I El paisaje y el medio
¡Cádiz! Evoca este nombre múltiples recuerdos históricos
porque son contados los lugares del mundo que han tenido un pasado tan
romántico y grandioso como la vetusta ciudad andaluza a orillas del Altántico.
Fue fundada por los antiguos fenicios, vinieron luego los cartagineses y
después los romanos.
Ella ha presenciado las luchas sangrientas entre cristianos
y mahometanos y ha reunido en sí la civilización europea y la cultura del
Oriente. En sus edificios vivieron sabios árabes, escolásticos judíos y monjes
cristianos, influyendo sobre el estado mental de sus habitantes.
Cuando los árabes fueron expulsados de Andalucía por los
soldados de Fernando el Católico, llegaron los cruzados ingleses y descansaron
en Cádiz antes de seguir viaje para conquistar el Sagrado Sepulcro en la Tierra
Santa. Después del descubrimiento de América, Cádiz se convirtió en una de las
ciudades más ricas de Europa y la arquitectura maravillosa de sus edificios nos
refiere hoy todavía la historia de ese período magnífico.
¡Y cuántas luchas, cuántas sublevaciones y revueltas ha
presenciado esa ciudad! Centenares de veces se han alzado sus moradores en
defensa de la libertad, demostrando así la exactitud del dicho español:
"La tierra andaluza es la tierra de la libertad". Cádiz y Barcelona
han sido siempre los dos focos de la vida revolucionaria en España y son
también actualmente los centros principales del movimiento anarquista de ese
país.
Es Cádiz una ciudad admirable, una de las más hermosas del
mundo. Rocas inmensas caen sobre el mar profundo y encima de ellas se levantan
pequeñas casas níveas con diminutas torrecillas que se reflejan en las olas
azules.
II El hombre
En una de esas casas blancas, bien arriba, en una
buhardilla, vivía un anciano. La instalación de la pieza era pobre, demasiado
pobre: una cama, una mesita, una silla, algunos viejos periódicos y libros era
todo lo que poseía el anciano. Pero quien arrojaba una mirada a través de la
pequeña ventana notaba inmediatamente que el anciano era más rico de lo que
parecía; afuera se extendía el océano azul, un panorama maravilloso: cielo y
agua y las blancas velas de las embarcaciones que se mecían sobre las ondas
juguetonas. Por el mar, precisamente, vivía el anciano en esa casita, porque
amaba el océano, las olas ruidosas y la lejanía infinita. Todas las mañanas, al
levantarse de su lecho, su primera mirada caía sobre el mar y de noche, antes
de acostarse, sus ojos semicegados volvían a buscar las olas enfurecidas, como
si quisiese encargarles alguna misión. Porque ese anciano era un profeta, uno
de los contados hombres que estuvieron en la montaña sagrada, vislumbrando
desde allí el país de nuestros hijos. Y por eso su alma era tan honda, tan
tranquila y augusta, igual que el mar en un hermoso día de verano.
Y cuando llegaba la primavera y el mar comenzaba a rugir y a
hervir, cuando las olas salvajes se levantaban cual montañas gigantescas
besando a las nubes, el anciano soñaba en la gran tormenta de los pueblos,
cuando los pobres y los humildes, los bastardos de la sociedad, se levantaran
con las armas en las manos para romper las cadenas de la tiranía milenaria.
Era el 28 de septiembre de 1907. En la habitación de anciano
reinaba la tranquilidad absoluta porque en la cama yacía un muerto. Había
fallecido inesperadamente, sin haber estado enfermo, sin sufrir.
Pero mirad lo que ocurrió afuera. Con la velocidad del rayo
difundióse la noticia de la muerte del anciano. Y en toda Cádiz, en Andalucía
entera, en toda España sólo se hablaba de él. "¡Ha muerto!" Por
doquier se oían estas dos palabras que encarnaban el hondo dolor de un pueblo.
Cada cual sentía la pérdida; en las minas, en los campos, en las escuelas y en
las universidades, en todas partes la noticia produjo la impresión de una
pesadilla que cuesta creer al principio, pero que finalmente es necesario
reconocer.
¿Cuándo se ha visto en España tantas lágrimas, tanto dolor,
tanta tristeza sincera, tanto amor y fidelidad cariñosa? ¡Qué no darían
nuestros reyes si pudiesen adquirir aunque fuera la décima parte de esa
popularidad! Atravesando España, en todas sus ciudades y aldeas se encontrarían
millares y millares de personas que ignoraban los nombres de los ministros de
entonces, pero no habría uno solo que no supiese el nombre de aquel anciano,
Fermín Salvochea. Este nombre encarnaba una idea, un programa, un mundo de
esperanzas, de anhelos y necesidades.
¡Fermín Salvochea! En los palacios se pronunciaba este
nombre con labios trémulos, pero en la casilla de los pobres y de los
explotados resonaba como una declaración de guerra a la sociedad capitalista,
como la promesa de un porvenir mejor. Existen pocos hombres que hayan
conquistado tanto amor y tanta simpatía entre las grandes multitudes de un
pueblo como Fermín Salvochea y son menos todavía los que han merecido ese amor con
tanto derecho como el gran rebelde español. Salvochea ha sido uno de los
caracteres más puros e idealistas en la historia del movimiento revolucionario,
grande por sus ideas, grande por sus acciones, un hombre que encarnaba el
apasionamiento revolucionario y el valor heroico de un Blanqui y el amor
indescriptible y la consagración de Louise Michel. La poderosa personalidad de
este hombre admirable hasta llegó a suscitar la estima y el respeto de sus
adversarios más empedernidos y siempre que se pronunciaba su nombre, el de
Fermín Salvochea, no había lugar para los aspectos bajos y pequeños de la vida.
La biografía del gran anarquista español produce la
impresión de una novela fantástica y recuerda la vida tormentosa de Mijaíl
Bakunin. Salvochea tuvo una participación activa en el movimiento
revolucionario de España en los últimos cincuenta años y su nombre está
estrechamente unido a los acontecimientos revolucionarios más significativos de
ese período. Los que conocen la historia de ese movimiento en España saben cuán
fecundo es en rasgos grandiosos y heroicos y cuántos son los que sacrificaron
sus bienes y su sangre por sus convicciones libertarias, por sus ideales
revolucionarios; y en esa serie histórica de luchadores valerosos el nombre de
Fermín Salvochea es uno de los más brillantes, un nombre para las generaciones
venideras, un nombre que no será olvidado jamás.
III Antecedentes - La familia - Su juventud
-Londres - Sociólogos e internacionalistas
Fermín Salvochea y Álvarez nació en Cádiz el día primero de
marzo de 1842. Su padre era un comerciante de fortuna, heredero de una de esas
familias de negociantes que tan importante papel han desempeñado en la vieja
ciudad mercantil. Claro está que Fermín recibió una educación cuidadosa. Su
padre, siguiendo una arraigada tradición de familia, tenía la intención de
hacer de él un hábil comerciante a fin de poder entregarle más adelante sus
negocios.
La primera juventud de Fermín fue pacífica y dichosa en todo
sentido. Se distinguía por su inteligencia extraordinaria y por las cualidades
valerosas y caballerescas de su carácter, que dejaba entrever desde su
infancia. Su madre, mujer admirable, le refería en su niñez las leyendas y
tradiciones de la ciudad de Cádiz, tan ricas y fantásticas como un capítulo de
Las mil y una noches y el pequeño Fermín la escuchaba leyendo las palabras en
sus labios. Esas historias románticas ejercieron profunda influencia sobre el
muchacho y a menudo recordaba, en medio de su vida tormentosa, aquellas horas
felices.
Al cumplir los quince años su padre lo envió a Inglaterra
para que perfeccionase sus conocimientos del idioma inglés y continuara sus
estudios comerciales. Fue este el primer acontecimiento importante en la vida
de Salvochea. En Inglaterra descubrióse ante él un nuevo mundo. El carácter
severo y puritano de la vida británica con sus formas rígidas y convencionales
y sus impresiones prosaicas, produjeron una influencia profunda en el joven. La
diferencia era demasiado notoria: el hermoso cielo azul de Andalucía, Cádiz con
sus blancas casas, sus palmeras y sus habitantes rebosantes de temperamento y
de pronto Londres con su neblina, sus edificios negros, el humo de las
chimeneas, las calles frías e inhospitalarias. Al principio Salvochea se sentía
como un prisionero en el nuevo ambiente, pero su carácter enérgico venció
rápidamente el primer influjo desagradable de Inglaterra. Se dedicó a estudiar
a los hombres y descubrió que el inglés seco y frío posee al mismo tiempo un
instinto de independencia individual notablemente desarrollado y un sentimiento
de libertad personal que es raro encontrar en otros países.
Los cinco años que Fermín pasó en Londres y en Liverpool
fueron para él un período de gran desarrollo intelectual. Dedicó todos sus
momentos libres al estudio de la literatura radical inglesa. Primero fueron los
trabajos de Thomas Paine los que produjeron una influencia poderosa sobre él;
más tarde estuvo en contacto personal con Charles Bredlow y sus amigos. La
propaganda ateísta en Inglaterra tropezaba con grandes dificultades en esa
época, pero Bredlow y sus compañeros luchaban con la mayor energía en favor de
sus convicciones, tratando de destruir el concepto medieval del teísmo que
impera aun hoy día en vastos círculos de la sociedad inglesa.
El joven Salvochea acogió con entusiasmo la nueva doctrina y
se convirtió en ateo. Para el español el ateísmo desempeña, en general, un
papel más importante que en las demás naciones. Es la condición primordial de
todo movimiento libertario, el primer paso de todo libre progreso individual.
España es el país clásico del clericalismo católico, el país de la Inquisición,
que ha sido casi totalmente arruinado por el dominio oscurantista de la
Iglesia. He ahí la razón por qué Salvochea ha sido toda su vida un
propagandista radical e incansable del ateísmo.
Pero Salvochea conoció en Inglaterra otro ideal, que ejerció
una gran influencia sobre su actuación posterior. Cuando llegó a Londres, vivía
aún Robert Owen, el célebre comunista inglés. Sus ideas no sólo influían
poderosamente sobre la clase obrera británica, sino también sobre los elementos
idealistas de la pequeña burguesía inglesa. Salvochea estudió las obras de Owen
y de otros escritores comunistas. Los hechos sociales aparecieron de pronto a
sus ojos bajo otra faz; prodújose una revolución en su mentalidad y poco a poco
empezó a comprender todo el significado del gran problema social. La brillante
crítica de la propiedad privada formulada por Owen descubrió repentinamente
ante él todos los males sociales y al propio tiempo desarrollose en él el
grandioso ideal de la igualdad social y económica, como el único capaz de crear
una vida armónica en la sociedad humana. Salvochea se hizo comunista y siguió
siéndolo hasta el último día de su vida. Muchos años más tarde, en una ocasión
especial, él mismo analizó su evolución revolucionaria recordando su
"período inglés" con estas palabras características:
"Ciertos libros ejercen en determinados momentos una
inf1uencia poderosa sobre el desarrollo de un hombre: Se sabe que el primer
libro que leyó Ravachol fue la novela El judío errante de Eugenio Sue. La
influencia de este libro no se extinguió jamás en él, según su propia
declaración. Lo mismo puedo decir de mí; viviendo en Inglaterra leí por vez
primera a Thomas Paine. Sus escritos me convirtieron en internacionalista y
hasta hoy día me hallo todavía bajo su influencia. 'Mi patria es el mundo,
todos los hombres son mis hermanos y mi religión consiste en hacer el bien.'
Estas palabras produjeron una impresión inolvidable en mí; yo buscaba en cada
palabra un sentido profundo y ellas se han grabado en mi mente para siempre.
Más tarde conocí a Robert Owen, quien me enseñó el ideal sublime del comunismo,
y a Bredlow, que me hizo conocer los puntos de vista del ateísmo. Todo lo demás
se desarrolló en mí por cuenta propia."
IV Breve esbozo de la historia social
española de mediados del pasado siglo
En 1864 Salvochea abandonó Londres para regresar a Cádiz. En
aquel entonces se iniciaba en Andalucía un vigoroso movimiento revolucionario.
Rafael Guillén y Ramón de Cala, dos hombres valientes y socialistas
convencidos, se consagraron con mucha energía y entusiasmo a organizar los
elementos republicanos y demócratas de la provincia. El movimiento republicano
en Andalucía ha tenido siempre un marcado carácter socialista y la mayor parte
de sus apóstoles y propagandistas fueron partidarios del socialismo.
La propaganda socialista se inició en España después de la
revolución de 1840. En aquella época Joaquín Abreu desarrollaba en Andalucía
una propaganda vigorosa y llena de éxito en favor de las ideas de Charles
Fourier. Explicaba sus ideas en la prensa radical de Cádiz, ideas que hallaron
bien pronto un eco en los periódicos de otras ciudades. Para conocer el
desenvolvimiento que ha tenido ese movimiento basta recordar el hecho de que
Abreu logró en un breve plazo, de cuatro a cinco millones de pesetas para
fundar una colonia fourierista en los alrededores de Jerez de la Frontera. Pero
el gobierno impidió la realización de ese proyecto, persiguiendo a los
propagandistas socialistas. De éstos, los más conocidos fueron Pedro Ugarte,
Manuel Sagrario y Faustino Alonso; más tarde se agregaron José Barterolo, Pedro
Bohórquez y finalmente Guillén y De Cala, a quienes ya hemos mencionado.
En 1864, Fernando Garrido, el famoso historiador y
socialista español, que conoció en Cádiz las doctrinas de Fourier, fundó el
primer periódico socialista de España, La Atracción, que apareció en Madrid. La
publicación no vivió mucho tiempo pero gracias a ella se formó en la capital un
círculo socialista que editó más tarde otro órgano, La Organización del
Trabajo. Hombres como el heroico Sixto Cámara, que cayó luego en la lucha por
la república social, Juan Sala, Francisco Ochando y después el fogoso Cervera
eran las figuras principales del círculo socialista de Madrid. Cervera ha sido
el fundador de la primera escuela libre socialista de España, pero cuando ya
contaba con más de 500 alumnos el ministro Morillo sofocó esa brillante
empresa, diciendo que "en España no necesitamos hombres capaces de pensar,
sino bestias de trabajo".
En Barcelona el primer movimiento socialista fue influido
por el comunismo icario de Étienne Cabet. En 1847 el comunista Monterreal fundó
La Fraternidad, primer periódico comunista de la capital catalana, en el cual
publicó la obra de Cabet Viaje a Icaria. Ya en 1840 el obrero Munst había
organizado en Barcelona un sindicato de tejadores con 200 miembros, echando así
la base dcl futuro movimiento sindicalista.
Desde 1850 se desarrolló en Cataluña una activa propaganda
por las ideas de Proudhon, que venció poco a poco a todas las otras tendencias.
Ramón de la Sagra y el famoso Pi y Margall tradujeron las obras del teórico
francés y bien pronto nació en Barcelona y en otras ciudades catalanas un vasto
movimiento mutualista y sindical. Este movimiento pasó a Andalucía, aunque no
ha tenido allí la misma importancia que en Cataluña. En 1853, el gobierno
español intentó ahogar totalmente ese pacífico movimiento; pero la ley contra
las asociaciones obreras no fue más que letra muerta. En 1854 se creó una
federadón de todas las corporaciones obreras de Cataluña, contando con 90.000
socios. En 1855, el general Zapatero quiso sofocar ese movimiento por medio de
la fuerza. Fueron clausurados los locales de las corporaciones y reducidos a
prisión los propagandislas más conocidos. Al principio los obreros se
mantuvieron tranquilos, pero de pronto 50.000 proletarios pertenecientes a
todos los gremios abandonaron el trabajo, el 2 de julio de 1855, en las
fábricas dc Barcelona, Sans, Cornellá, Reus, Badalona y otras ciudades,
declarando la huelga general en defensa dc sus derechos. Nadie esperaba
semejante hecho; la excitación general era enorme y el gobernador de Barcelona
lanzó una proclama a los obreros prometiéndoles reconocer sus exigencias si
volvían al trabajo. Los obreros consintieron. Durante los primeros momentos se
habló mucho, efectivamente, de reformas sociales, pero al mismo tiempo se
adoptaban con todo sigilo las medidas más bajas contra la organización de los
trabajadores, hasta que finalmente fueron proclamadas, en 1861, las conocidas
leyes de excepción contra el proletariado de Cataluña. Desde entonces los
obreros esparñoles renunciaron a toda esperanza en una táctica pacífica y en
los llamados derechos legales.
En Andalucía, bajo el gobierno de Narváez, la reacción había
destruído desde hacía tiempo la fe en el progreso pacífico. Hay pocos lugares
en el mundo donde se haya vertido tanta sangre como en ese país maravilloso.
Andalucía ha sido siempre la región de las conspiraciones y de las revueltas,
porque más que cualquier otra provincia de España ha sufrido bajo el yugo
terrible de la reacción. Millares de hombres y mujeres valientes anegaron con
su sangre la tierra de Andalucía, miles de sus habitantes perecieron en las
cárceles de las colonias penales, mas la reacción nunca fue capaz de sofocar el
espíritu rebelde que late en el corazón del pueblo andaluz.
Las sublevaciones de Málaga, Utrera y de la provincia de Sevilla
en 1857 fueron reprimidas de un modo sangriento. Centenares de rebeldes fueron
fusilados o recluídos. Sólo en Sevilla se asesinaron 95, meses después de haber
sido sofocado el levantamiento.
En 1861 se produjo una gran sublevación bajo la jefatura del
republicano socialista Pérez del Álamo. Este levantamiento tuvo las mejores
probabilidades de obtener un éxito. Fue preparado durante mucho tiempo y no
menos de 30.000 hombres se unieron a los rebeldes cuando entraron en la ciudad
de Loja; pero la incapacidad militar de los dirigentes fue el mayor obstáculo
para la empresa. Después de algunas luchas luchas sangrientas los
revolucionarios fueron vencidos. El gobierno reaccionario se vengó
horriblemente: más de 200 hombres fueron fusilados por orden de los Consejos de
Guerra, la mayor parte de ellos sin proceso. Centenares de personas fueron
enviadas a presidio, la reacción prohibía toda manifestación de libertad y sólo
en 1864, precisamente cuando Salvochea regresaba de Londres, la situación
general de Andalucía era algo mejor. Creemos que esta somera revista histórica
ha sido necesaria porque ella ofrece al lector un pequeño cuadro de la
situación bajo la cual se ha desarrollado la acción de Salvochea.
V De Londres a Cádiz - La comuna
revolucionaria de Cádiz -La república traicionada por los republicanos
timoratos y politiqueros -Defensa de Cádiz - Entereza ante la derrota
Fermín Salvochea volvió a Inglaterra hecho un comunista y
ateo. En su patria se convirtió en revolucionario y republicano. Claro está, en
defensor de una república comunista. Con todo el apasionamiento entusiasta de
su noble carácter se entregó al movimiento revolucionario conspirador. Tuvo una
participación activísima en las empresas más arriesgadas y su valor personal,
su espíritu de sacrificio, lo convirtieron poco a poco en uno de los dirigentes
más capaces y de mayor influencia en el movimiento republicano. Salvochea era
rico, sumamente rico; se decía que su padre poseía una fortuna de tres millones
de pesetas; pero Fermín vivía modestamente y se valía de su riqueza como fondo
para la causa revolucionaria.
Las casamatas de San Sebastián y Santa Catalina, cerca de
Cádiz, era en aquel entonces el albergue de los presos políticos de toda
España. Los revolucionarios que debían ser recluídos en las colonias penales de
Fernando Poo o de Manila quedaban encerrados durante algún tiempo en las
prisiones de Cádiz, antes de que fuesen enviados a su destino. Salvochea los
visitaba a todos y tenía para cada cual un buen consejo y alguna ayuda.
En 1866 Salvochea y sus amigos organizaron una empresa
grandiosa. Se esperaba que los artilleros encarcelados, que habían tomado parte
en la sublevación de Madrid, serían enviados a la prisión de San Sebastián para
transportarlos luego a Manila. Pero por lo visto el gobierno se mostró receloso
porque cambió repentinamente de opinión.
En 1867 la reina Isabel volvió a poner el mando en manos del
odiado verdugo Narváez y el país desdichado sintió las consecuencias de una
terrible reacción. Ya en junio de 1868 habían estallado algunas revueltas
aisladas en Cataluña y Andalucía, pero fueron inmediatamente reprimidas en
sangre. Salvochea tuvo una participación destacada en el levantamiento militar
del regimiento Cantabria; dicho levantamiento fue el preludio de la revolución
de septiembre de 1868. Ésta comenzó el 18 de septiembre en Cádiz, propagándose
cual un incendio por toda Andalucía. El día 28, el ejército real fue batido por
los insurgentes y el 29 la comuna de Madrid proclamó la destitución de la
dinastía borbónica.
Salvochea fue elegido miembro de la comuna revolucionaria de
Cádiz y segundo comandante del segundo batallón de voluntarios. Fueron muchos
los que quisieron incorporarse a él, pero Salvochea eligió únicamente a los
republicanos y a los comunistas.
Toda España saludó con el mayor júbilo la caída de la odiada
dinastía y durante un instante pareció que se iban a realizar millares de
esperanzas. Pero los hombres del gobierno provisional de Madrid no eran más que
monárquicos liberales y adversarios del ideal republicano. Gracias a la actitud
vergonzosa del republicanismo burgués, Castelar y sus amigos, los miembros del
nuevo gobierno, los señores Prim, Zorrilla, Sagasta, etc., adquirieron valor y
se pronunciaron abiertamente contra la República. Salvochea y sus amigos
comprendieron el peligro, sabían que el gobierno flamante se vengaría de los
republicanos en la primera oportunidad. Con el propósito de prepararse para la
lucha los revolucionarios andaluces convocaron para los primeros días de
diciembre de 1868 una gran asamblea en Álava. Salvochea seleccionó los
elementos fieles de Cádiz, recomendándoles que no depusieran en modo alguno las
armas. El 5 de diciembre apareció, inesperadamente, an te los muros de Cádiz,
una sección de artillería exigiendo, en nombre del gobierno, que la milicia
revolucionaria hiciera entrega de sus armas en el término de tres horas. Aún no
había transcurrido este plazo cuando comenzó el tiroteo. Algunos
revolucionarios cayeron muertos y otros heridos.
lnmediatamente Salvochea se colocó al frente de los rebeldes
y organizó la defensa militar de la ciudad. La lucha duró tres días; la
artillería hizo esfuerzos desesperados por conquistar la plaza sin resultado
alguno. Salvochea luchó como un león, estaba en todos los sitios de mayor
peligro y su valor heroico infundió a los rebeldes una fuerza increíble.
Al cuarto día los embajadores de la ciudad solicitaron un
armisticio, que fue aceptado por ambas partes. Pero el gobierno
"liberal" se apresuró a enviar contra los valerosos insurrectos un
ejército al mando del general Caballero de Rodas. Salvochea mantuvo su posición
hasta el 11 de diciembre; pero a medida que el general se iba acercando, sin
encontrar resistencia, comprendió Salvochea que el pequeño núcleo de
revolucionarios mal armado no estaba en condiciones de oponerse a un ejército y
que toda resistencia sólo ocasionaría una matanza, sin ninguna probabilidad de
éxito. En consecuencia disolvió la milicia revolucionaria enviándola a otro
lugar y quedándose él solo. Se fue tranquilamente al casino militar para
esperar allí al general Caballero de Rodas. El coronel Pazos, jefe del tercer
regimiento de artillería, lo fue a ver para pedirle que salvara su vida,
abandonando Cádiz, porque el general ordenaría, con toda seguridad, que fuese
fusilado. Salvochea no aceptó. El coronel le ofreció su ayuda personal, pero
Salvochea se mantuvo firme en su decisión. Sabía que el gobierno lo consideraba
como culpable principal y en caso de no ser hallado por De Rodas la ciudad
entera debería sufrir por su causa y eso habría sido para él peor que la
muerte. Su carácter noble no le permitió pensar en su propia salvación; estaba
dispuesto a afrontar toda la responsabilidad y resuelto a morir por sus hechos.
Esta actitud admirable impresionó profundamente hasta a sus enemigos y el
general De Rodas, no queriendo ser el verdugo de semejante hombre, lo envió en
calidad de prisionero de guerra a la fortaleza de San Sebastián.
Empero el pueblo de Cádiz supo apreciar este carácter
elevado y pocos meses después Salvochca era elegido por gran mayoría
representante de Cádiz en las Cortes. El gobierno provisional había declarado
anteriormente que no reconocería esa elección y el parlamento
"revolucionario", en efecto, apoyó esta actitud. Diríase que esos
extraños "revolucionarios" querían demostrar que Salvochea no
cuadraba en su compañía; en este sentido tenían razón, pues el verdadero sitio
del gran rebelde era la barricada y no el parlamento.
VI Amnistía - Movimiento federalista de
Cataluña -Derrotados - París - Vuelta a Cádiz - Salvochea alcalde de Cádiz
En febrero de 1869 se reunió el nuevo parlamento y una de
sus primeras resoluciones fue la de conceder la amnistía a los presos
políticos, que todo el pueblo requería enérgicamente. Algunos días después Salvochea
y muchos otros abandonaron las casamatas de San Sebastián y Santa Catalina.
Salvochea reanudó en seguida sus trabajos, fomentando en Andalucía una
agitación vigorosa a favor de un nuevo levantamiento republicano, porque era
aquel el único modo de salvar las consecuencias de la revolución del 68.
El 1 de junio de 1869 las Cortes adoptaron una resolución
monárquica, por 214 votos contra 56, decidiendo buscar en Europa un rey
adecuado para el trono español. Emilio Castelar y otros republicanos burgueses
se limitaron a protestar débilmente en lugar de recurrir a la única solución
que les quedaba: la sublevación. Pero esos comediantes republicanos no querían
saber nada de tales medios y prefirieron traicionar la República y la
revolución de 1868. En el mes de septiembre estalló en Cataluña el
levantamiento federalista. Salvochea y sus amigos resolvieron en el acto apoyar
a los rebeldes agitando la bandera de la revuelta en su provincia. El 30 de
septiembre, Salvochea a la cabeza de 600 hombres, marchaba de Cádiz a Medina
para reunirse allí con los revolucionarios de Jérez y de Ubrique. Aun cuando
aquéllos sabían que las perspectivas de triunfar no eran muy brillantes,
decidieron iniciar la campaña, costara lo que costara. Sabían que el
levantamiento era el último recurso para defender su libertad y, hombres
resueltos, estaban decididos a morir antes que someterse sin intentar la
defensa.
Salvochea fue perseguido inmediatamente por las tropas del
gobierno. No lejos de Alcalá de los Gazules se llevaron a cabo los primeros
encuentros sangrientos. Los militares eran cien veces más fuertes que los
revolucionarios mal armados; pero éstos lucharon con notable heroísmo y en
pocos días presentaron tres batallas encarnizadas. Rafael de Guillén fue hecho
prisionero y los soldados lo asesinaron en una forma salvaje, por orden del
coronel Luque. Cristóbal Bohórquez, el defensor incansable y heroico de la
libertad e igualdad sociales, cayó en el campo de batalla. Salvochea luchó como
un héroe; sabía que su causa estaba perdida, pero su valor era inquebrantable.
Finalmente, después que el ejército hubo conquistado los sitios estratégicos
más importantes y después de haber recibido los rebeldes la noticia de que no
había sido posible promover un levantamiento en Málaga y en Sevilla, los
revolucionarios dispersaron sus filas para salvarse aisladamente. Sometiéndose
a varios peligros, Salvochea y otros lograron llegar a Gibraltar. De allí pasó
a París, donde frecuentó los círculos avanzados que se agrupaban en torno de La
Revue, Le Rapell y otros periódicos radicales. De París Salvochea partió para
Londres, de donde pudo regresar a España gracias a la amnistía de 187l. En
Cádiz el pueblo lo acogió con indescriptible entusiasmo y ese mismo año fue
elegido alcalde.
Como alcalde de Cádiz, Salvochea trabajó mucho por el
embellecimiento de la ciudad, convirtiéndola en una de las más hermosas de
España. Estableció también algunas reformas útiles en la administración
política. Pero no duró mucho tiempo en su cargo porque en julio de 1873 estalló
en España la revolución cantonalista y Salvochea fue uno de los primeros en
tomar el fusil en la mano para la conquista de la igualdad económica y la
autonomía local.
VII El movimiento cantonalista y sus
consecuencias - Barcos ingleses y prusianos en ayuda de la reacción - Prisión
en La Gomera -Sus estudios y su evolución filosófica - Indulto rechazado - La
fuga
El 9 de febrero de 1873 el rey Amadeo renunció al trono y
pocos días después fue proclamada la República española. La lucha sangrienta de
la Comuna de París había producido gran impresión en España y se presentía que
iban a ocurrir grandes acontecimientos. Por eso Amadeo prefirió renunciar. Pero
el pueblo tampoco estaba conforme con la república centralista y debido a eso
los hombres del nuevo gobierno se vieron obligados a proclamar la república
federativa el 8 de junio de 1873. Para pacificar a los descontentos se eligió
para la presidencia del ministerio al conocido proudhoniano Pi y Margall; pero
el 3 de julio, al establecerse la nueva Constitución, los federalistas se
dieron cuenta de que se trataba de engañarlos. Pi y Margall, el único hombre
honesto y resuelto del nuevo gobierno, renunció a su cargo por no querer
traicionar sus principios. Entre el 5 y el 13 de julio se sublevaron numerosas
ciudades proclamándose como comunas independientes.
No puede ser, desde luego, el objeto de nuestro trabajo
ofrecer un cuadro de ese movimiento complicado, que sólo concluyó el 11 de
enero de 1874 con la represión sangrienta de la comuna de Cartagena. Esta
ciudad heroica estuvo sitiada durante seis meses por el ejército español y por
buques de guerra prusianos e ingleses antes de que se consiguiera someterla.
Salvochea se adhirió inmediatamente al movimiento
federalista y fue elegido presidente del comité administrativo de la comuna de
Cádiz. Pero su situación era difícil a causa de que había múltiples tendencias
en el movimiento mismo. A principios de agosto llegó a las puertas de Cádiz el
general Pavía al mando de un ejército. Salvochea y sus amigos defendieron la
entrada de la ciudad, pero los buques de guerra británicos del puerto de Cádiz
se pusieron del lado de las tropas del gobierno, terminando con ello toda
tentativa de defensa interior.
Salvochea se hallaba en un lugar seguro cuando los soldados
del general Pavía entraron en la ciudad. Le hubiera sido muy fácil llegar en
bote hasta Cibraltar, pero al saber que muchos de sus amigos habían sido
arrestados él mismo se entregó en manos del enemigo a fin de compartir la
suerte de sus camaradas.
El consejo de guerra de Sevilla, lo condenó a reclusión
perpetua en una de las colonias penales de África. Su noble amigo Pablo Laso se
presentó voluntariamente ante el tribunal con la intención de acompañar a
Salvochea en su encierro. En marzo de 1874 ambos fueron enviados al presidio de
La Gomera. Salvochea soportó su destino con la mayor calma. Su familia le
ayudaba con dinero, pero él compartía hasta el último céntimo con los
desdichados presos y con los habitantes pobres de la colonia que lo veneraban
como a un santo. Salvochea era el espíritu bueno de la isla, amigo y hermano de
todo el mundo; su consuelo influía sobre todos evitando la desesperación. En
1876, fue trasladado a Ceuta, pero de allí fue nuevamente llevado a La Gomera.
Durante los ocho años que pasara en las colonias penales, Salvochea estudió la
medicina teórica y práctica, dedicando todos sus esfuerzos a los moradores de
La Gomera. Pero él mismo cumplió también una notable evolución intelectual en
su cautivero. Estando aún en España había tomado una participación entusiasta
en el movimiento obrero español y fue uno de los primeros miembros de la
Internacional en ese país; pero fue en la reclusión donde halló el tiempo
necesario para ocuparse de las ideas y aspiraciones de la federación española
de la Asociación Internacional de Trabajadores; comprendió poco a poco que la
república federativa no era más que el último escalón en la evolución
libertaria y los escritos de Bakunin y de otros pensadores avanzados lo
llevaron finalmente al anarquismo, que propagó con la mayor energía hasta el
último momento de su vida.
En 1875, la madre de Salvochea trató de obtener el indulto
de su hijo. Gracias a la ayuda de varios amigos influyentes logró el
consentimiento de Cánovas del Castillo; pero cuando Salvochea tuvo noticia de
esta gestión escribió a su madre una carta apasionada en la cual le prohibía
hacer esfuerzo alguno en favor de su indulto, declarando que prefería morir en
la prisión antes que aceptar un favor de sus enemigos más acérrimos. En 1883 la
Municipalidad de Cádiz hizo una nueva tentativa en este sentido, con todo
éxito, y el Tribunal Supremo resolvió conceder la amnistía a Salvochea. Pero no
habían contado con el férreo carácter del gran revolucionario. Cuando el
gobernador de la colonia penal le leyó su indulto, Salvochea rompió el
documento en presencia suya, declarando que para él sólo existían dos maneras
de ser libertado: o bien por su propia fuerza o por medio de una amnistía
general para los presos políticos. Es de imaginar la impresión que produjo su
actitud. Renunció Salvochea a la libertad y continuó en la prisión. Pero nueve
meses más tarde consiguió huir de La Gomera. Logró alcanzar un pequeño velero
árabe con el cual llegó a Gibraltar. Después de una corta permanencia en Lisboa
y en Orán se estableció en Tánger, residiendo allí hasta 1886, cuando, en
virtud de la muerte de Alfonso XII, pudo volver a España, donde fue recibido
con un entusiasmo indescriptible.
VIII 1881 - Primer congreso público de los
anarquistas españoles -El proceso de La Mano Negra - Proceso y condena de
Salvochea - Penurias de su prisión - Intento de suicidio - Amnistía - Muerte de
Salvochea
Volvió Salvochea en un momento oportuno. De 1874 a 1881 el
movimiento anarquista en España atravesó un período espantoso. Las bárbaras
leyes de excepción impidieron toda propaganda pública. Centenares de compañeros
padecían en las cárceles y sin embargo el movimiento subsistía en las
organizaciones secretas. Se editaban periódicos clandestinos, como por ejemplo
El Orden, Las Represalias, La Revolución Popular, El Movimiento, etc. Sólo en
1881 terminó ese período aciago y ese mismo año se celebró el primer congreso
público de los anarquistas españoles. De 1881 a 1892 el movimiento tomó un
considerable incremento, estando Salvochea siempre a la vanguardia de sus
camaradas. En 1886, es decir, poco tiempo después de volver a Cádiz, fundó un
periódico anarquista, El Socialismo, y llevó a cabo una enérgica propaganda en
Andalucía. En todas las aldeas organizáronse los labriegos y el anarquismo hizo
un progreso enorme en la provincia entera. El gobierno contemplaba con terror
ese movimiento. Trató de suprimir el periódico por medio de una serie de
procesos, pero sólo consiguió fortificar la propaganda anárquica. Durante la aparición
del periódico, de 1886 a 1891, Salvochea fue arrestado y condenando numerosas
veces, pero su defensa enérgica ante los jueces producía gran impresión, infun
diendo cada proceso más vigor al movimiento.
Entonces el gobierno se valió de otro recurso. Ya a
principios de 1880 había difundido la noticia de que existía en Andalucía una
sociedad conspiradora, La Mano Negra, compuesta de asesinos y ladrones e
influida por los principios anarquistas. La prensa reaccionaria repitió tantas
veces esta invención que finalmente todo el mundo la creyó y millares de
personas fueron detenidas y a menudo condenadas por ser miembros de la presunta
Mano Negra. En el fondo, la policía tenía la intención de disolver en esta
forma la poderosa Asociación de los labriegos españoles. El 1 de mayo de 1890,
Salvochea organizó una grandiosa demostración revolucionaria en toda Andalucía,
que produjo una impresión soberbia sobre los trabajadores de España. Al año
siguiente, en la misma fecha, se verificó una manifestación análoga, aunque el
gobierno había arrestado días antes a Salvochea y a otros compañeros. Poco
después del 1 de mayo estallaron dos explosiones en la ciudad. A consecuencia
de una murió un obrero y de la otra cuatro jóvenes. La prensa reaccionaria,
desde luego, sospechó de los anarquistas. El Socialismo declaró inmediatamente
que aquello era una estratagema de la policía, pero poco después un ejército de
pesquisas y vigilantes invadió la redacción del periódico,
"descubriendo" allí dos bombas que ellos mismos, claro está, habían
preparado. El resultado fue que detuvieron a gran número de camaradas;
Salvochea tuvo la misma suerte algunas semanas después.
Sucesos análogos ocurrieron también en Jerez de la Frontera,
una de las ciudades más revolucionarias de Andalucía. En agosto de 1891 fueron
arrestados allí 157 anarquistas, acusados de pertenecer a La Mano Negra. Es
claro que esas infamias de la reacción provocaron un odio encarnizado entre los
labriegos y campesinos. Viendo pisoteados sus derechos más elementales, algunos
centenares de ellos resolvieron libertar por la fuerza a sus camaradas
encarcelados en Jerez. La noche del 8 de enero de 1892, 500 labriegos y
artesanos penetraron en la ciudad de Jerez al grito de "¡Viva la
revolución social! !Viva la anarquía!" Fueron muertos dos terratenientes;
al principio los soldados se asustaron y de este modo los rebeldes lograron
poner en práctica parte de su plan. Al amanecer, los revolucionarios se
tuvieron que retirar después de una lucha sangrienta con la fuerza armada. La
venganza de la burguesía fue terrible. El 18 de febrero de 1892 los anarquistas
Lamela, Valenzuela, Bisiqui y El Lebrijano fueron ajusticiados. Murieron
heróicamente, saludando a la muerte con el grito de "¡Viva la
anarquía!" Y ellos resultaron los más felices; otros diez y siete
compañeros fueron condenados a diez, doce, quince y veinte años de presidio y
algunos aun a perpetuidad. Entre los acusados estaba también Salvochea.El
gobierno lo acusaba de haber organizado la sublevación de jerez, estando encerrado
en la cárcel de Cádiz. En esta última ciudad no hubo ningún juez que se hiciese
cargo del proceso. En consecuencia Salvochea fue puesto a disposición de un
consejo de guerra, el cual lo condenó a doce años de presidio.
La actitud de Salvochea ante sus jueces fue valiente. Bien
sabía que iba a ser condenado, costara lo que costara. Véase su diálogo con el
juez: "Está usted obligado a contestar la verdad a todas las preguntas que
le voy a formular". Salvochea: "Este proceso no es más que una
comedia vergonzosa y yo estoy condenado ya antes de presentarme ante ustedes;
por lo tanto no tengo nada que contestar". El juez: "La ley establece
que el acusado que renuncia a responder a las preguntas que le plantea el juez
reconoce su culpabilidad". Salvochea: "Estoy resuelto a asumir la
responsabilidad de mi silencio". El juez: "Pero debe usted respetarme
como juez". Salvochea: "Para mí todos los hombres son iguales. Yo no
reconozco superiores y no tengo por qué respetarle". El juez le formuló
todavía una docena de preguntas, pero Salvochea guardó silencio.
Salvochea fue transportado a la cárcel de Valladolid, donde
debía cumplir su condena. Al principio se le tuvo aislado completamente del
mundo exterior y ni siquiera se le permitía escribir cartas. Sólo el 7 de noviembre
de 1893, cuando estaba ya gravemente enfermo en el hospital de la prisión, se
permitió que algunos íntimos amigos suyos lo visitaran. Su estado era de lo más
espantoso que imaginarse pueda. El primer domingo después de haber llegado a la
cárcel de Valladolid, el director le exigió que asistiese a misa. Salvochea se
negó, diciendo que era ateo. "No importa -replicó el director- usted irá a
la iglesia o de lo contrario lo encerraré en una celda subterránea".
-"Prefiero la celda"- contestó Salvochea. Fue alojado en una cueva
horrible, en un agujero oscuro, húmedo y frío. Pasaron algunos meses; Salvochea
enfermó a causa de la humedad y sintió que sus fuerzas le iban abandonando de
día en día. No podía esperar salvación alguna, porque España atravesaba entonces
un período reaccionario. En este estado resolvió suicidarse, para poner fin a
sus dolores. Con una vaina rota se produjo dos heridas profundas en las venas
del cuello y en un costado. Luego se tendió en el suelo y perdió el
conocimiento. Pero debido al horrible frio que reinaba en la celda su sangre se
congeló en las venas y esta fue su salvación.
Habiéndolo encontrado en tan espantoso estado el director se
acobardó. Lo trasladó al hospital y poco a poco fue reponiéndose. Al recobrar
la salud el director le ofreció un puesto de escribiente en la prisión, pero
Salvochea se resistió a aceptar, diciendo que no quería ser un sirviente del
Estado, ni siquiera en esa forma. El 21 de agosto de 1898 fue trasladado a la
cárcel de Burgos. Allí su situación era mejor. Tradujo una obra de astronomía
de Flammarion, produciendo algunos otros trabajos de carácter literario. Por
fin, en 1899, cuando los prisioneros de Montjuich fueron libertados, gracias al
vasto movimiento de protesta, se abrieron también para Salvochea las puertas de
la prisión. Se dirigió a Cádiz donde el pueblo lo acogió con señalado júbilo.
Su espíritu seguía siendo siempre el mismo, pero su salud, sobre todo la vista,
sufría mucho a causa de los largos años de encierro.
Salvochea se mostró activo hasta el final de sus días.
Sacrificó sus bienes y su sangre, toda su fortuna, por el ideal en que creía y
llegó a ser tan pobre como el proletario más indigente. Escribió numerosos
artículos para la prensa anarquista de España y editó también algunos folletos.
Su último trabajo literario ha sido una excelente traducción de Campos,
fábricas y talleres de Kropotkin, que se publicó primeramente en La Revista
Blanca y luego en libro.
IX Sepelio de Salvochea
Esta es, brevemente narrada, la biografía de Fermín
Salvochea, héroe y luchador. Su muerte causó un mar de lágrimas y su sepelio
dió lugar a una manifestación enorme, en la que participaron cerca de 50.000
personas. De todos los pueblos y aldeas afluyeron los pobres y desheredados
para despedirse del extinto. Centenares de mujeres besaban los labios fríos que
antes llamaran con tanta frecuencia a la lucha por el pan y la libertad. Yal
ser depositado en la fosa el cadáver del inolvidable camarada, millares de
bocas exclamaron: "¡Viva la anarquía!"
Salvochea ha muerto, pero un movimiento que cuenta en sus
filas con semejantes hombres es invencible.
Rudolf
Rocker (1945)
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