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domingo, 12 de agosto de 2012

¿QUE PASO CON LA SOCIEDAD?


 ¿Qué pasó con la sociedad?

Sanarse del miedo y del horror es un proceso muy difícil para las sociedades que han vivido extensos períodos de su historia bajo regímenes dictatoriales o totalitarios. Y ello es así por muchas razones.

 En primer lugar, porque quienes ejercieron las labores de represión generalmente recurren a ciertas explicaciones que supuestamente continuarían brindando alguna legitimidad a las acciones de abuso y aniquilamiento que emprendieron en el pasado. Asimismo, hay que considerar que, casi siempre, los responsables de ellas no son exclusivamente miembros de  las fuerzas armadas y de los aparatos especializados de control, sino que integran también esta categoría sectores muy poderosos de la civilidad, que aportaron recursos económicos y la ideología que definió taxativamente al enemigo interno y/o externo que había que exterminar.

 En segundo lugar, porque en la otra vereda se encuentran las víctimas, es decir los que fueron objeto directo o indirecto de un conjunto de procedimientos destinados a hacerlos desaparecer como sujetos y a quitarles su dignidad e integridad como seres humanos, quienes con justa razón temen al olvido y a la impunidad.

Y por último, falta quizá lo más importante. ¿Dónde estaba la sociedad cuando miles de indefensos seres humanos eran conducidos a un destino del cual jamás se regresaba? ¿Qué hicieron al respecto las instituciones y las personas comunes y corrientes? Y aquí el abanico es muy amplio, pasando por quienes se opusieron tempranamente al orden represor, hasta aquellos otros que lo acogieron con júbilo y que colaboraron de distintas maneras con el odio imperante; y también están los no pocos que por miedo prefirieron no ver ni escuchar nada.

Se llega de esta forma al cuadro de una sociedad en parte cómplice y en parte víctima de sí misma, paralizada por el temor más profundo. ¿Y cómo se sale o se supera una situación tan degradada en términos éticos y morales?

El primer paso es enfrentarse a la verdad de lo sucedido, que se haga justicia y que se asuman auténticamente las responsabilidades que a cada actor le correspondió en los sucesos. Y el segundo paso es que la propia sociedad sea capaz de sacudirse, sin ambages, de los prejuicios y resabios autoritarios que permanecen activos durante mucho tiempo después en discursos y en prácticas cotidianas aparentemente inofensivas.

 José Miguel Casanueva Werlinger

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