LA BARAJA SIN FIN
A esos pobres señores de la prensa burguesa, escritores de
quita y pon, vacíos de mollera para todo aquello que requiere ser estudiado
hondamente, les debe ocurrir, ante el fenómeno del movimiento anarquista en
España, algo parecido al estupor que experimenta el paleto frente a las hábiles
manipulaciones que con juegos de barajas y sombreros misteriosos, realizan en
ferias ciertos charlatanes, subasteros y prestidigitadores: que se quedan
preguntándose cuál será la última carta que sacarán de la manga del chaleco, el
último conejo del sombrero de copa y el último reloj de la oreja. Y, al igual
que el paleto, que tras el que él supone el último reloj, la última carta y el
postrer conejo, contempla con el natural asombro que continúan sacando cartas,
conejos y relojes, igual, idénticamente igual les debe ocurrir a los
periodistas burgueses después de escribir que los anarcosindicalistas se habían
jugado la última carta con el movimiento de Fígols y tener que contemplar cómo
se hacía, días después, la primera gran huelga general en toda España, en viril
protesta por las deportaciones.
Para cualquier persona sensata, poseedora de un poco de
raciocinio y sentido personal, será la cosa más natural del mundo que en España
se puedan producir una tras otra, y sin que ninguna pueda ser calificada de
decisiva, las huelgas generales. Porque, para una persona sensata, que se dé
cuenta de que en España no existen veintidós millones de millonarios, sino
veintiún millones de seres que viven miserablemente y un millón de parásitos
que se dan la gran vida, el hecho de que una huelga general se pierda no tendrá
otra importancia que ser la causa de tener que producirse otra y otras, hasta
que al fin, una, la definitiva para los potentados, dé el triunfo total a los
veintiún millones de trabajadores esquilmados, sobre el millón de seres
privilegiados que usufructúan los bienes y riquezas de todo el país.
Para el periodista
burgués, la única lógica y realidad existentes no se extraen de la vida del
país en que vegetan, con sus fábricas cerradas, los campos yermos y los
millones de hambrientos, sino que emana del dinero que percibe de la
administración de su periódico al llegar el fin del mes. Por eso, siempre que
se produce alguna huelga general o movimiento revolucionario de los trabajadores,
se apresura el periodista burgués a hacer las más desacreditadas aseveraciones,
cual suelen ser las siguientes: «con la huelga general y el movimiento
revolucionario de Figols, los anarcosindicalistas “se han jugado la última
carta”», «los extremistas de la CNT, desesperados ante el fracaso de la huelga
telefónica y las derrotas que han experimentado en todos los conflictos serios
que habían planteado “han disparado el último cartucho que les quedaba”
lanzándose a movimientos revolucionarios para implantar el comunismo
libertario». Y así por el estilo, estilo de último cartucho, última carta y
último conejo, iban enjuiciando los grandes acontecimientos históricos que en
España se producían.
Para los periodistas burgueses, carecía de importancia que
en España se hiciera la primera tentativa de una gran revolución basada en los
principios del comunismo libertario. Gentes de mentalidad mediocre, de
concepciones que no rebasan nunca el tópico y el lugar común, habían de
ignorar, forzosamente, que el signo de vitalidad y juventud de un pueblo se
pone de manifiesto en la creación de nuevas fórmulas de convivencia social.
Nos toca recoger y
glosar todavía, la acusación que se nos ha hecho de habernos lanzado a
movimientos revolucionarios a consecuencia de haber perdido las grandes huelgas
planteadas. Ello es cierto, y la explicación no puede ser más clara. Si las
huelgas no se perdieran, los trabajadores irían adquiriendo paulatinamente
aquellas mejoras que hoy no tienen y que son indispensables para su sostén.
Pero como las huelgas se perdían casi todas, los obreros tuvieron que renunciar
al bienestar y a la consideración social a que aspiraban.
Pero ¿por qué se
perdían las huelgas? ¡Ah! La huelga de la Telefónica, como la del Prat, la de
Cardona, la de los ferroviarios, la de metalurgia y transportes de Barcelona,
se perdían porque, en lucha abierta los obreros contra los burgueses y
sociedades anónimas, el gobierno de la República se ponía con todas sus fuerzas
y recursos al lado de los capitalistas. Por eso se perdían las huelgas y pueril
sería pretender que se podía vencer en huelgas parciales la suma de los dos
grandes poderes de una nación: el capital y el Estado.
Desde el momento que el Estado republicano español se ponía
al servicio d capitalistas nacionales y extranjeros, ya no tenían razón de ser
las huelgas parciales llevadas en un plano de lucha económica dentro de
fábricas, talleres y empresas. El poder del Estado solo se vence mediante el
poder de la revolución.
Esto explica los movimientos revolucionarios que acabamos de
vivir. Y explica también los movimientos revolucionarios que sin duda alguna
iremos viendo en lo porvenir, durante el cual, según criterio de los
periodistas burgueses el anarquismo español seguirá jugándose la última carta.
Claro que los periodistas burgueses se deben referir a la última carta de un
juego de baraja sin fin.
Joan García Oliver
Prisión celular,
10-3-1932
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