HOY HACE CINCO AÑOS DEL FALLECIMIENTO DE NUESTRO COMPAÑERO JOSE LUIS
GARCIA RUA
COMUNICADO DE LA FAMILIA
José Luis García Rúa falleció en Granada el día 6 de Enero de 2017
HOMBRE QUE LUCHÓ POR LA LIBERTAD
SIT TIBI TERRA LEVIS
Tuvo siempre en el corazón a su mujer
Gisela y a su hijo Emilio. Con el recuerdo y agradecimiento a sus compañeros de
lucha, de la Universidad y a todos los que sufren la explotación y la
injusticia.
Toda su familia expresa su
agradecimiento a los que tanto lo quisieron y a los que dejó el recuerdo
imborrable de su vida.
PARTICIPAN a sus compañeros y a sus amistades su
perdida, siendo el velatorio hoy en la sala nº 1 del Cementerio de San José , y
la despedida tendrá lugar mañana a las 16,30 de la tarde, en las instalaciones
de dicho recinto.
BIOGRAFIA
José Luis García Rúa - filosofo, escritor y destacado militante
anarquista
El 31 de agosto de 1923 nace en Gijón
(Asturias, España) el filósofo, escritor y destacado militante anarquista y
anarcosindicalista José Luis García Rúa. Su padre, Emilio García García, fue un
afiliado de relieve de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que asistió
a congresos en representación del Sindicato de la Construcción de Gijón, que
escribió algunas proclamas y textos sindicales, y que, finalmente, murió en el
frente de Oviedo durante la Guerra Civil.
Jose Luis entre 1929 y 1936 estudió en
la Escuela Neutra Graduada regentada por Eleuterio Quintanilla. Luego comenzó
el bachillerato en Gijón y el continuó en Olot (Cataluña). En 1939 marchó al
exilio francés, pasando a una colonia de viejos y de jóvenes, luego fue
recluido a campo de concentración de Argelers y Barcarès. A finales de 1939
regresó a la Península y Gijón trabajó en una fábrica de ladrillos y en otros
trabajitos. A partir de 1942 decidió continuar los estudios por libre,
terminando el bachillerato en dos años y comenzando la carrera de Filosofía y
Letras (Lenguas Clásicas) en la Universidad de Oviedo, que continuó entre 1945
y 1948 en Salamanca gracias a una beca del Ayuntamiento de Gijón, licenciándose
en Filosofía Clásica con premio extraordinario.
Al acabar los estudios, viajó a
Alemania y entre 1952 y 1953 amplió estudios en el Stifung Maximillaneum de
Munich y, en 1958, hizo de lector de español en la Universidad de Maguncia. En
1955 leyó una tesis sobre Séneca en la Universidad de Salamanca. Entre 1958 y
1971 dio clases de filosofía en Gijón de forma gratuita, al tiempo que
participó en la clandestinidad antifranquista. Durante los años sesenta sufrió
represalias por hacer costar los mineros en huelga: revocado su nombramiento
como profesor de la Universidad y de la Escuela de Comercio de Oviedo por
«desafecto al régimen» (1963), cese como profesor alemán en la Escuela de
Comercio de Oviedo (1964), clausura policíaca del centro cultural Gesto donde
impartía clases gratuitas con otros compañeros (1965), etc. En 1966 denunció
mediante una carta abierta dirigida a la Unesco su situación de perseguido por
el franquismo. En 1969 fue uno de los fundador de las Comunes Revolucionarias
de Acción Socialista (CRAS) y se afilió a la CNT. En 1971 se trasladó al sur,
primero dando clases en la Universidad Laboral de Córdoba, será expulsado, y en
el Instituto Séneca de la misma ciudad, del que también será puesto en marcha.
Entre 1972 y 1975 dio clases de
Historia de la Filosofía en el Colegio Universitario Santo Reino de Jaén. A
partir de 1975 ejerció de profesor de Historia de la Filosofía en la
Universidad de Granada, llegando a ser catedrático. Tras la muerte del dictador
Francisco Franco, se volcó en la militancia confederal, destacando como orador
y conferenciante. En 1977 fue nombrado secretario de la CNT de Andalucía, cargo
que renovará entre 1981 y diciembre de 1983 y, más tarde, en 1992. En el Pleno
de Regionales de marzo de 1988 fue elegido secretario general de la CNT, cargo
en el que fue reelegido en el Pleno de diciembre de 1988 y hasta 1990.
Representó Granada en las Conferencias de Sindicatos de 1987 y 2000, y en el
Pleno de noviembre de 1992 fue nombrado director del periódico CNT. En 1993
intervino en los debates internacionales sobre anarquismo de Barcelona y en la
V Conferencia de Sindicatos. Entre 1997 y 2000 ejerció de secretario general de
la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT). Durante los años noventa
defendió la línea anarcosindicalista ortodoxa y antireformista en la CNT e
intervino en numerosos mítines y conferencias.
Encuentran artículos suyos en multitud
de publicaciones libertarias y especializadas en filosofía, como Adarga, Cenit,
CNT, Emérita, Espoir, Euroliceo, Icaria, Ideas-Orto, El Libertario, Martillo,
El Olivo del Búho, La Protesta, Revista de Filosofía, Revista de Fomento
Social, Solidaridad Obrera, Tierra y Libertad, Voluntad, etc. Es autor de De
los Matic del interés existencial romano ta el siglo I de Cristo (1955), Los
máticos de la interiorización en la historia helénica (1956), Sobre animus /
anima en un texto de Séneca (1956), Política y pedagogía liberadora (1974), El
sentido de la interioridad en Séneca. Contribución al estudio de los conceptos de
«modernidad» (1976), Mis Ciudades I. Gijón (En la marea del siglo) (1993), A
vueltas con la ley (1995, con otros), El sentido de la naturaleza en Epicuro
(1996), Reflexiones para la acción (1997-2008, tres tomos), etc. En 1991
tradujo del francés la obra de Paul Ricoeur Los caminos de la interpretación.
En 1996 fue creada en Gijón el Aula
Popular José García Rúa, asociación cultural que sigue los pasos de quien está
dedicada.
QUE LA TIERRA TE SEA LEVE Y SIEMPRE ESTARAS EN NUESTROS CORAZONES
¡¡¡PERDURA!!!
Sindicato Oficios
Varios de CNT-AIT de Puerto Real y Biblioteca “José Luis García Rúa”
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Memorias de José Luis
García Rúa
J. Morán
Al entrar en el domicilio de Jose Luis
Garcia Rua se escucha la lengua griega. El veterano anarquista gijones nació el
31 de Agosto de 1923, fundador en los sesenta de la Academia Obrera de la calle
Cura Sama, explica latin, griego y alemán a uno de sus nietos, se llama Hector,
un nombre clásico.
Doctorado en 1955 por la Universidad
de Salamanca en Filologia Clasica con la tesis<< El sentido de la
interioridad en Séneca>>, García Rúa será después profesor adjunto de
Antonio Tovar y ampliará estudios en Múnich, (Alemania). Sin embargo, en 1958
renuncia «a la adjuntía de Salamanca, Castilla y León, y al año siguiente «al
lectorado en Maguncia, aplastado por la burocracia y el estilo posprusiano
alemán». Regresa entonces a Gijon, Asturia, (España) y encabeza la oposición
antifranquista con la creación de la Sociedad Cultural Gesto o de la citada
Academia de Cura Sama. Su actividad política provocará que lo expulsen de la
Universidad de Oviedo, Asturia, (España) con lo que a partir de 1971, ya como
militante de la CNT, iniciará un periplo personal de «perseguido político» por
el que, «pese a no hacer proselitismo», es expulsado de varios centros
educativos andaluces. Finalmente, será adjunto titular de Historia de la
Filosofía en la Universidad de Granada, Andalucía, (España) donde se jubila
como profesor emérito en 2003.
Varios sucesos de su vida lo marcarán.
Ante el cadáver de su padre durante el cerco a Oviedo, Asturias, (España( al
comienzo de la Guerra Civil, un compañero anarquista de éste le dice a aquel
chaval de 13 años: «No llores; cuando seas grande ya lo vengarás». «Aquello se
me quedó grabado; yo no soy un hombre que ame la violencia y quizá la manera de
vengarlo ha sido mi fidelidad a la causa obrera».
Poco después, en el Orfanato Miliciano
Alfredo Coto, en Gijon, Asturia, (España), recibirá una lección de entereza del
anarquista gijonés Eleuterio Quintanilla. «Estábamos en un examen de Francés y
sonaron las sirenas de la aviación; cinco permanecimos en el aula y oímos
aproximarse las explosiones y temblar los cristales, pero Quintanilla no se
inmutó. Fue una gran enseñanza sobre la necesidad de dominarse en situaciones
comprometidas, de no dejarse invadir por el miedo».
Más tarde, huido ya a Francia con su
familia, una traducción suya del francés revolucionó la colonia de jóvenes,
mujeres y ancianos en la que estuvo recluido, en Lorgues, la Provenza,
(Francia). «Se pasaba hambre y el Alcalde puso un anuncio en el que decía
recibir tan sólo cinco francos diarios por cada persona, pero yo había leído en
un periódico que el Gobierno de Negrín daba a Francia quince francos diarios
por refugiado; traduje aquella noticia y la puse al lado de lo que había
escrito el Alcalde. No imaginé que cuatro palabras pudieran tener el efecto que
causaron».
Años después, durante su estancia en
Alemania, conocerá a Gisela Wiedermann, que será su esposa. «Decidimos unirnos
y le dije que yo tenía tres condiciones: asentar mi vida afectiva, dedicarme a
los otros y que cuando mi madre fuera mayor y no pudiera valerse vendría
conmigo. En efecto, ella cumplió al pie de la letra aquel compromiso». Gisela
Wiedermann falleció en agosto de 2010.
En el presente, José Luis García Rúa,
fiel a su ideario anarquista, sigue dictando conferencias y escribiendo
artículos. «El capitalismo produce que 200 propietarios tengan tanto como 3.000
millones de personas», asegura, al tiempo que reflexiona sobre la crisis del
presente: «La voluntad del sector financiero internacional es eliminar la
independencia de las pequeñas y medianas industrias y acabar con el sentido
soberano de los estados; su intención es que el Estado del bienestar
desaparezca, que disminuyan los salarios y las pensiones; y todo esto ya lo
tenemos encima».
Marcada
por la violencia.
«Mi padre, Emilio José García García,
nació en Avilés, Asturia, (España) en 1894, de familia obrera. Su padre, mi
abuelo José, había nacido de un ingeniero de los que vinieron a la construcción
del ferrocarril en Asturias; era hijo natural, pero no reconocido. Era una gran
persona y muy singular. Cuando yo era más joven siempre tuve la idea de
escribir algo sobre mi abuelo, y sobre mi familia en general, porque la familia
de mi padre estuvo muy marcada por la violencia. Mi padre murió de un disparo
en el frente de Oviedo,, Asturia, (España) al comienzo de la Guerra Civil. Mi
tío Enrique, su hermano, se fue a Cuba. Era constructor. Un día se fue a bañar
y no volvió; se supone que le comieron los tiburones. Otro hermano de mi padre
tuvo un desengaño amoroso y a los veintitantos o treinta años se marchó de
casa. Los últimos que le vieron le descubrieron viviendo debajo de un puente en
Zaragoza, de vagabundo. Seguramente murió también debajo de un puente. Otro
hermano, el más pequeño, Ángel, fue fusilado por Franco. Otro hermano más,
Pepe, no falleció de muerte violenta, sino en su cama, pero también tuvo un
desengaño amoroso y se recluyó. Cogía sus botellas de vino y se pegaba
cabezadas contra la pared. Este tío mío era marinero y a él me refiero en mi
libro sobre Gijón, Asturia, (España). Tenía una gran cicatriz que le recorría
toda la cara. Siendo marinero, y en Gijón, Asturia, (España) precisamente, en
un chigre del muelle que se llamaba Las ballenas, estaba tomando un vaso y vino
alguien por detrás. Probablemente por una venganza, le rajó la cara. Eran
gentes de mucho temperamento, y él, que estaba en chancletas o descalzo, corrió
detrás del otro y le echó al mar».
Los
«Pipiolos».
«Mi abuelo José estaba casado con
Leonor, una mujer muy religiosa, muy creyente, muy piadosa. Y muy trabajadora.
Era pescadera y sacó adelante a la familia. Tuvo catorce hijos, pero le
murieron muchos de ellos, salvo estos que acabo de decir. Lo que tenía mi
abuela Leonor de paciente, de trabajadora, de cuidadora de la familia, no lo tenía
mi abuelo. Era un hombre que cuando se cansaba de algo se marchaba de casa. De
ahí seguramente lo aprendió su hijo. Se echaba al camino y estaba a lo mejor
seis meses fuera, y cuando volvía con una gran barba, mi abuela lo cogía, lo
metía en la cama, lo cuidaba, le daba sus calditos…, hasta que lo sacaba
adelante. Mi abuelo fue trabajador del puerto de San Juan, en Avilés. A su
familia la llamaban los «Pipiolos» y hay una anécdota curiosa. Existe una
estatua de Pedro Menéndez de Avilés y mi abuelo, cuando se emborrachaba, se
encaraba con ella y le decía: «Baja, porque yo soy un Pipiolo, pero te como el
alma si no bajas». Cuando murió mi abuela Leonor, el hombre ya no tenía nada
que hacer. Era muy alto y se colgó de una puerta, de una manera artesana, como
él había vivido. Tenía un taller en su casa, en la plaza del Carbayo de Avilés,
Asturia, (España). Cogió una lima grande, la metió entre la puerta y el marco y
con su propio cinturón se ahorcó por un centímetro o centímetro y medio, porque
los pies casi le tocaban en el suelo. Como se ve, la familia de mi padre está
marcada por la violencia, el fatalismo, la tragedia…».
Fundador
del POUM.
«Mi padre hizo la guerra de África y
le dieron un hecho de armas por alguna acción heroica suya en aquella
contienda. Aquel papel lo tenía en el bolsillo cuando murió. Recuerdo que
estaba ensangrentado. Él era carpintero y recuerdo que yo iba a llevarle la
comida cuando trabajaba en Somió o en otros lugares. Le llevaba la comida y
observaba cómo trabajaba, tillando en los suelos de madera, o en otras tareas.
Era un gran carpintero de obra y además, bombero. Le llamaban «Emilión el
bomberu». Se ocupó de la cuestión obrera desde joven. Perteneció al PSOE y a la
UGT, pero en la época de Primo de Rivera se salió ante la colaboración de los
socialistas con la dictadura. Entró después en la CNT y murió en ese sindicato.
Perteneció también a Izquierda Comunista, fundada por Andrés Nin, un cenetista
que había ido a Rusia y se había identificado con la revolución cuando la CNT
había renunciado ya a la revolución bolchevique. Nin regresó cuando Stalin dio
el golpe y estableció la dictadura. Entonces forma un pequeño grupo que después
se fusiona con Joaquín Maurín, que tenía otro pequeño grupo de obreros en
Cataluña. Se fusionaron y fundaron el POUM, el Partido Obrero de Unificación
Marxista, en 1935, un año antes de la guerra. Recuerdo todo eso porque mi padre
fue prácticamente el fundador, junto a otros, del POUM en Asturias, (España).
No obstante, mi padre era fundamentalmente sindicalista. Siempre había dicho
que primero el sindicato y después el partido, y en el sindicato nunca hizo
proselitismo político. En la CNT se admite a militantes de otro partido, pero
no pueden tener cargos de gestión de la organización. La gente de la CNT sabía
que mi padre pertenecía a un partido político, y que tenía tendencias de
partido, pero en el Congreso de 1931 y en el Congreso de Zaragoza de 1936 el
Sindicato de la Construcción de Asturias, (España) les nombra a él y a Segundo
Blanco delegados del sindicato. Era muy conocido y muy valorado, hasta el punto
de que cuando le mataron en el frente de Oviedo, Asturias, (España) le trajeron
a Gijón, Asturias, (España) donde estaba el Sindicato de la Construcción, y
allí le velaron y de allí partió una gran comitiva de coches hasta el
cementerio».
Un
disparo en la Casa Negra.
«Al comenzar la guerra, los
sindicatos, sobre todo los sindicatos mineros y cenetistas, fueron a la defensa
de Madrid, Comunidad de Madrid, (España). Partió una gran cantidad de autocares
y mi padre iba de jefe de grupo en un autocar de las Juventudes Libertarias. En
los años setenta alguien que había sido de las Juventudes Libertarias me envió
el relato manuscrito de todo aquello. Se fueron camino de Madrid, Comunidad de
Madrid, (España) pero al llegar a Benavente, Castilla y León, (España) alguien
les salió al paso y les dijo que dieran la vuelta porque Aranda de Duero,
Burgos, Castilla y León, (España) se había sublevado. A la vuelta, mi padre se
queda en el cerco de Oviedo, Asturias, (España), concretamente en el Naranco.
Muere en el primer ataque a Oviedo, Asturias, (España), el 4 de octubre de
1936. La acción empezó a la seis de la mañana y a las once murió. Habían tomado
bastante terreno, según me contaron los compañeros, y estaban haciendo un
parapeto. Mi padre era alto y murió en la Casa Negra, que ya no es negra, pero
siguen llamándola así. Era una zona muy empinada y más abajo había una posición
de guardias civiles. A mi padre le mató una bala de guardia civil procedente de
abajo; le entró por la parte inferior del cuello y le salió por la parte alta
de la cabeza. Un compañero me dijo: «¿Quieres ver a tu padre?», y subí a verlo.
Rompí a llorar. Yo tenía 13 años recién cumplidos y aquel compañero me puso la
mano en el hombro y dijo: «No llores; cuando seas grande ya le vengarás». Y eso
me quedó grabado, retenido. No soy un hombre que ame la violencia ni nada de
eso y quizá la manera de vengarle ha sido la fidelidad a la causa obrera y las
actividades que he realizado».
Anarquismo
y socialismo.
«El anarquismo asturiano era más
pragmático que el del resto de España, para bien y para mal. Quiero decir
razonable o irrazonablemente. En primer lugar, hay que tener en cuenta que la
UGT asturiana no era como el resto sino revolucionaria. Hombres como Amador
Fernández, Belarmino Tomás, Ramón González Peña… prepararon la Revolución del
34, hecha fundamentalmente por UGT y CNT. Pero la CNT del resto de España se
negó a secundar esa estrategia porque no tenía en la UGT la confianza que tenía
la CNT de Asturias, (España). En el congreso del Teatro de La Comedia, en
1919, Eleuterio Quintanilla o José María
Martínez apoyaban una casi fusión con la UGT, era el momento de la unidad. Pero
se opuso la mayoría catalana y del resto de España; los catalanes con el dicho
aquel famoso de «¡Nosaltres sols!». He pensado mucho sobre esto, porque si el
congreso de 1919 hubiera sido abierto y hubiera recibido el mensaje asturiano
de unidad no se habría tardado mucho en volver a la separación unos años más
tarde, durante la dictadura de Primo de Rivera, cuando el PSOE y la UGT son
colaboradores y la CNT no se hubiera reconocido en ello. La Guerra Civil en
Asturias fue muy ilustrativa de todo aquello. La CNT y la UGT llevaron muy bien
la cosa al principio, aunque hubo tensiones. Avelino González Mallada fue
alcalde de Gijón en 1936. Era cenetista y de la FAI, pero al año hubo ya
tensiones y los socialistas hicieron por eliminarlo de la Alcaldía y poner a
Alberto Martínez. A González Mallada yo lo conocía porque emigró conmigo y mi
familia a Cataluña cuando los fascistas llegaron a Asturias. O sea, tensiones
hubo, pero llevaderas».
Liberación
de presos.
«Mi padre no vivió ya todo aquello,
pero lo que yo conozco de él es un artículo que se titulaba: «¿Qué pretende
Barriobero?». Éste era un abogado cenetista muy cualificado de Barcelona, que
en las elecciones del 14 de febrero de 1936, cuando se instala el Frente
Popular, pedía la abstención, como ya se había pedido en 1933. Mi padre
escribió aquel artículo sobre Barriobero, una persona muy conocida (fusilado
después por Franco) que dio aires de normalidad y de justicia en el campo
catalán. Los historiadores están de acuerdo en que suavizó muchas tensiones y
eliminó mucha violencia. Eso es lo que conozco de mi padre con respecto al
anarquismo, y también otra historia que se añade a ésta y puede ser conjugable
con ella. Cuando triunfó el Frente Popular en febrero de 1936 había 30.000
presos cuya excarcelación reclama la CNT . En su mayoría eran presos cenetistas
y el sindicato iba a las prisiones a reclamar su salida. Esto daba lugar a
episodios violentos. En Santander, por ejemplo, se produjo la muerte de un
cenetista porque en el intento de asalto a las cárceles la fuerza pública
disparó. Estuve en aquel entierro y hubo más de 20.000 personas. En Gijón hubo
lo mismo: una marcha sobre la cárcel de El Coto. Avelino González Mallada, que
fue maestro mío en la escuela de Eleuterio Quintanilla, en la calle de La
Playa, incitaba a los manifestantes. Mi padre contó aquel suceso en casa, en el
que tuvo un enfrentamiento con Mallada cuando le dijo que aquella no era la
manera porque dentro de cuatro días los presos saldrían a la calle y no había
que dar lugar a que matasen a nadie. Mi padre, que ya digo que era de familia
muy temperamental, le soltó un sopapo a Avelino. Recuerdo esto porque Avelino,
siendo yo alumno, un día me dio un pañuelo blanco y me dijo: «Dale esto a tu
padre, que me lo prestó el otro día». Seguramente mi padre le había dado el
pañuelo para limpiarse la sangre. Esto habla un poco de lo que podían ser
fricciones o puntos de vista diferentes en la marcha del anarquismo».
Una
vida santa.
«Desde muy chiquillo comencé a ir a
una escuela de las que en Asturias se llamaban «de cagantes y mexiantes», que
no era una escuela, sino dos señoras que recibían a niños y los atendían
durante el día. Llevábamos pizarras y escribíamos con ellas y pizarrines; lo
guardábamos todo en una bolsa al terminar y lo dejábamos en el suelo. Un día,
caminando hacia atrás, pisé una bolsa de aquellas y rompí la pizarra. Una de
las señoras tenía unas manos curtidas, huesudas, y me dio un bofetón. Yo tenía
7 años y llegué a casa con la señal del bofetón en la cara. Mi padre lo vio y
al día siguiente no volvimos a aquella escuela sino a la de Quintanilla, donde
estuve hasta los 13 años. Éramos tres hermanos: mi hermana María del Pilar, mi
hermano Emilio y yo, el último. Mi hermano se llamaba Emilio Floreal. Germinal,
Floreal, Prairal… eran los nombres que los revolucionarios franceses habían
puesto a los meses y era muy corriente entre los anarquistas utilizar esos
nombres. Mi madre, Pilar, era hija de Manuela, una campesina que fue a vivir a
Gijón. Allí se casó con Corsino Rúa, mi abuelo. Un pariente nuestro está
investigando sobre este abuelo, que no era Corsino Rúa, sino Corsino Bernardo
de la Rúa, de una familia seguramente venida de Galicia y con raíces
aristocráticas. El Bernardo lo perdieron por un amanuense de Juzgado que
confunde el Bernardo apellido con Bernardo nombre. Mi abuela, Manuela, a la que
no llegué a conocer, debió de ser una mujer fabulosa, una campesina de
raigambre y vendedora también de pescado. Lo recuerdo porque me contaba mi
madre que madrugaban mucho para ir a recoger el pescado en la rula de Gijón y
venderlo después. Esperaban sentadas encima de las cajas de pescado a que
llegaran las lanchas y se vendiera en la rula. Entre tanto, a veces había lo
que siempre hay en un pueblo marinero: riñas, peleas, puñetazos, navajazos… En
fin, todo eso, y me contaba mi madre que ella, que era muy pequeña, se
acurrucaba junto a su madre y ésta le decía: «No temas, fiína; hasta que no
llegue la sangre a ti no temas». Esta pobre Manuela muere cuando mi madre tiene
11 años, en una epidemia de tifus que hubo en Gijón. Mi madre había nacido en
1899, así que aquello sucedió hacia 1910. Muere su madre y queda con un hermano
de 1 año y otro de 5. Mi madre tuvo que tirar para adelante con toda la familia
y nunca fue a la escuela. Apenas sabía leer y escribir y conservo como un
tesoro cartas suyas que me escribía cuando yo estaba en Salamanca, con faltas
de ortografía y sin saber coordinar las palabras. Eso poco que sabía leer y
escribir se lo enseñó mi padre. Luego, cuando ya se jubiló, yo le enseñé un
poco más aquí en Granada, pero a los pocos años tuvo problemas de visión y no
pudo seguir. En fin, la vida de mi madre es una vida verdaderamente santa, una
vida de dedicación completa a los demás. Mi padre era un luchador, un hombre
que trabajaba mucho, que ganaba su pan honradamente y que quería mucho a los
hijos, pero tenía también sus devaneos amorosos y mi madre sufrió todo eso
bastante».
Manifiesto
para el 34.
«Hay una historia que tiene su
importancia biográfica para mí. Yo era un chiquillo durante la Revolución de
Octubre de 1934. Mi padre estaba escribiendo un manifiesto en casa y llaman a
la puerta. Abro y me encuentro con diez o doce guardias de asalto que desde el
rellano y la escalera me apuntan con el fusil. Aviso a mi madre y al ver ella a
los guardias se desmaya y cae al suelo, sin sentido. Entonces oigo la cadena
del servicio porque seguramente mi padre había tirado el manifiesto. Después
fue a la puerta y los guardias dicen que les acompañe. Mi padre les pide
aguardar un poco y hace que mi madre recobre el sentido. Después se va con los
guardias porque al parecer le había denunciado un coronel que vive enfrente.
Pero no tenían nada contra él y un día después vuelve a casa. Al terminar la
Revolución mi padre acogía en casa a revolucionarios huidos; recuerdo
concretamente a dos socialistas y a un comunista. Vivieron clandestinamente en
casa hasta que pudieron marchar a Bruselas. Recuerdo esto porque nosotros
llegamos a hacer mucha amistad con un socialista de Oviedo, que estuvo en casa,
Horacio Cabal, que trabajaba en la Fábrica de Armas con padre. Su mujer se
llamaba Lucila y mi madre se quejaba a ella de esos devaneos de mi padre. Un
día, estando yo presente, Lucila le preguntó delante de mi madre a su marido:
«¿Qué te parece Horacio de esto de Emilio?». Y aquel socialista contestó:
«Emilio es un gran compañero y eso no puedo juzgarlo». Mi madre llevó esa vida
y cuando vivíamos en la calle Capua de Gijón, en una casa que tenía 30 metros
cuadrados y en la que estábamos ocho personas, ella todavía se las arreglaba
para alquilar huecos a los veraneantes. Yo no conozco a mi madre más que
trabajando y trabajando, y preocupándose siempre por los demás. Vivió cerca de
100 años y estuvo conmigo en Granada desde que cumplió 75 años hasta el final».
Francés
y bombas.
«En la Escuela Neutra Graduada de
Eleuterio Quintanilla había tres grados. En el primero, por donde yo empecé,
estaba Ninfa, que era hija suya. Luego pasé al segundo grado, que lo daban un
profesor llamado Senén y Avelino González Mallada. No sé si Avelino, llegó a
ser masón, pero sí lo eran todos los demás, empezando por Eleuterio. La escuela
era masónica y había una habitación donde tenían sus banderas y sus cosas. A
Eleuterio le llamábamos «Terio» directamente. «Terio, mire lo que me está
haciendo este niño». Quintanilla era chocolatero, no un profesional de la
enseñanza, sino un autodidacta que, la verdad, tenía muchas facultades para la
educación. Sabía llegar a los alumnos. Yo era muy trasto de niño y no me
preocupaba por estudiar; no sé cómo pude aprender a leer y escribir. Algunas
veces, Quintanilla me dejaba castigado por no saber la lección; después, en
poco tiempo, la aprendía, se la recitaba y me marchaba. Pero lo que a mí me
encantaba de Eleuterio era su voz. Todavía sé de memoria muchos versos que él
recitaba a la clase. Le gustaba mucho la poesía y, sobre todo, los poemas
aforísticos, de los que se saca una enseñanza. Nos recitaba con una voz dulce,
melodiosa, y luego nos leía «Corazón», de Edmundo de Amicis, o el «Quijote». Y
eso era lo que a mí me encantaba: aprender Geografía o Matemáticas estaba bien,
pero a mí me embobaba escuchar a aquel hombre leyendo en voz alta. Y la mayor
enseñanza que recibí de Eleuterio Quintanilla fue cuando después de morir mi
padre me metieron en un orfanato miliciano, donde empecé a coger afición al estudio.
Era el Orfanato Miliciano Alberto Coto, y estaba en el colegio de San Vicente.
Allí estuve hasta que me marché emigrado a Cataluña e hicimos un curso rápido
de primero de Bachillerato. Eleuterio era profesor de Francés. Recuerdo que un
día nos estaba examinando. Ya estaba muy próxima la llegada de los fascistas a
Gijón. Él estaba sentado en la mesa, mandaba salir la pizarra y preguntaba. En
esto suenan las sirenas de la aviación y él dice: «El que quiera marchar, puede
hacerlo». Había un refugio antiaéreo en la calle Fernández Vallín, donde está
Correos, debajo del paseo de Begoña. Nos quedamos cinco en la clase y él siguió
examinando con toda tranquilidad, sin inmutarse, como si no estuviera pasando
nada. Sonaban las bombas y escuchábamos cómo se acercaban las explosiones. Los
cristales temblaban; parecía que iban a romperse. Así estuvimos durante un
rato. Después se fueron alejando las bombas y terminó la alerta. Aquello fue
para mí una gran enseñanza: la necesidad de dominarse en situaciones comprometidas,
de no dejarse invadir por el miedo. Al pensar muchas veces en ello vi que fue
la mejor enseñanza que recibí de Eleuterio Quintanilla».
Huida
en el «Stanmore».
«En septiembre de 1937 todos los
compañeros decían que la caída de Gijón era inminente. Creo que entonces
todavía se estaba luchando en el Mazuco, que fue la última resistencia. A
primeros de septiembre salgo de Gijón con mi madre, mi hermana y mi hermano.
Había una flota del Comité de No Intervención y embarcamos en Ribadesella en el
«Stanmore», para llegar a La Palice, en Francia. Todos mis compañeros del
Orfanato Miliciano habían sido llevados a Rusia, pero mi madre dijo: «Vosotros,
conmigo». De La Palice fuimos a Cataluña, en tren, y nos asignan vivir cerca de
Olot, pero como mi hermana y yo estudiábamos, mi madre maniobró para que nos
dejaran en el mismo Olot como refugiados, pero viviendo de alquiler. A mi madre
le había quedado una pensión por la muerte de mi padre. Los estudios en Olot
fueron muy fructíferos para mí y allí tuve buenos profesores, como Enrique
Olarán, que me enseñó muy bien francés. Lo pasamos mal porque había poca comida
y yo me iba a los campos a coger (a robar un poco) cebollas o algo para llevar
a casa. A finales de 1938, a mi hermana le dio una embolia y quedó paralizada
de medio cuerpo. Cuando estaban llegando ya los fascistas, mi hermano y yo le
dijimos a mi madre que ellas dos se quedaran, que las respetarían y podrían
volver a Gijón, pero con nosotros podían tomar alguna represalia. Cruzamos
andando la frontera, pero mi madre, después, no pudo con el miedo y también la
cruzó en un vehículo de milicianos de los que huían».
Cuatro
líneas y una revuelta.
«A mi hermano y a mí nos llevaron al
departamento de Var, en La Provenza, a una colonia en un pueblo llamado
Lorgues, que tenía un viejo monasterio abandonado donde instalaron a jóvenes,
mujeres y viejos. Eso fue decisivo para mi vida. Como sabía bien el francés,
hacía de intérprete y comía en la cocina, no del todo mal, pero los demás
comían muy mal y había protestas. El alcalde, que era de las Cruces de Fuego,
una organización de la derecha francesa, chovinista, puso un anuncio en el
tablón diciendo que el Gobierno francés le daba nada más que cinco francos
diarios por cada refugiado. Sin embargo, en el periódico «L’Aube» («El Alba»)
yo había leído que el Gobierno de Negrín daba a Francia 15 francos diarios por
refugiado. Traduje aquella noticia y junto al recorte del periódico la puse al
lado de lo que había escrito el alcalde. No imaginé que cuatro palabras podían
tener aquel efecto. Hubo una revolución, volaban los platos y la comida, y la
revuelta duró hasta la noche. A la mañana siguiente, me asomo al patio y veo a
dos gendarmes con el alcalde y a otros dos muy bien vestidos, con sombreros.
Supuse que eran policías y en cuanto bajé el alcalde me señaló. Yo tenía 15
años. Me esposaron junto a otro compañero y a un aragonés muy alto, al que
llamábamos «Pino viviente», y también junto a un extremeño que era manco y que
como tenía que llevar su petate con la mano útil le esposaron por el tuco e iba
casi colgado del aragonés. En el tren, uno de los policías entabló conversación
conmigo y me preguntó qué había pasado. Se lo conté y me dijo: «Gagciá, Gagciá,
je me rapellerai de toi», «me acordaré de ti»».
El
anarquista solidario.
«Nos llevaron a Barcarés, a un campo
de concentración de soldados españoles, en una playa inmensa, donde dormíamos
en la arena. Físicamente se pasaba mal, pero, a cambio, en el barracón donde yo
estaba, en el «Islote I», había gente calificadísima, muy inteligente, de todas
las jaleas: socialistas, comunistas, republicanos, anarquistas? Allí se
discutía a diario sobre el origen de la Guerra Civil, sobre su desarrollo,
sobre por qué se perdió, y se hacía desde diversos puntos de vista. Aquello me
dio muchísima luz y quizá fue allí donde empecé a tener alguna tendencia
concreta. Había dos hermanos socialistas aragoneses que eran fabulosos hablando
y razonado. Y había un anarquista al que Franco había fusilado en Gijón, en el
Cerro Santa Catalina. El fusilamiento había sido con ametralladoras y luego
tiraban los cuerpos al acantilado. Aquel anarquista tuvo la suerte (si la
llamamos así) de que no le mataron los tiros ni el acantilado, porque cayó
sobre en un montón de cadáveres. A las cinco de la mañana recobró el
conocimiento, se tanteó y recordó lo que había pasado. Se fue por la orilla del
mar hasta el barrio de La Arena, donde vivía. No iban a ir a buscarle, ya
estaba borrado de la lista. Era de las Juventudes Libertarias y tenía 17 o 18
años. Pasó a Francia y después a Cataluña. Sus compañeros decían de él que
había sido un jabato en el frente. Este chico participaba también en aquellos
debates. No tenía el discurso de los aragoneses, pero decía cosas muy
centradas, y una cosa que me entusiasmó de él fue que cuando en un barracón de
aquellos se recibía un paquete de comida enviado por la familia cada uno lo
llevaba a su rincón y se lo comía a escondidas, pero aquel chico lo ponía en el
centro y de allí comíamos todos hasta que se acababa. Esto me llamaba mucho la
atención. Los demás hablaban muy bien, pero quizás el instinto de conservación
podía más en ellos; pero en éste no podía tanto el instinto de conservación,
sino el sentido de solidaridad. Siempre he recordado a aquel chico anarquista».
Tejados
y baldosas.
«Estuve en Barcarés hasta finales de
1939. Recibí una carta de mi madre, que ya estaba en Gijón, en la que me decía
que mi hermana estaba muy enferma y que por atenderla no podía salir a trabajar
y nos necesitaba a mi hermano y a mí. Yo estaba entusiasmado con seguir la vida
de aquella gente del campo, que hablaba de una posible labor de resistencia y
de echarse al monte. Pero los compañeros me dijeron que tenía que volver a
Gijón a ayudar a mi madre. Regresé y trabajé de todas las formas imaginables,
desde andar vendiendo botellas o recogiendo lo que fuera hasta almacenista de
cosas estraperladas por otros. También trabajé en la construcción, en tejados,
y en Oviedo fui ayudante de un obrero de Madrid que instaló en el edificio del
Instituto Nacional de Previsión, junto al Campoamor, la primera calefacción por
aire en Asturias. Acabé trabajando en una fábrica de baldosas, en un chamizo de
la calle Marqués de San Esteban. Allí estuve con uno al que llamaban «El
Cubano», campeón de Asturias de boxeo, y con Bericua, que después se dedicó a
la construcción. Tenía 17 años y a veces probábamos a ver quién podía acarrear
más marcos (hasta ocho o diez) con cuatro baldosas cada uno. Un día, uno de los
propietarios de la fábrica me vio llevar los marcos de uno en uno. Entonces,
él, que tenía una barriga muy grande, me dijo que le mirase y cogió con mucha
fuerza tres de ellos. Yo pregunté: «¿Cuánto me paga usted?». «Lo que marca la
ley». «Sí, pero la ley marca siete pesetas y un litro de aceite cuesta cien». «No
tengo la culpa de eso, márchese». Y me echó. Llegué a casa muy encabronado y le
dije a mi madre: «Voy a volver a estudiar y ningún hijo de puta más me va a
explotar»».
Los
libros de Víctor Felgueroso.
«Teníamos relación con una rama de los
Felgueroso. Antonia León era amiga de mi madre desde antes de casarse con
Gabino Felgueroso. Además, al comienzo de la guerra mi padre le había hecho
algún favor a esta familia, para que los milicianos no se metieran con ellos.
Y, sobre todo, durante la guerra les llevamos comida porque ellos tenían
dificultades para adquirirla. Se la llevábamos por la calle Ezcurdia, cuando
todavía no había caído el cuartel de Zapadores, en El Coto, y desde allí
barrían con las ametralladoras y teníamos que ir por las cunetas, arrastrándonos.
Los Felgueroso vivían un poco más allá de La Guía, hacia Somió. Después de
hablar con mi madre de ponerme a estudiar, un día salía yo del «Patión», donde
vivíamos en la calle Capua, y me encuentro a un muchacho apoyado en la pared.
«Soy Víctor, el hijo de Antonia y Gabino: oigo en mi casa que quieres estudiar
y yo te puedo prestar libros y te puedo buscar un profesor». Así fue como
empecé a estudiar. Víctor Felgueroso León falleció hace año y pico, y hasta
hace dos nos carteábamos por Navidad».
Bachillerato
y mina.
«Intenté hacer el Bachillerato en una
convocatoria, por el plan de 1934. Pedí el examen de los seis años y algunos
profesores se rieron. Me examinaron con un taco inmenso de programas,
asignatura por asignatura. Pero en Matemáticas tuve un pinchazo y además me
dijeron que no podían aprobarme los seis años porque tenía que hacer el
Bachillerato según el plan de 1938, de siete años, con casi cinco años de
Latín, tres años de Griego, tres de Alemán? Estudié esas lenguas y en la
convocatoria siguiente aprobé sexto, séptimo y el examen de estado. Mientras
tanto, había trabajado unos ocho meses en Mina La Camocha, en el interior. Tuve
un derrabe y vi cómo caían todos los marcos; pensé que me quedaba sepultado
allí. Mientras estuve en La Camocha murieron ocho mineros y mi madre cogió
miedo; seguramente habló con su amiga Antonia León, esposa de Gabino
Felgueroso, para que buscara otro trabajo fuera de la mina. Entonces trabajé en
Julián Fernández Guerra, un taller que había en el Fomentín, hasta que terminé
el Bachillerato. Entonces di clases particulares».
Séneca,
San Pablo y Filón.
«Estudié en Oviedo Filosofía y letras,
sección de Filología Clásica. Hice por libre primero y segundo. Yo quería ser
médico, pero la carrera de Medicina implicaba seguir las clases prácticas y yo
tenía que seguir trabajando. En Historia tuve de profesor a Juan Uría, y fue
con el que más aprendí. Durante el segundo año, concursé para una beca del
Ayuntamiento de Gijón y la obtuve. Con esa beca, de 500 pesetas (de las que le
daba 200 a mi madre), me fui a Salamanca y estudié hasta terminar la carrera de
Filología. Había escogido Clásicas porque de lo más que se solicitaban entonces
clases particulares era de Griego y Latín. Luego me alegré de haber estudiado
Clásicas porque forman muy bien la cabeza y te dan la posibilidad de dirigirte
después a donde quieras. Los cimientos fundamentales estaban en Clásicas. En
Salamanca no sólo curse los tres años, sino que al acabar permanecí allí como
profesor adjunto de Antonio Tovar, por oposición. Al terminar la licenciatura,
y como yo era de una ciudad con puerto, pensé en hacer la tesis sobre el
lenguaje de los puertos, pero para eso necesitaba pasar tiempo en Gijón y no
podía. Había leído entonces a Séneca y me atrajo porque, como Tácito, es un
creador de lenguaje. En Latín, Cicerón y César forman unos modelos con tanto
prestigio que después todo el mundo escribe como ellos, pero Tácito y Séneca
aportan nuevas formas de expresión. Además, yo era profesor de Historia Antigua
y esto me llevó al estudio del Helenismo, en el que factor religioso empieza a
ser importante. Una corriente de historiadores sostenía que la modernidad
empezaba a partir de San Agustín de Hipona, pero leyendo a Séneca, junto con
San Pablo y Filón el judío, observé rasgos de modernidad antes de San Agustín.
Lo estudié y me afinqué en esa teoría y de ahí salió la tesis sobre «El sentido
de la interioridad en Séneca»».
Socialismo
radical.
«Además de Tovar, en Salamanca trato
con Zamora Vicente, José María Ramos y Loscertales (historiador fabuloso),
Lázaro Carreter, o Manuel Alvar, que después hizo escuela aquí, en Granada.
También conocí a Alarcos, o a Gustavo Bueno, que era catedrático de instituto.
El decano de mi facultad era muy reacio a la Filosofía. «A mí, los filósofos me
convencen todos», decía. Estoy hasta 1955 en Salamanca, que me cansa. En
realidad, mi forma de obra abiertamente chocaba con esquemas muy cerrados.
Estaba influido por ideas comunistas y me atraía el socialismo radical,
revolucionario. En las tertulias planteaba tomar decisiones radicales. También
llevé una vida amorosa muy revuelta, tumultuosa, e igualmente estaba un poco
cansado de ello. Total, que necesitaba respirar y esa fue la razón de mi salida
de Salamanca. Choqué con el propio Tovar, y menos con Ramos y Loscertales,
porque fue el hombre con el que más congenié y dialogué. Hablábamos
abiertamente, pero cuando yo quería llevarle a unas consecuencias radicales, me
decía: «No olvide, señor Rúa, que yo soy azul». Sin embargo, era muy unamuniano
y esto le llevó a enfrentamientos con el falangismo. Tovar también los tuvo».
Triple
compromiso.
«Por medio de Zamora Vicente consigo
un lectorado en Alemania, en Maguncia. Había estado previamente con una beca en
el Maximinialeum de Múnich, un colegio de estudiantes excepcionales, donde
preparé la tesis. En Alemania yo aprendí a valorar al pueblo raso alemán, su
autodisciplina, su profundidad, pero en otros aspectos rechacé la Alemania
burocrática y un poco posprusiana que seguía existiendo. Con eso sí tuve serios
choques que me llevaron a marchar de Alemania. Había conocido a Gisela
Wiedermann y cuando decidí unirme a ella definitivamente le dije que yo le
ofrecía tres condiciones: que yo me casaba sobre todo por normalizar y centrar
mi vida amorosa; segundo, que me casaba también para dedicarme a los otros; y
tercero, que cuando mi madre fuera mayor y no pudiera valerse, viviría
conmigo». Ella me dijo que no había problema y en efecto, lo cumplió al pie de
la letra hasta el final de sus días».
Ilustración
y banquetas.
«Llegué a Gijón en 1958, dispuesto a
hacer una vida completamente diferente de la que había venido haciendo hasta
entonces. Había renunciado a todo: a la adjuntía de Salamanca, al lectorado en
Alemania, y vine con una mano atrás y otra delante. Doy clases particulares,
aunque había un cura en el Instituto que me quitaba todos los alumnos porque yo
enseñaba Latín con la pronunciación clásica (decía [Kikero] y [Kaesar]). «Eso
lo hacen Tovar y cuatro ateos», afirmaba aquel cura. Empiezo a ir al Ateneo
Jovellanos e intervengo en los coloquios de las conferencias. Quizás es
entonces cuando la gente repara en mí. Allí había un grupo de teatro, «La
Máscara», en el que estaba Laureano Mántaras. Empecé a relacionarme con ellos y
después les propuse crear una escuela obrera amparada en mi título
universitario. La idea surge de mi impulso enseñante y de que estaba convencido
de que la clase obrera carecía de medios auténticos de ilustración, ya que la
enseñanza oficial estaba muy condicionada. La idea no causó mucho entusiasmo:
no veían cómo se podía realizar aquello materialmente, no había dinero.
Empezamos a pedir muebles viejos a las familias, los deshacíamos y construimos
mesas muy artesanalmente. La escuela de la calle Cura Sama se estrenó sin
banquetas. La condición para pertenecer a la escuela era que se supiera leer y
escribir, y que se tuviera una edad prudente (de diez años por lo menos), y que
se llevara una banqueta».
Interés
policial.
«Yo tenía una idea particular de la
pedagogía y enseñábamos de todo: Latín, Historia, Gramática?, pero siempre con
vistas a la vida cotidiana y práctica, y, sobre todo, mediante diálogo. No
había distancia entre el alumno y el profesor, y éste dialogaba constantemente
con él, admitiendo que le corrigiera su propia enseñanza. A los alumnos, aunque
hubieran llegado sabiendo leer y escribir malamente, se les veía incorporar la
enseñanza a su propia vida. Junto a esto, no podía haber una enseñanza completa
si no remitía a la propia sociedad. Para eso los sábados organizábamos
conferencias a las que conseguí traer gente muy calificada. Fuimos pasando de
un tinte puramente cultural progresista a una actitud claramente política. La
enseñanza de materias que no eran propiamente políticas estaba encaminada a
producir otra mentalidad, otra manera de ver las cosas. Era hacer una casi
antipedagogía. El anticulturalismo no se diferencia mucho de lo que hacíamos
nosotros trasmitiendo cultura. Es decir, el dar a conocer textos científicos,
literarios o políticos se hacía siempre desde la crítica y desde la propuesta
de la opción contraria. Una posición nunca es fuerte si no se sabe frente a qué
va, y cuáles son sus debilidades o en qué es fuerte y puede superar al
contrario. Si esto se le da a la clase obrera, sabrá como clase mantener una
posición político-social más clara. Así fue cómo la Policía enseguida se
interesó».
Vigilancia
permanente.
«Tuve cierta suerte porque frente a
policías que había en la Comisaría de la calle Cabrales, muy dura, muy cabrona,
muy criminal, había otros que no se mojaban tanto. Un tal Morán, creo recordar?
Cuando me llamaron por primera vez, a los pocos mese de haber comenzado, me
amenazaron para que lo dejara. Recuerdo que en uno de esos interrogatorios, con
todos a mi alrededor, uno de ellos trató de insinuar con el gesto una violencia
más inmediata. «Tiene usted que dejar esas cosas». «No puedo». «¿Por qué?».
«Porque es lo único bueno que he hecho en mi vida». Entonces, ese Morán y otros
dijeron: «Cuidado con lo que hacemos porque dice que es lo único bueno que ha
hecho en su vida». Había una vigilancia permanente y cada poco me llamaban por
teléfono: «Venga usted acá», para tratar de esto, o lo otro, o lo de más allá».
Fui sorteando los interrogatorios, pero cuando intervino Oviedo, con el
comisario Claudio Ramos, la cosa ya fue mucho más dura».
CNT
clandestina.
«Cuando intervino el comisario Ramos
la cosa fue más dura, y yo ya estaba políticamente más lanzado. No he
pertenecido a ningún partido, pero he trabajado en plataformas con comunistas,
socialistas, republicanos? Los cenetistas fueron los últimos que entraron.
Aparte de que yo tenía una tradición familiar, y aparte de mi historia del
campo de concentración en Francia, yo no tuve contacto con la CNT clandestina a
lo largo de ese tiempo. Un día apareció en mi casa un hombre, Aquilino Moral,
de Duro Felguera, y me dijo que había sido compañero de mi padre y con él había
fundado el POUM en Asturias. Me habló de mi padre y de cómo estaba en aquel
momento la CNT en La Felguera. Al marchar, me dijo: «¡Salud, compañero!». El
saludo y levantar el puño era nuevo para mí. Seguí manteniendo la relación con
él y me di cuenta de que era un verdadero militante, un hombre que se había
entregado por entero a la causa y que además no se casaba con nadie. Por él
empecé a tener contactos con la CNT clandestina, y ésta se fue acercando más a
lo que era el grupo de la Academia de Cura Sama».
Pordiosero
social.
«La actitud de Ramos era cada vez más
dura, más cabrona. Un día, en Oviedo, se sentó al lado mío en un café. «Hola, ¿qué
tal?», me dijo. «No sé quién es usted», y fue como si le hubiera insultado. Se
levantó y gritó: «¡Acompáñeme!». Me llevaron al «cuartón» de la Comisaría, al
lado del Reconquista, y me tuvieron allí el día entero. Ramos me dijo: «No
vuelva usted más por Oviedo»; pero en el año 1965 coincidió que era el
centenario de Séneca y los estudiantes me pidieron que diera una conferencia en
la Universidad. Yo tenía entonces una audiencia tremenda. Después, Ramos fue a
Gijón: «Le dije a usted que no volviera a Oviedo, por lo tanto, le voy a cerrar
la academia», y la cerró por las buenas. Años después, durante el estado de
excepción de 1970, cuando ya estaba en funcionamiento CRAS (Comuna
Revolucionaria de Acción Socialista), me llevan a Comisaría y está Ramos presente.
Los interrogatorios fueron duros. Ramos no llegó a pegarme nunca; lo más que
hizo fue ponerme el puño en la cara, sin atreverse a descargar, con lo que yo
sentía los pelos de sus nudillos. Y me dijo: «Es usted un pordiosero social».
Me dio mucho que pensar y me dije: «Coño, tiene razón este hombre»».
Tirar
panfletos.
«CRAS comienza por mis experiencias
políticas. Hacia 1965 viene a verme un cura obrero de Mieres, creo recordar que
Nicanor López Brugos, con cuyo hermano, alumno mío, yo tenía mucha relación. Me
dijo que había 5.000 mineros en huelga y yo le di mi opinión: «La huelga es el
arma fundamental de la clase obrera y hay que mirarse bien antes de hacerla,
para que no caiga en desprestigio, pero una vez lanzada hay que llevarla al
triunfo». «Entonces -dijo él-hay que tirar papel», escribir panfletos
clandestinos. Escribí el panfleto, y la CNT estaba de acuerdo, pero no podía
firmar con los comunistas, y los socialistas tampoco. Fui a los comunistas y
les dije: «Tiradlo vosotros, pero no con el nombre de PC, sino de Oposición
Obrera». Pasaron los días y la huelga se fue a la mierda; por alguien del PC me
enteré de que no habían tirado el panfleto porque no les convenía la huelga,
porque el proletariado asturiano estaba demasiado avanzado para la situación en
la que estaba el partido, y ellos pretendían que el PC estuviera a la cabeza.
Entonces rompí de hecho con el PC. Nos encontrábamos en los sitios comunes,
pero había siempre fricciones. En esta situación estaba hasta que me di cuenta
de que sin una estructura propia trabajabas para otros como el PC. Esa
estructura fue CRAS, que nace en 1969, con una estrategia completamente
distinta de la de los partidos, de abajo hacia arriba. A los tres meses CRAS
decidió entrar en pleno en CNT, hasta que dos años más tarde grupos que había
dentro que eran marxistas quisieron que CRAS se declarara organización marxista
y, claro, la mayoría no estábamos por ello. Valorábamos el marxismo, pero
veíamos sus errores. Desde entonces decidimos trabajar sólo como CNT».
Ruptura
de la clandestinidad.
«Simultáneamente con la Academia de
Cura Sama habíamos creado el grupo Gesto. Siempre tuve no sólo afición al
teatro, sino confianza en su fuerza. El grupo «La Máscara» tenía problemas para
elegir obras en el Ateneo Jovellanos, había muchos roces, y le ofrecimos un
espacio escénico. Gesto también organizaba conferencias públicas sobre teatro o
temas sociales, en las que podía camuflarse un poco la cuestión política.
Nuestra intención en la forma antifranquista de proceder era un poco la ruptura
de la clandestinidad, es decir, se mantiene la clandestinidad en los términos
en que era obligatorio, pero fuera de eso se actuaba públicamente. Nos
reuníamos en el café Manacor, o en el San Miguel o el Costa Verde, y tratábamos
asuntos políticos. Para nosotros era fundamental el abrirse a la gente no
politizada, no indoctrinada, pero que sentía la realidad. Recuerdo que cuando
me metieron preso durante el estado de excepción apareció Gijón lleno de
pintadas: «Rúa preso». Eso movía a la gente y lo tuvo en cuenta la Policía,
porque impactaba en algo que ellos creían tener perfectamente dominado y
aletargado».
Levantar
la casa.
«No podía dar clases en el instituto o
la Universidad. Me habían echado de la Universidad de Oviedo en 1963. Era
profesor auxiliar y duré un mes. Alarcos era el decano, y protesta y fuerza al
rector a darle explicaciones de mi expulsión. Entonces el rector le pasa mi
informe policial, que decía: «José Luis García Rúa, hijo de Emilio García,
destacado dirigente de la CNT muerto en el frente de Oviedo siendo miliciano
rojo. Pretende ser profesor, pero es un hombre de conducta dudosa». En la
Escuela de Comercio explicaba Alemán y en abril o mayo también me expulsaron.
En 1971 una catedrática de Francés del Instituto de El Coto, Marilines, me dice
que hay la posibilidad de que vaya como profesor a la Universidad Laboral de
Córdoba. Llamo y les digo: «Miren ustedes, que yo soy un perseguido político».
«¿Usted va a influir en los alumnos?». «Como profesor nunca hago proselitismo
político». «Si es así, no tendrá problema». «Pero mire usted, que voy a
levantar la casa». En efecto, levanto la casa en Gijón y me voy con mi mujer y
mis tres hijos, Emilio José, Francisco y Héctor. Duré un mes en Córdoba, hasta
que el Gobernador Civil dice: «Rúa, fuera». Ese gobernador civil había sido
jefe de la Central Nacional Sindicalista en Gijón cuando las huelgas y me
conocía. Me veo con Castilla del Pino y otros, y doy clases particulares para
poder seguir viviendo. Estaba a punto de volver a Asturias cuando un compañero
muy generoso y muy bueno, Pedro Cerezo Galán, hoy catedrático jubilado de
Filosofía de Granada y entonces jefe de estudios del Colegio Universitario de
Jaén, me dice: «Si quieres, yo te hago un contrato de dos años y no te pueden
tocar». Así fue, pero al hacer el siguiente contrato el Gobernador dice que no
se firmaba. Entonces los alumnos y profesores se pusieron en huelga indefinida
y la Diputación le dice al Gobernador que me permita trabajar sin contrato.
Después Pedro Cerezo me trajo a Granada. Entre tanto, se había creado un cuerpo
de profesores adjuntos, y yo lo era por oposición en Salamanca, pero me decían que
tenía servicios insuficientes. Lo llevé de Juzgado en Juzgado, y ahí quedó el
caso paralizado, pero al morir Franco algunos jueces empezaron a portarse de
otra manera y me concedieron la plaza. Fui profesor adjunto de Filosofía hasta
1988. Me jubilaron a los 65 años con 65.000 pesetas; había estado 14 años fuera
de la Universidad y mis servicios eran insuficientes. Pero me hicieron profesor
emérito y lo fui hasta 2003, durante 15 años, cuando el máximo eran dos. Estoy
muy agradecido a Granada por todo. Fui secretario general de CNT del 1986 a
1990, y director en dos ocasiones del periódico de «CNT»».
El
precio.
«Fue muy duro el fallecimiento de mi
esposa, Gisela, el pasado agosto. No sé, pero parece que una fuerza interior no
me permite quedarme quieto, ni metido en mí mismo, porque pienso, sobre todo,
en los demás. Fue lo que le dije a ella un día: «Me caso para dedicarme a los
demás». Eso significa ahora mismo pensar en esta crisis y actuar
coherentemente, resistiendo lo que se pueda. Me arrepiento de muchas cosas de
mi vida personal, pero de mi vida en relación con lo social, de eso, no me
arrepiento de nada. Tuve que vivir mucho fuera de mi familia, que ha sido casi
trashumante. Mi mujer e hijos lo soportaron todo y, en fin, de alguna manera
creo que es el precio que tuve que pagar por una dedicación, y lo hice con la
esperanza de que sirviera de algo».
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