Ha muerto uno de los franquistas más perniciosos que han pisoteado la faz de la Tierra: Manuel Fraga Iribarne. Más perniciosos y más duraderos puesto que casi ha llegado a los 90 años, demostrando así, una vez más, que los fascistas, como vampiros que son, viven por mucho tiempo gracias a la vida que arrebatan y succionan a los demás.
Ante la orgía de obscenidades que se ha desatado en su honor, sólo nos cabe poner algunos puntos sobre algunas íes y, quizá, sobre algunas jotas.
Fraga, el precoz
Los tiralevitas, adulones, pelotilleros, cobistas, alzafuelles y serviles de hoy, pregonan que Fraga fue un fenómeno de precocidad: número uno en varias oposiciones y ministro a los 40. En un tiempo en el que para trepar sólo se necesitaba haber asesinado a mansalva y/o adular a los asesinos, ¿qué tiene de especial Fraga? A sus 20 añitos, Alejandro el Magno ya había matado a su padre y destruido a media Hélade; César Borgia fue cardenal a los 18 y el ex provocador ex poeta Rimbaud, estaba a punto de convertirse en negrero y traficante de armas con sólo 19 años. Es caricaturesco imaginar que Franco sólo se rodeó de vejestorios. También le adulaban algunos jóvenes. Por ejemplo, Girón de Velasco, ministro de Trabajo durante 16 años y luego apodado “el León de Fuengirola”, fue designado para el Gabinete cuando todavía era un veinteañero.
Fraga, el académico
Fraga fue catedrático a los 26 años. Pues bien, su admirado Menéndez Pelayo lo había sido a los 21. En una Universidad en la que habían fusilado a las mejores cabezas y dónde los méritos académicos se medían por la insania homicida y por la “adhesión inquebrantable al Caudillo”, ¿qué tiene de extraño que Fraga adujera para acceder a la cátedra el mérito de ser hijo del alcalde de pueblo designado por el dictador Primo de Rivera?
Dicen que Fraga ha publicado “más de cien libros”. No vamos a enumerar los cientos que escribió Corín Tellado o los miles que escribieron cada uno los autores de novelas del Oeste. Tampoco vamos a entrar en el espinoso asunto de los negros escribidores, algunos de los cuales salvaron la cabeza gracias a sus jefes y firmantes. Ni siquiera es necesario entrar en honduras y descubrir que sus escritos son una deleznable justificación del fascismo porque, afortunadamente, dentro de pocos años nadie los recordará. Pero sí subrayaremos que Fraga fue ministro de Información y Turismo –por verdadero nombre, ministro de la Censura-. ¿Cuántos libros quemó Fraga desde ese puesto? ¿A cuántos posibles académicos encarceló, expulsó o, en el mejor de los casos, obligó a trabajar de peones?
Fraga, el patriota
Los medios de desinformación se han llenado la bocaza vociferando que Fraga era “un gran patriota siempre al servicio de España”. Si tanto lo fue, ¿por qué se prestó a la payasada de bañarse en Palomares junto al embajador de EE.UU.? ¿No aplaudía así la ocupación gringa, sus bases militares y, encima, justo cuando los aviones yanquis habían atacado con bombas nucleares aquella playa almeriense? Por otra parte, con aquel teatrillo bufo Fraga exhibió su fascismo congénito, ese que presumía de infalible buena suerte. En efecto, los fascistas podían pasearse por una playa nuclearizada porque todavía tenían el recuerdo de haber escapado indemnes a una guerra civil y también a un bloqueo internacional. En otras palabras, creían en su buena suerte pero con razón. Ítem más, Fraga fue embajador en Londres. Si tan patriota fue, ¿por qué no se desvivió para acercar Gibraltar a la soberanía española? Y en cuanto a otras colonias, ¿quién firmó la entrega de la última colonia española en el África subsahariana? Fraga. ¿A quién entregó Guinea Ecuatorial sino a un sátrapa igualico que Franco o que el mismo Fraga? Conste que, si por mi fuera, le pueden entregar Gibraltar a los malgaches y Guinea a los tibetanos con tal de que no nos caigan más bombas nucleares en las playas…
Fraga, el demócrata
Por motivos políticos, Fraga firmó tres sentencias de muerte. Dos recayeron en los anarquistas Joaquín Delgado -29 años-, y Francisco Granado -27 años-, inocentes que fueron asesinados a garrote vil el 17.VIII.1963 en la cárcel de Carabanchel por los verdugos Vicente López Copete y Antonio López Guerra quienes cobraron por su trabajo un plus de 7.000 pesetas. En ambos casos, el médico forense Leopoldo Escat Oppelt y el capitán Luis Ruiz del Árbol certifi caron que los reos habían fallecido por “traumatismo bulbar”. Cuatro meses antes, en un caso bastante más conocido, Fraga también apoyó con su fi rma el fusilamiento del comunista Julián Grimau (cárcel de Carabanchel, 20 de abril de 1963). A estos tres asesinatos, habría que añadir un buen número de delincuentes comunes que sufrieron la misma pena gracias, entre otras, a la humanista pluma del eminente catedrático Fraga Iribarne.
Pero no por ello pensemos que todos los catedráticos españoles son unos monstruos sedientos de sangre –dejemos ese calificativo sólo para los catedráticos franquistas-. Noventa años antes de los asesinatos firmados por Fraga, hubo un catedrático que actuó de muy distinta manera. Recordemos su ejemplo: en 1873, el entonces presidente de la I República Española, el catedrático de Filosofía y Metafísica don Nicolás Salmerón, dimitió de su cargo para no tener que firmar una sentencia de muerte.
Fraga, el hombre
Pero donde los plumillas oficiales han llegado a su máxima ignominia ha sido cuando han descrito a Fraga “simplemente como hombre”. Es lógico que los lameculos intenten desviar la atención hacia la vida privada de los caudillos pero muchos no compartimos esta interpretación ad hominem de la Historia. Nos da igual que Franco pegara a sus nietos o que Fraga les comprara caramelos. Como si era al revés. Aun así, la podredumbre que siembran estas semblanzas de los asesinos merece unas líneas. De Fraga se ha destacado que tenía un “fuerte temperamento” En mi pueblo, a la gente que se comporta con prepotencia, sinvergonzonería y crueldad se les llama brutos y bestias, algo que jamás dirían de una vaca. Pero Fraga no sólo hacía gala de la característica brutalidad soez de los falangistas. También era un perverso insidioso de los que tiran la piedra y esconden la mano. Por ejemplo, lo demostró ordenando al diario ABC que publicara párrafos “escogidos” del diario personal de Enrique Ruano con el objeto de añadir la injuria al agravio de su asesinato por la Policía madrileña. Sin embargo, para uno de los caletres más reblandecidos de los medios de desinformación, Fraga “tenía un gran sentido del humor, una vasta cultura, una brillante inteligencia y una originalidad radical y algo alienígena”. En consecuencia, añade la escribidora de marras que “hoy lamento la pérdida de este hombre irrepetible: el mundo será más convencional sin su presencia” (Rosa Montero, El País, 16.I.2012, pág. 12). La señora Rosa, tan amante ella de los animales –de las personas, ahora nos caben dudas-, ¿hubiera escrito lo mismo si hubiera recordado que Fraga se especializó en matar aves protegidas y en peligro de extinción? Pues si no lo recuerda, que les pregunte a los urogallos por el sentido del humor del ministro franquista.
3-3-1976 / 3-3-2006
Finalmente, hemos de admitir que, en efecto, Fraga poseía un gran sentido del humor -lástima que sólo tocara la tecla del humor negro-. Lo demostró riéndose de todos al escoger para la toma de posesión de su escaño en el Senado una fecha muy especial. Volvamos un momento la vista atrás: el 03 de marzo de 1976, los trabajadores de media España estaban soliviantados. Pocos meses antes había fallecido el “Caudillo de España por la Gracia de Dios” y el fascismo seguía incólume, ahora con el heredero designado por Franco, el susodicho rey Juan Carlos. Aquel fatídico día, miles de obreros se habían congregado en Vitoria. Fraga decidió cortar por lo sano la naciente insurrección y para ello, contando con la entusiasta ayuda de su escudero Rodolfo Martín Villa, ordenó disparar a mansalva. Cinco muertos e incontables lisiados y heridos. Los sobrevivientes entendieron la sutileza, digna del Doctor Angélico, que encerraban los argumentos del ministro catedrático. La infecta Transacción podía comenzar. Pues bien, Fraga entró en el Senado el 3 de marzo de 2006. Sí, exactamente treinta años después de la matanza de Vitoria.
Antonio Pérez, antropólogo
fuente: cnt.es
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