#YoTambiénSoyAnarquista y #ElPatioSeQueda
Vivimos en un territorio, la
Península Ibérica, asaltado, ocupado, esquilmado desde la antigüedad. Somos un
crisol de razas y culturas, supervivientes de un tirano tras otro. Nuestros
antepasados aprendieron que era adaptarse o morir, agachar la cerviz y servir
al señor o tirarse al monte. Siempre ha habido gentes con facilidad para ser el
perro del amo, como es bien sabido. Y siempre ha habido quienes han querido
rebelarse y buscar solos su destino. Las riquezas naturales de la Península
fueron saqueadas por todas las hordas invasoras a lo largo de los siglos, sus
pobladores esclavizados o aniquilados, sus tradiciones aplastadas. La
supervivencia aumentaba acatando las leyes del invasor y operando bajo el radar
de sus esbirros. Durante cientos de años se ha cambiado de religión si ha sido
necesario, se ha sisado todo lo posible del diezmo, se ha cazado furtivamente,
se ha traficado con todo lo que ha sido posible.
Era la única manera de sobrevivir a invasores
extranjeros, ser converso, incluso hacerse fanático para evitar sospechas. Los
afortunados se convertían en sicarios de los poderosos, exigiendo rentas más
feroces y aplicando leyes más tiranas, si cabe. Traspasada la Edad Media, los
modos salvajes fueron dando paso a otro tipo de invasión, la de los banqueros y
comerciantes del norte. La resistencia civil tuvo su episodio épico con los
Comuneros, aunque finalmente fueron vencidos y la resistencia volvió a ser
pasiva: negocios bajo cuerda, furtivismo, contrabando. Todo era lícito para
restarle medios al opresor. Las gentes acostumbraban a sellar sus negocios con
un apretón de manos, al margen del Estado.
La economía de a pie funcionaba según códigos
éticos no escritos pero respetados al máximo. Se puede decir que los habitantes
de este territorio eran gentes honradas, que no se traicionaban entre si, pero
que evitaban cuanto podían incluir en sus negocios los derechos reales. Frente
a esto, el poder siempre ha intentado extender sus tentáculos, aumentar su burocracia
y sus funcionarios, sabedor de que cuantos más filtros aplicase, menos riqueza
se escaparía a su control. Cada nuevo sistema de gobierno, con la corta
excepción de nuestras dos Repúblicas, nos ha traído más funcionarios para
controlarnos, menos libertad. Por supuesto, la reacción contra la opresión ha
sido siempre operar al margen todo lo posible. Y seguirá así mientras sigamos
gobernados por indeseables.
La función de un Estado no debe
ser la de controlar y limitar la libertad, sino la de garantizar todas las
libertades y todos los derechos. El Estado debe estar al servicio de la
ciudadanía, no limitarla y ningunearla. El Estado debe ser, sobre todo,
controlado por las personas a las que debe servir, no al contrario.
Los partidarios del modelo
autoritario que sufrimos nos consideran a las personas como menores de edad
civil, sin capacidad de organizarnos o de decidir. Se encargan, mediante un
sistema educativo nefasto, de generar individuos con pocos conocimientos, sin
criterio, personas dependientes que permiten una demostración de sus tesis. Es
por eso que el Sistema no quiere que nos auto-organicemos, que demostremos que
otra vida es posible. Los CSOA son un ejemplo peligroso para el Sistema, son un
nido de solidarios, auto-organizados, generadores de tejido social, de
ideología. Son cuevas de peligrosos anarquistas que se permiten vivir al margen
del statu quo. Y eso en tiempos de mudanza como los que vivimos es muy
peligroso para la supervivencia de dicho Sistema, ya que muestra un camino a
más gente y puede llegar a extenderse como una mancha de aceite. No hay que
olvidar nuestra tradición de resistencia civil a los opresores, nuestras
costumbres de operar bajo el radar como forma de hacer oposición. Cuarenta años
de franquismo y otros treinta y siete de falsa democracia casi acaban con ello.
Menos mal que siempre nos quedan los anarquistas para recordarnos que podemos
vivir de otro modo.
Sirva este escrito como homenaje
a la labor social y política que se realiza en todos los CSOA y como protesta
al acoso que están sufriendo por parte del Poder, tanto los centros sociales
como los compañeros y las compañeras anarquistas. En todos y cada uno de los
centros sociales que he visitado en mis años de activismo solo he encontrado
respeto a todas las personas, democracia, responsabilidad y solidaridad. En
ellos se acoge a gentes de toda procedencia, se comparten saberes y trabajos.
Quiero hacer especial mención a mi querido Patio Maravillas, pendiente de un
desahucio inminente, pero sin olvidar otros muchos que formarán parte de la
historia de estos tiempos de cambio: la Tabacalera, La Dragona, La Morada, la
Salamanquesa, Can Vies, la Quimera, la Casika, la Traba y tantos otros. Todos
ellos son la prueba de que otro mundo es posible, pero está en este.
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