LA TRANSICIÓN. UN JUICIO LIBERTARIO
JOSÉ LUIS GARCÍA RÚA
Quisiera iniciar el discurso partiendo de una frase que
aparece por ahí en los medios de comunicación: “los veinte años de libertad más
fructíferos en casi 200 años”. Así presentan la transición esos medios y sería
bueno para la historia de España si realmente hubieran sido los más fructíferos
en 200 años porque querría decir que antes de esos 200 años transcurridos hubo
otros más fructíferos, cosa que, mirando la historia, no se comprueba, porque
si esto nos lleva a finales del siglo XVIII, no vemos que este haya sido un
siglo de libertades, ni mucho menos las monarquías absolutas del siglo XVII,
como tampoco la etapa del Principado y de los Reyes Católicos pueden exhibir
esa bonanza, y mucho menos la Edad Media. Entonces lo que tácitamente esta
frase querría decir es que estamos ahora viviendo los mejores años de la
Historia de España desde las cavernas y esto parece excesivo.
Desde mi punto de vista, no se puede proceder a esta
exaltación del régimen de transición porque el régimen de transición hace agua
por muchos costados y es criticable desde muchos aspectos. Gregorio Morán, en
abril de 1992, escribió un artículo en El País en el que consiguió retratar de
la mejor manera la situación que dio en llamarse transición, lo que ella
significó y cuál era su substancia. Empezaré diciendo que este hombre entendía
así la transición y son palabras suyas: “la transición fue la funeraria de la
izquierda española”: Desde este punto de vista, la transición puede mostrarse,
sin violencia argumental, como una trampa histórica. Hemos escuchado a Felipe
González y a otros hombres, también del Partido Socialista, cuando eran objeto
de crítica por parte de la derecha, hacer gala de que ellos no habían pasado
factura al régimen anterior, el que hayan, por interés o lo que fuera, cerrado
los ojos ante el hecho histórico del franquismo, determinando con ello la forma
como se produjo la transición y el cómo de aquellos polvos vinieron estos
lodos. Que hombres que torturaron, que escarnecieron, que trataron la dignidad
humana de una manera absolutamente intolerable hayan seguido por juzgados,
comisarías, puestos de administración, capitanías, etc. es realmente triste
para nosotros, para España que arrastra un tremendo peso de la guerra civil,
para España que tuvo más de 300.000 fusilados, muchos cientos de miles de
presos y en conjunto un millón de muertos.
No se puede olvidar
la historia de un momento para otro con paños calientes o con frases más o
menos hipócritas que no tienen más misión que la de echar arena a los ojos del
resto de los españoles. Nada de esto quiere decir que aquí se esté recriminando
el que no se haya procedido a juicios sumarísimos o sumarios o vindicaciones
cruentas de ningún género, cosa por lo demás imposible Se recrimina simplemente
la complicidad en el establecimiento de una situación que conculca la justicia
de dos maneras: manteniendo la continuidad de lo anterior en elementos, estilos
y estructuras, y no dando satisfacción moral a los maltratados, ofendidos y
humillados, cuyos sufrimientos se intenta comprar con hipócritas pagas
dinerarias, verdadero símbolo, por el medio empleado, de un régimen de
corrupción a punto de iniciarse.
Dice Gregorio Morán: “allí la clase política e
historiadores, en una reunión donde se santifica la transición, decidieron cómo
se debía de escribir la transición y cómo debía quedar el repertorio de
personajes ante la inminente posteridad. Así fue posible que el gremio de
historiadores especializados en la transición construyeran una historia
angélica basada en los testimonios de los protagonistas”, “mostraba al mundo
cómo se podía pasar de una tiranía totalitaria a un régimen democrático,
homologado con el occidente”. Se trató entonces en muchos aspectos de una
compra de conciencias, para otros significó una desviación por inconsciencia,
por no saber dónde se encontraban verdaderamente, para otros más supuso la
postergación y la reducción al silencio de todos aquellos que habían luchado
por una salida clara de la situación y que buscaban igualmente un discurso
claro y decente que diera razón y la explicación de la nueva situación.
Estos hombres fueron
posteriormente tachados como portadores de un “pensamiento políticamente
incorrecto”., calificación que sigue siendo oída todavía en muchos medios, lo
que es tanto como una especie de santificación del rechazo de determinadas
conciencias, de determinadas personalidades. “La única alternativa”, sigue
diciendo Gregorio Morán, “estaba en disputar la hegemonía del tránsito, pero no
el tránsito mismo”, “nadie se atrevió a decir la verdad porque la realidad
política durante la transición les parecía el más peligroso revulsivo y debía
ser manejada con la peligrosidad de un explosivo”. “Mientras duró la
transición, nuestra clase política tuvo bula, se constituyó en un mandarinato
de nobles”, “Los medios de comunicación desempeñaron en general un papel de
instrumentos políticos de esa clase que hoy está indignada porque se les
acabaron las indulgencias”. Los que no suscribieron la transición de manera
inmediata fueron considerados unos resentidos, unos frustrados y seguramente
ello aconteció y acontece, dice Gregorio Morán “porque somos un país con
tradición lanar, nos viene de la Mesta, y esto quizá explique por qué cuando se
trata de hablar de ovejas, le concedemos la palabra siempre al lobo”,
“Criticamos la transición por una sola razón obvia, porque fuimos lo que fuimos
sólo en función de que miramos lo que nos rodeaba con ojos críticos y ése es el
único patrimonio de nuestro pasado al que algunos no estamos dispuestos a
renunciar”. No estamos dispuestos a renunciar a ese patrimonio de sinceridad, a
ese patrimonio de ojos limpios, a ese patrimonio de ojos críticos, a ese
patrimonio de poner el dedo en la llaga porque esa es la única manera de que
los males puedan llegar a ser curados y podamos atajar algo que yo entiendo
como muy peligroso, como fatalmente peligroso hacia el futuro, si las cosas
siguen por el camino que van.
Hoy en día, hay una serie de “expertos” que tratan de
presentar al franquismo como una simple dictadura, como un simple poder
personal al que se le fue la mano en determinadas ocasiones pero que trajo a
España más bondades que males, y por lo tanto, un régimen con el que no hay que
ensañarse, un régimen al que no hay que criticar excesivamente. En el fondo, de
lo que se trata es de fabricar una justificación teórica que permita pasar
página con relación al franquismo. Es decir, se trata de crear una mentalidad
que acepte y tolere como racional el que el paso del franquismo a la situación
actual puede haber sido un tránsito tranquilo y deslizante como en una balsa de
aceite.
Nacen en el tardofranquismo varios modelos de “transición”.
El de Carrero Blanco y una parte del Opus dei era de una longitud de onda que
hacía imperceptible el cambio mismo. Solís, ministro de los Sindicatos
fascistas, tiende pro forma la mano en los años 60 a CC.OO.[1], es decir al
Partido Comunista en concreto, que en esa época era dominante ya en esa
formación. Todo eso sucede en el año 66, a partir del cual la facción comunista
de esa formación acepta la entrada en las elecciones sindicales de Franco.
Desde el propio régimen se estaba tratando de dar pasos hacia una forma de
transición que en realidad supusiera un continuismo.
Se trata de crear una mentalidad que acepte y tolere como
racional el que el paso del franquismo a la situación actual puede haber sido
un tránsito tranquilo y deslizante como en una balsa de aceite.De esta voluntad
“transitiva” puede dar testimonio el propio cine; Sainz de Heredia, por
ejemplo, en los años 60, hace la película “Franco, ese hombre”, en la que se
esfuerza en destacar la humanidad del Franco viejo, el abuelo bonachón que da
palmaditas y besitos a sus nietos, el hombre familiar que ya ni siquiera caza
ni pesca, el viejecito que hasta es artista y pinta cuadros. Incluso desde el
mismo cine y por un tratamiento propagandístico de la figura de Franco, se
pretende hacer aparecer a ésta como una figura apta para la “transición”.
Los años 70 representan el intento por parte de la
Trilateral y de los poderes internacionales de poner de relieve la importancia
de la vía sindical. Hay, por lo tanto, la puesta en relieve de la importancia
de esa cuña sindical que tiene que jugar un papel fundamental en ese proyecto
de homologación general que va a afectar, en el proyecto inmediato, a toda
Europa. Por supuesto, España entra dentro de ese ámbito y es una pieza más
dentro de este contexto.
Por lo demás, en España se da también una evolución interna.
En el entorno del rey, entonces príncipe, hay hombres como Torcuato Fernández
Miranda, Areilza y otros que empiezan a jugar un papel en la toma de posición
ante esta gran operación de transformación del régimen franquista en un régimen
formalmente homologado con el campo internacional. El Partido Socialdemócrata
Alemán y el PSOE entran en estrecho contacto, y las directrices del primero,
concretamente a partir de la figura de Willy Brandt, influyen de una manera
directa y decisiva en la comprensión y en la determinación de los esquemas
políticos que habían de dirigir los pasos del PSOE. Termina todo esto en la
concreción de la Plataforma Democrática, de la Junta Democrática y de la
Platajunta que es la fusión de las dos. Hay, pues, un acuerdo de paso hacia la
homologación y hay, por supuesto, el pago de las contrapartidas. Junto a todo
esto, hay todo un trabajo ideológico de maquillaje tendente a fabricar una
valoración diferente del propio régimen franquista. Hay ahora necesidad de
hacer aparente el franquismo ni siquiera como un fascismo light. Mientras el
franquismo mantuviera la calificación de régimen fascista no se hacía creíble
el tránsito a la democracia sin ruptura. Se trataba de hacer en el terreno
histórico lo que Sainz de Heredia había tratado de hacer con la figura de
Franco en el cine. Había que poner de relieve que aquel régimen produjo el
impulso económico, que impulsó los derechos sociales, que creó una legislación
laboral favorable… Se enfatiza que se ha exagerado el número de presos, de
muertos en combate, de fusilados. Ante la aparente imposibilidad de
comprobación estadística de esos extremos, ahí tenemos a esos historiadores
haciendo toda esta serie de paseos en la cucaña. La trampa estaba ahí servida
desde una ciencia tan manipulable como la historia.
La historia será siempre la historia de los vencedores.
El programa general que ahora se plantean es embridar al
movimiento obrero, el movimiento obrero no puede tener una línea de desarrollo
autónomo, sino que tiene que estar controlado y la forma de llegar a ello es
institucionalizar a Partidos y “sindicatos”. Partidos y sindicatos tienen que
depender del Estado, de las subvenciones, hay que crear unos especialistas en
política, incluso unos especialistas en actividad sindical que dependan del
Estado y a los que el Estado en un momento determinado pueda amenazar o, de
hecho, pueda cortar los subsidios y hacer que, prácticamente, esas formaciones
se encuentren desamparadas. Con lo cual, esas organizaciones llegan a formar
parte íntima orgánica del régimen, son instituciones del régimen, como un
régimen definitivo al que ya no hay más que ponerle un parchecito por aquí y
otro por allá, porque ya ha alcanzado el maximun de la perfección.
No solamente se controla así, totalitariamente, toda
actividad política y sindical, sino que incluso en aquellos campos en donde la
actividad podía permitir una especie de salida social incontrolada, también en
este caso se busca el control de lo “no-gubernamental”.
Es aleccionador percatarse de cómo se va desarrollando lo
que podríamos llamar ruido de sables en distintos aspectos y momentos y con distintas
intensidades según las necesidades oportunas. Cada vez que la clase obrera se
mostraba más radical y que los movimientos sociales eran más intensos, aparecía
tal ruido de sables de una manera o de otra. Saltaba a los medios de
comunicación, esos medios que tan decisivo papel jugaron en consolidar el
régimen y la forma de la transición. Se altavoceaba tal ruido, se amedrentaba a
la población. Un momento especialmente espectacular de estos comportamientos lo
representa el 23-F. El 23-F sucede en el momento en el que tiene que tomar
posesión Calvo Sotelo, el 23 de febrero de 1981. La cosa acaba con la
intervención del Rey muchas horas después de iniciado el golpe, muchas horas
después de que los tanques “rebeldes” y la Policía Militar “insubordinada” ocuparan
las calles. El Rey “soluciona” tardíamente el conjunto de la cuestión con un
notable crecimiento de prestigio y apareciendo como el salvador del régimen
democrático. A partir de entonces, hay ya esa afirmación del principio de
autoridad que se temía perder, concretada ahora en una especie de valorización
de cierta sacralizad real. Se crea así una situación en la que el principio de
autoridad es lo que prima, convirtiendo a la situación española en una especie
de democracia vigilada, donde todo parece ir bien hasta que se tocan
determinados tabúes. Entonces empiezan a sonar los sables en los cuartos de
banderas.
caminante, detente,aquí yace hoy difunto lo que ayer fue un
pueblo digno y rebelde
Bien, y en medio de todo esto ¿cuál es el papel del pueblo?
Algunos articulistas valientes hablan con amargura de las ruinas de un pueblo
rebelde; así el epitafio de Javier Ortiz en El Mundo “caminante, detente, aquí
yace hoy difunto lo que ayer fue un pueblo digno y rebelde”. Produce una gran
tristeza esa valoración negativa de un pueblo que en su día fue antorcha del
proletariado internacional y vanguardia de todas las reivindicaciones obreras y
campesinas y de todos los movimientos sociales. Ese pueblo que dio en su día
ejemplo de cómo predicar y hacer una revolución realmente popular y justiciera.
Un pueblo ahora sometido a una práctica de idiotización promovida desde el
poder, sometida a una práctica de desinformación y deformación permanente. Se
procede a un tratamiento del pueblo como masa, tendiente a privatizar su vida,
a meter a los hombres en casa, a hacerlos súbitos de la tele y de la sociedad
de consumo y del espectáculo. Cuando se da el peligro de que estos hombres
puedan llegar a sentir interés o inquietud por su situación social y la de
todos y procedan a reivindicaciones de carácter general en la propia calle,
entonces se multiplican los efectos de esa sociedad del espectáculo y, si es
necesario, se da culto al entretenimiento televisivo los siete días de la
semana y hasta las 24 horas del día. Ocupar permanentemente a la gente con
imágenes “convenientes” y convenientemente seleccionadas, ése es el gran tema.
Basura sobre basura. Cualquier cosa antes de que ese pueblo tome en su mano su
propio destino. Y, entretanto, el paro sigue y seguirá creciendo indefinidamente,
de manera que ya no se trata de la sociedad de los dos tercios, no se trata de
que dos tercios trabajen para que un tercio esté permanentemente en el paro,
las cosas van evolucionando de tal manera que la sociedad será de los dos
tercios, pero a la inversa, los dos tercios en paro y un tercio en actividad y
esto además en una progresión creciente que llegará incluso a poner en peligro
esta proporción. Según todos los signos, estamos repitiendo lo que era la
sociedad del pan y circo de los antiguos romanos del Imperio.
La democracia de la vigilancia y la sospecha está instalada.
La democracia del control telefónico, del correo retenido, la democracia del
seguimiento. A punto están ya las videocámaras públicas siguiendo con su ojo
móvil el menor de nuestros movimientos El Gran Hermano está a la puerta. ¿Qué
digo?: lo tenemos en el recibidor y ya pide cuartel. Frente a todo esto estamos
los resistentes, los que tratamos de decir que esto va muy mal, pero que es
necesario que dejemos de clamar en el desierto para que el pueblo nos oiga. Es
necesario que el pueblo tenga oídos para oír y ojos para ver y que acabe
tomando en su mano su propio destino. No podemos aceptar de ninguna manera que
ningún régimen se nos presente como un régimen término, no existe tal régimen
término. El término es algo que no está en manos humanas, lo que está en
nuestras manos es el cambio y la lucha, y ahí es donde debemos encontrarnos.
Extractos de la charla pronunciada en Gijón (instituto
Jovellanos) el 17 de Enero de 1997
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