Los Mártires de Chicago
"La
ley está en juicio. La anarquía está en juicio. El gran jurado ha escogido y
acusado a estos hombres porque fueron los líderes. No son más culpables que los
miles que los siguieron. Señores del jurado, condenen a estos hombres, denles
un castigo ejemplar, ahórquenlos y salven nuestras instituciones, nuestra
sociedad."
Corría el
año de 1877 y las huelgas de los ferroviarios, las reuniones y las grandes
movilizaciones en Estados Unidos eran reprimidas a balazos, golpes y prisión.
Estas mismas tácticas represivas y la necesidad imperiosa por la defensa y la
asociación para buscar mejoras en las condiciones de trabajo que en ese tiempo
eran de semiesclavitud dieron pie a la gestación de un movimiento de
resistencia y lucha de trabajadores que algunos años mas tarde daría sus
frutos.
En 1880 quedó conformada la federación de organizaciones de
sindicatos y trade unions (Federation
of Organized Trades and Labor Unions), y en 1884 se aprobó una
resolución para establecer a partir del primero de mayo de 1886, mediante la
Huelga General en todo EEUU, las ocho horas de trabajo. Esto despertó un
interés y un apoyo generalizado, ya que por aquella época el horario de trabajo
obligatorio era de 10, 12 o 14 horas diarias normalmente. De estas jornadas
tampoco estaban excluidos l@s miles de niñ@s, ni por supuesto las mujeres a
quienes se les pagaban salarios inferiores, sin mencionar que de por sí los
salarios eran muy bajos y las condiciones de trabajo insalubres. La
efervescencia fué tal en todo EEUU que los sindicatos y las trades unions
aumentaban geométricamente. Por ejemplo, el número de miembros de los
Caballeros del Trabajo subió de 100.000 en el verano de 1885 a 700.000 al año
siguiente.
En 1885 volaba de mano en mano entre los trabajadores de
EEUU una octavilla que decía:
"¡Un día de rebelión, no de
descanso! (...) Un día en que con tremenda fuerza la unidad del ejército de los
trabajadores se moviliza contra los que hoy dominan el destino de los pueblos
de toda nación. Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra la
ignorancia y la guerra de todo tipo. Un día en que comenzar a disfrutar ocho
horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que nos dé la
gana". La víspera del Primero de Mayo,
el periódico anarquista Arbeiter
Zeitung, dirigido por August Spies, publicó los siguientes
comentarios que muestran el tono de confrontación que imperaba: "¡Adelante con valor! El
Conflicto ha comenzado. Un ejército de trabajadores asalariados está
desocupado. El capitalismo esconde sus garras de tigre detrás de las murallas
del orden. Obreros, que vuestra consigna sea: ¡No al compromiso! ¡Cobardes a la
retaguardia! ¡Hombres al frente!"
El 1º de Mayo de 1886 la paralización de los centros de
trabajo se generalizó. La huelga paralizó cerca de 12.000 fábricas a través de
los EEUU. En Detroit, 11.000 trabajadores marcharon en un desfile de ocho
horas. En Nueva York, una marcha con antorchas de 25.000 obreros pasó como
torrente de Broadway a Union Square; 40.000 hicieron huelga. En Cincinnati un
batallón obrero con 400 rifles Springfield encabezó el desfile. En Louisville,
Kentucky, más de 6000 trabajadores, negros y blancos, marcharon por el Parque
Nacional violando deliberadamente el edicto que prohibía la entrada de gente de
color. En Chicago que era el baluarte de la huelga, paró casi completamente la
ciudad. 30.000 obreros hicieron huelga, aunque empresas como en la fábrica de
materiales de Mc Cormick y alguna otra se dieron a la tarea de contratar
esquiroles. El día 2 se realizó un mitin de los obreros despedidos de Mc
Cormick para protestar por los 1.200 despidos y los brutales atropellos
policiales. Mientras Spies dirigía su discurso a un grupo de 6000 a 7000
trabajadores, unos cuantos centenares fueron a recriminar su actitud a los
esquiroles que en ese momento salían de la planta. Rápidamente llegó la
policía, cuya acción dejó seis muertos y gran cantidad de heridos. La
indignación ganó los corazones de los trabajadores movilizados. Spies corrió a
las oficinas del Arbeiter
Zeitung y publicó allí un manifiesto que fué distribuido en todas
las reuniones obreras: "(...)
Si se fusila a los trabajadores responderemos de tal manera que nuestros amos
lo recuerdarán por mucho tiempo (...)".
El 3 de mayo, el crecimiento de la huelga era
"alarmante". En el movimiento participaban más de 340.000
trabajadores por todo el país, 190.000 de ellos en huelga. Solo en Chicago,
80.000 hacían huelga. En este momento candente, el Arbeiter Zeitung hizo un
llamamiento a la lucha armada, como siempre lo había hecho, salvo que ahora
tenía un claro tono de urgencia:
"La sangre se ha vertido.
Ocurrió lo que tenía que ocurrir. La milicia no ha estado entrenándose en vano.
A lo largo de la historia el origen de la propiedad privada ha sido la violencia.
La guerra de clases ha llegado.... En la pobre choza, mujeres y niños cubiertos
de retazos lloran por marido y padre. En el palacio hacen brindis, con copas
llenas de vino costoso, por la felicidad de los bandidos sangrientos del orden
público. Séquense las lágrimas, pobres y condenados: anímense esclavos y tumben
el sistema de latrocinio."
En las salas de reunión de los proletarios rugían intensos
debates; "el tigre capitalista" efectivamente había atacado y miles
debatían cómo responder. Importantes facciones querían una insurrección. Se
convocó una reunión popular en la plaza Haymarket para la noche del 4 de mayo.
Preocupados por la posibilidad de una emboscada, los organizadores escogieron
un lugar abierto y grande con muchas rutas de escape. Después de una reñida
disputa retiran su llamamiento a un mitin armado y en su lugar convocan un
mitin con el mayor número de asistentes posible. El 4 de mayo, todo Chicago
está en huelga.
Por la mañana la policía atacó una columna de 3000
huelguistas. Por toda la ciudad se formaron grupos de trabajadores. Al
atardecer, Haymarket era una de las muchas reuniones de protesta, con 3000
participantes. Los discursos siguieron, uno tras otro, desde la parte de atrás
de un vagón. Al comenzar a llover, la reunión se disolvió.
De repente, cuando solamente quedaban 200 asistentes, un
destacamento de 180 policías fuertemente armados se presentó y un oficial
ordenó dispersarse, a pesar de tratarse de un mitin legal y pacífico. Cuando el
capitán de policía se volvió para dar las órdenes a sus hombres, una bomba
estalló en sus filas. La policía transformó a Haymarket en una zona de fuego
indiscriminado, descargando salva tras salva contra la multitud, matando a
varios e hiriendo a 200. En el barrio reinaba el terror; las farmacias estaban
apiñadas de heridos. Siete agentes murieron, la mayoría a causa de balas de
armas de la policía.
La clase dominante usó este incidente como pretexto para
desatar su planeada ofensiva en las calles, en los tribunales y en la prensa.
Comenzó una caza de brujas en contra, principalmente, de los anarquistas. Se
clausuraron los periódicos, se allanaron las casas y locales obreros y los
mítines fueron prohibidos a lo largo y ancho de todo el pais. Los medios de
comunicación se abalanzaron contra todo lo que tuviera signo de revolucionario
o subversivo y a los mil vientos lanzaban proclamas a la horca y al patíbulo.
El 5 de mayo en Milwaukee, la milicia del Estado respondió con una
masacre sangrienta en un mitin de trabajadores; acribillaron a ocho
trabajadores polacos y un alemán por violar la ley marcial. En Chicago, se
llenaron las cárceles de miles de revolucionarios y huelguistas. Arrestaron a
todo el equipo de imprenta del Arbeiter
Zeitung y la policía detuvo a 8 anarquistas: George Engel, Samuel
Fielden, Adolf Fischer, Louis Lingg, Michael Schwab, Albert Parsons, Oscar
Neebe y August Spies. Todos eran miembros de la IWPA (Asociación
Internacional del Pueblo Trabajador), asociación de corte -de lo
que años después se denominaría como- anarcosindicalista.
El juicio fue totalmente manipulado, en todos los sentidos, siendo
mas bien un linchamiento. Se les acusaba de complicidad de asesinato aunque
nunca se les pudo probar ninguna participación o relación con el incidente de
la bomba ya que la mayoría no estuvo presente y uno de los dos que estuvieron
presentes era el orador en el momento que la bomba fue lanzada.
No se siguió el procedimiento normal para la elección del jurado,
que acabó siendo formado por hombres de negocios y un pariente de uno de los
policías muertos, y en su lugar se nombró un alguacil especial quien se jactó:
"estoy manejando este
proceso y sé qué debo hacer. Estos tipos van a colgar de una horca con plena
seguridad". Tuvieron lugar una infinidad de manipulaciones,
amenazas y sobornos para que se dieran testimonios ridículos sobre
conspiraciones. El asunto era simple y estaba todo muy claro; el mismo fiscal
Grinnel lo dijo: "La
ley está en juicio. La anarquía está en juicio. El gran jurado ha escogido y
acusado a estos hombres porque fueron los líderes. No son más culpables que los
miles que los siguieron. Señores del jurado, condenen a estos hombres, denles
un castigo ejemplar, ahórquenlos y salven nuestras instituciones, nuestra
sociedad". Todos fueron encontrados culpables y sentenciados a
muerte, a excepción de Oscar Neebe, condenado a 15 años de prisión.
La cuestión de quién arrojó la bomba se ha debatido pero
jamás se ha resuelto. Parece que fue un tal Rudolf Schnaubelt y que la fabricó
Louis Lingg (quien ciertamente defendía a gritos el uso de la dinamita). Una
importante pregunta es quien era realmente Schnaubelt, pero no se ha encontrado
respuesta.
A los condenados los llamaron a hablar antes de
sentenciarlos. No mostraron ni arrepentimiento ni remordimiento, era la sociedad
la que estaba en juicio, no ellos:
August Spies, nacido en Alemania en 1855, era un orador
ardiente:
"Hemos explicado al pueblo
sus condiciones y relaciones sociales. Hemos dicho que el sistema del salario,
como forma específica del desenvolvimiento social, habría de dejar paso, por
necesidad lógica, a formas más elevadas de civilización. Al dirigirme a este
tribunal lo hago como representante de una clase enfrente de los de otra clase
enemiga. Podéis sentenciarme, pero al menos que se sepa que en Illinois ocho
hombres fueron sentenciados a muerte por creer en un bienestar futuro, por no
perder la fe en el último triunfo de la Libertad y la Justicia». Y concluyó con estas palabras: «¡Mi defensa es vuestra acusación! Las causas de mis
supuestos crímenes: ¡vuestra historia! (...) Ya he expuesto mis ideas.
Constituyen parte de mi mismo y si pensáis que habréis de aniquilar estas
ideas, que día a día ganan más y más terreno, (...) si una vez más ustedes
imponen la pena de muerte por atreverse a decir la verdad y los reto a
mostrarnos cuándo hemos mentido digo, si la muerte es la pena por declarar la
verdad, pues pagaré con orgullo y desafío el alto precio! ¡Llamen al
verdugo!"
Alberto Parsons, nacido en EEUU en 1848:
"Yo como trabajador he
expuesto lo que creía justos clamores de la clase obrera, he defendido su
derecho a la libertad y a disponer del trabajo y de los frutos del trabajo. Yo
creo que los representantes de los millonarios de Chicago organizados os
reclama nuestra inmediata extinción por medio de una muerte ignominiosa. ¿Y qué
justicia es la vuestra? Este proceso se ha iniciado y se ha seguido contra
nosotros, inspirado por los capitalistas, por los que creen que el pueblo no
tiene más que un derecho y un deber, el de la obediencia. El capital es el
sobrante acumulado del trabajo, es el producto del trabajo. La función del
capital se reduce actualmente a apropiarse y confiscar para su uso exclusivo y
su beneficio el sobrante del trabajo de los que crean toda la riqueza. El
sistema capitalista está amparado por la ley, y de hecho la ley y el capital
son una misma cosa. ¿Creéis que la guerra social se acabará estrangulándonos
bárbaramente? ¡Ah no! Sobre vuestro veredicto quedará el del pueblo americano y
el del mundo entero. Quedará el veredicto popular para decir que la guerra
social no ha terminado por tan poca cosa."
Jorge Engel, nacido en Alemania en 1836:
"¿Por qué razón se me acusa
de asesino? Por la misma que tuve que abandonar Alemania, por la pobreza, por
la miseria de la clase trabajadora. Sólo por la fuerza podrán emanciparse los
trabajadores, de acuerdo con lo que la historia enseña. ¿En que consiste mi
crimen? En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social donde
sea imposible que mientras unos amontonan millones otros caen en la degradación
y la miseria. Así como el agua y el aire son libres para todos, así la tierra y
las invenciones de los hombres de ciencia deben ser utilizados en beneficio de
todos. Vuestras leyes están en oposición con las de la naturaleza, y mediante
ellas robáis a las masas el derecho a la vida, la libertad, el bienestar. Yo no
combato individualmente a los capitalistas; combato el sistema que da
privilegio. Mi más ardiente deseo es que los trabajadores sepan quienes son sus
enemigos y sus amigos."
Adolfo Fischer, nacido en Alemania en 1857:
"En todas las épocas, cuando
la situación del pueblo ha llegado a un punto tal que una gran parte se queja
de las injusticias existentes, la clase poseedora responde que las censuras son
infundadas, y atribuye el descontento a la influencia de ambiciosos agitadores.
La historia se repite. En todo tiempo los poderosos han creído que las ideas de
pro se abandonarían con la supresión de algunos agitadores; hoy la burguesía
cree detener el movimiento de las reivindicaciones proletarias por el
sacrificio de algunos de sus defensores. Pero aunque los obstáculos que se
opongan al progreso parezcan insuperables, siempre han sido vencidos, y esta
vez no constituirán una excepción a la regla. Este veredicto es un golpe de
muerte a la libertad de prensa, a la libertad de pensamiento, a la libertad de
la palabra en este país. El pueblo tomará nota de ello. Si yo he de ser
ahorcado por profesar las ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la
igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo nada que objetar. Si la muerte
es la pena correlativa a nuestra ardiente pasión por la libertad de la especie
humana, entonces, yo les digo muy alto, disponed de mi vida."
Luis Lingg, nacido en Alemania en 1864:
"Para nosotros la tendencia
del progreso es la del anarquismo, esto es la sociedad libre sin clases ni
gobernantes, una sociedad de soberanos, en la que la libertad y la igualdad
económica de todos producirían un equilibrio estable con bases y condición del
orden natural». (...) «Me concedéis, después de condenarme a
muerte, la libertad de pronunciar mi último discurso. Me acusáis de despreciar
la ley y el orden. ¿Y qué significan la ley y el orden? Yo repito que soy
enemigo del orden actual y repito también que lo combatiré con todas mis
fuerzas mientras tenga aliento para respirar... Os desprecio; desprecio vuestro
orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra autoridad. ¡AHORCADME!"
Surgió un gran movimiento en su defensa y se celebraron
mítines por todo el mundo: Holanda, Francia, Rusia, Italia, España y por todo
Estados Unidos. En Alemania, la reacción de los trabajadores sobre Haymarket
perturbó tanto a Bismarck que prohibió toda reunión pública. Al aproximarse el
día de la ejecución, cambiaron la sentencia de Samuel Fielden y Michael Schwab
a cadena perpetua. Louis Lingg apareció muerto en su celda: un fulminante de
dinamita le voló la tapa de los sesos. Sin más opciones, este fue su acto final
de protesta.
Al mediodía del 11 de noviembre de 1887 sus carceleros los
vinieron a buscar para llevarlos a la horca. Los cuatro (Spies, Engel, Parsons
y Fischer) compañeros de lucha y de sueños emprendieron el camino entonando La Marsellesa Anarquista
en aquel día que después fue sería conocido como el viernes negro.
«Salen de
sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las
manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja
de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos
cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del
cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de
Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su
capucha, Spies grita: "la voz que vais a sofocar será más poderosa en el
futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas,
luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se
balancean en una danza espantable». (Relato de la ejecución por
José Martí, corresponsal en Chicago del periódico La Nación de Buenos Aires)
Mucho antes, a finales de mayo de 1886, varios sectores patronales
ya habían accedido a otorgar la jornada de ocho horas a varios centenares de
miles de obreros.
Más de medio millón de personas asistieron al cortejo
fúnebre. Años después, en 1893, Fielden, Schwab y Neebe fueron perdonados y
puestos en libertad. Cada 1 de mayo, en muchos paises del mundo, los
anarquistas de Chicago son recordados como símbolo de dignidad de la clase
trabajadora, menos en Estados Unidos. En 1938 se impuso la jornada laboral de 8
horas en todo el pais.
Irónicamente, pasado más de un siglo, en los mismos Estados
Unidos y en Europa, cuna del movimiento obrero revolucionario, estas conquistas
obreras están siendo revertidas por gobiernos y multinacionales sin apenas
disparar un solo tiro, y sin tener que llevar a nadie a la horca. Ahora todo es
más sutil, los sindicatos subvencionados están a disposición del mejor postor,
traicionando los mandatos y olvidando las luchas y el sacrificio personal de
miles de trabajadores y trabajadoras y de quienes, desde el aciago 1886, se les
conoce como "los mártires de Chicago".
"Es ya de toda
evidencia que el sindicalismo no logra sus fines por la cuota en metálico,
aunque la utilice para la vida ordinaria, sino por la cuota en especie, formada
por el pensamiento, por la voluntad, por la energía, por la esperanza, cuota
que han de pagar con su asistencia, su acción y su responsabilidad todos los
trabajadores para alcanzar los bienes individuales y colectivos
correspondientes al hombre y a la humanidad, es decir, para realizar la
emancipación."
A. Lorenzo
A. Lorenzo
CNT-AIT Puerto Real
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