde está, mejor que hables
porque si no no puedo hacer nada por vos”. Riquelme se había refugiado en la
casa de una compañera de facultad, hija de un militar. A las nueve de la noche
la novia no pudo resistir más. Lo llamó por teléfono al número que él le había
dado, le preguntó dónde estaba y le pidió que la esperara allí. “Veinte minutos
después caen y me levantan. Encapuchado, me llevan hasta una casa operativa,
creo que en Bella Vista. No me creían que ya había estado secuestrado, me
torturaban y me decían que había estado curando gente.” A la madrugada lo
sacaron de allí. Uno lo asía del brazo.
–¿Qué va a pasar? –preguntó Riquelme
–No sé, están decidiendo –le respondió.
Lo llevaron hasta una ruta y lo tiraron en una zanja.
“Cuando se van me levanto, camino y reconozco que estoy a 200 metros del
Colegio Máximo, en el barrio que está enfrente.” Recién días después, Riquelme
pudo hablar con su novia. “Me cuenta que me entregó porque González le dijo que
colaborara. Yo lo conocía desde que fui boy scout. Siempre venía de la Escuela
Lemos con chofer en una F100 del Ejército, acompañado por dos guardias con FAL.
Nunca pude acercarme para hablar con él.” Graciela Podestá recuerda que el
sacerdote de apellido español comentó: “Espero que esto sirva de lección”.
El uso de armas era habitual en el predio jesuita.
“Bergoglio nos mandaba a hacer guardia nocturna con carabinas .22 y balas de
plomo, cuando se recuperó la pileta de natación de los fondos del Máximo y hubo
algún intento por bañarse de la gente del barrio aledaño, donde hacíamos
catequesis y visitábamos las casas”, recuerda Mom Debussy. Riquelme fue uno de
los jóvenes que lo intentaron. “El hermano Rivisic me tiró con la 22, porque me
metía en la piscina. Me pasó cerca de la pierna y me dijo que la próxima vez me
tiraba a pegar”, recuerda.
Almuerzo con granadas
En el Observatorio “había gente izquierdosa. Mariano Castex
llevó ahí a muchos profesores de Exactas reprimidos en la noche de los bastones
largos, curas progres, ex seminaristas. La Marina lo limpió. En 1975 hubo un
Congreso controlado por el SIDE y la Marina”, dice Riquelme. Sus recuerdos
coinciden con los de Mom Debussy. Ellos no se conocen y las entrevistas se
realizaron por separado. “Bergoglio invitaba al Colegio Máximo a oficiales de
Campo de Mayo, que venían de uniforme. Una vez llegaron varios con ropa de
combate y unas granadas redondas colgando. Los recibió en el comedor viejo del
tercer piso, que después el mismo Bergoglio clausuró. Estábamos cenando y
llegaron con un capellán”, recuerda Mom Debussy. Podestá y Ríos cuentan que en
el barrio corren historias sobre cuerpos enterrados en las adyacencias del Colegio
Máximo y su viejo cementerio. Según esa leyenda un cuidador del Colegio y
varios vecinos vieron fantasmas de gente sangrante.
Después del segundo secuestro, Riquelme se fue a vivir en
una casa de la calle Malabia al 1400, en la Ciudad de Buenos Aires, que
pertenecía a la Faternidad de Hermanitos del Evangelio Charles Foucauld. Allí
vivían los curas Jesús y Mauricio Silva Iribarnegaray. Mauricio trabajaba como
barrendero municipal. El 22 de mayo de 1977, Riquelme se fue de la Argentina
hacia Francia, donde aún vive. Su hija, nacida en París, se apasiona por
entender aquella época. Desde hace dos años estudia Ciencias Políticas en la
Argentina. “Mauricio me acompañó al aeropuerto. A él lo secuestraron quince
días después”, y sigue desaparecido. En París, participó en la denuncia de las
atrocidades de la dictadura. “Adur estaba deprimido. Algunos padres le
escribieron que era un sinvergüenza que vive en el dorado exilio y a mi hijo lo
mataron. Por eso aceptó ese rol ridículo de capellán del llamado Ejército
montonero. Lo secuestraron en 1980 cuando llegó con documentos falsos e intentó
ir a Brasil para acercar a las Madres de Plaza de Mayo al papa”. Desde París,
Riquelme le hacía el control telefónico. Cuando Adur dejó de llamar, Riquelme
avisó a los asuncionistas, que son dueños del diario La Croix, pero recién al
cabo de una semana aceptaron publicar una nota en condicional. “Me decían que
Adur sabía lo que le podía pasar. Jesús también sabía, les contesté”.
Fama, dinero y poder
La administración de Bergoglio dejó un faltante de unos seis
millones de dólares en la contabilidad de la Compañía de Jesús, provenientes de
aportes y donaciones que no se registraron en los libros. Un testimonio de
primera mano. El acto político para el Bicentenario.
Por Horacio Verbitsky
Miguel Ignacio Mom Debussy ingresó al noviciado jesuita en
1973 y Bergoglio lo ordenó sacerdote en 1984. Dos años después se alejó de la
Compañía de Jesús y recién en 1990 el provincial Víctor Zorzín firmó el decreto
de dimisión como jesuita. En ese momento quedaron en evidencia los manejos
económicos de Bergoglio en la administración de la Compañía de Jesús, donde se
detectó un faltante equivalente a seis millones de dólares. Así lo relata el ex
sacerdote:
“Cuando murió mi abuelo, la herencia se repartió entre mis
dos hermanas y yo. Le entregué mi parte a Bergoglio, en su despacho del Colegio
Máximo, en billetes, y ni siquiera me dio un recibo”, dice. Cuando se retiró de
la Compañía supo por el provincial Zorzín que tampoco lo registró en los libros
contables de la Curia Provincial. Entre 1988 y 1989, Zorzín le devolvió 7300
dólares, en tres entregas. Ese monto correspondía a la actualización calculada
por el sacerdote Vicente Pellegrini, Ecónomo de la Provincia en esos años. Mom
Debussy entiende que esa fue una estimación muy conservadora, ya que lo que él
le había entregado a Bergoglio equivalía al valor de un departamento de tres
ambientes en Recoleta. Además de devolverle el dinero, Zorzín y el ex
provincial Hipólito Salvo, quien era doctor en Derecho Canónico, le explicaron
que Bergoglio debería haber depositado ese dinero en una cuenta bancaria a
nombre del novicio, hasta que terminara su formación y pronunciara los votos
solemnes o se le negaran. “En cualquiera de los dos casos, al llegar a esta
instancia está prescripta la redacción de un testamento y la libre disposición
de los fondos (siempre desprendiéndome de ellos, en virtud del solemne voto de
pobreza) a favor de la Compañía, o de mis familiares, o de los Bomberos
voluntarios de la Boca, pero siempre según la exclusiva voluntad del testador”.
En el momento de la dimisión debería haberle restituido íntegro ese y cualquier
otro dinero que hubiese sido depositado en la cuenta. “De haberlo sabido y
existido la cuenta y los fondos, no hubiera esperado casi cuatro años para
dimitir”, dice Mom Debussy, quien vivió con mucha angustia su regreso al mundo.
Cuando dejó la Compañía fue pintor de brocha gorda, empleado en la Caja de
Previsión para abogados de la Provincia de Buenos Aires, profesor de filosofía
en los Colegios Andersen y Lincoln de Belgrano y director de estudios de un
colegio en Patricios. También se casó y ahora trabaja como acompañante terapéutico.
Mientras estaba en el Noviciado también vendió un
departamento de un ambiente y medio, grande, con baño y cocina completos,
alfombrado y con aire acondicionado, en Juncal entre Uriburu y Azcuénaga, para
pagar los gastos médicos y de alimentación de su madre, hasta que murió en
noviembre de 1975. Zorzín y Salvo le dijeron que la Provincia jesuita debería
haberse hecho cargo de esos gastos y que también el dinero de ese departamento
debería haberse depositado en la cuenta bancaria que nunca existió. “Bergoglio,
como jesuita profeso y, más aún, como Provincial, no podía ignorar el normado y
correcto modo de proceder (que yo no tenía por qué conocer, como jesuita novel
que era)”. También le comentaron que la administración de Bergoglio dejó una contabilidad
“plagada de omisiones y ocultamientos de ingresos (donaciones de particulares y
aportes de la Curia General de la Compañía, de la Iglesia alemana y del Estado
Nacional destinados al sostenimiento de los novicios y estudiantes jesuitas).
Por auditorías internas y recolección de datos entre donantes y aportantes,
calculaban un faltante de casi seis millones de dólares”.
La carta manuscrita en la que Mom Debussy pidió al papa que
lo dispensara del celibato sacerdotal y a la Compañía de Jesús de sus votos de
pobreza, castidad y obediencia, en febrero de 1989 contiene observaciones
categóricas sobre el ex Provincial. Escribió que “mi relación con el p. Jorge
Mario Bergoglio me despersonalizó, me impidió madurar y acabó con la poca
autonomía que me quedaba”. Mom Debussy escribe que debió soportar “opresión,
falsedad y desprecio”. Su ingreso a la Compañía y su ordenación sacerdotal
fueron errores influenciados por “mi falta de libertad y la opresión ‘paternal’
y ‘lavado de cerebro’ provocados con el consentimiento de mi debilidad,
confusión y temor a la soledad y el desprecio por el p. Bergoglio”, a quien
“considero un demente en el mejor de los casos y una mala persona en muchos
otros”. Luego de dos años de alejamiento, en los que “he podido conocerme mejor,
sentirme un ser humano y un ser libre”, Mom Debussy dice que “prefiero este
mundo pecador, donde los corruptos no pasan por virtuosos, o al menos, buscando
fama, dinero y poder, no se camuflan detrás de profesiones de pobreza ni
proclaman la virtud suprema de la caridad, mientras impunemente destruyen a
otros seres humanos, tan hijos de Dios como ellos. Fuera de la isla
eclesiástica las cosas son llamadas por su nombre y finalmente nadie engaña a
nadie”. Luego de consignar que guarda un amable y afectuoso recuerdo de muchos
jesuitas, concluye que “a los otros, a los mentirosos y los hipócritas, los
indignos y los cobardes, ya es hora de olvidarlos”. Para Mom Debussy,
“Bergoglio es un sociópata que no titubeó en someter psicológicamente a todos
los jesuitas que pudo, empezando por los novicios y escolares (entre los cuales
me contaba). Logró su cometido, en general. Varios de los damnificados
terminamos dimitiendo de la Compañía. También, me consta, actuó sin ningún
escrúpulo contra otros jesuitas (del Centro de Investigaciones y Acción Social,
CIAS) y laicos allegados a la Compañía, especialmente en la Universidad del
Salvador”. Cuando Ubaldo Calabresi sucedió como nuncio a Laghi, en 1981,
Bergoglio lo llevó al Máximo y lo invitó a celebrar la misa en latín. “Nadie
entendió nada”, dice Mom Debussy. Cuando su compañero Jorge Seibold fue
designado Rector de Filosofía de la sede San Miguel de la Universidad del
Salvador, Bergoglio lo hizo arrodillarse en la capilla del Máximo y decir el
juramento contra el modernismo que Pio X estableció en 1910 y que estaba en
completo desuso. (El contenido de ese juramento es muy similar a los
cuestionamientos del cardenal Antonio Caggiano al Movimiento de Sacerdotes para
el Tercer Mundo). “Bergoglio se jactaba de haberlo obligado a ese juramento, y
uno de sus libros de cabecera era El Príncipe”, recuerda Mom Debussy.
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