¿¿Si no votas no te quejes??
En estas últimas elecciones autonómicas que tuvimos en
Galicia y Euskal Herria, creo que todxs hemos tenido que soportar las típicas
estupideces de quienes, ignorantes, nos acusaban a lxs abstencionistas
anarquistas de cosas tan ajenas a nuestra praxis como "favorecer a la
derecha al no votar" o de "conformismo", entre otras
"lindezas". Algunxs de nosotrxs estamos ya muy cansadxs de esa clase
de acusaciones, y más cuando proceden de gente que continúa, pese a todo,
delegando la gestión de sus vidas en instituciones corruptas y partidos
minoritarios, con la ridícula ilusión de que estos hagan algo por cambiar sus
vidas y olvidando, bien por comodidad o bien por ignorancia, que gane quien gane,
los poderes fácticos que hay que destruir y a la administración de cuyos
intereses se encuentran destinadas precisamente las instituciones del Estado no
varían.
Como respuesta y desquite a tal inquisición electoralista, y
hartas y hartos de tener que soportar sus monsergas victimistas, reproduzco a
continuación el siguiente texto, que recojo del blog de Abordaxe.
¡Nuestros sueños no caben en vuestras urnas!
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¡¿¿Si no votas no te quejes??!
Si no votas no te quejes ¡Menuda absurda afirmación! ¿Acaso
no existe otra manera de participar en los asuntos de nuestro alrededor? ¿Es
entonces el acto de meter un papel en una urna, en períodos de varios años, el
único método por el que un ser humano puede participar de las decisiones que lo
afectan en su vida? La realidad de nuestro entorno está compuesta de multitud
de formas en las que uno puede tomar decisiones políticas más allá de decidir,
de entre un reducidísimo grupo de usurpadores de la soberana decisión, cuál
será el siguiente chupóptero encargado de mantenernos apartados del ejercicio
real del control de nuestras propias vidas.
De hecho es al contrario: Si votas no te quejes, puesto que
si has participado del juego, por fuerza tendrás que acatar su resultado. Si
apuestas a las cartas y pierdes ¿qué derecho tienes a protestar? Tú eres el
culpable de tu propia desdicha. Somos los que no participamos de la farsa
electoral los que podremos, en todo caso, quejarnos por sufrir los desastrosos
resultados del engaño del sistema representativo. Porque nosotros sabemos que
en la ruleta electoral, como en el resto de juegos de azar, la Banca siempre
gana; mal que os pese a los ludópatas democráticos, empeñados en apostar
nuestro futuro entre un rojo y un negro que, a fin de cuentas, siempre ofrecen un
idéntico resultado.
La triste realidad es que el que vota es responsable del
gobierno resultante de la votación a la que concurrió, ya votase por quién gano
o por cualquier otra opción del juego democrático, puesto que con su voto
concedió legitimidad al sistema delegativo. La participación en el engañoso
ritual de perpetuación capitalista te desarma moralmente para impugnar sus
resultados.
Si nadie votase, la injusta partidocracia perdería su
legitimidad y se vería obligada a mostrar la verdadera naturaleza despótica en
la que se sustenta, una vez desposeída de su fachada popular.
¿De verdad creemos que dentro de cien años alguien recordará
qué partido estaba en qué momento en el poder? Evidentemente no, porque en el
fondo la alternancia de partidos solo ofrece una gestión continuada de un mismo
sistema de gobierno. Manteniendo inalterable la injusticia en cuanto a la
distribución económica, política y social. Y esto va por cualquier otro partido
que pudiese sustituir a los actuales con opciones de gobierno para que, con el
cambio, todo pudiese seguir igual.
Ya sin entrar en la injusticia intrínseca que se esconde
tras la democracia representativa, es importante saber que el sistema tiene
fuertes mecanismos de control mediante los cuales, cuanto más se acerca un
partido al poder, más ha tenido este que renunciar a sus principios para rendir
pleitesía a aquellos que detentan el verdadero poder en la sombra. Si no es
así, los medios de información, en manos de los preeminentes grupos
empresariales, así como toda la batería de medidas legales, políticas y
financieras destinadas al sostén del status quo, se encargarían de anular
cualquier posibilidad real de un cambio político. En los escasísimos casos en
los que todas las medidas de contención han fallado y un partido político con
verdaderas ansias de cambiar algo ha llegado democráticamente al poder, la
historia nos enseña, sin ningún género de dudas, como a la tan sacrosanta
democracia no se le caen los anillos para transformarse en cruel y férrea
dictadura, en evidente connivencia con las democracias circundantes, con tal de
que continúe el libre flujo de capitales y se mantenga el esquema geopolítico.
Y si alguien duda de lo aquí afirmado que recuerde el socialismo chileno de
Allende, las elecciones palestinas del 2006 o, sin ir tan lejos, lo que sucedió
aquí mismo en el año 1936.
Así que aquellos mentecatos que nos reprochen que con
nuestra negativa a participar del circo electoral favorecemos una u otra opción
política determinada (idénticas al fin y al cabo, como tres décadas y media de
democracia parlamentaria nos han permitido comprobar), que sepan que mucho más
tenemos nosotros que reprocharles a ellos. Pues quien elige lo malo para que no
venga lo peor, nos condena a todos a vivir siempre mal.
Ninguna revolución ha salido nunca de las urnas. La
verdadera política está en la calle, arrancándole al poder el dominio de
nuestras vidas por medio de la asamblea, la autogestión, la lucha y las
barricadas. Porque tendremos que ser nosotros mismos, sin delegar en falsos
representantes ni serviles partiduchos, los que hagamos por nuestros medios de
este un mundo mejor. Los que consigamos, paso a paso, el verdadero control de
las riendas de nuestras vidas.
C.Ribas
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