Una vez más los políticos vienen a pedirnos el voto. Mayoritarios y minoritarios, reformistas y “revolucionarios”, ecologistas, fachas, independientes… todos, absolutamente todos, llaman a nuestra puerta para pedirnos que elijamos su papeleta. A la hora de la verdad, cada uno de ellos representa su papel en el circo de la democracia.
Los de derechas, por ejemplo, pidiendo austeridad, exigiendo que gobiernen los que más tienen, los que saben lo que nos conviene desde siempre, diciendo que están en contra de los recortes sociales cuando son ellos, desde sus mismas empresas, los que se encargan cotidianamente de jodernos la vida a los trabajadores y las trabajadoras. Una derecha con capacidad para aglutinar a todos los nostálgicos del franquismo, una derecha rancia, de las peores de Europa, a la que miran con anhelo todos aquellos cuyo estrecho cerebro ya se han encargado de lavar algunos medios como Intereconomía o la COPE.
Por otro lado, los partidos de izquierda, al margen del neoliberal PSOE (que ha sido el gran amigo de la Patronal en estos años), se quejan de la falta de movilización popular ante la crisis, de la falta de resistencia ante los recortes sociales en las calles y los centros de trabajo, sin desvelar que han sido precisamente ellos y sus burocracias sindicales las que se han encargado de liquidar esa cultura obrera de resistencia y movilización, esa cultura asamblearia y digna, a través del delegacionismo y el parlamentarismo. No se puede pedir una cosa si desde hace años se está fomentando justamente lo contrario. Es decir, no se puede pedir a los trabajadores y trabajadoras que contesten a los recortes, que se autoorganicen en los tajos para plantar cara, si desde hace años se les ha convencido de que participación política es sinónimo de electoralismo, de votar por el sindicato o el partido de turno y echarse a dormir durante cuatro años.
Bajo nuestro punto de vista, es bien fácil: o se está por la autoorganización de los explotados y las explotadas (acción directa, abstencionismo, sindicalismo revolucionario y federalismo) o se le acaba haciendo el juego a los explotadores. Es a esto último a lo que conduce el parlamentarismo y el sindicalismo domesticado, con sus subvenciones y sus liberados. Por eso los anarquistas y las anarquistas pensamos que con votar no se consigue nada que no sea perder el tiempo en batallas perdidas y otorgarle legitimidad a un sistema podrido que solo se puede destruir desde fuera.
Hablamos de no votar, ni en las elecciones políticas ni en las sindicales, pero inmediatamente después hablamos de la necesidad de recuperar nuestra voz en todas las parcelas de nuestra vida. Es necesario que hagamos un esfuerzo por recuperar las riendas de nuestras vidas desde el territorio de lo colectivo. Hay que acabar con el individualismo que también se esconde detrás del gesto del ciudadano que vota, a solas y orgulloso, cada cuatro años, creyendo que así va a cambiar las cosas.
La democracia y el capitalismo están podridos hasta la médula y nosotros no vamos a alimentar ese monstruo. Sabemos lo que pasaría si todas y todos los trabajadoras se autoorganizaran en los tajos y empezaran a hablar por sí mismos, sin intermediarios ni líderes de por medio, con la mirada puesta en la transformación radical de esta adocenada sociedad, en la destrucción del capitalismo y el estado que lo protege… Seríamos imparables.
El voto nos duerme. Los partidos políticos dividen a la clase trabajadora. Los políticos viven a costa de los trabajadores y al final quien nos gobierna, quien tiene la sartén cogida por el mango, son los de siempre: los que tienen el dinero. Por eso hay que abstenerse, por eso hay que organizarse y luchar, con fuerza y esperanza, sin descanso, con la razón que asiste al que pelea con la cabeza alta y los bolsillos vacíos.
La clase obrera no vota! Se organiza y lucha! Abstención activa!
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