Los conquistadores del pan de Anselmo Lorenzo
Anselmo Lorenzo es una de las personalidades más destacadas
del proletariado europeo un pionero de las luchas por la emancipación social
que, como anarquista consecuente, ni tuvo cargos, ni disfrutó honores, ni gustó
del éxito individual. Por eso mismo, constantemente hay que rescatarlo de ese
olvido interesado de las clases dominantes y de sus cómplices académicos. Como
prueba de su lucidez, reproducimos el que, seguramente, sería su último
artículo, en el que disecciona el trasfondo de la Gran Guerra mundial y se
mantiene firme en la defensa del ideal libertario. Publicado en 1915 en un número
especial de Tierra y Libertad, le acompañaba esta breve nota: “Este artículo lo
escribió pocos días antes de morir para publicarlo en la prensa burguesa, lo
que no pudo conseguir a pesar de los esfuerzos que hizo”. Hoy ve de nuevo la
luz en La Alcarria Obrera.
La guerra europea ha producido una importante e inesperada
escisión en el proletariado emancipador.
De una parte se han presentado quienes, considerando al
imperialismo germánico como la amenaza más peligrosa para el ideal, y en
atención a los antecedentes revolucionarios y democráticos de Francia y de
Inglaterra, prescindiendo de la significación absolutista de Rusia, piensan que
los trabajadores deben contribuir directa, moral y materialmente a la
destrucción de la soberbia alemana.
Otros, firmes sostenedores de los principios y de las
aspiraciones de La Internacional de Trabajadores, mantienen su oposición a la
guerra, viendo en la actual el resultado de la dominación del capitalismo,
formado sobre el arcaico y aún vigente concepto legal de la propiedad romana, y
de los imperialismos en lucha por la hegemonía mundial, y declaran que aceptar
la guerra, tomando parte voluntariamente en ella, es claudicar; peor aún, es
renegar, con lo que únicamente se consigue favorecer a la burguesía explotadora,
fortalecer el Estado tiránico y anular la personalidad proletaria.
En España se tiene noticia de esa escisión por la
información de la prensa, que transmite las manifestaciones públicas del
proletariado extranjero, especialmente inglés, francés, italiano y portugués,
sin que el español, hasta la hora presente, haya dicho una palabra sobre tal
asunto, casi reducido al miedo, a la amenaza del hambre y atareado en la
ineficaz faena de arbitrar recursos, de acuerdo con las autoridades, para
atenuar la crisis de subsistencias y de trabajo.
Considero esta actitud indigna de la mentalidad y de la
pujanza de los trabajadores españoles, manifestada en la prensa obrera y en una
serie de actos que, a partir del Congreso Obrero de Barcelona de 1870 hasta la
fecha, alcanzaron gran importancia histórica, y les excito a que suelten
prendas y a que den la cara, como corresponde a quienes han de desempeñar una
función progresiva, sobre todo en estos momentos en que tanto preocupa el pro y
el contra de la neutralidad.
Téngase en cuenta que el capitalismo, en su existencia
actual de trusts monopolizadores y de grandes compañías explotadoras, no vive
ya de la explotación directa del obrero, sino del empréstito, del crédito, del
agio, de la especulación comercial, de la exportación de productos y de la
conquista de mercados, alcanzando ya su más alta expresión en el imperialismo,
monstruo insaciable de conquista y de dominación.
Alemania ha realizado el tipo de Estado militarista: si
triunfara en la actual guerra, aumentaría indefinidamente su poder, pero
reconózcase que si triunfaran los aliados, no resultaría vencedora la justicia,
sino el mal menor, que ha seducido a los anarquistas convertidos en
oportunistas, porque la victoria se repartiría entre naciones sin homogeneidad posible,
incapaces de constituir cada una por sí un peligro predominante, teniendo
además el contrapeso de contraer en sí mayor resistencia popular y mayor fuerza
de tradición revolucionaria.
Es evidente que esta guerra es causada por el capitalismo,
por los diversos imperialismos más o menos poderosos, por los diferentes
partidos militares, por los múltiples intereses sostenidos con la guerra y con
la paz armada y por los antagonismos industriales y bancarios. Es indudable que
ningún Estado combate con sinceridad por la libertad, por la civilización, por
el progreso, y de lo que positivamente se trata es del engrandecimiento
capitalista de cada nación, o a lo menos de la defensa mutua de las naciones
relativamente débiles ante la monstruosamente predominante; de donde resulta
que la acción guerrera de los trabajadores redundaría en su propio daño, porque
desharía su obra, anularía su propaganda, desvanecería su rudimentaria
organización y hasta les privaría de base racional de toda protesta y rebeldía,
ya que por hecho de sentar plaza de soldados renuncian a sus inmanentes
derechos.
No se olvide que los que, en defensa de un Estado, hablan de
la guerra como medio de imponer al mundo un ideal de civilización y de paz
contra otro de disciplinaria esclavitud, se reservan como garantía la
superioridad industrial y comercial; aspiran, con el predominio económico, al
económico; quieren la victoria y el imperio para reinar en el mundo desde el
mostrador y el escritorio, ostentando como cetro, no una varilla sino metro de
oro; venden civilización, no la regalan, reservándose la consiguiente ganancia;
resultando en último término que si en todo contrato de compraventa, el
reducido a constante comprador permanece en rutinario estancamiento, el
vendedor acumula ganancia sobre ganancia y al fin se enriquece a costa de la
clientela.
Expuesto así el asunto, me propongo demostrar que la guerra
actual representa el fracaso del Estado, consecuencia de fracasos anteriores,
especialmente los sufridos por las clases dominadoras, no directoras, la
aristocracia y después la burguesía; que el proletariado se presenta como el
elemento salvador y verdaderamente progresivo, sin que el trastorno ocasionado
por la guerra tenga más significación que el de incidente molesto y perturbador
dominable, ni que las declaraciones retroactivas hechas recientemente por
prestigiosos santones tengan más significado que el de síntomas de debilidad
cerebral y de casos de morboso pesimismo individual.
A la vista de tanta ruina y desolación, para consuelo y racional
esperanza de mis compañeros los trabajadores, deseo divulgar este grandioso
pensamiento de Reclus: “A los conquistadores del pan, es decir, a los hombres
de trabajo, asociados, libres, iguales, desprendidos del patronazgo, se halla
entregada la causa del progreso. A ellos tocará introducir el fin el método
científico en la aplicación a los intereses sociales de todos los
descubrimientos particulares”.
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