El último manuscrito de Víctor Jara
Boris Navia, abogado y ex jefe del Departamento de Personal
de la ex Universidad Técnica del Estado (UTE), cuenta que miró el libro,
observó los versos y por fin pudo respirar aliviado: “El poema se había
salvado. Ya había pasado casi un año del Golpe, por lo que sentí una gran
satisfacción al ver que todo el sacrificio que había hecho, resistiendo la
tortura de los oficiales, había valido la pena”.
Su recuerdo apunta a Estadio Chile, la última composición de
Víctor Jara, escrita apenas un par de horas antes de su asesinato, entre las
patadas y los culatazos que recibió durante cuatro días en el recinto, y que
encarnó no sólo el testimonio de su trágico desenlace, sino que también la
historia de una pieza rescatada y difundida a través de un efecto en cadena
clandestino y que parecía imposible de triunfar.
Aunque en ningún caso se trata de su creación más
trascendente, durante décadas ha sido musicalizada por las figuras más
diversas, como una suerte de continuidad a ese manifiesto inconcluso. “Canto,
qué mal me sabes/cuando tengo que cantar/ espanto/ Espanto como el que
vivo/como el que muero/ espanto”, reza su tramo más rotundo. Un puñado de
versos facturados el 15 de septiembre de 1973.
En esa jornada, y tras pasar casi cuatro días en el reducto
de Estación Central junto a otras mil personas de la UTE, los detenidos fueron
informados de la liberación de dos de ellos. Fue el instante que aprovecharon
para escribir recados de supervivencia que serían entregados a sus familias.
“Los escritos decían que estábamos bien y tenían los teléfonos de nuestros
cercanos. Cuando estábamos en eso, Víctor me pidió la libreta que yo tenía. Se
puso a escribir, pero de pronto llegaron dos conscriptos, se lo llevaron y fue
la última vez que lo vimos. Ahí soltó las hojas y yo me quedé con ellas”, sigue
el ex funcionario de la UTE, detallando las últimas horas del artista, ya que
su fallecimiento se estima entre el 15 y el 16 de ese mes.
Luego, los presos del Estadio Chile fueron trasladados al
Nacional. Ahí, Navia se había olvidado de su libreta, hasta que una petición de
los soldados para que anotaran sus nombres lo hizo sacarla de su bolsillo y
descubrir, por primera vez, que Jara nunca escribió una nota de tranquilidad
para su esposa: ahí estaba el poema Estadio Chile.
Por sugerencia del senador comunista Ernesto Araneda, el
jurista hizo dos copias en dos cajetillas de cigarros Hilton. Se quedó con la
original, pero las dos restantes se las entregó a un estudiante y a un médico
que quedarían libres en las horas siguientes. Ambas réplicas las tituló con el
nombre de “Víctor Jara”. Un acto temerario, pero equivocado: a la hora de la
revisión, los militares detectaron el papel en manos del universitario, vieron
el encabezado y lo obligaron a delatar su procedencia. El veinteañero apuntó a
Navia, quien se había ocultado el poema en la suela de sus zapatos. Tras
interrogarlo con golpes eléctricos, los hombres del Ejército le confiscaron la
composición.
Eso sí, el tercer eslabón había vencido. El doctor salió sin
mayores sospechas y logró llevar a la luz pública el grito visceral de
Estadio.... Hasta hoy, los involucrados no han logrado identificar quién fue el
profesional que selló el plan. De hecho, el abogado Nelson Caucoto, quien lleva
la causa del crimen del artista, dice que el proceso tampoco ha logrado
detectar al protagonista final. Un anonimato que asoma lógico: durante los 17
años de la dictadura, difícilmente alguien se atrevería a confesar una
operación que superaba lo permitido.
Pese a ello, los implicados coinciden que la copia con el
escrito siguió una ruta evidente: llegó a manos de dirigentes comunistas que
por esos días iniciaban su vida en la clandestinidad. A partir de ahí, todos
los movimientos se concentraron en sacarlo hacia el extranjero. Uno de los
primeros en recibirlo fue una organización guerrillera peronista de Buenos
Aires y que llegó hasta una radio para entregarle una copia, ya mecanografiada,
al fallecido periodista chileno Camilo Taufic, relato que entregó en 2006 al diario
La Nación.
Luego, el profesional lo incluyó en su libro Chile en la
hoguera, editado en 1974, difundido de manera clandestina en Santiago y
convertido en la primera plataforma que reveló su existencia. De hecho, gracias
a ese texto, Navia, el enlace inicial de toda la cadena, se enteró que
Estadio... había sido rescatado.
Las mismas cúpulas clandestinas le cedieron otra copia a un
grupo de mujeres integrado por María Julia Pérez, Rayen Méndez y Eliana Rahal,
esposas de los músicos de Quilapayún que partieron al exilio en octubre de 1973
y que guardaban la misión de liberar el escrito hacia Europa. Según Eduardo
Carrasco, líder del grupo, el manuscrito llegó hasta París camuflado en una
cápsula de remedio. Ahí se lo obsequiaron a Joan Jara, quien luego se encargó
de expandirlo a través de algunas figuras públicas.
Una de las primeras fue Pete Seeger, héroe del folk
norteamericano que lo musicalizó en el evento Friends of Chile Benefit Concert,
realizado en Nueva York en 1974 y que fue en ayuda de las víctimas de la
dictadura. De hecho, Seeger fue el primero que lo llevó al disco en su álbum
Banks of marble and other songs, de 1974. Desde ahí, lo ha cantado en casi
todos sus shows.
La urgencia era la misma entre los músicos chilenos y los
primeros en registrarla fueron la banda Tiemponuevo -adscrita a la Nueva
Canción Chilena- en su trabajo Dit is Tiempo Nuevo, de 1976, grabado en Holanda
y donde participa Payo Grondona. Isabel Parra hizo lo propio años más tarde con
una estremecedora versión a capella. Aunque el Golpe era un drama reciente, el
canto final de Víctor Jara había logrado perpetuarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario