LOS ESPAÑOLES EN LA LIBERACION DE
PARIS 1944 – TESTIMONIO DE UN ANARQUISTA ESPAÑOL
En el cuarto piso de un viejo
caserón del XIX distrito de París es donde reside Manuel Lozano. Uno de esos
viejo caserones achaparrados y centenarios, como todavía se hallan en ciertos
distritos de París, y que evocan irresistiblemente el universo dostoïevskiano o
el de Eugenio Sue. En cada rellano de escalera, se espera uno a ver aparecer a
Raskolnikov, despavorido y sanguinolento, terminado de cometer su crimen.
En el piso de Manuel, son
radicalmente diferentes las imágenes que se fijan al espíritu. Apenas
atravesado el umbral, el mundo del gran escritor ruso deja la plaza libre al de
Cervantes. Es que el parecido entre el dueño del sitio y el inmortal “Caballero
de la triste figura” es sorprendente: la misma delgadez de cuerpo, la misma
altura soberana un poco encorvada; el mismo idealismo también, intransigente y
utópico.
Sobre las paredes cubiertas de
innumerables dibujitos, abstractos sobresalen los recuerdos, testimonios de un
pasado poco común: fotografías, claro, pero también condecoraciones militares y
citaciones diversas. Una de ellas llama particularmente la atención, la que
atribuye al “soldado Manuel Lozano” la cruz de guerra. Lleva en la cabecera el
membrete de la segunda división blindada, está fechada el 31 de octubre de
1944, y firmada por el general Leclerc.
Manuel recuerda. Hace cuarenta y
un años, el 24 de agosto de 1944, un destacamento de la segunda división
blindada, mandada por el capitán Dronne, marchaba en silencio hacia París.
Manuel iba a la cabeza del convoy, en el coche de mando, justo delante del jeep
del capitán. Hacia las nueve menos cuarto de la tarde, se franquea la Puerta de
Italia. El vehículo en el cual van Manuel, cuatro soldados más, españoles
también, y un subteniente francés, es el primero de las fuerzas aliadas en
entrar en la capital ocupada.
SU PAIS QUE YA NO RECONOCE
Todo empieza en julio de 1936,
cuando los ejércitos españoles de Africa, rápidamente puestos a disposición del
general Franco, deciden sublevarse contra el gobierno leal de la República. En
ese mes de julio tórrido, Manuel trabaja en los vastos viñedos alrededor de
Jerez de la Frontera, su ciudad natal. A los 19 años, ya es miembro, desde
1932, del sindicato de arrumbadores, y frecuenta las Juventudes Libertarias.
Por eso, nada de asombroso si Manuel, cuando Jerez cae bajo el dominio de los
rebeldes, se escapa para juntarse con las fuerzas del ejército republicano.
Las vicisitudes de la guerra van
entonces a conducirlo a muchos frentes, de Málaga a Murcia, pasando por
Granada, Marbella, Almería y Alicante. En marzo de 1939, es la derrota de los
republicanos. Manuel, como millares de sus compañeros de infortunio, decide
irse de España, su país que ya no reconoce. El 28 de marzo, se embarca entonces
a bordo de la “Joven María”, y el primero de abril, la silueta tranquila del
puerto de Orán, territorio francés en aquella época, se perfila en fin al
horizonte. La esperanza es inmensa: después del infierno de los combates y la
amargura de la derrota, la libertad sólo está a unas leguas de distancia. La
realidad, desgraciadamente, será diferente.
“Había un montón de barcos
cargados de refugiados. Las autoridades no les permitían bajar, ni les
suministraban. Había muchas enfermedades…”
No obstante, Manuel y sus
compañeros consiguen desembarcar y perderse entre la muchedumbre abigarrada que
transitaba por Orán en los años cuarenta. Enseguida se dan cuenta de la extrema
precariedad de su situación. Refugiados clandestinos, sin hablar ni una palabra
de francés, y sobre todo, sin un céntimo en el bolsillo, ¿qué podían hacer?,
¿adónde podían ir?
“En el puerto, cuenta Manuel, un
viejo pescador nos había indicado la dirección de un hotel donde, si teníamos
dinero, aceptarían alojarnos y darnos de comer. Pero no teníamos otra cosa que
una vieja cartera llena de documentos inútiles. Sin embargo, fuimos a ver al
propietario a quien yo le dije (hablaba español) que la cartera tenía dinero
con el cual podríamos pagarle. El me creyó, sin ninguna sospecha, nos
ofreció de comer, y luego, nos condujo a
nuestra habitación”.
¡ESTO NO ES UN HOTEL! ¡ES UN CAMPO DE CONCENTRACION!
La aventura, empezada bajo los
menores auspicios, se terminaría rápidamente tomando otro cariz. Al día
siguiente de su llegada, mientras se está paseando por las calles animadas de
Orán, Manuel es detenido por la policía e inmediatamente encerrado en un campo
reservado a los refugiados españoles clandestinos. El refiere:
“En los muelles de Orán, había
unos hangares donde metían unas mercancías. Allí habían instalado un campo,
rodeado de alambre de púas y vigilado la noche y el día por la guardia móvil y por Senegaleses. Las
condiciones de vida eran terribles. El segunda día de mi detención, pedí
hablarle al director del campo. Era de origen árabe, pequeñito, bien vestido de
blanco, pero muy cínico. Yo le dije que quería jabón y una toalla para lavarme.
Y el tío, con las manos en los bolsillos, empezó a dar vueltas y se echó a
reír: ¿Tú te crees en un hotel? ¡Esto es un campo de concentración!
No hay que imaginarse que Manuel vivió allí
una experiencia única. A partir de 1939, son centenares de millares de
refugiados españoles huyendo del terror franquista que las autoridades
francesas encierran sistemáticamente en lo que no se puede llamar sino campos
de concentración.
Había muchos de esos campos en
Africa del Norte. Había muchos más todavía en el mediodía de Francia, en
particular en el departamento de los Pirineos Orientales, y los nombres de
Barcarés, Saint-Cyprien o Argelès siguen resonando en la memoria de los
antiguos refugiados españoles tan siniestramente como Drancy o Struthof en la
de otras víctimas de los campos de concentración. Pues teniendo en cuenta los testimonios
de estos refugiados y los trabajos de los historiadores (1), las condiciones de
vida y los tratamientos en esos campos eran realmente inhumanos, en todo caso
indignos de las tradiciones democráticas y liberales de Francia.
Por su parte, Manuel conocería
cinco campos diferentes, en Argelia y en Marruecos. El régimen es parecido al
de los trabajos forzados: todos los días, hay que manejar el pico y la pala, en
las minas y en las canteras.
“LES DABAMOS MIEDO A LOS OFICIALES…”
La liberación llega en noviembre
del 42. Cuando los Angloamericanos desembarcan en Africa del Norte, firman un
pacto con Darlan (próximo colaborador de Pétain que se hallaba aquí por
casualidad), suprimen los campos, y ponen en libertad a los prisioneros. Se
crean entonces los Cuerpos Francos de Africa, siendo todos sus miembros
voluntarios antifascistas de diferentes horizontes. Italianos, Españoles, etc.
Manuel es uno de ellos. Comienza entonces la larga y difícil campaña de Africa
durante la cual los Cuerpos Francos de Africa, incorporados a la segunda
división blindada, se distinguirían tomando Bizerta en abril del 43.
En la división Leclerc, Manuel
formaba parte de la novena compañía del Tercer Regimiento de Infantería del
Tchad, una compañía bastante diferente de las demás en la medida en que era
compuesta casi exclusivamente por Españoles. En ella estaban representadas
todas las familias políticas de este amplio Frente Republicano que, durante
tres años, había combatido desesperadamente la rebelión franquista: republicanos
moderados, socialistas, comunistas, y desde luego, anarquistas, los más
numerosos.
En su libro de Recuerdos
publicado el año pasado (2), el capitán Dronne, a quien Leclerc le atribuyó, en el mes de agosto del
43, el mando de “la nueve”, dice de los voluntarios españoles
que “eran magníficos soldados,
guerreros valientes y
experimentados…” (P.262). También cita una frase de Leclerc referente a ellos:
“Todo el mundo les tiene miedo…”
Esta afirmación de Leclerc choca
a Manuel. El exclama: “Nosotros les dábamos miedo a los oficiales porque los
poníamos a prueba antes de darles la confianza. Si ellos chaqueteaban, nos
negábamos a obedecerles. Por eso nos tenían miedo todos los oficiales
franceses”.
“LOS ALEMANES PAGABAN LA MANTEQUILLA BIEN
CARO…”
En el mes de mayo de 1944, es el
embarco para Inglaterra, con vistas a la
vasta ofensiva aliada que, a esas fechas, aún no está prevista para el 6
de junio. Manuel pondrá sus pies por primera vez sobre el territorio francés el
4 de agosto, en compañía de todas las tropas de la segunda división blindada.
En su libro de Recuerdos, el
capitán Dronne cuenta algunas anécdotas sorprendentes que sitúan los
acontecimientos en un contexto al cual la imaginería un poco idílica de esa
época, llena de alborozo y de efervescencia populares, no nos tenía
acostumbrados.
Así, por ejemplo, es encuentro,
el 5 de agosto, con una vieja campesina normanda (P.274-275):
“… El acento español debe
sorprenderla a nuestra interlocutora. Hay que arrancarle las respuestas (…)
- ¿Usted
debe estar contenta de hallarse liberada? Silencio. Insisten:
¡Usted estará contenta por lo menos
de haber sido desembarazada de los alemanes!
Ella levanta la cabeza y contesta
lentamente:
Los señores alemanes eran bien
amables, pagaban la mantequilla bien caro”. Más adelante, página 292:
“… He enviado a Baños y a algunos
hombres con bidones para comprar gasolina. Ellos entraron en una casa de campo.
Un viejo labrador fue a llenar los bidones y se los trajo.
¿Cuánto?, preguntó Baños.
Los alemanes pagaban 250 franco
Baños.
Pero no van ustedes a cambiar los
precios, exclamó el tío enfadado?
En fin, página 296:
“Los soldados me han señalado que
algunos civiles han emprendido la visita sistemática de los vehículos alemanes
abandonados, para hacer “recuperación”, en particular para recoger las
baterías”.
Cuando a Manuel se le recuerda
estas anécdotas, él asienta con fuerza: “¡Eso es cierto! En Ecouché, yo vi a un
tío que entraba en todas las casas con un saco, para robar”.
¿Y los aplausos, el recibimiento
caluroso y entusiasta de la población, el alborozo? “Eso era en las grandes
ciudades, pero no en las zonas rurales”.
EL ENCUENTRO CON LECLERC
Del 4 al 19 de agosto, la segunda
división blindada libra su batalla en Normandía: Alençon es liberada, y luego,
después de siete días de violentos combates, Ecouché. El 19 de agosto estalla
la insurrección de París. El 22, el general Leclerc recibe del general Bradley,
su superior jerárquico, la autorización de ir a París. El 23, la división se
pone en movimiento y se dirige hacia la
capital.
Pero los alemanes resisten. Las
escaramuzas son frecuentes, en Longjumeau, Antony, Fresnes. Retardan el avance
del convoy. El 24, los combates continúan. Son particularmente difíciles en la
Croix-de-Berny, a una docena de kilómetros de París. El capitán Dronne consigue
no obstante romper el cerco con su compañía y, al ver que ante él es libre el
camino, decide lanzarse para llegar a la capital lo más pronto posible.
Pero súbitamente, Dronne recibe
la orden, por radio, de parar su avance y replegarse sobre el eje, a unos
seiscientos metros al sur de la Croix-de-Berny. Juzgando absurda esta decisión.
Dronne se niega a obedecer y continúa su camino. Pero la orden es repetida dos
veces, con vigor, y el capitán Dronne obedece finalmente.
Ocurre entonces el célebre
episodio del encuentro con Leclerc, que califica la orden de “estúpida” y le
ordena a Dronne lanzarse sobre París, con las tropas que pueda reunir, y sin
preocuparse de nada sino de llegar cuanto antes al corazón de la capital.
UNA SORPRENDENTE IMPRECISION
Aquí se presentan dos cuestiones
que las diversas fuentes consultadas no permiten claramente dilucidar.
La primera consiste en saber
quien dio la orden al capitán Dronne de replegarse hacia la Croix-de-Berny, y
por qué razón. Los historiadores y los actores de esos acontecimientos dan
prueba de una sorprendente imprecisión sobre este mundo. Manuel tiene la
convicción de que fue del estado mayor del general Leclerc de donde vino la
orden. Mas entonces, ¿quién tenía interés, dentro del estado mayor, en dar una
orden que el propio general Leclerc iba a anular unos minutos después y que,
sin esa intervención, hubiese probablemente impedido al capitán Dronne y a la
nueve que llegaran los primeros a París? Y sobre todo, ¿por qué?
Se pueden avanzar dos hipótesis,
entre las más probables.
La primera es que la orden de
replegarse sobre la Croix-de-Berny correspondía a preocupaciones estrictamente
militares, al estimar el estado mayor que la dificultad de los combates
alrededor de Croix-de-Berny justificaba que el destacamento de Dronne volviese
hacia atrás y viniese a prestar su ayuda. Para Manuel, quien, recordémoslo, se
hallaba en las primeras filas de la nueve, esta explicación es altamente
improbable:
“No había ningún peligro en la
Croix-de-Berny. No existía ninguna resistencia. No había nada, nada, nada. El
camino estaba libre”
De hecho, en su libro de
Recuerdos, el capitán Dronne no precisa en absoluto que tuvo que combatir, una
vez llegado al punto de destino fijado, cerca de la Croix-de-Berny.
No es menos incierta la segunda
hipótesis, pero es más subversiva. Puede ser que la orden fuese dada por uno
varios miembros del estado mayor del general Leclerc, inquietos por ver una
compañía constituida casi exclusivamente de Españoles, anarquistas en su
mayoría, entrar la primera en la capital. En suma, esta explicación no es la
más extravagante. La reciente polémica suscitada en Francia por la película de
Mosco sobre el asunto del grupo Manouchian (3) recuerda bien que las
consideraciones nacionalistas no estuvieron ausentes, ni mucho menos, en los
combates de la resistencia y de la liberación.
Una segunda cuestión, de menor
importancia, consiste en saber por qué razón el general Leclerc designó a
Dronne, luego la nueve, para que entraran los primeros en París. Manuel no
vacila un segundo: “Como Leclerc era un hombre experimentado, sabía que con una
compañía de Españoles, podía estar tranquilo, por si acaso hubiese jaleo. Entre
los soldados, y aparte de los oficiales franceses que habían tomado parte en la
campaña de Africa, los Españoles solos conocían bien la guerra”.
En realidad, los hechos históricos obligan a
reconocer que al escoger la nueve fue probablemente una consecuencia indirecta
de la iniciativa del capitán Dronne, más
que el resultado de una confianza particular de Leclerc en la competencia
militar de los Españoles. Iniciativa de Dronne, recordémoslo, que había
consistido en sobrepasar la Croix-de-Berny, de modo que su compañía era la
mejor emplazada para lanzarse la primera hacia París. No cabe duda que Leclerc
hubiese dado la misma orden a cualquier
destacamento que se hubiese hallado en ese mismo sitio en esos momentos
precisos.
El capitán Dronne y su compañía
de Españoles, por lo tanto, fueron los que la suerte, en la persona del general
Leclerc, escogió para que fuesen los primeros en entrar en la capital.
70% DE ESPAÑOLES EN LA TROPA QUE
ENTRO LA PRIMERA EN PARIS
Curiosamente, es muy difícil
determinar con precisión cuales fueron las tropas que acompañaron a la nueve y
al capitán Dronne en su misión. Las diferentes fuentes consultadas, cuando no
son contradictorias, son incompletas o excesivamente vagas. Es tanto más
curioso cuanto que muchos actores de aquella época siguen viviendo, en
particular el capitán Dronne, y que, por consiguiente, las informaciones no
deberían faltar.
Sea lo que fuere, pienso que se
puede, sin gran riesgo de errores, detallar como sigue la composición del
destacamento que, ese 24 de agosto de 1944 hacia las nueve menos cuarto, entraba en París, varias horas
antes que el grueso de las tropas de la segunda división blindada:
Dos de las tres secciones que
componían la novena compañía del Tercer R.M.T., la nueve, acompañadas del
vehículo de mando en el cual iba Manuel, es decir once vehículos blindados en
total.
Una sección de tres tanques
Sherman que provenían de las primera y segunda compañías del Regimiento 501.
Una sección del cuerpo de
ingenieros compuesta de dos vehículos blindados y dos camiones G.M.C.
Un jeep en el cual iba el capitán
Dronne y su conductor.
En fin, ciertas fuentes
informativas indican también la presencia de un vehículo blindado de
reparaciones, incluso de una o dos ambulancias.
Procedamos ahora a una evaluación del
destacamento con arreglo a las diferentes nacionalidades representadas. La
sección de tanques y la del cuerpo de ingenieros las componían franceses, unos
cuarenta hombres en total. (Manuel precisa que la mayor parte de los hombres
del cuerpo de ingenieros, que él calcula en 25 más o menos, eran argelinos).
Las dos secciones de la nueve la componían unos noventa hombres, todos españoles.
El coche de mando iba ocupado por cinco soldados españoles, entre ellos Manuel,
y un subteniente francés.
En resumen, el 70% por lo menos
de los hombres que componían la tropa de Dronne eran españoles. Esto merece ya
que lo señalemos. Digna de atención también es la elección de Dronne en lo que
se refiere al emplazamiento de los diferentes elementos de su destacamento
antes de la entrada a París: en cabeza, el coche de mando seguido por el jeep
del capitán y de las dos secciones de la nueve. En la cola del convoy, los tres
tanques y la sección de ingenieros.
Todo ello, en resumidas cuentas,
no tendría mucha importancia si la mayor parte de los historiadores y los escritores franceses
de la liberación no se hubiesen ingeniado para ignorar, deliberadamente o no,
no sólo el predominio, sino también la simple existencia de los españoles en el
destacamento que, está bien comprobado, fue el primero que entró en la capital.
Entre las obras más conocidas,
citemos la de Dominique Lapierre y Larry Collins (4) y la de Henri Michel (5).
Ni una ni otra hacer la menor alusión a una cualquier presencia de españoles en
el destacamento de Dronne. Mejor todavía, Henri Michel escribe página 131: “Sí,
verdaderamente, Americanos, Franceses libres y F.F.I. (Fuerzas francesas del
interior, la resistencia –NDLR-) son indisociables en esta victoria aliada que
fue la liberación de París…” Hay en esta afirmación una preocupación por
restringir el campo de los vencedores que es bien dudosa.
UNA VOLUNTAD DE OMITIR LA
PRESENCIA DE LOS ESPAÑOLES
Admitamos sin embargo que a los
autores de esas dos obras les hayan podido inducir en error fuentes de
información comunes, falsas y incompletas.
La primera obra importante que se
escribió sobre la liberación de París fue la Adrien Dansette, publicada en 1946
(6). En ella, Dansette no indica ninguna presencia de españoles al lado del
capitán Dronne. Ahora bien, lo que se podía atribuir a una falta de informaciones precisas y exactas en el
caso de Lapierre y Collins y Henri Michel no puede serlo, en lo que se refiere
a Dansette, sino a una voluntad de omitir, de pasar por alto una verdad
histórica indiscutible. Por qué motivo: sin duda por oscuras preocupaciones
nacionalistas., frecuentes en aquella época.
Sea lo que fuere, la omisión
voluntaria de Dansette no da lugar a dudas. Ante las muchas partes que hacían
constar la presencia activa de los españoles a la vanguardia de los combates,
¡el pretende que se trataba de marroquíes! Asimismo, Dansette afirma que fueron
los tres tanques Sherman –cuyos nombres elocuentemente galos (Montmirall,
Romilly y Champaubert) él cita con un placer evidente- los que llegaron primero
al ayuntamiento de París, a la vanguardia del destacamento del capitán Dronne.
Y ello a pesar de las numerosas declaraciones del propio capitán Dronne según las cuales eran bien unos vehículos
blindados repletos de combatientes españoles, y que llevaban nombres tan poco
equívocos como “Madrid”, “Teruel”, “Ebro” o “Guadalajara”, los que iban en cabeza
del convoy.
Es posible que el ostracismo que,
en Francia, desde hace cuarenta años, afecta a los combatientes españoles de la
liberación lo haya originado una información errónea al principio. Es posible,
pero no es probable. Primero porque muchos testigos y actores de aquellos acontecimientos viven todavía, y
que la obra de Dansette no es la única fuente de documentación existente. Luego
porque los escritores e historiadores franceses de la liberación más conocido
han manifiestamente descuidados, cuando no la ignoraban, la participación decisiva
de los españoles, mientras exaltaban de modo a menudo excesivo la de los
combatientes franceses.
EL MITO DE LOS FRANCESES
LIBERADOS POR ELLOS MISMOS
Al respecto, el “mito de los tres
tanques”, lanzado por Dansette, ha sido un gran éxito. En la página 316 de su
célebre obra, Dominique Lapierre y Larry Collins escriben: “En unos minutos,
Dronne había constituido su pequeño destacamento. Este se componía de tres
Sherman que llevan nombres de victorias napoleónicas, “Romilly”, “Montmirall”,
y “Champaubert”, y media docena de vehículos blindados…”
Asimismo, es siempre chocante
constatar a qué punto las fotografías que ilustran los libros sobre la
liberación de París son minuciosamente escogidas de tal modo que se ponga en
relieve tal acción de los F.F.I., tal hecho de armas de las Fuerzas Francesas
Libres, etc. Y sin embargo, no faltan las fotografías de combatientes
españoles, identificables por los nombres que llevan sus vehículos.
Así es como, progresivamente, se
ha constituido el mito de “los franceses liberados por ellos mismos”. Mito
inaugurado por de Gaulle con su célebre discurso del 25 de agosto en el
ayuntamiento de París,
recogido por generaciones de
escritores y de historiadores, luego asimilados por una
comunidad nacional, frustrada de una victoria a la cual había participado sólo
con circunspección.
En este consenso nacional
alrededor de una tranquilizadora mistificación histórica al que ha venido a
quebrantar, algunas semanas ha, la película de Mosco, cuyo interés reside menos
en la acusación de Partido Comunista Francés respecto al grupo Manouchian, que
en el recuerdo de los combates históricos que los trabajadores inmigrados
llevaron a cabo en Francia contra el invasor nazi.
Sin duda, muchos franceses
participaron valiente y activamente en los combates de la resistencia, interna
y externa, contra el fascismo y el nazismo. Pero, seamos honrados, los
franceses, en su mayoría, nuca abandonaron, durante esas horas decisivas, su
inquebrantable pasividad.
“IR A BUSCAR A LOS COLABORADORES FRANCESES…”
Manuel tiene cabalmente
conciencia de todos estos problemas que se presentaron inmediatamente después
de la liberación. Pero afirma con energía que en aquella época, lo que más
importaba era la lucha de todos contra los nazis: “No había problema de
nacionalidades o de ideologías”.
No obstante, pequeños incidentes
opusieron los combatientes españoles y sus camaradas de combate de las Fuerzas
Francesas del Interior (F.F.I.). Incidentes que traducen, parece ser, dos
concepciones divergentes de la guerra de liberación.
“En Ecouché, los F.F.I. cogieron
prisioneros y los encerraron en un hangar, no dándoles nada de comer. Fuimos
nosotros, los españoles, quienes les dimos pan y agua”.
Otro incidente, de la misma
índole, ocurrió en el Bosque de Bolonia (cerca de París), donde se había
instalado la nueve, tras el desfile del 26 de agosto en los Campos Elíseos:
“Vinieron muchas chicas, que
decían que habían tenido relaciones con soldados alemanes. Y los F.F.I. venían
a buscarlas para cortarles el pelo. Nosotros les dijimos a los F.F.I.: aquí no
hay quien toque a una de estas mujeres. ¿Han salido con alemanes? Mientras no
hayan delatado a nadie, no tiene importancia. Ir a buscar a los colaboradores
franceses, no a estas pobres desgraciadas”.
“HUBIERAMOS LLEGADO HASTA BARCELONA”
Después de los violentos combates
del 25 de agosto en París, luego el célebre desfile del 26 en los Campos
Elíseos, el cual participó Manuel a bordo del coche de mando de la nueve,
vendrá la liberación de Estrasburgo el 23 de septiembre, el paso por el campo de Dachau, recientemente liberado por
los americanos, luego la última etapa, Berchtesgaden, la más célebre guarida de
Hitler. Anécdota divertida, fue un soldado de la nueve, Fernández, quien
condujo hasta París el coche de Hitler, una mercedes blindada.
En el ánimo de los españoles sin
embargo, no se había terminado la misión de la segunda división blindada.
“Habíamos entrado en la división
Leclerc pensando que después de Francia, iríamos a liberar España”.
Primera desilusión, primer
engaño. Más tarde, iban a desdeñar, incluso a negar el papel capital que habían
desempeñado los españoles en la liberación de París y de Francia. Por el
momento, les quitaban lo que, ante todo, había motivado su lucha: la esperanza
de liberar España de un régimen que, con el de Salazar en Portugal, iba a ser
el único fascismo histórico que no se hundió en el torbellino liberador
desencadenado a raíz del derrumbamiento del III Reich.
Manuel recuerda: “Antes de
Estrasburgo, comprendimos que no íbamos a liberar España. En mi compañía, la
nueve, todo el mundo estaba dispuesto a desertar con todo el material. Campos, el jefe de la
tercera sección, tomó contacto con los guerrilleros de la Unión Nacional que
combatían en los Pirineos. Paro la Unión Nacional estaba manejada por los
comunistas, y tuvimos que renunciar”.
¿Pero si el caso no hubiese sido
así, si los comunistas no hubiesen predominado en la Unión Nacional?
“Entonces hubiésemos embarcado la
compañía, y no sólo la compañía, sino todos los otros batallones donde había
españoles. Lo teníamos estudiado todo. Con los
camiones cargados de material, de gasolina, hubiéramos llegado hasta
Barcelona. En tal caso, quién sabe si no se hubiese podido cambiar el curso de
la historia…”
Laurent Giménez
NOTAS:
(1) Vean en particular “Par-delà l’exil et la mort, les
républicains espagnols en France”
(2) “Carnets de route d’un croisé de la France Libre” por
Raymond Dronne, 1984. Editions France-Empire.
(3) En esta película recientemente difundida por la televisión
francesa, se acusaba a la dirección clandestina del Partido Comunista Francés
de haber denunciado su principal grupo de combatientes armados en París, el
grupo Manouchian, exclusivamente compuesto de trabajadores inmigrados y de
extranjeros, entre los cuales había algunos españoles, a los alemanes en 1943.
(4) “Paris brûle-t.il? por Dominique Lapierre y Larry Collins,
1964. Robert Laffont.
(5) “La libération de Paris” por Henri Michel, 1980. Editions Complexe.
(6) “Histoire de la libération de Paris” por Adrien Dansette,
1946. Fayard. (Extraído de Evocación nº 13 -suplemento extraordinario-
septiembre 1985)
(Extraído de Evocación nº 13 -suplemento extraordinario- septiembre
1985)
No hay comentarios:
Publicar un comentario