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martes, 6 de noviembre de 2012

¿SI NO VOTAS NO TE QUEJES?


¿¿Si no votas no te quejes??

En estas últimas elecciones autonómicas que tuvimos en Galicia y Euskal Herria, creo que todxs hemos tenido que soportar las típicas estupideces de quienes, ignorantes, nos acusaban a lxs abstencionistas anarquistas de cosas tan ajenas a nuestra praxis como "favorecer a la derecha al no votar" o de "conformismo", entre otras "lindezas". Algunxs de nosotrxs estamos ya muy cansadxs de esa clase de acusaciones, y más cuando proceden de gente que continúa, pese a todo, delegando la gestión de sus vidas en instituciones corruptas y partidos minoritarios, con la ridícula ilusión de que estos hagan algo por cambiar sus vidas y olvidando, bien por comodidad o bien por ignorancia, que gane quien gane, los poderes fácticos que hay que destruir y a la administración de cuyos intereses se encuentran destinadas precisamente las instituciones del Estado no varían.

Como respuesta y desquite a tal inquisición electoralista, y hartas y hartos de tener que soportar sus monsergas victimistas, reproduzco a continuación el siguiente texto, que recojo del blog de Abordaxe.

¡Nuestros sueños no caben en vuestras urnas!

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¡¿¿Si no votas no te quejes??!

Si no votas no te quejes ¡Menuda absurda afirmación! ¿Acaso no existe otra manera de participar en los asuntos de nuestro alrededor? ¿Es entonces el acto de meter un papel en una urna, en períodos de varios años, el único método por el que un ser humano puede participar de las decisiones que lo afectan en su vida? La realidad de nuestro entorno está compuesta de multitud de formas en las que uno puede tomar decisiones políticas más allá de decidir, de entre un reducidísimo grupo de usurpadores de la soberana decisión, cuál será el siguiente chupóptero encargado de mantenernos apartados del ejercicio real del control de nuestras propias vidas.

De hecho es al contrario: Si votas no te quejes, puesto que si has participado del juego, por fuerza tendrás que acatar su resultado. Si apuestas a las cartas y pierdes ¿qué derecho tienes a protestar? Tú eres el culpable de tu propia desdicha. Somos los que no participamos de la farsa electoral los que podremos, en todo caso, quejarnos por sufrir los desastrosos resultados del engaño del sistema representativo. Porque nosotros sabemos que en la ruleta electoral, como en el resto de juegos de azar, la Banca siempre gana; mal que os pese a los ludópatas democráticos, empeñados en apostar nuestro futuro entre un rojo y un negro que, a fin de cuentas, siempre ofrecen un idéntico resultado.

La triste realidad es que el que vota es responsable del gobierno resultante de la votación a la que concurrió, ya votase por quién gano o por cualquier otra opción del juego democrático, puesto que con su voto concedió legitimidad al sistema delegativo. La participación en el engañoso ritual de perpetuación capitalista te desarma moralmente para impugnar sus resultados.

Si nadie votase, la injusta partidocracia perdería su legitimidad y se vería obligada a mostrar la verdadera naturaleza despótica en la que se sustenta, una vez desposeída de su fachada popular.

¿De verdad creemos que dentro de cien años alguien recordará qué partido estaba en qué momento en el poder? Evidentemente no, porque en el fondo la alternancia de partidos solo ofrece una gestión continuada de un mismo sistema de gobierno. Manteniendo inalterable la injusticia en cuanto a la distribución económica, política y social. Y esto va por cualquier otro partido que pudiese sustituir a los actuales con opciones de gobierno para que, con el cambio, todo pudiese seguir igual.

Ya sin entrar en la injusticia intrínseca que se esconde tras la democracia representativa, es importante saber que el sistema tiene fuertes mecanismos de control mediante los cuales, cuanto más se acerca un partido al poder, más ha tenido este que renunciar a sus principios para rendir pleitesía a aquellos que detentan el verdadero poder en la sombra. Si no es así, los medios de información, en manos de los preeminentes grupos empresariales, así como toda la batería de medidas legales, políticas y financieras destinadas al sostén del status quo, se encargarían de anular cualquier posibilidad real de un cambio político. En los escasísimos casos en los que todas las medidas de contención han fallado y un partido político con verdaderas ansias de cambiar algo ha llegado democráticamente al poder, la historia nos enseña, sin ningún género de dudas, como a la tan sacrosanta democracia no se le caen los anillos para transformarse en cruel y férrea dictadura, en evidente connivencia con las democracias circundantes, con tal de que continúe el libre flujo de capitales y se mantenga el esquema geopolítico. Y si alguien duda de lo aquí afirmado que recuerde el socialismo chileno de Allende, las elecciones palestinas del 2006 o, sin ir tan lejos, lo que sucedió aquí mismo en el año 1936.

Así que aquellos mentecatos que nos reprochen que con nuestra negativa a participar del circo electoral favorecemos una u otra opción política determinada (idénticas al fin y al cabo, como tres décadas y media de democracia parlamentaria nos han permitido comprobar), que sepan que mucho más tenemos nosotros que reprocharles a ellos. Pues quien elige lo malo para que no venga lo peor, nos condena a todos a vivir siempre mal.

Ninguna revolución ha salido nunca de las urnas. La verdadera política está en la calle, arrancándole al poder el dominio de nuestras vidas por medio de la asamblea, la autogestión, la lucha y las barricadas. Porque tendremos que ser nosotros mismos, sin delegar en falsos representantes ni serviles partiduchos, los que hagamos por nuestros medios de este un mundo mejor. Los que consigamos, paso a paso, el verdadero control de las riendas de nuestras vidas.

C.Ribas

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