En 1978, el periodista Daniel Sueiro entrevistó al abogado Eduardo Pardo Reina. El letrado tenía entonces 73 años de edad y recordó a su manera los Sucesos de Casas Viejas. También lo ocurrido después, durante el procedimiento contra Manuel Rojas, el capitán de la Guardia de Asalto que en enero de 1933 ordenó fusilar a doce vecinos de Benalup tras haber sofocado la revuelta anarquista en ese pueblo.
Pardo Reina había defendido a Rojas en el juicio celebrado en Cádiz en 1934. Era un testigo de primera mano de la investigación sobre un acontecimiento que cambió el rumbo de la Segunda República. Sueiro le hizo unas cuantas preguntas al abogado. Pero probablemente el periodista sólo buscaba en ese momento una respuesta.
Quería que Pardo Reina le dijese si era verdad que Manuel Azaña había dado personalmente aquella famosa orden que todo el mundo daba por cierta: ni heridos ni prisioneros, tiros a la barriga.No era una cuestión baladí. Acababa de morir Franco y durante toda la dictadura, el franquismo se había encargado de mantener amarrado el nombre del que fue presidente de la República a los sucesos de Casas Viejas.
Con una idea simple, hitleriana: Azaña ordenó la matanza de campesinos con una frase cruel: tiros a la barriga. ¿Qué mejor desprestigio para un gobernante de izquierdas, para tan renombrado representante de la Segunda República, de aquel régimen tan odiado? Desde el exilio, los anarquistas contribuían a difundir esa versión.La frase, la tan traída y llevada orden, la sacó a la luz en Cádiz, en el juicio a Rojas de 1934, el capitán de Estado Mayor Bartolomé Barba. A Barba lo llevó como testigo Pardo Reina para que contase algo muy concreto: que dos días antes de los Sucesos de Casas Viejas, en Madrid, Azaña, entonces jefe del Gobierno y también ministro de la Guerra, lo llamó a su despacho y le informó de que habían sido atacados cuarteles en Lérida y otras ciudades y que se esperaban asaltos en Madrid.
Entonces, contó Barba, Azaña le ordenó: "Ahora vaya y diga a sus hombres que rechacen los ataques y que nada de hacer prisioneros ni heridos. Tiros a la barriga. Tiros a la barriga y nada más".Pardo Reina intentaba demostrar con ese testimonio que la matanza de Casas Viejas ocurrida días después de ese encuentro entre Azaña y Barba respondía a esas tajantes y crueles órdenes del Gobierno para reprimir la revuelta anarquista.
Que el capitán Rojas acudió a Casas Viejas con las mismas órdenes que recibió Barba. Pero ocurrió en el juicio que el capitán Barba, que ni había estado en Casas Viejas ni sabía dónde estaba ese pueblo, comenzó a contradecirse en cuanto le reclamaron precisión sobre cómo transmitió esa orden y sobre su significado: si incluía matar a detenidos ya terminada la lucha. La declaración llegó a tal grado de confusión, que el propio militar acabó por hacer constar que lo que estaba contando nada tenía que ver con lo ocurrido en Casas Viejas.
Y es que lo que había sucedido en Casas Viejas era que la Guardia de Asalto, por orden de Rojas, había detenido a unos cuantos vecinos en sus casas horas después de terminada la lucha y, sin más, los había fusilado. Eso nada tenía que ver con las órdenes de Azaña a Barba, por más que la defensa de Rojas, el abogado Pardo Reina, sostuviese lo contrario.
Así quedó patente en el juicio. Pero sólo en el juicio.Pese a ello, pese a ese fracaso de la defensa ante el tribunal, la frase tiros a la barriga puesta en boca de Azaña triunfó porque varios periódicos que cubrían el juicio en Cádiz coincidieron en dar por cierto el testimonio de Barba y en relacionar directamente esa orden con los Sucesos de Casas Viejas. Les ayudó que unos cuantos mandos de la Guardia de Asalto acudieron a Cádiz a apoyar a Rojas y a decir que en enero de 1933 les habían dado una orden: ni heridos ni prisioneros.
Alguno llegó a decir que eso incluía matar a detenidos pero nadie fue capaz de explicar por qué entonces eso sólo había ocurrido en Casas Viejas y en ningún otro de los lugares en los que hubo enfrentamientos.Por encima de toda esa realidad, Azaña, los tiros a la barriga y Casas Viejas formaron una unidad que ningún razonamiento fue capaz de agrietar. La tergiversación la difundieron una y otra vez desde la prensa monárquica hasta la anarquista, y nada pudo detener esa marea.
El franquismo vino luego a remachar la leyenda. El caso es que en 1978, Daniel Sueiro tenía delante al hombre que conocía la verdad, al abogado que estaba detrás de aquella historia. El periodista debió sentir el vértigo de ese momento crucial: Pardo Reina iba a revelar por fin cómo había sido pergeñada la insidia que perseguía a Azaña. Pardo Reina iba a reconocer que todo había sido una artimaña fracasada en el juicio pero que cosechó un éxito rotundo fuera de la sala de vistas.El periodista se quedó con las ganas.
Pardo Reina le dio a entender que, efectivamente, todo había sido un montaje y así lo captó Sueiro. Pero no pasó de ahí. El abogado se mantuvo en la ambigüedad y hasta se permitió jugar con la Historia: le dijo a Sueiro que quizá un enfrentamiento entre Barba y Azaña, en el juicio, hubiese desvanecido cualquier duda sobre la veracidad de la famosa orden.Azaña no acudió a declarar a Cádiz como testigo al juicio de 1934 contra Rojas. El tribunal no lo consideró necesario y rechazó la petición de la defensa, de Pardo Reina. Pero eso fue precisamente lo que hizo que el Tribunal Supremo ordenase repetir el juicio.
La Audiencia de Cádiz juzgó de nuevo a Rojas en junio de 1935. Y entonces sí acudió a la capital gaditana Manuel Azaña, entonces ex jefe del Gobierno, para declarar como testigo. También lo hizo el capitán Barba. Y, en contra de lo que Pardo Reina le indicaba muchos años después a Sueiro, sí hubo un careo entre Barba y Azaña.Pardo Reina no estaba allí. Había dejado la defensa de Rojas y éste tenía un nuevo abogado en el segundo juicio.
Pero Pardo Reina no podía ignorar lo sucedido: no era posible que no supiese que su amigo y compañero de conspiraciones Bartolomé Barba se había enfrentado con Manuel Azaña delante del tribunal, en la sede de la Audiencia de Cádiz, en la plaza de Rafael Guillén, en pleno barrio de La Viña, la mañana del 12 de junio de 1935. Hace ahora setenta y cinco años.El previsible careo era lo más esperado de ese segundo juicio, como explicaba Diario de Cádiz días antes. La expectación en la ciudad era enorme.
Azaña, acompañado por el ex ministro Casares Quiroga, llegó poco después de las once de la noche, el día 11. Fueron recibidos por correligionarios y amigos y se alojaron en el hotel de Francia, el actual Francia y París. Tras un breve descanso, fueron a cenar al restaurante San Francisco. Los periodistas se acercaron a Azaña y le pidieron algún comentario sobre la actualidad política pero el ex jefe del Gobierno no quiso hacer ninguno. Les dijo que estaba en la ciudad en calidad de testigo del caso Casas Viejas y que tal vez antes de marcharse les dijese algo. Al día siguiente, Azaña compareció en la Audiencia.
La sala de vistas se llenó de público. Allí estaba como espectador Manuel de la Pinta, de Izquierda Republicana, el partido de Azaña. Había sido suspendido como alcalde tras la revolución de octubre de 1934. Cuando llamaron a Azaña, el público reaccionó automáticamente con un murmullo y se movió expectante. Manuel Azaña entró, avanzó hacia el estrado y ocupó una silla cercana al abogado defensor.
Dubois inmortalizó su imagen en la sala de vistas repleta de gente. En la foto, a su izquierda y detrás, Rojas permanece en su silla de acusado con los brazos cruzados.Con su hábil oratoria, Azaña desarmó a la defensa desde el primer momento. Lo hizo al admitir ante el tribunal que, efectivamente, él dio órdenes muy duras en enero de 1933: que le dijo a Barba que los soldados defendiesen los cuarteles de Madrid disparando sin consideración contra quienes los atacasen, que empleasen la violencia desde el primer momento.
Barba declaró a continuación y sostuvo de nuevo lo de ni heridos ni prisioneros y lo de los tiros a la barriga. Pero, como el año anterior, incurrió en contradicciones y sus palabras sonaron esta vez por debajo de las razonables frases de Azaña, quien negó haber ordenado a nadie que fusilase a detenidos pero no evitó reconocer, allí delante de todos, que no se anduvo con miramientos al indicar cómo debía ser reprimida la revuelta anarquista.
Luego vino el careo. Barba repitió lo de los tiros a la barriga, ni heridos ni prisioneros, y Azaña lo negó tajante. No había manera de deducir de todo aquello que el Gobierno ordenase fusilamientos en enero de 1933. Barba, viendo cómo su testimonio se hundía, acabó enfadándose después con el abogado de la acusación privada cuando éste lo arrimó aún más contra las cuerdas. El letrado le recordó que en Madrid hubo detenidos pese a las órdenes tan tremendas que él había transmitido, lo que no casaba con lo que contaba. No se confunda, señor abogado, que yo soy un oficial de Estado Mayor, no un cabo de escuadra ni un capitán de Artillería ni de Infantería, le contestó Barba.Fue un bufido cuartelero que evidenciaba su fracaso.
Como apuntó el presidente del tribunal, Enríquez Cadórniga, al término del careo entre Azaña y Barba, la discrepancia quedó limitada a qué palabras había empleado el entonces ministro de la Guerra y jefe del Gobierno al reclamar una respuesta violenta, sin consideraciones, a los ataques de los rebeldes. Como además aquello nada tenía que ver con los fusilamientos de Casas Viejas, que era lo que se estaba juzgando allí, el asunto quedó definitivamente aparcado en el juicio. Como apuntó luego el fiscal, si las supuestas órdenes eran no hacer heridos ni prisioneros, Rojas las incumplió al hacerlos y matarlos después.
La maniobra quedó tan desbaratada, que el abogado defensor renunció a que declarase su testigo Virgilio Cabanellas, el general de División al que Barba transmitió en Madrid las órdenes de Azaña. El letrado no quería que Cabanellas dijese delante del jurado que no recordaba las órdenes, no quería que dejase sin apoyo a Barba. Pero el abogado de la acusación privada reclamó la presencia de Cabanellas y el general contribuyó a desmontar la estratagema que había ideado Pardo Reina.
Así quedó desvanecida en Cádiz la duda sobre la tan famosa orden de Azaña. Lo que en 1978 Pardo Reina echaba de menos que se hubiese producido había sido una realidad. Y él bien debía saberlo. En 1935, el abogado (y militar) formaba parte de la antiazañista Unión Militar Española (UME), la organización clandestina de oficiales que dirigía su amigo Bartolomé Barba. La UME acabó luego participando en el golpe de julio de 1936. También Barba y Pardo Reina. Conspiraban juntos y la exitosa "tiros a la barriga" fue una de sus hazañas.Y es que en el juicio a Rojas, los tiros a la barriga salieron por la culata. La estratagema fue un fracaso. Pero fuera de allí el triunfo fue total. Azaña ni conocía a Rojas en enero de 1933.
Lo conoció en marzo de ese año, cuando ya sabía lo sucedido en Casas Viejas y llamó a Rojas a su despacho para preguntarle personalmente si había fusilado a vecinos de ese pueblo. Rojas lo negó. Y sin embargo está escrito en algunos libros que fue Azaña quien ordenó a Rojas la matanza de Casas Viejas con frase de pistolero: nada de prisioneros, tiros a la barriga.Los periódicos monárquicos y antirrepublicanos, los anarquistas y después el franquismo se encargaron de mantener en pie los tiros a la barriga de Azaña contra Casas Viejas.
Machaconamente. Ya en 1934, un editorial de Heraldo de Madrid describía el panorama. No saben, decía, quién fue el que acusó, ni por qué acusó, ni en qué circunstancias acusó; el noventa por ciento de los que traen y llevan la frase por las columnas de periódicos sin escrúpulo periodístico no sabrían decir quién ha lanzado esa frase; ni les importa; se ha dicho por ahí que la dijo Azaña y basta; todo el programa político de Abc se cifra en esa frase.El editorialista no podía imaginar que la insidia triunfaría de tal modo que en 1978 aún fuese necesario pedirle una aclaración al urdidor de la patraña.
El abogado Pardo Reina se había sumado al golpe de julio de 1936 pero al poco había acabado él mismo en las cárceles franquistas al protestar en Valladolid por tanto fusilamiento ordenado por quienes tanto reprochaban a Azaña los tiros a la barriga. Pese a ese historial, el letrado no quiso echar luz al episodio de la orden.
El letrado le dijo a Daniel Sueiro que había estado 14 años en prisión y que en la cárcel había visto morir a cientos de hombres y sufrir a muchos miles más. "La lección de aquel espectáculo dantesco acabó por afianzar mi constante repugnancia hacia lo injusto y despótico", comentó Pardo Reina. No obstante, por alguna razón, en 1978, para el abogado no era momento aún de despejar la injusta acusación contra Azaña que tantos años atrás él había fabricado.
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