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lunes, 4 de junio de 2012

LOS POLITICOS SON LOS ASESINOS DEL ESTADO


Los políticos son los asesinos del Estado. Y si se va uno, viene otro.

Son éstos unos fragmentos del libro del escritor austríaco Thomas Bernhard “Maestros Antiguos”.

 Me he tomado la licencia de eliminar las referencias a Austria, cuando las había, porque sin ellas, es éste un texto de carácter más universal que en mi opinión no está falto de verdad y de actualidad.

 Todos los días, cuando pensamos en ello, nos damos cuenta nada más de que nos gobierna un gobierno hipócrita y mentiroso e innoble, que por añadidura es el gobierno más tonto que cabe imaginar, dijo Reger, y pensamos que no podemos cambiar nada, eso es al fin y al cabo lo más horrible, que no podemos cambiar nada, que tenemos que ver sencillamente impotentes cómo ese gobierno, cada día, se vuelve más mentiroso e hipócrita e innoble y abyecto aún, y más o menos en un estado de consternación permantente tenemos que ver cómo ese gobierno se vuelve cada vez peor e insoportable.

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 Realmente, este país ha llegado ahora al punto absolutamente más bajo, dijo Reger, y pronto habrá renunciado a su sentido y finalidad de espíritu. ¡Y por todas partes todos esos repugnantes desatinos sobre la democracia! [...] Todos los días ve uno, con espanto cada vez mayor, la decadencia de este país destruido y de este Estado corrompido y de este pueblo embrutecido. Y la gente de este país y de este Estado no hace nada por remediarlo, dijo Reger, eso es lo que a alguien como yo lo atormenta diariamente. La gente ve o siente, naturalmente, cómo ese Estado se vuelve cada día más bajo y cada día más innoble, pero no hace nada para remediarlo. Los políticos son los asesinos, sí, los genocidas de un país así y de un estado así, dijo Reger, desde hace años, los políticos asesinan los países y los Estados y nadie se lo impide.

 [...]

 En la cúspide de nuestro Estado están los políticos como asesinos del Estado, en nuestro Parlamento se sientan los políticos como asesinos del Estado, dijo, ésa es la verdad. Todo Presidente y todo ministro es un asesino del Estado y con ello también un asesino del país, dijo Reger, y se se va uno viene otro, dijo Reger, si se va un asesino como Presidente, viene ya otro Presidente como asesino, si se va un ministro como asesino del Estado, viene ya otro. El pueblo es siempre sólo un pueblo asesinado por los políticos, dijo Reger, pero el pueblo no lo ve, siente sin duda que es así, pero no lo ve, ésa es la tragedia. [...] Los políticos son asesinos del Estado y asesinos del país, dijo Reger y, mientras están en el poder, asesinan sin reparo, y la justicia del Estado apoya sus asesinatos innobles y abyectos, sus innobles y abyectos abusos. Pero cada pueblo y cada sociedad merece naturalmente el estado que tiene y merece también por lo tanto sus asesinos como políticos, dijo Reger.

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 La justicia [...] no es ya desde hace muchos años digna de fe, actúa de una forma vituperablemente política, no independiente, como debería actuar. La justicia en X es hoy una justicia política, no independiente. La justicia se ha convertido realmente en una justicia política que es un peligro público. La justicia hace hoy causa común con la política, dijo Reger.

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 No hay atrocidad política tan grande que no hayan olvidado una semana después, no hay crimen tan grande. [...] Durante decenios comenten nuestros ministros horrorosos crímenes y son encubiertos por esas mosquitas muertas oportunistas. Durante decenios mienten y engañan esos ministros sin escrúpulos y sin embargo son encubiertos por esas mosquitas muertas. Es ya un milagro que, de vez en cuando, se mande al diablo a alguno de esos ministros criminales y estafadores, dijo Reger, porque se le reprochan graves crímenes cometidos durante decenios, pero ya una semana después todo el asunto se ha olvidado, porque las mosquitas muertas han olvidado ese asunto. El que roba veinte chelines es perseguido y encarcelado por la justicia, el que estafa millones y millares de millones en su puesto de ministro es expulsado, en el mejor de los casos, con una pensión gigantesca y olvidado enseguida, así Reger. Al fin y al cabo es realmente un milagro, así Reger entonces, que se haya expulsado ahora otra vez a un ministro, pero mire, apenas ha sido destituido y expulsado y apenas han escrito los periódicos que ha estafado millares de millones y apenas han escrito esos mismo periódicos que ese ministro es un criminal empedernido y debe ser llevado ante los tribunales, se le olvida ya para siempre por esos mismos periódicos y, con ello, por toda la opinión pública.

 Thomas Bernhard, “Maestros Antiguos”, (1985)

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