La iglesia sin vergüenza
Luis García
Montero
Asturbulla, 14-03-2014
Es grave que un
cardenal tenga en España un significado político de carácter estatal ¿Qué hace
un Estado democrático organizando funerales en una catedral y poniendo la
representación pública en manos de un fundamentalista católico?
El cardenal Rouco Varela
perdió la vergüenza en el funeral de Estado en recuerdo de las víctimas de
Atocha. Después de repasar en un galope largo todos los caballos de batalla de
la Iglesia contra las libertades democráticas, acabó por soltar las riendas y
por alentar las interpretaciones falsas que hemos padecido sobre aquel crimen.
Se refirió a los que “mataron inocentes por oscuros objetivos de poder”, ole
ahí, como si la muerte no la hubiese desencadenado el irracionalismo religioso,
sino una trama política interna.
Me parece grave, pero no me parece muy grave. Una persona,
en nombre de una asociación privada, puede perder la vergüenza sin afectar a
las raíces de la vida democrática. Mucho más grave resulta que las
instituciones y las leyes de un Estado pierdan la vergüenza. Lo verdaderamente
grave es que las palabras de un cardenal tengan aún en España un significado
político de carácter estatal. ¿Qué hace un Estado democrático, que debe
respetar la libertad de conciencia de todos sus ciudadanos, organizando
funerales en una catedral y poniendo la representación pública en manos de un
fundamentalista católico?
Lo malo para la democracia española no es que Rouco y sus
hermanos pierdan la vergüenza y mientan a conciencia, sino que sigan formando
parte de los poderes y la hacienda pública gracias a los acuerdos con el
Vaticano de 1976-1979 y a la Ley Hipotecaria de 1946. En realidad es la
democracia española la que no tiene vergüenza.
España es un país de mentira. Se miente sobre la historia,
sobre los atentados terroristas, sobre la gestión política… y no pasa nada. Nos
gobierna hoy un presidente que se atrevió a mentir sobre los autores de un
crimen masivo, con los cadáveres de las víctimas todavía calientes, y no pasa
nada. Se trata del mismo presidente que ha mentido después sobre las cuentas y
el tesorero de su partido. Y no pasa nada. Somos así, vivimos de la mentira,
con una política y una democracia de mentira.
El papel de la iglesia católica resume en nuestra historia
contemporánea esta gran celebración de la mentira. Cuando uno quiere explicar y
explicarse la gran mentira democrática que significó la Restauración borbónica
del siglo XIX, nada más fácil que acudir al artículo 11 de la Constitución de
1876. Lean ustedes esto: “La religión católica, apostólica y romana es la del
Estado. La nación se obliga a mantener el culto y sus ministros. Nadie será
molestado en el territorio español por sus opiniones religiosas, ni por el
ejercicio de sus respectivos cultos, salvo el debido respeto a la moral
cristiana. No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni manifestaciones
públicas que las de la religión del Estado”. Un misterio más a cuenta de la
naturaleza divina: de una sola vez se prohibían todas las ceremonias que no
fueran católicas y se afirmaba que nadie sería molestado por sus ideas
religiosas. La mentira y la hipocresía circulan con voz de obispo por las venas
de este país.
Quien lea los concordatos, por ejemplo, el “Acuerdo entre el
Estado y la Santa Sede sobre asuntos económicos”, comprobará hasta qué punto,
después de muchos años de democracia y de varios gobiernos socialistas,
seguimos de rodillas ante la Conferencia Episcopal. Supongo que los cristianos
que trabajan por amor en las chabolas, entre los pobres, socorriendo a personas
desamparadas (tengan papeles o no), sentirán al escuchar a Rouco la misma
vergüenza que mi corazón laico siente al ver la palabra socialismo arrodillada
una y otra vez ante la Conferencia Episcopal.
Otro ejemplo. La ley hipotecaria que soportamos desde 1946,
con algunos maquillajes posteriores, no sólo sirve para que los bancos
mantengan la prepotencia salvaje de una dictadura a la hora de desahuciar a las
familias. Sirve también para que la Iglesia sea equiparada con el Estado en el
derecho a inscribir inmuebles y fijar las propiedades. O sea que la Iglesia
Católica puede poner a su nombre en el registro de la propiedad cualquier bien
que no esté inscrito antes. Cosa sin
importancia… Con ese procedimiento nos roba
a los ciudadanos, sin ir más lejos, la propiedad de un edificio histórico como
la Mezquita de Córdoba.
Lo grave, repito, no es la desvergüenza del sermón de Rouco,
sino la gran mentira en la que vive la democracia española. Sin respeto a la
libertad religiosa de las conciencias individuales, es decir, sin un Estado
laico, no existe verdadera democracia. Es un gran disparate que la sustitución
de Rouco por Blázquez en los mandos de Iglesia sea todavía una noticia de
alcance en la política española. ¿Vivimos aún en la Restauración de Alfonso
XII? ¿Vivimos en la España de Franco? No, vivimos en otra farsa, la de la
España actual, heredera de una Transición política llena de mentiras al
servicio de un poder político y económico de carácter injusto. Amén.
Público.es
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