La oligarquía franquista.
¿Qué méritos tiene Ana Mato para ser ministra de Sanidad? No
sabe medicina, no sabe farmacia, ignora todas las ciencias de la salud y jamás
se ha dedicado a ellas. Su mérito es haberse pegado a Rajoy como el percebe a
la roca. Ese es su único "mérito", ser amiga y enchufada del jefe,
Rajoy y, por supuesto, guardar una disposición canina a ejecutar todas las
órdenes que este le dicte quien, a su
vez, las recibe de arriba.
¿Y cuáles son los méritos de Rajoy para ser presidente del
gobierno? Hacer la pelota al matrimonio Aznar cuando el marido era el jefe, que
lo designó sucesor a dedo. ¿Y cuáles eran los méritos de Aznar? Ninguno. Este
oscuro funcionario de Hacienda, que escribía artículos falangistas en un
periodiquillo de provincias en su juventud, supo ganarse la confianza del
fundador del partido, Fraga, quien también lo ungió sucesor, sin haber él
conseguido la ansiada jefatura. Fraga tenía méritos por su cuenta o eso pensó
Franco cuando lo nombró ministro de la Dictadura. Los méritos de un ministro de
una de las dictaduras más sanguinarias, estúpidas y corruptas del mundo.
Y lo mismo sucede con otros miembros del actual gobierno.
¿Cuáles son los méritos de Wert para ser ministro de Educación? No sabe nada de
pedagogía, ni de sistemas educativos. Sus merecimientos parecen haber sido
colaborar con la Fundación FAES y hacerse pasar por centrista no siéndolo, para
pillar pasta como tertuliano de la SER. Igual que la ministra de Trabajo,
Báñez, que no ha trabajado nunca y cree que la legislación laboral y las
políticas de empleo caben en una jaculatoria a la virgen del Rocío. Como el
ministro de Justicia, Ruiz Gallardón que, siendo fiscal, no ha ejercido en su
vida, dedicada por entero a hacer insufrible la de los madrileños como presidente
autonómico y alcalde de la capital.
Así sucede con la mayor parte de los ministros de este
gobierno, cuyo requisito para el cargo proviene de su evidente falta de
competencia. Y cuando muestran alguna, apunta en la dirección de una u otra
posible corruptela. El ministro de Defensa, Morenés, tiene intereses en la
industria de armamento; el de agricultura, Arias, es un empresario agrícola; el
de Economía y competitividad, de Guindos, alto empleado de uno de los bancos,
Lehman Brothers, cuyo hundimiento causó la presente crisis.
En realidad, los méritos, la competencia, la idoneidad para
el cargo no cuentan. Cuenta el enchufe, la benevolencia del baranda, el
clientelismo. Se trata de gentes mediocres, sin obra alguna personal, que han
hecho toda su carrera a la sombra de aquel o como políticos profesionales al
servicio del PP. Este, según los papeles de Bárcenas, tampoco es un partido al
uso habitual, sino una asociación de beneficiarios de las actividades corruptas
de un importante sector de la patronal que se vale de ella para gobernar el
país, legislar en su provecho y en contra de los intereses del conjunto de la
sociedad.
Algo completamente franquista. Incluso el franquismo
mostraba mayor pluralismo en la selección de los cargos ministeriales que no
solamente procedían del partido del gobierno (el "Movimiento"), como
en el caso del PP, sino también del Opus Dei, del tradicionalismo monárquico,
del ámbito militar y hasta podían exhibir algunos merecimientos personales.
No es el caso. Y tampoco importa mucho. Lo esencial es la
probada lealtad al mando con independencia de los cometidos institucionales que
hayan de desempeñarse. Estos son lo de menos. La prueba es el hecho de que la
defensora del pueblo sea una marquesa. El desprecio de la derecha por la forma
y el fondo de las instituciones democráticas alcanza aquí el nivel de la burla.
En el fondo, al igual que el PP no es un partido normal sino
que recuerda una asociación ilícita dedicada al reparto de prebendas más o
menos ilegales, tampoco el gobierno es el órgano que ha de elaborar la línea
política de la acción del Estado, ni el Parlamento -cantera de futuros
paniaguados ministeriales- el que ha de legislar. Ambos son meros instrumentos
mediante los cuales la patronal y la iglesia imponen al resto de la sociedad
sus criterios e intereses. Con la única diferencia entre ambas de que la
patronal paga (si bien luego recupera con creces lo invertido por la vía del
chanchullo, la connivencia con el poder y la corrupción) mientras que la
Iglesia, siguiendo inveterada costumbre, cobra siempre.
En realidad España está gobernada por la tradicional
oligarquía franquista que se vale de estas fieles nulidades para administrar un
aparato de asalto al poder por medios presuntamente fraudulentos, a base de la
financiación ilegal que le ha permitido ganar elecciones haciendo trampas
sistemáticamente hace ya unos veinte años y celebrarlo a bombo y platillo con
unos medios y publicistas a sueldo. Por supuesto, esta práctica ha corrompido
el funcionamiento normal de las instituciones democráticas a extremos tan
ridículos como que el presidente del Tribunal Constitucional sea militante del
partido del gobierno. Es decir, de esta pintoresca asociación.
Es absurdo, es de chiste. Pero no hubiera sucedido nada de
no haberse destapado esa especie de rackett de Bárcenas. Era inevitable, dada
la naturaleza humana. Puedes haber montado con éxito el más exquisito tinglado
ilícito en pro de tus intereses oligárquicos, y siempre alguien flaquea, mete
demasiado la mano en la caja común (la de la banda) y todo se descubre. Porque
ese asunto de los sobresueldos generalizados que el propio Rajoy admite haber
cobrado, aunque dándoles nombres angelicales,
no es de recibo y menos en época de crisis.
Y, con los sobresueldos, el régimen de prebendas, bicocas,
pagos en especie, cobros dudosos y mamandurrias que han conseguido que la
opinión pública tenga el máximo desprecio por los políticos, especialmente los
del partido del gobierno, esos que van por ahí presumiendo de no estar en política
por la pasta y demostrando lo contrario con sus actos. Unas gentes que han
fichado por el PP para hacer carrera y fortuna como podían haberlo hecho por
una empresa de cítricos, con la ventaja de que, en donde están, no tienen que
trabajar. Y, además, saben que, cuando se les acabe el momio, tendrán un puesto
excelsamente remunerado en algunas de las empresas que han privatizado o los
han estado pagando. O los hacen embajadores en Londres o eurodiputados.
No es un gobierno, no es un Parlamento, ni un partido; es un
instrumento de la oligarquía franquista. Lo muestran a diario sus hijos, esos
zangolotinos de Nuevas Generaciones, y algunos de sus especímenes menos
adelantados en la escala de la evolución humana que tienen repartidos por las
alcaldías del país.
Es imposible tomárselos en serio y, sin embargo, hay que
hacerlo porque son peligrosos. Carecen de respeto por los derechos y libertades
de los ciudadanos y los reprimen con verdadera saña. Les da igual la deriva
autoritaria, fascistizante del régimen porque los llevaría a lo suyo. No
solamente están arruinando a la gente, empujándola a la desesperación o al
extranjero, sino que ya han conseguido también rebajar nuestra esperanza de
vida. Un buen recurso de la oligarquía para resolver el problema de las pensiones.
La foto no pertenece al articulo
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