ASESINATO
DE TRABAJADORES DE LA CARRACA Y SAN FERNANDO POR EL MILITAR RAFAEL RODRIGUEZ DE
ARIAS
HOJA Nº 42 DE EL ORDEN - PUBLICADA EN
MARZO DE 1877 POR LA ASOCIACION INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES SOBRE LOS
ASESINATOS DE LOS TRABAJADORES EN LA CARRACA Y SAN FERNANDO
EXTRAIDO DEL LIBRO EL PROLETARIADO
MILITANTE
Tres puntos resaltan en la transcrita
Memoria que merecen fijar la atención del lector.
1° La malicia burguesa y la crueldad
gubernamental con que fueron tratados los internacionales en España, no sólo
como internacionales, sino como trabajadores que aspiraban a librarse de la
esclavitud capitalista.
2° La candidez revolucionaria de los
trabajadores.
3° La pequeñez y consiguiente
debilidad de la organización obrera.
En efecto, ya hemos visto en otro
lugar el Manifiesto de la Comisión Federal relatando los atropellos que en
nombre de la República federal cometieron los funcionarios de la centralización
autoritaria; ahora veremos los horrores cometidos en Cádiz contra infelices
presos por orden de la autoridad militar.
En esa Memoria, con fidelidad de
cronistas y con sinceridad de dignísimos trabajadores que cumplen un cargo
oficial por mandato de sus compañeros, se expone una tristísima verdad,
desconocida generalmente por el silencio de la prensa burguesa al servicio de
los poderosos, referida en el número 42 de El Orden, hoja clandestina,
publicada en España en marzo de 1877:
Hace
ya tiempo que El Orden hizo públicos los horrorosos crímenes cometidos en la
Carraca y San Fernando por los sicarios de la burguesía y cuyas víctimas fueron
padres de familia honrados y laboriosos, que pagaron con una muerte horrible el
delito de pertenecer a la clase trabajadora.
Entonces
dijimos que, aparte de otras monstruosidades que nos resistíamos a creer, nos
constaba que habían sido arrojados al mar, vi- vos y metidos en sacos con una
gruesa bola atada a los pies, sesenta y seis trabajadores que estaban en
calidad de presos en la Carraca.
Por
más feroz y antihumanitario que esto parezca, era una verdad, y hoy (y según
prometíamos en nuestro anterior número), podemos precisar algunos pormenores
que hielan de espanto y hacen estallar de ira el corazón.
Uno
de los crímenes que fueron más conocidos en San Fernando fue perpetrado en la
persona del desgraciado Ramón Cuesta. Había sido presidente del Comité
Republicano de la Isla, desde el año 60 al 70, y éste fue el pecado que purgó
con la horrorosa muerte que le dieron.
En
prueba de lo anterior diremos, que no tan sólo se había abstenido de tomar
participación alguna en el movimiento cantonal de Cádiz, sino que por el
contrario, impulsado por sus simpatías con los benevolos, que parece le tenían
ofrecido un puesto de Gobernador de Provincia, o porque creyera de buena fe que
el movimiento era in- oportuno, el caso es que rechazó y censuró duramente
dicho movimiento.
Esto
no le libró de ser preso en cuanto entraron en la Isla las tropas del Gobierno
republicano del funesto Salmerón: de la Isla fue conducido a la Carraca, donde
le pusieron incomunicado, pero a la siguiente noche del día de su prisión, vio
llegar a su calabozo los carceleros acompañados de un soldado de marina, los
cuales le dijeron que les siguiera.
El
desgraciado Cuesta, que estaba enterado como todos los presos, de las numerosas
crueldades a que venían entregándose con ellos los defensores del orden y de la
propiedad, viendo además que eran más de las 12 de la noche, tuvo un terrible
presentimiento de lo que con él se proyectaba, y se negó a salir del calabozo.
Viendo
sus despiadados verdugos que no conseguían persuadirle con sus mentidas
palabras, se arrojaron sobre él, arrastrándolo a viva fuerza, pero el infeliz,
haciendo un supremo esfuerzo logró asirse de la reja del rastrillo,
prorrumpiendo en desgarradores gritos: ¡Que me asesinan! ¡Que me matan!
¡Socorro! gritaba el infeliz, pero todo era en vano para su salvación, antes
por el contrario, excitada la furia de sus verdugos por la misma resistencia
que oponía la víctima, redoblaban sus esfuerzos, golpeándole con una ferocidad
salvaje.
El
estrépito era, como puede suponerse, grandísimo; los demás presos que oían
aquellos gritos y adivinaban la causa, unos estaban sobrecogidos de espanto y
otros rugiendo de cólera, pero como aquella brutal lucha no concluía, para
terminarla y poder consumar el horro- roso crimen que tenían pensado, intervino
el capataz de las Cuatro Torres, don Gregorio García Borrero, diciéndole al
pobre preso: no grite usted hombre, que no se le va a hacer ningún daño; déjese
usted conducir, que yo le aseguro bajo mi palabra que va usted a otro sitio
mejor.
Rendido
de fatiga y casi engañado por estas palabras, se dejó arrastrar por los que
acompañaban al capataz, pero no habían andado diez pasos, cuando el soldado de
marina que había venido exprofeso para este repugnante oficio de verdugo, le asestó
una cuchillada en la espalda, con una navaja de afeitar, infiriéndole una larga
y profunda herida. Al grito que exhaló el infeliz, y como si no fuera bastante,
se arrojaron sobre él cuatro soldados más que estaban ocultos en la habitación
del portero, y le acabaron a bayonetazos allí mismo.
Su
cadáver desapareció y como había estado incomunicado, su muerte pudo ser
ocultada bastantes días.
La
pobre viuda, ignorante de que lo era, llevaba la comida todos los días para su
esposo a la Carraca, hasta un día en que la dijeron que había sido conducido a
Madrid. Inmediatamente púsose en camino la infeliz para ir en busca suya, pero
como era natural, la fue imposible obtener ni el menor indicio.
¡Júzguese
del dolor de esta desgraciada, considerando que al regresar a Cádiz tuvo la
primera noticia de la suerte que a su marido le había cabido!
Estos
horribles pormenores, obtenidos en parte de los mismos presos que, estando
incomunicados como la víctima, oyeron sus gritos y lamentos, han sido
completados después en el Hospital Militar de San Carlos y ante varios
testigos, precisamente por uno de los principales ejecutores, por el sargento
primero de marina, García Arenas, que estuvo entreteniendo a su auditorio con
la relación (que quiso hacer divertida), de tan horrorosas escenas. Este mismo
añadió, como prueba de lo fecunda que había sido su participación en tales
crímenes, que ya sus mismos compañeros le llamaban alma negra, pero tenía para
consuelo y premio de sus hazañas, el ascenso a alférez que le fue otorgado. ¡Y
este hombre ha partido ileso para la isla de Cuba!
Un
detalle reveló el tal García Arenas que nos olvidábamos de consignar. Todos los
que tomaban parte en estos crímenes tenían señalado por el Excelentísimo señor
don Rafael Rodríguez de Arias y Villavicencio, Capitán General del distrito
marítimo, un sobresueldo de un duro diario.
Todavía
vive un desgraciado, que está preso desde los acontecimientos de Cádiz, el cual
escapó de la muerte por su resolución para buscarla.
Concluida
la sublevación, fue preso y llevado a la Carraca, donde en compañía de otro
preso para él desconocido hasta entonces, fue in- comunicado. Ya tenía noticia
de varios asesinatos que habían tenido lugar cuando llamaron a su compañero de
calabozo, que no volvió para recoger su petate. Persuadido de que había sido
asesinado como tantos otros, y echado en los caños de la Carraca con un lingote
a los pies, resolvió evitar tal suerte suicidándose. Para tal efecto, pidió una
botella con refresco, que le llevaron de la enfermería. Tiró su contenido, la
rompió y con uno de los vidrios se cortó las venas de los brazos. Cuando
vinieron a su vez a llamarlo, lo encontraron exánime, y lo llevaron al hospital
¡Cosa singular! No le han formado causa por tentativa de suicidio, porque al
preguntarle por qué lo intentó, contestaba el preguntado a su vez: ¡Decidme
antes donde está mi compañero de calabozo!
En
medio de las sombras en que se cuidó de ocultar estos crímenes, hemos podido
averiguar algunos nombres de los desgraciados que fueron asesinados.
Faustino
Fuentes, originario de Galicia, capitán de la Milicia Republicana; ha dejado
viuda y cuatro hijos.- Antonio Santana, voluntario; ha dejado viuda y dos
hijos.- Antonio Camacho, voluntario; viuda y cuatro hijos, y Francisco La
Chica, voluntario; viuda y tres hijos.
Los
nombres de algunos de los sicarios los publicaremos en el próximo número.
De
todos estos crímenes es directamente responsable ante el pueblo
insurreccionado, el infame y cobarde verdugo Excelentísimo señor don Rafael
Rodríguez de Arias y Villavicencio que ha sido condecorado con la gran cruz de
San Fernando pensionada con mil pesetas que pagarán los hijos de las víctimas.
En
la actualidad vive esta fiera en la villa y corte, en aquel nido de víboras y
zánganos, calle de Goya, número 6, cuarto segundo, Barrio de Salamanca.
Se
lo recomendamos muy eficazmente a los trabajadores de Madrid y al Núcleo
Vengador Ejecutivo.
La
Comisión de Propaganda.
Para
la burguesía española, monárquica o republicana, el proletario no podía pasar
de votante, de soldado y de trabajador, y cuando vio que éste manifestaba
aspiraciones a la igualdad social y predisposición revolucionaria, intentó
hacer un escarmiento, aprovechando la lección dada por la burguesía republicana
gubernamental francesa en la represión ejecutada contra los vencidos de la
Comuna de París.
Aceptada La Internacional en un
principio por el proletariado como agrupación de trabajadores que se cuentan y
organizan para entenderse y ponerse de acuerdo en un pensamiento de
reorganización social, dominó en los primeros tiempos un temperamento pacífico;
pero cuando el privilegio asombrado y asustado vio el peligro y se mostró
desconfiado y agresivo, se produjo en el proletariado español un cambio en el
sentido de acción revolucionaria.
Tan fuera de razón era la confianza
primitiva como la idea de violencia posterior. Era natural; faltaba educación,
experiencia, conocimiento y obraba el proletariado como la infancia: con
candidez o con rabia, pero moviéndose en la impotencia.
Era notable la confianza con que los
internacionales españoles, iniciados en la tendencia anarquista, discutían con
los burgueses:
Nuestra organización es igualitaria y
libre, decían, cada uno des- empeña su función y no necesitamos dirección ni
presidencia; y cuando un burgués se manifestaba admirado de que en las
sociedades obreras no hubiera presidente que asumiera la representación y el
mando, los internacionales sonreían con orgullosa superioridad, co- mo si
poseyeran un secreto impenetrable a los cortos alcances del interlocutor
burgués.
Esa candidez era perjudicial: ni había
tal secreto ni tampoco era cierta la carencia total de autoridad. Lo que había
era un convencionalismo que engañaba a los mismos trabajadores que lo
empleaban.
Ya hemos visto al Consejo general
imponiéndose a la Asociación y procurando además imponerse artificiosamente en
el Congreso de la Haya; hemos visto a los Congresos de la Federación española
despojar al Consejo federal de atribuciones, reduciéndole a simple oficina de
correspondencia y estadística, y hasta cambiar su nombre en Co- misión federal,
para que pareciera su nombre menos autoritario, mientras que en la resistencia
primero y en la acción revolucionaria después, se le concedían por los
Estatutos y por los acuerdos de las Conferencias comarcales atribuciones
supremas, y por último vemos por la Memoria transcrita que en una Federación
regional que contaba con 73 Federaciones locales, 20 de las cuales constaban de
un solo oficio y 45 de una sola sección de oficios varios, o sea núcleos de
obreros y burgueses jóvenes, sólo había 8 entidades que pudieran considerarse
como verdaderas federaciones por haber más de dos oficios o entidades
pactantes.
Así se comprende que se creasen o se
disolvieran de una plumada federaciones comarcales y agrupaciones locales, que
en realidad sólo eran juego de palabras sin realidad positiva.
Extraido
del libro - El proletariado militante de Anselmo Lorenzo
CNT-AIT
Puerto Real
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