Cuarto día de la Semana Trágica
El jueves 29 de julio
de 1909 el Ejército intenta reocupar los barrios insurrectos de Barcelona
(Cataluña). Como cada día, se dio una tregua tácita de buena mañana, con la
apertura de las tiendas para poder abastecer a la población de productos de
primera necesidad y con la retirada con ambulancias de los caídos en las calles
del Paral · lel, de las Atarazanas y del Raval durante la noche, pero a partir
de las 9 horas se reanudaron los combates entre las fuerzas del orden y los
sublevados, en las barricadas y desde las azoteas. Durante toda la mañana
llegaron importantes contingentes de tropas: desde Valencia, por mar; de
Zaragoza, Pamplona y Burgos por tierra; estas tropas iban con la idea de que
aquella revuelta tenía un carácter separatista y no de defensa de los
reservistas enviados a la África. Con las nuevas fuerzas, el general Gremán
Brandeis Gleichauf ocupó el Poblenou, donde al menos murieron ocho insurgentes,
y procedió a desmontar las barricadas. A media mañana, la fábrica de licores
situada al otro lado de las ruinas del colegio de los Escolapios de San Antón,
propiedad del carlista y católico devoto Antonio Tortras, ante la posibilidad
de que escondiera religiosos, fue incendiada por un pelotón comandado por el
extremista del Partido Radical Domingo Ferrer Narch. Por la tarde, el general
Luis de Santiago Manescau ocupó militarmente el barrio de las Atarazanas, donde
la estrechez de las calles y los disparos de los francotiradores que se habían
retirado de las barricadas y que se habían apostado en las azoteas
obstaculizaban la penetración de las tropas. Más tarde, el general Brandeis
hizo lo mismo en el Clot y Sant Martí de Provençals, bastiones del Partido
Radical, a cañonazos. Este día sólo hubo tres ataques a centros religiosos:
fueron destruidos en su totalidad los maristas de San Andrés, sufrió graves
daños la iglesia parroquial del mismo barrio y también las franciscanas de Sant
Gervasi, en la calle San Elías. Durante todo el día corrió la noticia del
fracaso de la revuelta y de la huelga general en todo el Estado, lo que minó la
moral de los revolucionarios. En Madrid, mientras tanto, el ministro de
Gobernación, Juan de la Cierva Peñafiel, anunció prematuramente en un
comunicado la rendición de los rebeldes barceloneses.
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