Carta abierta a la ministra Ana Mato
Las mujeres sabemos mucho de crisis. De crisis propias y de
crisis adjudicadas. Sabemos de crisis de representatividad, de crisis de
ciudadanía, de crisis personales y afectivas y también de todas las que nos
culpan: de la crisis de la familia, de crisis de cuidados, de crisis incluso de
valores. También sabemos de crisis económicas.
Históricamente, las
mujeres hemos sido las sustentadoras del bienestar con un trabajo ni remunerado
ni reconocido. De hecho, el 8 de marzo comenzó llamándose Día Internacional de
la Mujer Trabajadora hasta que perdió el apellido porque nos dimos cuenta de
que las mujeres del mundo siempre han trabajado y trabajan, aunque la mayor
parte de ellas no reciba un salario. Como decían los eslóganes de hace unos
años: trabajo nos sobra, lo que nos faltan son empleos.
Hasta ahora, las
mujeres han sido las últimas en entrar y las primeras en salir del mercado
laboral según lo reclamara la situación económica. Hasta ahora, las mujeres han
ido supliendo los recortes del Estado cuando sus dirigentes decidían que había
que ajustar gastos precisamente en los ámbitos del cuidado y del bienestar.
Aquí y en todas partes, a lo largo de la historia, millones de mujeres han
sabido soportar la escasez y la penuria en los momentos realmente difíciles.
Estoy recordando la
rebeldía de las cigarreras de Sevilla sobre la realidad de sus reivindicaciones
obreras, ferozmente reprimidas. Estoy recordando a las célebres cargadoras de
Bilbao, a las tejedoras de Cataluña, a las mariscadoras y conserveras gallegas,
a las costureras y sirvientas del viejo Madrid. Estoy recordando a las mujeres
asesinadas en Casas Viejas durante una huelga imposible, a las asturianas, que
se sumaron a una revolución perdida, a las que lucharon en todas las guerras
paradójicamente por la paz, por la justicia, en la Guerra Civil o la Mundial,
las que demostraron que la vida continuaba en retaguardia gracias a su poderosa
voluntad de supervivencia y a su profundo sentido de la responsabilidad.
Estoy recordando
también a las que no se resignaron, las que contrabandeaban modestos artículos
de primera necesidad como estraperlistas de todas las fronteras, las que
lograban enseñar desde los pupitres habitualmente reservados a los hombres, las
que trabajaban en los mesones del camino y los bares de barrio, aquellas
eternas jornaleras, las que se incorporaban a la industria del automóvil, las
que terminaron bajando a las minas, subiendo a los barcos o llenando las
universidades.
Estoy recordando a
muchas, muchas madres haciendo cuentas para llegar a fin de mes. Quitando de
aquí para poner allá, estirando salarios que daban de sí lo que daban de sí y
sin embargo, con los que ellas conseguían, como si fuesen prestidigitadoras,
que no quedara nada esencial al descubierto, como ahora comenzamos a hacer de
nuevo, siguiendo el ejemplo que nos dieron.
Señora ministra,
Le recuerdo a todas
estas mujeres para que no se atreva a apropiarse de su memoria a la hora de
defenderse de las acusaciones que pesan sobre quién se hizo cargo de las
facturas de su casa, de sus viajes y de las fiestas de cumpleaños de sus hijos.
No se atreva a esconderse tras ellas precisamente usted, que es cómplice del
desmantelamiento del sistema público de salud, de la retirada de recursos para
el cuidado de la dependencia, para el cuidado de nuestros mayores, para la
protección de las mujeres víctimas de violencia. Usted, responsable de
desarrollar y vigilar el cumplimiento de la Ley de Derechos Sexuales y
Reproductivos, de la Ley de Dependencia y de la Ley de Igualdad.
Señora ministra,
La mayoría de las
mujeres de este país aspiramos a una vida libre de violencia a la que
enfrentarse cada una con sus recursos y capacidades, con sus ganas y su
carácter, eso es, una vida propia a la que ninguna tenga que renunciar por
miedo, por amenazas, por violencia, por discriminaciones, por viejos
prejuicios, por incapacidad de nuestros representantes públicos. Aspiramos a
construir sociedades justas de las que sentirnos orgullosas.
Ya hemos visto en un
año al frente de su ministerio que usted no va a hacer nada por conseguirlo así
que, al menos, afronte sus responsabilidades y no se atreva a manchar la
memoria de todas estas mujeres dignas escudándose en el machismo cuando no sabe
o no quiere responder a todas las preguntas que sobre su gestión y sobre su
relación con la trama Gürtel aún están pendientes. No tiene nada en común con
todas ellas. Y, por favor, dimita.
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