Hay ocasiones en las que el silencio lo dice todo. Rabia, impotencia, desolación, incertidumbre e incluso miedo. Eso es lo que se escondía tras el silencio que guardaban los ex trabajadores de Delphi, en los autobuses que los traían a casa desde Sevilla. Miradas al vacío, brazos cruzados y cuerpos que no encontraban la forma de acomodarse en el asiento. Gestos de preocupación porque sus cabezas continuaban dándole vueltas a la determinación de la Junta. A partir de febrero, a buscarse la vida. Otra vez. Para muchos es imposible no mirar atrás y recordar lo vivido con la reconversión de Astilleros del 84. Así llegaron a Delphi. Agua pasada y vuelta a la realidad. Ya no habrá más cursos ni ayudas y 600 personas siguen pendientes de una recolocación que nunca llegará. «Ya somos conocidos como los palestinos, 'pa' Alestis no».
Jesús Anillo es uno de los que ha tenido que hacer frente a las dos crisis de empleo. Llegó con 18 años a Astilleros y con 24 tuvo que irse. Tras dos años y medio fue recolocado en Delphi. Ahora con casi medio siglo el panorama es muy distinto. «Treinta años cotizados que se quedan en nada. Sólo voy a tener cuatro meses de paro y luego, ¿qué hago?». Todos temen volver a enfrentarse al mercado laboral. «Los cursos no han servido para nada porque ya no hay industrias del metal. No nos han preparado para otros sectores», aseguró José Ángel Llacas, un operador de máquina que se llevó más de 20 años en Delphi.
Hablan de un agravio comparativo porque las promesas se han cumplido sólo para algunos. «Nos han cerrado las puertas a cal y canto. Uno analiza todas las posibilidades y te vienes abajo porque con 50 años poco puedes hacer en el mercado laboral», afirmó José Jiménez. Por las calles escuchan los comentarios que los tachan como unos privilegiados ante esta caótica situación. «Creo que lo que hay es desconocimiento. Al principio todos estaban con nosotros y ahora creen que vivimos del cuento. Es una campaña para poner a la gente en nuestra contra. No hay un operario que se haya llevado más de 30.000 euros como indemnización y firmaron recolocar a todos, a todos», expuso Fran Carretero.
Algunos se muestran más combativos. No están dispuestos a conformarse, a dejar que todo pase, es el caso de Alejandro Antelo. «La Junta no sabe lo que es luchar contra alguien que ya lo ha perdido todo, que ya no tiene nada que perder». Otros miran a otro sitio, es decir piensan en marcharse. Saben que en Cádiz no van a encontrar trabajo. «Si fuera yo solo me daba igual, pero decirle a toda mi familia que nos tenemos que ir. Tampoco sé si puedo mantener dos casas para que ellos se queden aquí. Es toda una vida la que nos van a arrancar y nosotros sólo buscamos lo mejor para nuestros hijos». En sus palabras Carlos Brihuega dejaba entrever el dolor. Ése que escuece en las entrañas por ver como tiran por tierra todo por lo que se ha luchado. Como eso ahora se queda en nada.
Los salvados
Desde cierta distancia mira este proceso Paco Romero. Él sí está realizando los cursos para entrar en Alestis. Pero tampoco se confía. «Esto se retrasa y no abre, y tras lo que le ha pasado a mis compañeros, ya no nos fiamos. Hay inquietud pero confianza en que todo salga bien. Ahora hay que apoyar a los que quedan porque, aunque tengo la conciencia tranquila, piensas que podrías haber sido tú».
Otros se pueden dar con «un canto en los dientes» porque finalmente pudieron entrar en el proceso de prejubilaciones. En la segunda oleada le tocó a Cristóbal Navas, mecánico con casi 30 años trabajando en Delphi. «No me lo esperaba y tuve suerte, pero pienso estar al lado de mis compañeros pase lo que pase. Fui a Sevilla e iré a donde haga falta para conseguir justicia porque se firmó un pacto por el trabajo. Iban a tener un puesto, y resulta que ahora tienen que buscarse la vida».
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