J.L. MORALES: EL DíA QUE ENTREVISTÉ A MI TORTURADOR, BILLY
EL NIÑO
José Luis Morales es un prolífico periodista y conocido
escritor canario que desde hace muchas décadas está afincado en Madrid. Nacido en Agüimes ha sido autor de algunos libros, entre ellos el varias
veces editado "Sima de Jinamar". José Luis fue sobre todo conocido en
los años 80 por sus valientes y arriesgados artículos de investigación en la revista
Interviú.
Pero además de esa trayectoria profesional , José Luis
Morales fue también un activo antifranquista, muy
comprometido con el movimiento clandestino de los 60 y los 70. Residiendo ya en
Madrid, tuvo la desgracia de caer en manos del celebérrimo torturador de la
Brigada Político Social franquista José Antonio González Pacheco, alias
"Billy el niño". Las secuelas de aquel dramático
"encuentro" todavía las arrastra
sobre su cuerpo. Años después, su actividad profesional como periodista
lo hizo coincidir en una entrevista con su torturador. José Luis Morales cuenta
en este artículo la naturaleza estremecedora de aquella reunión .
Yo trabajaba entonces en la revista ‘Interviú’, desde su
fundación en el año 1976, ocupándome de temas de actualidad e investigación
histórica. Fueron unos tiempos inolvidables, con la policía, la ultraderecha y
los servicios de información militares y civiles (la BPS ya disuelta, que
seguía actuando como antes lo hacía), pisándonos los talones y amenazándonos
cada día, sobre todo por teléfono (estaba de moda en ese tiempo), para que
dejásemos de rebuscar en sus negocios, sus biografías y las de sus colegas, en
sus oscuras actuaciones durante la dictadura, o en las relaciones que tenían
con traficantes de armas internacionales, entre otras muchos temas. Nos
amenazaban, nos señalaron, mandaban anónimos que anunciaban ‘nuestra muerte’ o
reventaban las ruedas de nuestros vehículos, y a ‘pleno sol’, sin temor a nada,
gritando que “se pasaban la democracia por los cojones”, o “mañana sólo van a
vivir tres de los rojos que están en este antro” (llegaron a empapelar las
paredes de la redacción de Interviú (en calle Potosí de Madrid), con estas y
otras aún más escatológicas literarias frases, salidas de su evidente
analfabetismo funcional. Aunque sus mensajes eran claros, ‘seguimos haciendo
periodismo’ pero de verdad.
El dueño, Antonio Asensio, estaba ‘rebosante de felicidad’
(decía él), aunque no por lo [Img #22299]que publicaba Interviú, sino porque
sus cuentas corrientes multiplicaban su riqueza y su dinero a ritmo frenético,
ya que las ventas y la publicidad marcarían cifras récord, hasta el punto de
que Interviú empezó a convertirse en referencia para toda Europa. Asensio
Pizarro hizo caso omiso a las querellas, amenazas y atentados contra las sedes
de Interviú, pues lo que le importaba era la recaudación económica y el poder
acumulado en paralelo, como notaba un día tras otros, cuando lo llamaban
ministros, directores generales, el presidente de Gobierno y hasta la Casa
Real; aun así, los temas e investigaciones iban subiendo grados y publicándose
los trabajos realizados, a cual más arriesgado, pese a las querellas criminales
y denuncias interpuestas, a los seguimientos ‘cantados’, los destrozos de
vehículos que teníamos aparcados, próximos a la redacción, y hasta pintadas amenazadoras
en las puertas de nuestras casas. Sería una etapa irrepetible, extraordinaria y
única, que siguen explicando en Facultades y Escuelas de Periodismo cual figura
singular esplendorosa en la historia de nuestro país.
La caída de Interviú en el fango más rancio en el que hoy
está es otra historia que va pareja a la gigantesca crisis, no sólo la actual
crisis económica, que venimos atravesando desde que empezamos a ver los dientes
del lobo que supuso la Transición que “jamás existió”. Aunque ésa es otra
historia de la que deberían estar ocupándose en centros de estudio, facultades
y equipos de investigación.
La historia de
aquella época decisiva y clave está repleta de crímenes, palizas, amenazas y
atrocidades. El magnífico libro, realizado con rigor informativo y con exigente
objetividad, por nuestro común amigo y ejemplar compañero Alfredo Grimaldos
Feito es insustituible para estudiar, saber a qué nos referimos y qué fue, y
continúa siendo, “La sombra de Franco en la Transición”, como titula Alfredo el
voluminoso ensayo que estoy reseñando.
Entonces, en el año 1982 o 1983, detalles que ahora no
recuerdo, que para el caso no tienen más importancia, fue cuando nombran a José
Antonio González Pacheco, sigo con Billy el Niño, Jefe máximo de la ‘División
de Seguridad’ de Talbot Renault, la firma francesa (que el chovinismo pedestre
de Martín Villa adjetivaría de sociedad hispano-gala), en toda la Penísula
Ibérica. Era la ‘época gloriosa’ de la revista Interviú, con otros propósitos
para los tiempos que corrían y con una orientación informativa que, a menos en
nosotros, enlazaba decididamente con el nuevo periodismo. Fueron años épicos
que nadie podría olvidar. Tiempos decisivos y competitivos, en los que
destacaría el periodismo de investigación que dio una voltereta impresionante a
los tópicos, frases hechas, lugares comunes y reseñas que exigían los
poderosos. Eso se fue acabando y la historia algún día dejará constancia de
ello y de los métodos empleados.
En esta fecha, Antonio Asensio Pizarro, principal dueño de
Interviú, propuso que hiciésemos una entrevista al ‘personaje’, (“no como
excomisario o ex inspector de la Brigada Político-Social, la BPS, aunque no
exista”), diría Asensio Pizarro al Consejo de Redacción que se reunía los
viernes para plantear el próximo número de Interviú; “sino dirigiendo las
preguntas a su nueva vida, su adaptación a la democracia y sus labores en el
departamento de Seguridad en la firma Talbot Renault”. En la misma reunión,
Ignacio Fontes asumiría esta propuesta, pues la entrevista la harían en Madrid
ya que González Pacheco, Billy el Niño, residía en la capital española y allí
harían las gestiones precisas para hacerla lo antes posible. Recordaré que
aunque la sede de Interviú estaba en Barcelona, donde fue registrada la publicación,
pues allí vivían los propietarios, la redacción estuvo siempre en Madrid, desde
que inició su andadura en el año 1976.
Ignacio Fontes era entonces subdirector o redactor-jefe. Es
lógico que, después de tantos años, no recuerde todas esas vicisitudes, esas
fechas, nombres, cargos, citas, lugares de encuentro y anécdotas sin treguas.
Sobre lo que reseño en estas líneas, el olvido no resta ni un ápice esencial al
fondo del asunto, puesto que no tiene la menor importancia en lo que estoy
escribiéndoles. Reconozco que hay ausencias premeditadas, que retengo en mi
cuaderno de bitácora para mejores ocasiones. Termino con lo que iba apuntando
en este bloque, diciendo que Ignacio Fontes fue nombrado director del semanario
Interviú poco después. Para mí fue la mejor etapa, con diferencia, en la’ vida’
de la revista. La Edad de Oro de la publicación, ya dentro de la ‘Edad de Oro’
del periodismo español. Hasta que lograron acabar con ellas. No sé si el
periodismo ha muerto, pero puedo afirmar que agoniza a galope tendido.
LA ENTREVISTA
De la entrevista con González Pacheco, Billy el Niño, yo me
enteré tres días antes de estar concertada. Me lo dijo Germán Gallego Picó, de
los mejores compañeros, amigo, hermano y maestro que tengo en el pernicioso y
tóxico universo del periodismo. Germán no me dijo nada hasta que, ya acordado
el encuentro con Billy el Niño para hacerle la entrevista, iban a proponerme
que les acompañara (Ignacio y Germán no querían decírmelo, pensando que yo
pondría el ‘grito en el cielo’). Fue cuando Germán Gallego me dijo que tenía
que hablar conmigo y con Ignacio Fontes en cualquiera de las salas habilitadas
para las visitas. Estaban riéndose, mientras nos sentábamos, hasta que Germán o
Ignacio (o Ignacio y Germán, otra vez el olvido) me dicen que, desde hacía unos
días, tenían concertada una entrevista a Billy el Niño para publicar en
Interviú. Ignacio haría la entrevista, y Germán las fotografías. Tengo que
hacer público, que gestionan todo con cierto sigilo y precaución, como debíamos
proceder durante los arriesgados trabajos en aquel tiempo, aún tan complejo en
los que nuestra integridad física siempre estaba desafiando a los poderosos
franquistas que seguían con sus prebendas pese a las cacareadas falsedades que
proclamaban los actores y partidarios de la inédita Transición. Siempre
teníamos que estar al tanto para evitar trampas y cortocircuitos tan al uso en
periódicos y revistas, auspiciados incluso por quienes juraban haber “sido
demócratas toda la vida”, y que reventaban gestiones o temas filtrándolos a sus
ex jefes o ex dirigentes en el franquismo.
Aún estábamos en la sala de visitas y no sé si fue Ignacio o
Germán, me dicen que le gustaría que fuese con ellos al encuentro con Billy el
Niño. Me negué en redondo. Así me lo dirían después, antes de informarme de que
ya tenían cita, con día y hora, para entrevistarle y que les complacería que
fuese. Germán Gallego e Ignacio Fontes bien sabían que Billy el Niño era “uno
de los seres vivos que más he odiado toda mi vida, y sigo odiando, y no quería
verlo ni en pintura” (traducción pretendidamente culta de lo que dije al
recalcar mis motivos y evitar el encuentro).
Volvían a pedírmelo
esa misma tarde, con igual respuesta por mi parte. Ignacio me dice que él quería que
le hiciésemos juntos un pequeño guión, pues yo tenía más conocimiento
del personaje, no más exacto, pero sí más cercano, ya que fui una más de sus
víctimas, además de padecer las torturas que Billy el Niño protagonizaba sin
refinamiento a los detenidos que caían en sus manos. El “gran placer de su
inigualable brutalidad”, que para él suponía poner otra marca ‘cual muesca’ en
el cinturón de sus cananas. Incluso así, Germán e Ignacio seguían empeñados en
que yo estuviese con ellos. Me negué una y otra vez, diciéndoles que no quería
ni ver a semejante elemento criminal por nada del mundo. Ya lo había maldecido
millones de veces, aún más si me acordaba de mis padres, quienes debieron
padecer lo indecible por lo que les hacían a sus hijos; o me acordaba de los
registros indecentes en su casa de Gran Canaria, y hasta de las amenazas que
les hacían cuando ya estaban enfermos con patologías terminales.
Así uno y otro día, ‘incluso dándome por imposible’, como
dijo Ignacio Fontes. Dos días antes de la cita, a Germán Gallego le salió su
picardía madrileña. Estaba cabreado, mucho y, mal encarado y serio, se dirige a
mí. Ni tan siquiera me dejó hablar. Sin más, con la mala uva del enfadado, me
dice que le había hecho creer desde que nos conocimos muchos atrás, que yo era
otra clase de persona, sin miedo y con ganas de seguir peleando. Hablaba como
una ametralladora.
“Nunca te he fallado ni tú a mí tampoco, y hasta hoy. Me
avergüenzo de que no tengas arrestos para enfrentarte a este tipo. Se lo dije a
Ignacio, y él también piensa lo mismo que yo. ¿Sabes que te digo? Que no te
atreves a mirar cara a cara a Billy el Niño. Cara a cara. No por cobardía sino
porque no sabes qué vas a decirle. No vendrás, pero ese torturador seguiría
haciéndolas si pudiera, un torturador del que tú siempre dices que es un
cobarde. No tienes agallas para mirarle ‘cara a cara’ a ese verdugo, del que te
digo que tendrá que pagar todo lo que ha hecho, y no sólo por ser un
torturador, sino por mil cosas".
Las palabras exactas no son éstas, pero sí enlazan con el
casticismo sin urbanidad característico de la sinceridad de Germán. Aunque
parezca lo contrario, su monólogo me entusiasmó. Ya cuando salí a buscarlo,
había desaparecido y volví a la redacción. Hablé con Ignacio, que estaba al
tanto de la bronca que me echó Germán y, por supuesto, le confirmé que iría con
ellos a la cita con Billy el Niño.
Dos horas después, regresó Germán Gallego a la redacción,
diciendo que, conociéndome como me conocía, sabía que la única manera de que
asistiera a la cita era provocándome; y aunque tenía gran parte de razón,
también yo estaba deseando verle la cara a Billy el Niño. Hasta que llegó la
hora. Ignacio Fontes había citado a González Pacheco, Billy el Niño, en la
cafetería del Hotel Miguel Ángel, situado en la calle madrileña del mismo nombre,
dos días después. Habían quedado sobre las once y media de la mañana. Mi papel
se reducía al del convidado de piedra. Ignacio entrevistaba y Germán haría las
fotos. En eso es en lo que quedamos. Hasta que llegó el día.
Llegamos con
antelación, y fuimos dándonos un paseo, desde el aparcamiento, hasta llegar a
la entrada del hotel; todavía faltaban quince minutos para la cita. Por
inercia, entramos al establecimiento y nos dirigimos al mostrador de la
cafetería; miramos alrededor y, sorpresa nuestro, vimos en una mesa del fondo a
Billy el Niño, acompañado de un colega que reconoció Germán Gallego. Nos
aseguró que fue policía de la BPS, como Billy el Niño, ahora dedicado a la cría
y doma de perros para vigilancia. Germán no recordaba su nombre, pero sí que lo
llamaban El Vallecano, pues donde hacía su labores policiales ‘nocturnas’ era
en el popular barrio madrileño, donde contabilizaban sus damnificados por
cientos.
"TÚ ERES UN ASESINO"
Después del saludo, que evité ‘colocando’ en la mesa otro
artilugio fotográfico de Germán, empezaron a plantear la deriva de aquella
entrevista periodística de Ignacio Fontes y José Antonio González Pacheco,
Billy el Niño. He de decir que El Vallecano no abrió la boca en ningún momento
ni para pedir el café; la tensión inicial iría rebajándose con el desarrollo de
la entrevista, como íbamos comprobando. Hasta que Billy el Niño “se cargó la
vajilla”, cuando Ignacio Fontes le preguntó al propio, es decir, a González
Pacheco “¿por qué tenía tan mala prensa, como él bien sabía, de ser el más
implacable torturador entre los demócratas españoles, tanto mujeres como
hombres”. González Pacheco, Billy el Niño, tenía preparada la réplica, pues sin
solución de continuidad contestaría del acelerón.
“Se lo debo a gente
como ésa - señalándome a mí con desparpajo, aunque sin mirarme a la cara (tuvo
clavado en el piso los ojos saltones que lo caracterizan durante el tiempo que
estuvimos allí)-, que está ahí contigo”.
Entonces abandoné la compostura silenciosa que mantuve hasta
ese instante, y salté como resorte desatado. Di tal brinco al ponerme de pie,
que asusté a una pareja que ocupaba otra mesa. Envenenado de rabia como estaba,
sin más, le dije cuanto me vino a la cabeza.
“Tú eres un asesino. Tú y los tuyos, sí, estuvisteis a punto
de matarme. Hasta tal punto, que llegué a Carabanchel sin enterarme de nada,
sin saber ni quién era. Eso no se olvida nunca. Ni lo olvido yo, ni se te
olvidará nunca a ti”.
Quisiera reproducir con fidelidad todo cuanto ocurrió en
breves instantes. Sé que no lo dejé hablar, y pienso que él tampoco quería,
pues no hizo ademán alguno de intentarlo mientras seguía con los ojos saltones,
fijos en el suelo, aguantando la bronca.
Aquel encuentro que hasta poco antes discurría como
cualquier sesión periodística ‘clásica’, cuando me enfrenté a lo que dijo sobre
lo que Ignacio le había preguntado, emergería toda la tensión contenida, en mí,
en Billy el Niño y en quienes formábamos el [Img #22300]grupo de los cinco
hasta que El Vallecano desapareció al verlas venir. Un vértigo turbador
inundaría la sala de la cafetería cuando me levanté de la silla
apresuradamente. Los trabajadores y los clientes del hotel parecían
petrificados, atendiendo a lo que podía estar pasando en aquella mesa, pues
Billy el Niño, después nos lo dirían, era cliente habitual, como sus
correligionarios y demás colegas. No recuerdo qué le dije cuando salté del
golpe. Sí me acuerdo de que, mientras El Vallecano se alejaba de la escena,
González Pacheco o Billy el Niño, no volvió a decir palabra alguna, ni tan
siquiera a intentarlo. Pero allí siguió sentado mientras yo no paraba de
hablar, denunciando muchas de las sangrientas atrocidades que hizo a toda mi
gente, amigos, compañeros y a mi familia. Mientras dije lo que me pareció que
tenía que denunciar (“recuerdas hechos, circunstancias y detalles clave de la
vida colectiva, como la llamada Memoria Imantada, y cuya utilización académica
consolida nuestra comprensión histórica de acontecimientos pretéritos”, decía
Jean Jaurès en su ensayo ‘Las pruebas’, escrito en 1898, sobre el Caso
Dreyfus).
“Yo soy gente como dices, pero tú eres de la gentuza
criminal que ha estado, durante años, machacando a las personas decentes y
luchadoras que peleaban contra la injusticia, contra la tortura, las
persecuciones y contra el terrorismo fascista que en la dictadura, amparados en
la impunidad que os daba el fascismo. Eso es lo más suave que voy a exponerte.
Pues no voy a pararme, si eres capaz de aguantar todo lo que quiero decirte
cara a cara; y por cierto, aún ni siquiera has levantado la cabeza. Tenía ganas
de mirarte a la cara, pero veo que tú no lo haces, ni estabas haciéndolo antes.
Has de saber que estoy aquí para decirte a la cara el asesino que eres, para
denunciarte el torturador que has sido y, sobre todo, he venido para difundir a
los cuatro vientos que, además, de ser un asesino, también eres un cobarde”.
Billy el Niño no se levantó de su sitio, como tampoco Germán
e Ignacio. Mientras, yo seguía desahogándome sin parar, exigiéndole al famoso
torturador que escuchara mis denuncias. Al tiempo que le hablaba, volvían a mi
cabeza terribles escenas ‘vivas’, dándome la sensación de que estaban
sucediendo en ese mismo instante. Uno de los pasajes que me atormentaba sólo
recordándolo, derivaba de otra estancia mía en la DGS.
"ESTA VEZ SÍ VAS LLORAR, CANARIO DE MIERDA"
Estaba en una celda del sótano, reventado del ‘tiempo’ que
llevaba allí, cuando volverían a subirme hasta la primera planta. Poco menos de
seis minutos antes me habían bajado. Eran las tres o tres y media de la mañana,
según el reloj que había en la pared de aquel cuchitril, en el que operaba
Billy el Niño con su banda. Estaba molido de los leñazos que me daban,
ensañándose en el cuerpo. Los golpes y puñetazos, sólo yo lo notaba, doliéndome
así hasta los higadillos. Billy el Niño me repetía, nunca saciado, que “esta
vez sí vas a llorar, canario de mierda”.
Para aguantar los salvajadas de aquellos canallas que
estaban torturándonos, habíamos aprendido casi todos, mis compañeros y más
apresados, e invariablemente, que ‘centrásemos nuestros pensamientos’ en
cualquier objeto inanimado, sin ‘salirnos’ nunca de lo que cada uno hubiese
decidido, cuando el verdugo (en ocasiones, varios torturadores al alimón)
iniciase la criminal sesión correspondiente. Cuando me lo dijeron, en mi
ignorancia supina, pensé que aprovechaban mi tercermundismo por darme la
macabra broma. Sin embargo, había razones sobradas. No era ningún Bálsamo de
Fierabrás, pero los efectos sicológicos sí que se notaban. Ineludiblemente, yo
pensaba en mis padres y en mis hermanos, a los que hicieron sufrir todas las
perrerías imaginables. Volví a denunciarlo ante Billy el Niño, en aquel lugar
donde estábamos. No se inmutó ni pronunció palabra alguna, siempre con los ojos
pegados al suelo como “la momia vestida” egipcia.
“A mi hermano Juan lo
cogieron a tiro limpio en una operación que tú dirigías. Claro que ni te
acordarás. Eran tantas las que hacías que si te recuerdo una, darías demasiadas
vueltas a tu cabeza, para saber a cuál me refiero. Voy a refrescarte la
memoria. En dos coches, llenos de los tuyos, iban detrás de mi hermano, nada
más salir de su casa por la mañana; aunque te caló y salió corriendo saltando
la muralla que estaba cerca de la casa donde vivía. Pero tuvo la mala suerte de
meterse en una calle que, en aquel momento, estaba en obras, y sin salida. Aun
así, hizo todo lo que pudo para que no lo trincaran. Los tuyos, ya cabreados me
figuro, comenzaron a disparar. Lo detuvieron porque quedó acorralado y a punto
de matarlo”.
Me acordaba de la vuelta ‘triunfante’ de Billy el Niño a la
primera planta de la DGS, donde poco antes me llevan otra vez aquella misma
madrugada. “Hombre, estás aquí, y con ganas de que te haga un hombre, de cómo
tiene que ser el hombre con dos cojones”. Era una frase que siempre salía de la
boca de Billy el Niño para demostrar que era más macho que nadie, y todos los
que pasaron por sus ensangrentadas manos escuchan de sus fauces. Enloquecido
como estaba, “quería partirme en dos”, como el mismo le dijo. Detalles y
pormenores de lo que maldecía, insultos a porrillo y amenazas constantes, lo
han expresado los compañeros detenidos, cuyas espeluznantes declaraciones está
foliadas e incorporadas a los legajos que integran las diligencias judiciales
del sumario abierto en los tribunales argentinos.
En aquel estado crítico, ahogándome con mis propias babas
sanguinolentas, yo ya no podía más. Entonces, esposado por delante desde el
primer día, como me tuvieron, me lancé de cabeza en picado contra el postigo de
una de las mesas que tenían en aquella planta de los interrogatorios, donde
Billy el Niño y los secuaces de la BPS protagonizaban sus heroicidades, que
traducirían a méritos para optar a los galardones y medallas que concedían por
las propuestas de Martín Villa y otros franquistas que continúan gobernando en
la sombra (entre ellos, Utrera Molina, el bendecido suegro del ‘tapado’
reaccionario Ruiz-Gallardón, el ministro de Justicia que pretende que la Mujer
regrese a la caverna). Uno de ellos me zancadilleó, cayendo de plano en medio
del cuartucho. Quedé boca abajo, creyendo que me asfixiaba. Nadie se movería
para levantarme o darme la vuelta. Tengo grabado, aunque vagamente, aquel cruel
e imborrable episodio. Noté cómo saltaban sobre mi espaldas, cómo me pateaban y
me tiraban del pelo. Sé que hablaron del médico, sin saber a qué se referían.
Desperté en una camilla cuartelera, creyendo que aún estaba en la DGS. No me
enteré de nada. Ni que me habían curado, según dijeron los funcionarios. Ni que
me habían llevado a Carabanchel. Nada de nada. El doctor José Luis Barros me
dijo después que había perdido el conocimiento estando en el suelo por las
barbaridades que me hicieron en la DGS, y viendo que había sucumbido, deciden
llevarme a la enfermería de la cárcel, en Carabanchel. He entregado todo tipo
de detalles que estarán acopiados en actuaciones judiciales o las diligencias
correspondientes.
Con todo, manifestaré que a los siete meses de mi
“Certificado de Liberación Definitiva”, firmado por Javier Cabezudo Fernández,
por una crisis renal, ingresé en el hospital. Desde entonces, los dolores en la
vejiga urinaria y, sobre todo, las progresivas incomodidades en la columna, no
me abandonaron. Al principio creí que serían patologías normales, que iban
aumentando con los años. Pero en París, tras unos análisis intensos que me
hicieron en los departamentos del Hôpital de la Pitié-Salpétrière, el
diagnóstico dio un giro esclarecedor. Tenía la columna destrozada con fracturas
de distinta naturaleza, quizás debido a cualquier accidente, o a consecuencia
de las torturas, o de los golpes que me propinó la policía española en sus
propias dependencias.
"MIS MALES DE HOY PROCEDEN DE AQUELLAS TORTURAS"
Sobre problemas renales, mis crisis en la vejiga y las
periódicas oclusiones para evacuar, sus opiniones y diagnósticos determinan que
venían provocadas por unas iguales causas e idénticos orígenes. Diré que allí
me facilitaron una sonda renovable, aliviándome que tal manera, que comenzó a
rescatar en mí el entusiasmo y renovadas ganas de continuar viviendo. Siempre
recordaré aquellos afectos y la solidaridad de Olvido, quien fue conmigo a
París. Como recordaré a Pedro Caba y José Luis Barros, quienes decidieron que
tenía que ir con ellos a Francia, pensando que, con las dificultades que yo
arrastraba, aquí no tenía ninguna salida e podrían incluso provocar mi muerte
prematura. Expreso, asimismo, mi infinito agradecimiento a Ramón Sáenz
Valcárcel, y a su familia; en especial a su entrañable padre, por su amistad,
solidaridad, su cariño y por cuanto se movieron para que me restableciera,
ocupados siempre de mi salud, animándome sin tregua para que no bajara la
guardia ni cayese en aquel pozo sin fondo del terrible desánimo. Me quedan
demasiadas cosas que reflejar, y quisiera hacerlo cuanto antes. Pero ahora debo
terminar este manifiesto, pues los amigos de ‘La Comuna’ me apremian por la
urgencia para enviarlo a los tribunales.
Antes de acabar con mi comunicación, deseo que sepan que
desde entonces he consultado con muchos médicos especialistas, tanto de la
columna como de la vejiga urinaria; que cada uno de ellos inexorablemente
manifiesta que las causas de ambas patologías, sin variación o dudas clínicas,
proceden de las torturas que me infligieron los criminales de la BPS. Diré que,
en estos más de cuarenta años, me han intervenido quirúrgicamente siete veces
en la columna, con largas operaciones que duraban unas ocho horas de media.
Además, tres cirugías entre la vejiga y el cuello vesical. Pese a que pudiera
parecer que ‘acabaron conmigo’, no dejé de batallar nunca, ni pretendo hacerlo
en la medida que la naturaleza me lo permita. Por último, manifiesto que
cuantos hechos he relatado en este ‘cuadernillo de vida’ (Arturo Murillo
Cazorla), han sido documentalmente acreditados, y avaladas están las denuncias
y las declaraciones que aquí realizo.
Todo esto lo he redactado, satisfecho, a petición de los
amigos y compañeros de ‘LA COMUNA’, cuya lucha dará resultados positivos, ya lo
estamos viendo, para que lo administren como deseen y lo presenten donde ha
lugar. Además, acabo diciéndoles que ratificaré este manifiesto con total
disposición, y lo haré donde sea, delante de quien sea y cuando me lo
comuniquen, sin ninguna dilación. Mientras tanto, aquí estaré para lo que me
digáis; con mi agradecimiento y un fuerte abrazo para todas y para todos.
(*) José Luis Morales, es periodista, escritor y miembro de La Comuna
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