LA VIDA
VOLVIO A SOL HASTA QUE LLEGO LAS 5 DE LA MAÑANA
Hasta que
dieron las cinco de la mañana, escribir algo sobre el 12M iba a ser algo
estimulante, creativo. Porque iba a tratarse de encontrar nuevos detalles en
ese fenómeno conocido: sabemos por qué están en las calles, sabemos de qué tono
están hechas sus reividicaciones, sus pancartas, sus tuits. Sabemos que su adn
es horizontal aunque en realidad su músculo funciona por nodos de influencia.
Sabemos que tiene la capacidad de llenar plazas, aunque también sabemos que a
veces puede ser invisible, intermitente y hasta sobrevalorado. ¿Dónde mirar?
¿Qué contar esta vez? ¿Qué de nuevo había tenido este 12M?
Hasta que
dieron las cinco de la mañana, teníamos la posibilidad de pararnos a pensar por
ejemplo que el 15-M había superado sus miedos, que había logrado de nuevo que
decenas de miles de personas no solo llenaran las plazas de varias ciudades
españolas, sino que lo hicieran ignorando las advertencias y sobrepasando los
límites horarios que había anunciado el Gobierno. Como en aquella jornada de
reflexión colectiva, la gente se ha visto legitimada para la desobediencia.
Si no
hubiera pasado lo que pasó a las cinco de la mañana, la primera foto de un
artículo sobre la jornada del 12M sería la de Sol a rebosar.
Y quizá el
primer vídeo, el del grito mudo de silencio a medianoche, ese ritual indignado
que ya hace las veces de ceremonia colectiva imprescindible para la emoción,
pero con esa novedad de los pañuelos blancos al aire.
Si no fuera
por lo que pasó a las cinco de la mañana, podríamos hablar de esa sensación de
euforia desinflada después del grito mudo. De cómo en los corrillos agrupados
alrededor del caballo unos se miraban a otros y decían: “Bueno… ¿y ahora qué?”.
Y de cómo el de enfrente le miraba como diciendo… “ah, ¿pero vosotros no
teníais una sorpresa preparada?”. Y no. La expectación era tan grande que todo
el mundo pensaba que el de al lado tenía un gran plan trazado. Y no.
Habría sido
interesante constatar que comenzaba poco después de medianoche no despertaba
mucho interés y que un grupo comenzó por su cuenta a acartonar el suelo,
amarrar cuerdas a las farolas y tensar lonas, con la infinita ironía de que estuvieran
recicladas de las Jornadas Mundiales de la Juventud, la visita del Papa a Madrid que
tantas tensiones desató.
Pero
llegaron las cinco de la mañana.
A la misma hora que el año anterior, cuando había en la plaza aproximadamente la misma cantidad de gente que el año anterior, unas 300 personas, la policía comenzó a desalojar lo que todavía no era una acampada.
Y ahí el relato se vuelve crudo, feo. Empujones, desalojos, cascos, porras, carreras, gritos, teléfonos, heridos, brabuconerías, detenidos, versiones. El lenguaje se ensucia y el debate se hace gris. Se acabó el pensar sobre la inteligencia colectiva, la política, la emoción o la crisis. A las cinco de la mañana, más de treinta furgones de policía entraban en Sol no solo se llevan por delante cartones, lonas y personas, sino también la posibilidad de que se avance. Otra vez a la casilla de salida y recomienza el ciclo: acampada desalojada, efecto rebote, manifestación del día siguiente, el triunfo de nuevo de la desobediencia… y a esperar el nuevo gesto que cree un nuevo efecto rebote. En 2011 fue el desalojo de Plaza Catalunya.
“Sería muy poco inteligente que desalojaran esta noche”, se decía en los corrillos de la Puerta del Sol. Porque la asamblea había sido frustrante, no había energías para hacer grandes cosas y aunque para la primera noche Sol podría haber tenido unos 50 acampados, estaba claro que la tendencia no era al alza, y al día siguiente habría sido una acampada muerta.
Pero no: a las cinco de la mañana, golpe de autoridad. Y de nuevo la batalla es por el territorio.
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