76 años después de la matanza de Badajoz
El 25 de marzo de 1936 la provincia de Badajoz firmó su
condena a muerte. España aún no estaba en guerra, pero el destino de esta
ciudad extremeña y sus habitantes quedó escrito. Más de 60.000 jornaleros
pacenses, dirigidos por la Federación Española de Trabajadores de la Tierra
(FETT), ocuparon 23.500 hectáreas de tierra sin trabajar cuya propiedad se
repartía entre tan sólo siete propietarios. Fue la mayor ocupación de tierras
del período republicano y el pretexto para una de las mayores matanzas llevadas
a cabo durante la Guerra Civil.
El 12 de agosto las tropas procedentes del norte de Áfricada
comandados por el General Yagüe iniciaron el asalto de la provincia extremeña.
“Sólo en la ciudad de Badajoz fueron asesinadas 3.800 personas durante la
Guerra y los primeros años de dictadura”, asegura a Público el historiador
Francisco Espinosa, autor de la obra La columna de la muerte. “La matanza fue
un escarmiento a petición de los terratenientes y una señal al resto de las
zonas republicanas”, añade el historiador Justo Villa.
Testigo directo de la masacre que durante la segunda
quincena de agosto de 1936, las tropas del General Yagüe perpretaron en Badajoz
es Luis Pla. A sus 87 años de edad, Luis recuerda a la perfección lo que
sucedió en su ciudad cuando él apenas tenía 11 años. Su padre y su tío, Luis y
Carlos, fueron asesinados por los militares meses antes de que se iniciara un
juicio militar contra ellos que los declaró inocentes. “Los soldados los
soltaron y les dijeron que estaban libres. Cuando se dieron la vuelta, los
dispararon por la espalda”, recuerda Luis.
"La matanza fue un escarmiento a petición de los
terratenientes", asegura un historiador
La historia de la familia de Luis Pla difiere de la mayoría de tragedias
de la Guerra Civil. Su familia no era jornalera, ni pobre y no le faltaban
contactos en las altas esferas. Había nacido en una familia acomodada en una
región en que la burguesía era escasa y más bien de derechas. En 1936, los
hermanos Pla Álvarez poseían negocios en Extremadura relacionados con el
automóvil, la distribución de Campsa y alguna explotación agraria. Los dos
militaban en el partido de Manuel Azaña, Izquierda Republicana.
Primero asesinados, después multados
La militancia republicana de los Pla no fue bien visto por
el resto de terratenientes de la zona, amenazados ante las ocupaciones de
tierras de los campesinos. El 19 de agosto de 1936 los dos fueron ejecutados.
“Casi tres meses después de su
asesinato, se les abre un expediente calificándoles de individuos culpables de actividades
marxistas y rebeldes, y acusándoles de contribuir al triunfo del Frente Popular
y hasta de que tenían en su poder los rublos que financiarían la Revolución que
Rusia pretendía en España”, describe Luis Pla.
La Audiencia de Cáceres cerró el caso por “inconsistencia de
los cargos” y condenó a la familia Pla a pagar unas multas de 75.000 pesetas
por pertenencia a partidos políticos ilegales según la Ley de responsabilidades
políticas. Pero para entonces, los dos hermanos ya llevaban casi cuatro años
muertos y la multa recaía sobre una ya maltrecha economía familiar. “Los
negocios y bienes de la familia habían sido incautados por la nueva autoridad
militar, todos los vehículos con los que comerciaba mi padre fueron saqueados
por los marroquíes y su coche personal pasó a ser disfrutado personalmente por
Yagüe”, rememora Luis Pla.
“Que el único delito que mi padre y mi tío y los miles de
asesinados cometieron, si es que eso era delito, era haberse manifestado
republicanos o socialistas o comunistas o sindicalistas. Con la diferencia de
que aquellos a los que se estaba castigando tan ferozmente nunca habían
declarado su apoyo y aplauso a ninguna masacre ni al terrorismo institucional
como el que se estaba practicando por los sublevados como norma aberrante”,
indica Pla
Repercusión internacional
La masacre de la que habla Pla fue recogida por diversos
medios internacionales que, por primera vez, habían entrado a España durante el
conflicto. El primero en llegar fue el periodista portugués Mario Neves, quien
trabajaba para el medio luso Diario de Lisboa. Tras cinco días de conflicto, el
periodista abandonó Extremadura espantado por la barbarie y juró no volver
jamás. El historiador Justo Villa lo conoció muchos años después. “Siempre me
contaba que lo que más le espanto y el día que decidió salir de aquí, fue una
tarde que encontrándose a varios kilómetros de la ciudad vio un densa columna
de humo. Se acercó y cuando llegó se encontró con 300 o 400 cadáveres ardiendo.
Ese día salió 'pitando' de este país”, recuerda Justo.
Las crónicas de Neves no son las únicas que se conservan del
momento. El periodista estadounidense Jay Allen escribió para el Chicago
Tribune: “Esta es la historia más dolorosa que me ha tocado escribir. La
escribo a las cuatro de la madrugada, enfermo de cuerpo y alma, en el hediondo
patio de la Pensión Central (…). Miles fueron asesinados sanguinariamente
después de la caída de la ciudad. Desde entonces de 50 a 100 personas eran
ejecutadas cada día. Los moros y legionarios están saqueando. Pero lo más negro
de todo: la policía internacional portuguesa está devolviendo gran número de
gente y cientos de refugiados republicanos hacia una muerte certera por las
descargas de las cuadrillas rebeldes”, escribe Allen.
No obstante, la declaración que mejor resume el espíritu de
revancha de aquellos días y que permaneció durante los siguientes cuarenta años
la consiguió el también periodista estadounidense John T. Whitaker, del New
York Herald Tribune, cuando preguntó al General Yagüe sobre lo sucedido:
“Por supuesto que los matamos. ¿Qué
esperaba usted? ¿Que iba a llevar
4.000 prisioneros rojos conmigo,
teniendo mi columna que avanzar contrarreloj? ¿O iba a soltarlos en la
retaguardia y dejar que Badajoz fuera roja otra vez?, concluyó.
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