Un torturador no se redime suicidándose, pero algo es algo
Esta reflexión de Mario Benedetti pone un título triste a mi
entrada de hoy. Triste porque, al fin y al cabo, la única esperanza de que se
haga justicia tras el nuevo indulto del Gobierno a los mossos condenados por
torturas, es que se suicidaran, algo poco probable y que, por otro lado,
seguiría dejando impunes a los verdaderos responsables.
No hay que olvidar
que el Gobierno español que indulta, es el gobierno de la mano dura y el
impulsor de un repugnante populismo punitivo que, manipulando las bajas
pasiones y apoyándose en reality shows, contra el criterio de todos los
juristas demócratas y contra la finalidad de reinserción propia de cualquier
sistema penal decente, apuesta por la cadena perpetua como máxima garantía de
justicia. Este es el Gobierno que quiere llevar a la cárcel a la gente que
protesta pacíficamente y que, sistemáticamente, usa a la fuerza pública para
reprimir e intimidar el ejercicio de los derechos de reunión y manifestación.
Al tiempo que hace
estas barbaridades, el Gobierno protege a sus propios delincuentes, sean estos
corruptos, defraudadores y evasores fiscales, o desahuciadores de familias. Y
ahora resulta que tampoco tiene problema en prostituir su “potestad exclusiva
de perdón” para garantizar la impunidad de sus torturadores.
Por desgracia para
todos, la imagen de nuestros cuerpos policiales nunca ha dejado de estar
marcada por la infamia de la tortura, un mecanismo procesal cuyo uso frecuente
ha sido continuamente denunciado por numerosas organizaciones defensoras de los
derechos humanos. Pero el problema, como ya he dicho otras veces, no es que
haya policías españoles, catalanes o vascos que torturen; el problema no es la
condición moral del torturador. Como nos enseñó Galeano, el torturador no es
más que un funcionario eficiente que cumple las órdenes que recibe, y si ayer
todo el mundo sabía que las élites políticas son sólo fieles servidoras de sus
amos financieros que les garantizan puestos en consejos de administración y
unas envidiables condiciones de vida, hoy hemos sabido que los torturadores son
sólo fieles servidores de los gobiernos, autonómicos o estatales, que les
mandan y les garantizan impunidad cuando delinquen, incluso contra el criterio
de los jueces.
Llegados a este punto
de escándalo y de burla de la ley, solo queda el recurso a la desobediencia.
Ojala, igual que hemos visto a policías negarse a participar en desahucios,
viéramos a miles de ellos negándose a permitir que delincuentes ensuciaran los
uniformes de un servicio público. Pero no sé si lo veremos esta vez.
Decía Benedetti que
el suicidio no redime al torturador pero que algo es algo. Si esta eutanasia se
la autoaplicaran sus jefes, nuestro país sería un poco menos triste.
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