El problema del desempleo, la
precarización y el subempleo. Retos y respuestas a problemas ya planteados en
los inicios de la II República
Josep Pimentel
Se cumplen ochenta y seis años de
la proclamación de la II República y los problemas planteados por la clase
trabajadora organizada durante ese período de cambios estructurales se
reproducen en la sociedad actual.
La II República buscaba como
objetivo la modernización del Estado y no la mejora de las condiciones de la
clase trabajadora. En palabras del historiador Xavier Diez: “la modernización
del Estado consiste en perfeccionar los mecanismos de dominio y control sobre
la población […] no aceptaran otro poder que no sea el de las élites, ni otra
estructura que no sea la jerarquía.” (1)
Este es el contexto en el que se
encontraba la clase trabajadora que no dista en exceso de la situación actual
en la que se encuentran las personas asalariadas.
Como punto de partida, analizaré
diversos artículos publicados en el diario Solidaridad Obrera durante el mes de
mayo de 1931. Me centraré en estos primeros días tras proclamarse la II República
e iré comparando la situación en la que se encontraba la clase obrera del año
1931 con las condiciones en las que actualmente se encuentran las personas
asalariadas.
El punto de conexión entre la
situación de la clase obrera de 1931 y la situación actual será el informe
económico número 11 editado por el Seminario Taifa de economía crítica
titulado: “La desposesión de la vida cotidiana (expropiación, usurpación, explotación,
manipulación, indefensión, fragilidad, miseria…)” publicado en junio de 2016.
La población del Estado en 1931
rondaba los 24 millones de personas (2). La situación que se describe en un
artículo publicado en el diario Solidaridad Obrera, el 5 de mayo de 1931,
estima una población desempleada en el Estado de medio millón de personas. Este
hecho implicaba que en una familia de cuatro miembros no entraban ingresos,
estando unos dos millones de personas en una situación de extrema
vulnerabilidad. También se determina en este artículo que unos quince millones
de personas malvivían con un salario que no cubría las necesidades básicas.
La situación actual de desempleo,
tal y como identifica el
estudio número 13
editado por el Seminario Taifa: “el paro no es solamente
resultado de los recortes de plantilla o los cierres de las empresas, sino que también es fruto de
todo un mecanismo de gestión de la
fuerza laboral que establece enormes barreras que agudizan y cronifican el
desempleo. La cifra de desempleo total se va reduciendo, pero la del paro de
larga duración ha seguido creciendo y, más recientemente, se ha reducido con menos
intensidad. Casi tres millones de parados llevan más de un año en paro […]
tienen escasas posibilidades de incorporarse en el mercado laboral” (3).
Entre otras soluciones, para
dignificar las condiciones de trabajo en las que se encontraban las personas
trabajadoras, eran comunes las Bolsas de
Trabajo controladas por los sindicatos de ramo. Existen diversos anuncios
publicados en la prensa obrera de los años treinta en los que se instan a las
obreras desempleadas a que se inscriban en ellas. Una de las que mejor funcionó
en Barcelona fue la Bolsa de Trabajo del Ramo de la Construcción de la
Confederación Nacional del Trabajo, situada en la calle Mercaders número 26 de
Barcelona. A medida que se inscribían las desempleadas, se les asignaba un
número de orden que les daba priori- dad a la hora de asignarles una oferta de
trabajo en las empresas de construcción de Barcelona consorciadas con el
Sindicato.
El subempleo fue una de las
características de las jornadas laborables en las que se encontraban muchas
personas jornaleras durante ese primer tercio del siglo XX. Ante esta precaria
situación, las trabajadoras agrícolas de Catalunya, el 19 de mayo de 1931, presentan
ante el Gobierno de Madrid una serie de reivindicaciones, exigiendo: “el
cumplimiento en el campo de ocho horas, salario mínimo y los beneficios de la
ley de Accidentes de Trabajo” que ya se aplicaba en otros sectores. La fragilidad
de diversos sectores era combatida por potentes sindicatos agrupados por ramos.
Del informe elaborado por el
Seminario Taifa se observa y se deduce un incremento de las horas extras no
remuneradas. Tras la reforma laboral de 2013 se camuflaron las horas extras con
la denominación de horas complementarias. Estas horas se integraban dentro de
los denominados “contra- tos a tiempo parcial”, que permiten modificar las horas del contrato según los intereses
del empresa- rio. Todas estas reformas que precarizan aún más las condiciones
de trabajo no obtuvieron respuesta crítica por ningún sector determinante por
las asalariadas del Estado. Críticas que no pasaron de la publicación de
algunos artículos o de la difusión en redes sociales y poca incidencia real en
la calle. En mayo de 1931, desde el diario Solidaridad Obrera se hacía un
llamamiento a los sindicatos de la Confederación para que se cumpla rigurosa-
mente la jornada de ocho horas. Entre otros, uno de los motivos es que no se
agrave la situación de las trabajadoras desempleadas, “negándose a laborar más
de ocho horas, sea cualquier el pretexto con que los burgueses encubran la
maniobra” (4). También lo planteaban como una reivindicación del sindicato
hacia todas las personas trabajadoras para que evitaran el trabajo a destajo y
especial- mente se negasen a trabajar horas extraordinarias. Por lo tanto la
solidaridad de clase era un concepto y un elemento muy arraigado entre las
obreras. Existían densas redes de apoyo “que ayudaban a consolidar formas
recíprocas de solidaridad entre desposeídas”
(5).
Actualmente, como indica el
informe número 11 del Seminario Taifa: “además de unas al- tas dosis de paro, la gestión de la
destrucción de empleo en esta etapa post-crisis está dando lugar también al crecimiento
de formas de trabajo en que la participación en el mundo de la producción es
incompleta. En estas formas de “subempleo”,
la fuerza laboral está insertada en el circuito de la producción por debajo
de su capacidad productiva”. Esto está generando que estos “subempleos” no
permitan alcanzar por parte de las asalariadas la cobertura de todas sus
necesidades básicas, como una vivienda digna. En muchos casos, no permite poder
acceder al alquiler de una vivienda y provocando que sólo se pueda acceder a
una habitación en un piso compartido.
Aunque se están abriendo vías de
solidaridad y redes de apoyo cada vez más potentes, de momento no existe una
organización lo suficientemente potente que coordine y pueda ser un
interlocutor que pueda plantar cara.
Durante el primer tercio del
siglo XX, la solidaridad no era simplemente una palabra vacía de contenido.
Existen diversos ejemplos en los que la solidaridad de clase se extendía a lo
largo y ancho de la geografía peninsular. Cuando una obrera fallecía, solidariamente,
colaboraban con sus familias en forma de donativos a favor de la familia del
fallecido. Uno de los muchos ejemplos que se pueden contrastar en la prensa
obrera del primer tercio del siglo XX es el caso de Conrado Ruiz, asesinado en
abril de 1931. En el diario Solidaridad Obrera se publicaron diversos
llamamientos para que se efectuasen donativos para sus familia- res. En el caso
de Ruiz, el sindicato de la CNT del barrio de Sants, situado en la calle
Galileu número 1, recogía los donativos destinados en este caso a su madre,
gravemente enferma y sin recursos para hacer frente a su situación. En un mes,
se habían recaudado más de 670 pesetas, siendo el salario medio de un conductor
de tranvía unas 250 pese- tas, quedando la suscripción abierta. Se recogía dinero
tanto de personas individuales como de otros sindicatos de la península.
Actualmente, como apunta el
informe 11 del Seminario Taifa, “las clases dominantes han decidido aprovechar
el poderío que le brindan las circunstancias actuales, ya no para integrar el
conflicto, como en el último siglo, sino para destruirlo, domesticándolo”. Con
la atomización de las asalariadas y la actual desmovilización es muy fácil
gestionarlo.
En cambio, durante el primer
tercio del siglo XX, las potentes organizaciones sindicales posibilitaron que
se mantuviera el pulso a la patronal y
que el sindicato anarcosindicalista fuera un interlocutor indispensable para la
resolución de los conflictos de clase. Éste, estaba por encima de las leyes
republicanas que pretendían eliminarlos del tablero de juego.
Son innumerables los conflictos
en los que participaron y de los que se obtuvo una mejora de las condiciones de
trabajo.
Uno de estos conflictos es el de
las ladrilleras. No solicitan un incremento de salario, sino que el comité de
huelga, en una carta publicada en Solidaridad Obrera el 21 de mayo de 1931,
exige la abolición del trabajo a destajo, que era uno de las formas de trabajo
más utilizadas entre las obreras que se dedicaban al oficio del ladrillo.
Eliminando el trabajo a destajo, se contribuye a reducir el paro forzoso al
repartirse la carga de trabajo entre un mayor número de obreras.
La sección de hortelanas y
jornaleras del sindicato de trabajadoras de Vilanova i la Geltrú, de- termina,
en mayo de 1931, unas bases mínimas de negociación ante la patronal. Exige,
entre otras, cuatro clausulas básicas e irrenunciables: reconocimiento de la
capacidad de negociación de este sindicato,
determinación de la
jornada de ocho horas diarias, la
prohibición de realizar horas extraordinarias y la determinación de un salario
mínimo. En este comunicado, la junta de la sección de obreras hortelanas
informa que velará por el cumplimiento de las bases del presente contrato.
En esta misma línea, el Sindicato
Único de trabajadoras y jornaleras de Albalate de Cinca, firmó, el 14 de mayo
de 1931, un acuerdo con las propietarias de las tierras unas bases similares a
las planteadas por el sindicato de trabajadoras de Vilanova i la Geltrú,
gracias a la unión de la gran mayoría de las trabajadoras del municipio. La
unión hacía la fuerza y era posible convertirse en interlocutoras válidas ante
la patronal, muy a pesar de las leyes restrictivas del gobierno
republicano-socialista, que pretendía eliminar la acción directa (negociación
directa entre obreras y patronas) a la hora de resolver los conflictos de
clase.
Tal y como plantea el informe 11
del Seminario Taifa, “es un modelo laboral que permite a los empresarios disponer
de unos mecanismos automáticos, que codifican los objetivos individuales de
productividad, para despedir o modificar salarios, funciones y lugares de
trabajo sin costes de tiempo ni de dinero”. Con unas asalariadas organizadas,
este modelo tendría resistencias, pero actualmente no existe ni el más mínimo
conato de aguante.
En los años 30, del siglo pasado,
la situación era muy diferente. Por ejemplo, ante la represión sindical,
también hubo muchas victorias de las trabajadoras organizadas. Uno de los
muchos casos fue el del Sindicato de Oficios Varios de Sant Sadurní de Noia.
Este sindicato tuvo un conflicto con la empresa Freixenet. Despidieron a las
obreras sin- dicadas, a las que posteriormente tuvo que readmitir. También
consiguieron la jornada
de ocho horas diarias con el mismo salario que cuando les pagaban con
las nueve horas, que anteriormente efectuaban. Las acciones de protesta, ante
un conflicto local, se extienden de manera solidaria. En el caso del conflicto
con Freixenet de mayo de 1931, los trabajadores del SOV de Sant Sadurní llaman
al “boicot” contra los productos de la marca. Esta campaña tuvo efectos sobre
la producción de Freixenet al negarse a efectuar operaciones de carga y
descarga de sus productos en estaciones y puertos del Estado en los que eran
fuertes el sindicato de la CNT.
A modo de conclusión, la
enseñanza de las formas de organización y de lucha que fueron válidas hace más
de ochenta años nos han de servir para aprender que desde la unión y con unas
organizaciones potentes es posible plantar cara a las desigualdades y luchar
por unas condiciones de laborales más justas y solidarias que permitan un
reparto de la riqueza más equitativo que el actual modelo social.
Notas
1.- Xavier Diez, prólogo Amargo
Obrero en “Voces críticas ilustradas” de Josep Pimentel (página 8, 2016).
2.- Fuente: INE, Instituto
Nacional de Estadística. Estimaciones de población, censos y cifras oficiales
de población Inebase. Series históricas de población.
3.- Informe Seminario Taifa
número 13 (pàgina 56, 2016).
4.- Solidaridad Obrera 5 de mayo
de 1931 (pàgina 5.- Josep Pimentel, “Barricada. Una historia de la Barcelona
revolucionaria” (pàgina 23, 2016).
Fuente: Revista Orto nº 185
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