Prohibición de la lectura de tabaquería
El
14 de mayo de 1866 a través de un decreto de la Capitanía General de Cuba,
entonces colonia española, se prohíbe en toda la isla la lectura colectiva en
los talleres de tabaquería. La costumbre del uso de lectores de tabaquería se
hizo habitual en muchos talleres y tuvo un papel esencial en el desarrollo de
la conciencia proletaria. Cada operario contribuía con una cuota para que el
lector pudiera resarcirse del jornal que dejaba de cobrar durante el tiempo que
empleaba en la lectura. La fuerza de esta actividad fue reconocida y temida por
algunos empresarios, que desencadenaron en su contra una campaña feroz. Aducía
que, debido a estas lecturas públicas, las reuniones de artesanos se convertían
en círculos políticos y que los periódicos se pasaba a libros sediciosos que
alteraban la moral y el orden público. Con el decreto quedaba prohibido
«distraer a los operarios de las tabaquerías con toda clase de lectura de
libros y periódicos y de discusiones extrañas al trabajo» y se recomendaba la
constante vigilancia para impedir estas actividades. Numerosos propagandistas
revolucionarios, sobre todo anarquistas - entre los que destaca Luisa Capetillo
- e independentistas, hicieron de lectores y, pese a las prohibiciones, la
lectura continuó no sólo a toda Cuba sino también a las tabaquerías
estadounidenses de Cayo Hueso, Nueva York y Tampa. La lectura pública sirvió
como excelente vehículo para la propaganda revolucionaria que culminó con la
independencia de Cuba y, sobre todo, contribuyó de manera eficaz a la propagación
de la cultura entre las clases trabajadoras. En 1902 con la instauración de la
República de Cuba, esta actividad, calificada por José Martí como «tribuna
avanzada de la libertad», continuó como catalizador en el movimiento obrero.
Los obreros tabaqueros, el sector proletario más destacado de la lucha social,
la utilizaban para dar a conocer los abusos contra la clase obrera, difundir
conocimientos, preparar la organización sindical y apoyar las huelgas.
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