Hay vidas cargadas de literatura. La de Mika Feldman de Etchebéhère es pura novela desde que nació en Entre Ríos, en la colonia argentina fundada por judíos huidos de la persecución zarista, y murió en París arropada por amigos ateos y bendecida por su asistenta. Entre 1902, año de su nacimiento, y 1992, el de su muerte, el mundo se convulsionó a menudo. Y Mika tenía la llamativa costumbre de estar en el epicentro de estas convulsiones, ya fuese el Berlín de 1933 en pleno ascenso del nazismo o el Madrid acosado por los sublevados contra la Segunda República en 1936.
No fue una más entre los miles de extranjeros -idealistas y/o ideologizados- que acudieron a España a coger su fusil. Mika, comunista alérgica a los carnés y amante de la disidencia que la alejó siempre del aparato soviético, llegó con su marido Hipólito poco antes del golpe militar de julio del 36. Parecía otra escala más en su viaje internacional hacia la revolución, que les había arrancado de la Patagonia y les había llevado a París y Berlín. No tenían más patria que las ideas.
Al morir su marido en una batalla, ella asumió el mando de 150 hombres
Pero España fue muy diferente. Estalló una guerra y una revolución. Ellos querían ganarlas ambas. "La tarde del 18 de julio empezó nuestro andar en busca de armas y de alistamiento, de un sindicato de la UGT a otro de la CNT, entre grupos de jóvenes casi niños y hombres casi ancianos, entre rumores y discursos, canciones y consignas, mezcladas a la marea que subía de todos los barrios y se echaba sobre la Puerta del Sol. A todos nos temblaban las manos ansiosas de un arma", narró la propia Feldman en una carta inédita, recogida por el historiador argentino Horacio Tarcus.
En España ocurrió algo irreversible: la muerte de Hipólito, jefe de una columna de 150 milicianos, en agosto de 1936. Mika, que hasta entonces había contribuido desde la retaguardia con labores sanitarias, da un paso adelante. Mosquetón en ristre, los milicianos del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) aceptan su mando con la misma naturalidad con que se dejan cuidar por ella durante las batallas de Sigüenza, Moncloa o Pineda de Húmera.
Aquella dentista argentina que hasta 1936 a duras penas aceptaba "el camino de las armas" como instrumento revolucionario pasó a compartir lo que había expresado una miliciana que deseaba un reparto igualitario de tareas: "No he venido al frente para morir por la revolución con un trapo de cocina en la mano". Tal vez fue la mujer con mayor rango militar durante la Guerra Civil. En aquellos días su arrojo militar alimentó cierta leyenda, aunque no le ahorró la persecución estalinista desatada contra el POUM. Finalmente, el borrón de los vencedores sobre los vencidos la disipó de la memoria colectiva y la relegó a reductos militantes, como la Fundación Andreu Nin. Luchó por españoles, aunque pocos conocen ahora su historia.
Un día de marzo de 2007, la escritora Elsa Osorio (Buenos Aires, 1952) visitó la casita de París en la que Mika Feldman había pasado incontables horas de su vejez entre plantas. "Me encontré un jardín abandonado y me pareció que ese abandono era una metáfora de su memoria". Y en esa sensación Osorio encontró el empuje definitivo para armar su novela La Capitana (Siruela), en la que rehace la vida de una mujer que participó en los acontecimientos más trascendentales del siglo XX guiada por su idea de justicia, igualdad y libertad. "Perteneció a un mundo que una no conoce, ya no existe ese tipo de gente", reflexiona la escritora.
Elsa Osorio llevaba años encadenada al fantasma de Mika Feldman, desde que el escritor argentino Juan José Hernández le habló de ella a mediados de los ochenta. Rastreó sus huellas poco a poco, con la paciencia de un sioux: un artículo escrito por ella en 1945, titulado El niño guerrillero; encuentros con amigos; consulta de notas manuscritas y diarios; descubrimiento de la Fundación Andreu Nin, guardianes de la memoria del POUM, y búsqueda en archivos de España, Francia y Estados Unidos.
Cuanto más se zambullía en la biografía, más asombrosa le resultaba. "Si yo hubiera inventado un personaje así, resultaría inverosímil: alguien que conoció a Breton y era amiga de Cortázar, que fue dentista en la Patagonia, que estuvo al frente de una columna en la guerra... Me pareció una mujer extraordinaria, una especie de Che Guevara que se jugó la vida", explica Osorio.
La novela también se publicará, entre otros, en los países con huellas de Hipólito y Mika, como Alemania, Francia y Argentina. En todos intentaron cambiar el mundo, el mundo era su patria. Cuando, en La Capitana, un exiliado argentino la anima en París a participar en la guerra de las Malvinas en 1982 con las siguientes palabras: "Y qué bueno sería para vos, por fin una guerra tuya, de tu país, no una guerra ajena", Mika se indigna y llama a su amigo Julio Cortázar para buscar un cómplice. A ninguno le cabía el patriotismo en una bandera.
fuente: http://elpais.com/diario/2012/02/06/cultura/1328482803_850215.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario