DISCURSO DE LIBERTO CALLEJAS EN EL MITIN DE CLAUSURA DE LA
FEDERACION ANARQUISTA MEXICANA
Compañeros mexicanos:
Habéis celebrado un Congreso. Os habéis reunido para
laborar, fijar y enaltecer las ideas anarquistas. Sobre todo para fijarlas, es
decir, para que salgan de la órbita teórica y entren de lleno en el terreno de
la práctica.
El terreno de la práctica quiere decir el terreno del
hombre, de la comunidad de los hombres. Cuando las ideas desembocan en este
terreno es cuando son más eficaces y fructíferas.
La anarquía es una idea de multitudes que pugnan para
sacudirse el yugo de la explotación y de la tiranía. Es una idea de libertad; y
todos los hombres van hacia la libertad.
Es pues, necesario, que la anarquía salga a la luz pública y
entre de lleno en todos los sectores de la sociedad.
Flores Magón creyó que las ideas debían irradiar más allá de
la vida capitalina. que los parias de la tierra debían sentir su magnífico
influjo. Por eso se convirtió en una especie de predicador laico y recorrió los
llanos y las serranías de esta hermosa tierra. Durmió en los jacales miserables
de los campesinos. Lloró la tristeza del indio arrodillado sobre la tierra. La
melancolía de la mujer mexicana, en cuyas pupilas esplendorosas se refleja todo
el dolor sufrido por la maldad de los conquistadores sin entrañas, toda la
dureza del encomendero asesino, que con el látigo en alto azotaba las espaldas
de los pobres indígenas, toda la trágica superstición de los frailes que
amenazaban con la cólera divina.
Y, allí fue, al campo, a la llanura a decirles a los seres
que la pueblan que tenían derecho a una vida más humana, más digna, más alta.
Fue a decirles que eran hombres, y que como tales, tenían derecho a vivir bien,
a instruirse, a educarse, a participar de las bellezas de la vida.
Flores Magón quería liberar al indio del temor de Dios y del
temor al gachupín. Flores Magón hizo suya la máxima de Bakunin: Si Dios
existiera habría que matarlo. Matar a Dios, desterrar a Dios del corazón de las
multitudes es una de las obras que debe cultivar con más cariño el anarquista.
Decirle al campesino que la tierra que trabaja es de todos y que sus frutos son
de todos también, y que sus productos pueden cambiarse con vestidos, zapatos,
muebles y otras cosas, es hacer obra anarquista. Decir a los explotados que
tienen derecho sobre lo que producen, y que como seres productores deben vivir
con arreglo a sus necesidades personales, es una obra anarquista; abrir la
inteligencia del niño, haciéndole ver que la naturaleza es la que rige sus
destinos y sus pasos por la senda de la vida, es hacer una obra altamente
anarquista.
Hacerle comprender al trabajador que hay una legión de
hombres, servidores de la fuerza y de la mentira, que viven a sus espaldas en
palacios bien amueblados, que comen como príncipes, que alimentan a sus perros
favoritos con carne y visten de seda a sus hijos, mientras que ellos viven en
chozas antihigiénicas, mueren de anemia por falta de alimentación y sus hijos
van descalzos, es hacer obra anarquista.
Así lo hizo Flores Magón, que no pensó en ser diputado, ni
ministro, ni lacayo del Estado. Y así lo pagó. La burguesía y el capitalismo
asesinaron a este compañero ejemplar. Sus ojos quedaron paralizados de tanto
contemplar el panorama trágico de la injusticia social. Quería convertir su
sueño en una realidad. Quería llevar la anarquía al campo de las ejecuciones
prácticas. Hacerla comprender, darle vida, fundirla en el alma de los
desposeídos, de los maltratados, de los crucificados.
Yo que conocía la lucha y la actividad de Flores Magón, de
Librado Rivera, de Práxedis Guerrero, al llegar a México, propuse a unos amigos
que siguiéramos la ruta de estos hermanos. Quería ir descalzo a la sierra,
fundirme con los campesinos y predicar desde un montículo la buena nueva anarquista.
Fue una ráfaga de optimismo y de ensoñación, una crisis de romanticismo con
salpicaduras literarias del pensador mexicano y estrofas líricas de Amado
Nervo. La realidad era otra. Aquí había un Estado con sus gendarmes, con su
guardia rural ... Aquí había unos criteros y una legión de fariseos; y unos
lideres y unos políticos, y unos generales que me hubieran impedido esto y me
habrían expulsado como elemento indeseable. Aquí había lo mismo que hay en
España: la guardia civil, los curas, y toda la serie de sostenedores del
capitalismo. Y además, yo no era Flores Magón, el hombre de sacrificio, fuerte,
magnífico, valiente y abnegado como nuestro Fermín Salvochea. Yo era una
piltrafa arrojada de Europa, expulsada de España que venía a refugiarse aquí misericordiosamente.
No obstante, yo, hombre sin patria, porque mi patria es el
mundo, he auscultado todo el dolor y toda la tragedia de este pueblo. Dolor y
tragedia infinitas. Un pueblo atemorizado, ante la irrupción de Hernán Cortés
por dioses falsos, más tarde, por otro dios falso también impuesto por los
españoles aventureros que vinieron en plan de bandidos a robar, a violar
mujeres y marcar con fuego candente la frente de los indios.
Y ahora, un pueblo engañado, martirizado por líderes
políticos de toda casta. Un pueblo que no puede comer frijoles porque esto es
un artículo de lujo. Un pueblo que permanece embrutecido por las ideas
religiosas y patrióticas. Un pueblo que tiene banderas y cruces, pero que
carece de pan y cultura.
Es así, pues, que la anarquía debe bajar de las nubes a la
realidad. De los gabinetes de investigación filosófica a los campos cubiertos
de sangre proletaria; de las universidades a los talleres y a las fábricas; de
los ateneos, a las escuelas rurales.
En América hay campo abonado para nuestras ideas. América es
un pueblo joven que viene sufriendo, como un morbo, como una llaga purulenta la
imposición de régimenes casi todos de carácter militar. Las organizaciones
obreras han fracasado porque ellas son un apéndice del Estado. No queda aquí
más prueba que la constitución de una convivencia socialista libertaria.
Los pueblos que callan y sufren, característica de este
pueblo mexicano, son los que más tarde se levantan furiosos y acaban con todo.
La reacción americana, el capitalismo americano sabe bien
esto, y espera la revuelta que será sangrienta y terrible; y sobre todo en
México. Porque aquí hay ardor y pasión. Porque aquí se ha sufrido mucho.
Bajo la mirada triste del indio se incuba un volcán, que al
estallar envolverá en fuego a toda la tierra y volará, hecha pedazos, toda una
etapa de ignominia y de terror autoritario.
Es así, pues, que este pequeño Congreso celebrado por
vosotros marca una fecha de actuación futura, de vida futura.
Decía un compañero en una de las sesiones del Congreso al
ser requerido para que viniera a ayudarnos, y fijara su residencia en la
capital, que no se sentía capaz de sufrir los embates agitados de la vida
ciudadana. Tenía razón: en la montaña, en el campo, la vida es quieta y
apacible. La serenidad anida en los corazones. Han Ryner la practicaba y amaba
la quietud campesina; y sabía que allí, los hombres eran más comprensibles.
Nosotros también pensamos así. Pero, como Han Ryner permanecemos en la capital.
Dejamos girones de nuestra vida y de nuestra sensibilidad en las fauces del
monstruo de asfalto, de piedra y acero, que es la capital.
Porque aquí, compañeros del campo, también hay tiranía y
explotación y miseria ... Hay fábricas donde el hombre muere poco a poco
víctima de la voracidad capitalista; hay niños que duermen medio desnudos a la
sombra de los cabarets de la burguesía y de las casas señoriales. Hay el lujo
más insultante y la pobreza más inicua.
Vayan, pues, al campo los compañeros delegados. Allí pueden
y deben hacer su obra. Hacerla cada día, cada minuto. Sin descansar.
Vayan allí, y bajo la sombra benéfica del árbol, y bajo el
firmamento azul, a la manera de la escuela helénica, expliquen la anarquía.
Nosotros lo haremos aquí también, en medio de este infierno
de pasiones, de mentiras y de odios.
Hay que llevar la anarquía al campo de las realizaciones.
Ejercitarla y difundirla.
Nuestra idea es una idea humana, para la humanidad.
En bien de ella y para ella: ¡Salud hermanos mexicanos!
¡Viva la anarquía!
(De Tierra y Libertad, Año 3°, N° 37, México, D.F. 10 de
enero de 1946).
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