Han tenido que transcurrir ¡siete lustros! para que la Junta de Andalucía, que desde los primeros comicios democráticos ganó el PSOE por expresa confianza otorgada por los ciudadanos y ciudadanas andaluces, para que oficialmente haya sido reconocido el ultraje, la humillación, cuando no pocas veces la cárcel, la tortura y la aniquilación de ejemplares mujeres que, tras el golpe de estado de 1936 y la posterior posguerra salvo desde muy determinados ámbitos, permanecían en el más desdeñoso e inícuo de los olvidos. Porque si los hombres de ideología republicana y todo tipo de creencia ajena a un ilegal pronunciamiento y una muy dilatada posguerra sufrían la represión, la cárcel, el exilio y en definitiva la vulneración de los más elementales derechos humanos, a las mujeres de estos, en absoluto les fue nada mejor, sin haber sido durante décadas -salvo contadas ocasiones-, valoradas en su justa medida. Su denodada entrega fue agotadoramente dolorosa, luchando con inusitado coraje, siempre esperando la noticia de la muerte de un ser querido además. Hundidas en la más sórdida precariedad, se convirtieron en fidelísimas administradoras de sus humildísimas casas, caso de no serles requisadas. Sí, a aquellas mujeres las ningunearon, las mismas que hicieron posible la subsistencia doméstica y de otros hogares en peor situación aún. A esta crítica existencia a la que tuvieron que enfrentarse - sobre todo las consideradas como familiares de «rojos»- en aquella atroz posguerra de miseria y negritud debería evidenciarse ¡siempre! Aunque pasados los años la mayor parte de ellas murieron esperando algún tipo de reivindicación que jamás les llegó. Tuvieron aquellas ejemplares mujeres la admirable entereza de verse obligadas a convivir con los implantadores de la desolación en sus familias, amargamente, pues había que supervivir en aquel infrahumano régimen. Para las generaciones venideras, aquellas singulares mujeres, son hitos, heroínas anónimas, merecedoras por sus enormes cualidades de ser admiradas y enaltecidas, pues además lo hicieron sin odio o rencor. Todas son dignas de la más indeleble gratitud.
Alfonso Aguirre - Puerto Real
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