Maldita Democracia
La delegación en las decisiones
que afectan a nuestras vidas es el canto de sirena con que el Estado intenta
constantemente aplacar la lucha de los oprimidos. Mediante los mass – media, el
sistema de enseñanza y demás medios de los que dispone este sistema para la
formación de pensamiento, el Estado nos inculca la ideología que necesitamos a
una gama de expertos que decidan por nosotros teniendo supuestamente en cuenta
exclusivamente nuestro bienestar como criterio objetivo.El padre, profesor, el
trabajador social, el psicólogo, el político, el delegado sindical, todos se
arrogan una sabiduría objetiva y unas capacidades de las que el resto
supuestamente carecemos.
Esta sabiduría objetiva es la que nos es
presentada como indiscutible y en base a ella cedemos llegando al absurdo de
reconocer que la gestión de asuntos colectivos es una técnica reservada a unos
dirigentes. Esto responde a la lógica de un sistema que ha inutilizado las
herramientas clásicas de la clase obrera en pro de un juego dialéctica carente
de contenido como es la política actual.
La democracia, nos dicen, es debate, es no violencia y respeto a las diferentes
opiniones, es ese sistema que casi ha alcanzado la perfección por reflejar
siempre lo que quiere el pueblo. Lejos de ser así, los debates son
abstracciones vacías y ese constructo teórico tiene la función de encubrir lo
que realmente es la democracia: una forma más de ejercer poder sobre nosotros.
Un poder que de primero nos intenta convertir
por todos los medios en ciudadanos que reproduzcan sus valores pero que tampoco
dudará en ejercer la represión violenta y directa contra aquellos que no han
sido bien adoctrinados. Vivimos, en definitiva, en un totalitarismo que en vez
de ir de frente utiliza palabras como “democracia” o “pueblo” como subterfugio,
como bonito envoltorio para que traguemos mejor su sistema de dominación.
Reproduce sus valores incluye
aceptar que no sabemos bien lo que nos conviene, que otros lo sabrán mejor y lo
defenderán mejor. Cedemos así nuestra autodeterminación, no pudiendo existir
así ningún sistema horizontal e igualitario por vernos relegados a una eterna
minoría de edad. Nuestros dirigentes serán los que hablen y decidan por nosotros
porque saben jugar a ese juego dialéctico vacío en el que nuestras vidas son
reducidas a números y letras. Cualquier contacto con la realidad ha sido
proscrito en pro de ser democráticos y civilizados, llegando al absurdo de
condenar a quien roba porque se muere de hambre. El ciudadanismo que atraviesa
diferentes movimientos sociales como el 15M no es más que la asunción de esta
mentalidad democrática que sólo nos lleva a reproducir estructuras de poder: la
victoria de un sistema autoritario que ha conseguido neutralizar en gran medida
la protesta social.
Los anarquistas, por el
contrario, siempre hemos defendido que no existe un buen dirigente, que aquel
que pretenda decidir por nosotros siempre nos estará arrebatando nuestra
capacidad de decidir por nosotros mismos siendo nosotros, los que sufrimos el
problema, los que mejores sabremos cómo
ponerle solución. Sabemos como oprimidos que lo que queremos es acabar con
cualquier forma de opresión y tenemos las herramientas para conseguirlo en la
acción directa, la insurrección, la revuelta, la huelga salvaje y finalmente en
la revolución social que nos traerá un mundo nuevo. Por ello, siempre hemos
optado por organizarnos de manera horizontal e intentando alcanzar el consenso,
siendo el único modo en el que se tiene en cuenta la opinión de cada uno de
nosotros en la organización de las formas de lucha y de la futura sociedad, el
comunismo libertario. Arranquemos nuestra vida al Estado y el Capital y a las
diferentes formas que reproducen sus sistemas de valores y empecemos a vivirla.
Texto extraido de la Revista de Pensamiento y
Crítica Anarquista Adarga, nº 2
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