A 39
AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO EN CHILE
Las
siguientes líneas expresarán una combinación de testimonio personal y de
apuntes históricos sobre la experiencia de la Unidad Popular y la posterior e
impactante derrota sufrida por el movimiento de masas después del Golpe de
Estado del 11 de septiembre de 1973, enmarcándose la descripción y el análisis
en el particular desenvolvimiento político y social del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria, MIR.
En
efecto, el ascenso de la Unidad Popular al gobierno no sólo evidenció el avance
electoral y organizacional de las fuerzas progresistas, sino que demostró
además las fisuras del modelo de acumulación y dominación capitalistas
imperante en Chile. Así las cosas, desde el control del Ejecutivo, la coalición
gobernante maniobró sinceramente para introducir cambios estructurales que
favorecieran a los sectores más desposeídos. Sin embargo, tarde o temprano,
como inexorablemente sucedió, la crisis general del sistema tendría que dirimirse
frontalmente, ya sea en favor de las clases populares o de los sectores
hegemónicos de la burguesía. En otros términos, triunfaba definitivamente la
revolución o se imponía la contrarrevolución en todos los ámbitos y esferas de
la sociedad.
Por otro lado, los antecedentes
contextuales confirman que el Movimiento de Izquierda Revolucionaria fue
perseguido sistemáticamente durante los 17 años que duró la dictadura militar,
pero a la vez dejan en evidencia que desde el día 11 de septiembre de 1973 hasta
el año 1975 se concentraron los mayores esfuerzos represivos del Estado en su
contra.
En consecuencia, no es exagerado
afirmar que el MIR padeció en sus filas un auténtico genocidio, y ello es así porque el objetivo inmediato
que se propuso el régimen autoritario no fue otro que derrotarlo globalmente en
términos ideológicos, políticos y morales, para que nunca más pudiera
levantarse y reponerse del prolongado holocausto que lo consumió.
Este afán se demuestra
palmariamente en las múltiples acciones de acoso y extermino que abarcaron a su
dirección nacional, a las instancias intermedias y que alcanzó también a la
militancia en general.
No sólo se hizo desaparecer a
muchos de sus cuadros, se les ajustició o fusiló, sino que además un número altísimo
de sus miembros debió enfrentar la durísima prueba del secuestro, la privación
de libertad y experimentar las más diversas y crueles formas de tortura física
y psicológica.
Asimismo, no se puede dejar de
señalar que todo este odio institucionalizado, dirigido específica y
prioritariamente hacia el MIR, tuvo como víctimas principales a una mayoría de cientos de jóvenes que no poseyeron jamás los medios
suficientes para eludir a tan despiadada y sofisticada maquinaria de
destrucción, que no escatimó en gastos (y recursos) para borrar de la faz del
país a quienes tuvieron la audacia y valentía, francamente excepcionales, de
resistir, en condiciones muy desiguales, el proceso contrarrevolucionario en
curso.
El heroísmo demostrado por esta
generación en circunstancias tan desfavorables para imaginar siquiera un
resultado menos doloroso, ¿no habrá sido más bien el testimonio de un
sacrificio que quedará grabado para siempre en la memoria de los luchadores
sociales de todos los tiempos?
En el caso del MIR, se buscó
también alterar la realidad de los hechos, y se construyó una distorsionada
imagen de la organización, a lo que se sumó gustoso el poder de la prensa que,
faltando a la ética periodística más elemental, lo presentó como un grupo
violento y se prestó asimismo para legitimar los montajes de falsos
enfrentamientos y otras situaciones similares.
Si bien se debe reconocer que
para ciertos sectores el MIR podría haber aparecido como enarbolando una opción
política demasiado radical, ello no significa –bajo ningún concepto- que desde
tal apreciación se justificara la escalada represiva que se abatió en contra de
los adherentes del mencionado movimiento.
A fines de los 80, el MIR se
disolvió como instancia orgánica única. Muchos de sus miembros lograron
sobrevivir a los años de exterminio y hoy, lo quieran o no, son representativos
de una historia y de las distintas sensibilidades que en el pasado integraron
un proyecto común.
Pero lo más importante es que la
derrota no pudo acabar con lo que se ha denominado como “cultura mirista”, la
que en esencia no es otra cosa que el compartir y comprometerse rebeldemente
con la visión (y misión) de una sociedad sin explotación y sin exclusión.
En suma, el sueño continúa
incólume y quizá algún día, esperamos que no muy lejano, y bajo las formas y
estrategias que los movimientos sociales reclamen, se haga realidad un mundo
más feliz y mejor para todos los seres humanos.
Realizo arqueología en mi
memoria, y trato de recordar lo que hice durante aquel funesto día martes 11 de
septiembre de 1973.
También hago un esfuerzo por
armar las piezas de los siguientes momentos.
Yo
tenía entonces 16 años de edad, y
cursaba el tercero de enseñanza media.
Mi formación política inicial
reconocía los ecos del humanismo y del
laicismo, fundidos en una perspectiva libertaria y revolucionaria del cambio
social. Por lo mismo, creía mucho más en los movimientos que en los
partidos y jamás acepté ningún “Vaticano” ideológico como poseedor de la verdad
absoluta.
El mismo día “11” correspondía desarrollar la
presentación de las listas que postulaban al centro de alumnos en el liceo
donde yo estudiaba. Previamente, se me había solicitado sumar mi nombre (me
parece mucho que para algo así como Vocal de Cultura) a la lista más de ruptura
de la izquierda secundaria, petición que obviamente acepté.
Pero bueno, todo quedó hasta
ahí, y como mudos testigos del acto, que fue sólo en potencia, se podían ver
los numerosos panfletos o volantes llevados por el viento en el patio del
establecimiento.
Recuerdo haberme retirado
temprano del colegio y caminado las 4 cuadras que lo separaban de la Plaza
Independencia de la ciudad de Concepción, comprobando que todo parecía “estar
controlado allí”.
Más tarde, sabríamos del
bombardeo a La Moneda y de la muerte de Salvador Allende.
De pronto, todo se oscurecía.
¿Dónde estaban las fuerzas leales al gobierno y a la Constitución?
El
Golpe de Estado se imponía en todas las ciudades.
El dial de las radios se plagó de
bandos y marchas militares.
Cuando mi abuelo supo lo
ocurrido con el presidente democrático de Chile, se colocó una señal de duelo
en la solapa de su terno. Era su sentido homenaje a quien admiraba desde
siempre.
Por la tarde, disparos
provenientes del centro de la urbe estremecieron el silencio de la agonía.
A lo mejor todavía no lo
percibíamos en toda su magnitud, pero en lo más íntimo de nuestro ser intuíamos
que lo que estaba sucediendo en el país afectaría para siempre nuestras vidas
individuales.
A las pocas horas, fenómeno que
se extendió después por días, semanas y meses, emergerían las pequeñas acciones
aisladas y espontáneas, como preocuparse de la seguridad de algún compañero;
seleccionar y esconder rápidamente los materiales y libros que pasaron de la
noche a la mañana a convertirse en “subversivos”; reproducir y distribuir
limitadamente en papel el último mensaje de Allende; dirigirse a ciertos puntos
poblacionales donde supuestamente surgirían “focos de rebelión”. Y saltando en el
tiempo, en octubre del 74, rayando paredes con plumones (lo único que había a
mano) para rendir un sentido homenaje a Miguel, luego de conocida la triste
noticia de su muerte en combate en una casa de la calle Santa Fe. Etcétera.
El peligro no importaba.
La
resistencia había comenzado; pero la represión se tornó implacable.
La derrota era
incontrarrestable.
Y un poco más adelante, se
evidenciarían los largos años de repliegue casi absoluto.
Salí del país en la segunda
mitad de los 70, regresando en la década siguiente.
Lentamente, comenzaron a emerger
en la superficie distintas demostraciones de descontento social, que a partir
de 1983 se fueron haciendo cada vez más
masivas con las protestas urbanas, hasta llegar en 1988 al triunfo del “No”.
Y luego amanecerían los 90, con
una dirigencia política que traicionó la transición y que abdicó de los ideales
democratizadores que guiaron la lucha antidictatorial.
Nada fue fácil, como queda
reflejado en las numerosas víctimas que dejó la larga dictadura militar.
Por
eso es penoso observar la realidad chilena actual, en la cual existe una
ficción de libertad que reproduce impunemente las formas más diversas de
explotación, exclusión y dominación.
Nosotros no luchamos para esto.
Y así como además repudiamos el
socialismo que devino en vertical e intolerante y que, lamentablemente, costó
muchas vidas inocentes en otras latitudes del globo; con la misma energía
también rechazamos las caricaturas individualistas de democracia en que se han
transformado la mayoría de los países del mundo, incluyendo naturalmente el
nuestro.
Ha
pasado demasiado tiempo histórico, pero insuficiente en términos de una
auténtica transformación social y mental de la humanidad.
Entonces, la lucha continúa, y es política como ayer, pero también es
ética y espiritual.
Pero
regresemos al período que ocupa en este instante nuestra mirada, para seguir
recorriendo los avatares de una experiencia que concitó la atención de toda la
comunidad internacional de la época.
El presidente constitucional de
Chile, Salvador Allende, murió
prácticamente aislado en el palacio de La Moneda, acompañado apenas por un
puñado de colaboradores. Un poco más de un año después, un día sábado 5 de
octubre de 1974, cayó en desigual combate Miguel Enríquez, secretario general del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria, acribillado luego de resistir casi solo durante varias horas.
¿Es éste acaso el hado de una “revolución” que
en los momentos cruciales de acción y definición sacrifica y abandona a sus
mejores hombres? Y como lo adelantamos al comenzar este capítulo, nuevamente se
encuentran las historias personales que vinculan a los dos proyectos de cambio
de la época, de la mano y del carisma de los dos más destacados dirigentes de
la izquierda chilena: Salvador Allende y Miguel Enríquez.
Yo sumaba dieciséis años al
producirse el Golpe de Estado de 1973, y ya poseía una incipiente preparación y
experiencia políticas, las que con los años se harían más intensas. Y de ese
tiempo hasta aquí, me he preguntado, innumerables veces, porqué la resistencia
al alzamiento militar fue increíblemente nula. Al respecto, yo tenía presente
en mi memoria las historias que se contaban de un pariente que viajó a España
para combatir por la República,
integrándose a las Brigadas Internacionales que reunieron a idealistas
provenientes de distintos países. Resulta interesante consignar aquí una
precisión sobre el mencionado período, extraída del libro “La guerra civil
española”, de Antony Beevor:
“Se suele presentar a la guerra
civil española como el resultado de un choque entre la izquierda y la derecha,
pero sabemos que eso es una simplificación engañosa. El conflicto tenía otros
dos ejes: centralismo estatal contra independencia regional, y autoritarismo
contra libertad del individuo”.
No se trata en ningún caso de
sostener que la condición de revolucionarios se mide exclusivamente por el
hecho de levantar una opción militar, porque eso no es así ni en lo histórico
ni en lo teórico. Sobre el particular, abundan los ejemplos. Nuestra reflexión
va más bien por el lado de que el creciente enfrentamiento de clases producido
en el período de la UP, caminaba inexorablemente hacia un choque de fuerzas que
dirimiría la inevitable cuestión del poder también en la esfera militar, pero
que de manera sorprendente -para muchos actores y analistas- en la práctica se
consumó sólo en la rebelión total del
sector dominante en desmedro del desarmado y entregado campo popular.
¿Qué pasó en Chile?
¿Cómo explicar a alguien que no
vivió en la época lo que sucedió desde un poco antes del triunfo electoral de
la Unidad Popular hasta el Golpe de Estado del martes 11 de septiembre de 1973?
En este ensayo plantearemos 10
tesis o aproximaciones personales sobre el tema; algo semejante a una suerte de
hermenéutica de las motivaciones emocionales e ideológicas que inspiraron a los
actores sociales y políticos más protagónicos del período 1970-1973.
Tesis 1: La
“revolución chilena” por etapas contaba con poderosos enemigos internos y
externos y estaba en consecuencia condenada a ser desestabilizada en todos los
frentes.
La Unidad Popular (integrada por socialistas, comunistas y radicales,
entre otros) llegó al gobierno utilizando los mecanismos democráticos
desprendidos de la Constitución Política de 1925. El Programa y las Primeras 40
Medidas de la coalición, que obtuvo el 36,3% de los votos en las elecciones
presidenciales de 1970, era de carácter progresista avanzado y se planteaba un cambio gradual de las estructuras
capitalistas del país. No
obstante lo anterior, los sectores dominantes ni siquiera estaban dispuestos a
tolerar reformas que consideraban un peligro para su hegemonía.
Al respecto, conozcamos parte
del discurso pronunciado por Salvador Allende luego de triunfar en la elección
presidencial del 4 de septiembre de 1970:
“Dije y debo repetirlo: si la
victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la
nueva sociedad, la nueva convivencia social, la nueva moral y la nueva patria.
Pero yo sé que ustedes, que
hicieron posible que el pueblo sea mañana gobierno, tendrán la responsabilidad
histórica de realizar lo que Chile anhela para convertir a nuestra patria en un
país señero en el progreso, en la justicia social, en los derechos de cada
hombre, de cada mujer, de cada joven de nuestra tierra.
Hemos
triunfado para derrocar definitivamente la explotación imperialista, para
terminar con los monopolios, para hacer una profunda reforma agraria, para
controlar el comercio de exportación e importación, para nacionalizar, en fin,
el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el
capital social que impulsará nuestro desarrollo”.
Tesis 2: El imperio
atacó desde el primer momento.
A pesar de esta inalterable Vía
Pacífica, la gran burguesía nacional e internacional (principalmente el
gobierno de Richard Nixon)) se había propuesto a priori que debía abortarse o
“reventarse” la llamada “Revolución
chilena con vino tinto y empanadas”. Según se infiere claramente, véase
información desclasificada del mismo país del norte, de las distintas acciones
de presión, tanto comunicacionales, económicas y políticas emprendidas desde
incluso antes de la elección del 4 de septiembre de 1970.
Tesis 3: La sedición
fue la metodología principal usada por los opositores derechistas al cambio.
Lo anterior quedó meridianamente
demostrado con los sucesos terroristas y sediciosos que se produjeron en el
período que media entre el triunfo electoral de Salvador Allende (4 de
septiembre de 1970) a la asunción del mando (4 de noviembre de 1970).
En otras palabras, los enemigos
de la UP no necesitaban que ésta llegara al gobierno para empezar a conspirar
en su contra; ni tampoco requerían de la excusa –como algunos lo sostuvieron en
su tiempo- que se volvieron cada vez más beligerantes y golpistas por temor a
la ultra izquierda.
Tesis 4: Todos los
medios de presión resultaron válidos para la reacción.
El hecho más elocuente al
respecto fue el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, general René
Schneider Chereau, en manos de un comando ultraderechista que, apoyado por la
CIA, lo atacó el 23 de octubre de 1970. Pero la Unidad Popular logró sortear
esta coyuntura, y con el voto favorable de la Democracia Cristiana en el
Congreso, que previamente le exigió un Estatuto
de Garantías Democráticas, Salvador Allende Gossens logró tomar posesión
de su cargo el 4 de noviembre de 1970.
No se olvide que al no haber
alcanzado la mayoría absoluta en las elecciones de 1970, la UP necesitaba del
voto de la DC para que Allende fuera ratificado como presidente por el Congreso
Nacional (lo que ocurrió el 26 de octubre), evitándose así la maniobra que
algunos quisieron implementar y que buscaba que el Parlamento terminara
apoyando a la segunda mayoría relativa, o sea a Jorge Alessandri Rodríguez.
Tesis 5: El pacifismo
sin conciencia y movilización es una ilusión.
Es decir que a pesar que la
Unidad Popular, y de acuerdo a su propio Programa, se había planteado utilizar sólo los medios institucionales y
pacíficos para llevar adelante las reformas sociales que se proponía, al
final (y casi como en una tragedia griega) la disputa de poder se iba a definir, lo quisieran o no los
dirigentes gradualistas del momento, en el campo de la guerra declarada.
En otras palabras, como se
verificó posteriormente, el carácter pacífico del proceso no garantizaba
que él no fuera puesto en jaque en términos violentos; como tampoco
aseguraba que el pueblo indefenso (en su gran mayoría sin armas) escapara a la
cruenta represión que se desencadenó sobre él.
Tesis 6: En una
sociedad dividida en clases no se puede eludir una definición respecto del tema
del poder político.
Desde esta perspectiva, la
izquierda revolucionaria estaba en
lo correcto cuando en sus análisis colocaba el acento en la cuestión de la
correlación de fuerzas, criticando también la ingenuidad de la visión UP al no
contar con una política en el ámbito militar. Entonces, ¿qué sucedió que no se
pudo articular una respuesta contundente?
Tesis 7: Sin
hegemonía cultural sobre la sociedad civil no hay verdadera acumulación de
fuerza transformadora.
Cuando la DC viró a la derecha
sin retorno, y sectores de las capas medias sucumbieron al miedo, restando unos
su apoyo al gobierno y otros directamente engrosando las filas de la sedición,
se generaron todas las condiciones sociales y políticas internas (porque el
apoyo exterior ya estaba) para el golpe que vendría.
Frente a una realidad que se
tornaba cada vez más polarizada en todos los ámbitos, en el mes de julio de
1972 se difundió la posición oficial del MIR respecto de la coyuntura, que
entre otras consideraciones hacía (desde la ciudad de Concepción) un urgente
llamado a la formación de una Asamblea
del Pueblo, el que contó con la adhesión del PS y del MAPU, pero no de
los comunistas.
Como antecedentes adicionales
del contexto, señalemos que en octubre de 1972 se inicia la huelga de los
camioneros, con aportes financieros de la CIA. Y apenas un mes antes, se había
creado el CODE (Confederación
Democrática), alianza que agrupaba a los partidos opositores a la UP
(PDC, Nacional, etc.).
Ni el desesperado recurso de los
Gabinetes Cívico Militares logra calmar la generalizada situación de
confrontación.
Tesis 8: El 29 de
junio de 1973 se perdió la última oportunidad de levantar una opción nacional
de masas que evitara la posterior hecatombe estratégica del campo popular.
Quizá la única ocasión verdadera
que se tuvo de orientar la situación favorablemente para la opción popular, fue
la coyuntura que se abrió luego de que se derrotara el intento golpista del 29
de junio de 1973, conocido como “Tancazo o Tanquetazo” porque el coronel
Roberto Souper levantó en armas o sublevó al Regimiento Blindado N° 2.
A pesar de ciertas preocupantes
señales de agotamiento, dudas e incertidumbre por el “qué hacer” que planteaba
la crítica realidad de los meses de junio, julio y agosto de 1973, existía
todavía una arraigada conciencia política y una moral alta a nivel de los
frentes y movimientos más comprometidos con el proceso. Pero, para
estructurar una sólida alternativa dual, de poder popular, había que sumar
mayor fuerza social y convencer a la coalición gobernante del peligro que
implicaba su camino titubeante de pérdida de iniciativa. No está demás recordar que en este mismo tiempo de definición, los
militares comenzaron a aplicar la Ley de Control de Armas, aprobada el año
1972, y que curiosamente se hizo afectiva sólo con allanamientos a fábricas y
sectores populares proclives a la izquierda.
No cabe ninguna duda de que el
golpe ya estaba en marcha, considerando como un antecedente relevante que luego
de la elección parlamentaria de marzo de 1973, la oposición a Allende no logró
obtener los suficientes representantes para acusar constitucionalmente al
gobierno, lo que inmediatamente puso en agenda la estrategia del enfrentamiento
frontal. Los militares actuaron, en consecuencia, representando los intereses
de los sectores dominantes, buscando así resolver en un nuevo contexto la
crisis del sistema de dominación, que se expresaba también en el propio seno de
la burguesía.
Y ahora, sólo quedan preguntas
rondando en los análisis y en los testimonios.
¿Por qué el campo popular no optó derechamente por una Huelga General
con perspectiva insurreccional? ¿Y qué
habría pasado si las fuerzas de la UP hubieran luchado y defendido masivamente
a su gobierno al menos el mismo día 11? ¿Se podrían haber ganado horas
decisivas si Allende hubiera aceptado el ofrecimiento de Miguel de sacarlo de
La Moneda para dirigir la resistencia al golpe desde algún bario popular de
Santiago? ¿Por qué no operó la Fuerza Central del MIR?
En términos políticos, la
decisión de Allende de permanecer en el palacio de gobierno no es indiferente o
casual. Con ella, él remarcó simbólicamente su opción reformista e
institucional, alejándose notoriamente de una línea de resistencia
revolucionaria, como habría significado su desplazamiento hacia un territorio
social popular.
Si con su valerosa decisión personal,
orientada al martirio individual, pensó que podría aminorar la represión
posterior en contra de sus partidarios, lo cierto es que su sacrificio,
encerrado en el centro de la capital, no desalentó para nada la furia que se
desataría después en contra de las fuerzas de izquierda y del campo
popular.
Tesis 9: La ausencia
de un contra poder autónomo, unitario y revolucionario, selló la suerte de la
experiencia chilena.
Lamentablemente, y renovando su
confianza en la aparente actitud leal del mando militar demostrada en la
asonada del 29 de junio, en el Ejecutivo pareció fortalecerse aún más la tesis
de la efectiva constitucionalidad y prescindencia política de las FF.AA.
chilenas. Esto es lo que algunos sectores
caracterizaron alarmados como “capitulación” definitiva, porque en los hechos
se desalentó la movilización popular como única contención real al golpe que
llegaría en pocas semanas más. Así las cosas, la derrota aplastante de la experiencia chilena fue sellada mucho antes
del 11-09-73, cuando no se
tuvo la claridad y la voluntad para levantar una alternativa de respuesta que
no desmovilizara a las masas y que contrarrestara a la reacción desde las bases
de apoyo de la propia sociedad.
Al respecto, nos parece muy
ilustrativo citar aquí algunos extractos del conocido discurso de Miguel
Enríquez en el Teatro Caupolicán de Santiago, fechado el día 17 de julio del
año 1973. Palabras pronunciadas a menos
de dos meses de la ofensiva final de las clases dominantes.
“Este es un momento histórico
fundamental en el que las grandes tareas son atajar al golpismo, enfrentar al
emplazamiento, neutralizar a los vacilantes, empujar y profundizar una vigorosa
y resuelta contraofensiva revolucionaria y popular. No hay otra alternativa
para los revolucionarios. Puede haberla para los reformistas más
recalcitrantes, pero para eso la historia sabrá marcarlos de acuerdo a su
conducta.
La situación ofrece dos caminos:
la capitulación reformista o la contraofensiva revolucionaria…
Toda forma de capitulación en
fin de cuentas conducirá más temprano que tarde
al aplastamiento de los trabajadores a través de una dictadura
reaccionaria y represiva.
Dos tácticas se ofrecen a la
clase obrera y al pueblo.
Una que establece que no es
posible profundizar la ofensiva popular pues encendería de inmediato el
enfrentamiento. Que es necesario ganar tiempo.
La otra táctica es la
revolucionaria. Es la táctica que han puesto en práctica la clase obrera y el
pueblo en las semanas recientes. La táctica revolucionaria consiste en reforzar
y ampliar la toma de posiciones en fábricas, fundos y distribuidoras, no
devolver las empresas tomadas, incorporarlas al área social bajo dirección
obrera, imponiendo en la pequeña y mediana industria el control obrero,
desarrollando la fuerza de los trabajadores fuera de la institucionalidad
burguesa, estableciendo el PODER POPULAR en los Comandos Comunales, en los
Comités de Defensa, multiplicando y extendiendo la ofensiva popular,
incorporando a ella a los pobladores, campesinos y estudiantes, extendiendo la
movilización a todo el país, desarrollando la alianza de los trabajadores con
los soldados y suboficiales, con los oficiales antigolpistas, rescatando la
base obrera y popular de la Democracia Cristiana, fortaleciendo la alianza revolucionaria
de la clase obrera y el pueblo, impulsando la reagrupación de los
revolucionarios y la acción común de la izquierda por la base. La tarea
inmediata de esta táctica revolucionaria es profundizar y ampliar la
contraofensiva popular y revolucionaria en curso y por ello proponemos la
realización de un Paro Nacional por 24 horas.
Proponemos la realización de
este Paro a todas las organizaciones populares de este país, a la Central Única
de Trabajadores, a los Comandos Comunales, a los Consejos Campesinos, a las
federaciones campesinas y estudiantiles, a todos los trabajadores. Proponemos
que este Paro notifique, de una vez por todas, a los golpistas, que la clase
obrera y el pueblo aplastará todo intento golpista”.
El recientemente citado discurso
de Miguel Enríquez, que al momento de ser pronunciado fue transmitido
inmediatamente por cadena nacional a todo el país, constituye un documento
esencial para apreciar lo álgido de la situación política y de la lucha de
clases, a muy pocas semanas del Golpe de Estado.
Tesis 10: El modelo
neoliberal impuesto a la fuerza ha marcado negativamente a generaciones de
chilenos y aún lo continúa haciendo.
La llamada izquierda
revolucionaria no estaba errada cuando visualizó que, en el caso nacional, el agudo enfrentamiento de clases se dirimiría
irremediablemente en el terreno militar. Y también estaba en lo correcto
cuando sostenía que en este cuadro el campo popular no podía confiar en la
“neutralidad” de las FF.AA., como se evidenció clara y aleccionadoramente el
mismo día “11” ,
instante en que ninguna unidad o
regimiento adhirió o se mantuvo leal al gobierno constitucional y
democráticamente elegido.
En
definitiva, nada detuvo a la contrarrevolución, y la UP, con su legalismo
iluso, ni siquiera logró evitar la masacre de un pueblo desarmado, al que
tampoco le quedó el consuelo de haber al menos defendido con más dignidad las conquistas alcanzadas. Como sí lo hicieron los españoles del Frente Popular, que a partir de
1936 no sólo tuvieron que lidiar con el alzamiento de Franco, sino también con
el apoyo concreto que éste recibió de la Alemania nazi y de la Italia fascista,
en una guerra civil que se extendió a los años 1937, 1938 y parte del 1939. Y
en este punto recurramos otra vez al ya citado libro de Antony Beevor:
“Los partidarios de la
autogestión argumentaban que no había ningún motivo para la lucha contra el
fascismo si no se avanzaba en la revolución social. Si los anarquistas habían
soportado el mayor esfuerzo de la batalla de Barcelona en julio, abandonados
por un gobierno que se negó a armarlos, ¿por qué razón esperaba ese gobierno
que ahora le restituyeran todo lo que ellos habían conquistado. Las posturas
irreconciliables dentro de la zona controlada por la República minaron
fatalmente la unidad de la alianza republicana”.
“El fracaso del golpe militar de
los rebeldes, emparejado con el fracaso del Gobierno y de los sindicatos en
aplastarlo, significaba que España tenía que enfrentarse a una larga y
sangrienta guerra civil. La necesidad de armas para esta dilatada contienda
obligó a las dos partes a buscar ayuda en el exterior. Y eso supuso dar el paso
crucial en la internacionalización de la guerra civil española, ya que la
victoria o la derrota iban a depender sobremanera de cómo reaccionaran las
principales potencias extranjeras”.
Pero volviendo al caso chileno,
si bien es evidente que la izquierda revolucionaria supo vislumbrar mejor que
nadie las características del período, tampoco estuvo a la altura de las
circunstancias y su respuesta del mismo día “11” fue –por decir lo menos-
elocuentemente insuficiente, aunque no por ello menos comprometida y decidida.
¿Qué faltó o qué falló? ¿La conciencia? ¿La
organización? ¿Un mando único? ¿Una política militar alternativa? ¿La dirigencia?
¿La voluntad? ¿Los análisis no daban cuenta de la realidad? ¿El apoyo
internacional?
Pueden ser tantas cosas. Pero lo
cierto es que fue inesperado lo que sucedió el fatídico día “11” , porque ello no se
correspondió con el estado de conciencia del momento y hasta con los
significativos resultados electorales (y a pesar de todas las dificultades
existentes en el plano de la economía)) obtenidos por la UP en las municipales
de abril de 1971 (51%) y sobre todo en las legislativas de marzo de 1973 (43,4%
de los votos). Y no se puede obviar aquí que en el mes de julio de 1971 logró
hacer aprobar, por la unanimidad del Congreso, la nacionalización del cobre.
En fin…
Podrá sonar a fatalidad, pero es
que en una coyuntura tan radicalizada de la “Guerra Fría”, y aunque pretendiera
insistir –como lo hizo hasta el final- en su camino pacífico, la UP jamás
lograría sobrevivir si es que no se preparaba para neutralizar a los sectores
que, desde el primer día, conspiraban para derrotarla porque se sintieron afectados
en su dominación económica y en la conservación de sus privilegios sociales. No
se trata aquí de ser “más o menos” partidario de una salida de ruptura, sino de
una mínima comprensión del proceso de cambio y de las posibilidades reales de
mantenerlo en el tiempo.
Efectivamente, la sensación es
muy confusa o extraña, porque parece como si de pronto se hubiera esfumado todo
lo aprendido y conquistado, y ya nada –ni nadie- pudiera detener la caída libre
de la “revolución” chilena. La
histórica acumulación de fuerza popular se desvaneció entre las consignas y los
gritos, y las masas fragmentadas y sin conducción, quedaron a merced de la
salvaje represión que se desató sobre ellas, y que quería tomarse revancha
también de las luchas pasadas del mundo obrero y popular.
El desbande fue generalizado y
los más humildes los más sacrificados. En este contexto, y a diferencia de lo
que hicieron muchos otros altos dirigentes de la época, sobresale el ético
compromiso (aunque estratégicamente aislado) de aquellas mujeres y hombres que
no buscaron su propia salvación personal y que estuvieron dispuestos a padecer
y sufrir (junto a los pobres y excluidos del campo y de la ciudad) los años más
duros vividos por el pueblo chileno.
Al respecto, a pocas semanas de producido
el Golpe de Estado, Miguel Enríquez entregó las siguientes precisiones a modo
de balance político, en una entrevista realizada desde la clandestinidad.
“No nos parece el momento de
revivir antiguas diferencias en el seno de la izquierda, pero a la vez, nos
parece necesario que los trabajadores y la izquierda obtengan todas las
enseñanzas que la experiencia chilena
entrega, para nunca más incurrir en errores. Por ello preciso: en Chile
no ha fracasado la izquierda, ni el socialismo, ni la revolución, ni los
trabajadores. En Chile, ha finalizado trágicamente una ilusión reformista de modificar estructuras socio-económicas y
hacer revoluciones con la pasividad y el consentimiento de los afectados: las
clases dominantes”.
Y así se pasó trágicamente de un
período prerrevolucionario, colmado de esperanzas y oportunidades, a otro
diametralmente distinto; definido como contrarrevolucionario por su carácter
opresivo y constituyente de una nueva y dictatorial dominación.
JOSÉ MIGUEL CASANUEVA WERLINGER
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