Anselmo Lorenzo
- Medio siglo de parlamentarismo
Octubre de 1886
Aquella juventud comprendió que, al destruir el antiguo
régimen político, era preciso abrir nuevas vías para alcanzar una
transformación político-social con arreglo a un ideal de justicia, y adoptó el
parlamentarismo y se denominó progresista.
El parlamentarismo, pues, debió ser un régimen de
interinidad que satisficiese el doble objeto de llenar las condiciones y las
exigencias de la vida práctica y elaborar paulatinamente las reformas futuras;
era conservador, por cuanto dejaba subsistir lo bueno del pasado; positivista,
porque atendía a las necesidades del presente; progresivo, porque aceptaba y
planteaba los progresos teóricos elaborados por el pensamiento.
Pasaron multitud de vicisitudes políticas: los obcecados e
interesados por lo antiguo suscitaron todo género de dificultades, contándose
entre estas desde la intriga a la sangrienta guerra civil, y los progresistas,
que asumieron la gran responsabilidad de facilitar el trabajo del progreso, se
estancaron en el más repugnante doctrinarismo y pretendieron eternizar al país
en irracionales fórmulas políticas que, lejos de inspirarse en generosos y
científicos ideales, sólo obedecían a mezquinos intereses de los diferentes
jefes de los partidos liberales.
Las constituciones políticas, aunque respondiendo a tan
pobres fines, distaron mucho de alcanzar la perpetuidad que soñaron sus
autores; por eso vemos que en poco más de medio siglo de parlamentarismo se han
elaborado en España las siguientes Constituciones: la de 1812, restaurada en
1820 y 1836; la de 1837, la de 1845, la de 1855, la de 1869, la de 1873 y la de
1876 hoy vigente. No hemos alcanzado en esto a los franceses que desde 1789 al presente
han promulgado 16 Constituciones.
Se adelantaron a la cultura de su tiempo los que declararon
que la nación no era patrimonio del monarca; se acreditaron de precabidos los
que decretaron la desamortización en beneficio de la clase media; viven ya fuera
del siglo los que quieren perpetuar el salario dentro de la futura república,
prometiendo que la república garantizará la justa cifra de los salarios.
Porque eso es la burguesía: en el principio, entusiasta, se
sacrifica por la libertad; en el media, egoísta se aprovecha de los beneficios
de la revolución, y en el fin, hipócrita, quiere perpetuar sus privilegios
distrayendo a los trabajadores con fantásticos ideales.
Paralelo al desarrollo político de la burguesía se ha
desarrollado el militarismo, que ha dado a nuestro país una celebridad especial
y que alternativamente sirve a la revolución para viciarla y a la reacción para
debilitarla.
Hoy que los últimos sucesos nos proporcionan oportunidad,
reproduzcamos, tomado de Garibaldi, historia liberal del siglo XIX, la lista de
los pronunciamientos verificados en los últimos setenta años:
En 1814, al volver Fernando VII del destierro, el jefe
militar de Tarragona proclama a Fernando rey absoluto.
En el mismo año el general Mina intentó una sedición militar
para restablecer la Constitución.
Poco después seguían su ejemplo los generales Lacy y
Porlier, que, poco afortunados, pagaron con la vida su derrota.
A principios de 1820, Riego, Quiroga, Arco Agüero, López
Baños, con varios batallones, se sublevaron en la provincia de Cádiz, y
O’Donnell, conde del Abisbal, encargado de perseguirlos, se unía al movimiento
sublevándose en Ocaña con toda su división.
La guardia real se subleva en Madrid el 7 de Julio de 1822,
para restablecer el despotismo.
En 1824 se pronunció Besieres con cuatro compañías del
regimiento de Santiago, contra Fernando VII, acusándole de francmasón y
cómplice de los liberales, porque no quiso restablecer el odioso tribunal de la
Inquisición.
Valdés, Manzanares, Torrijos, Vidal, Márquez, Chapalangarra,
Milans, Mina, todos jefes del ejército, y otros muchos, promovieron
sublevaciones durante los diez últimos años del reinado de Fernando VII, y a
excepción de los dos últimos, todos perecieron en el campo de batalla o en el
cadalso.
Por aquella época subleváronse también las fuerzas de
infantería de marina de la Carraca, muriendo asesinado el gobernador.
Apenas muerto Fernando VII, el general D. Santos Ladrón
inauguró la rebelión carlista, muriendo fusilado después de la derrota en los
campos de Castilla la Vieja.
A pesar de tan desgraciado fin, siguieron su ejemplo los
generales Moreno, Eguía, Jáuregui, el conde de España, el teniente coronel
Zumalacárregui y muchos otros.
En 1835 se sublevaba en Madrid D. Cayetano Cardero con un
batallón del segundo regimiento de infantería ligera para restablecer la
Constitución de 1812.
Poco después pronúnciase también el ejército del Norte,
proclamando la misma Constitución.
En 1837, tres mil hombres de la guardia real, acaudillados
por tres sargentos, se sublevan en la Granja, obligando a la reina Cristina a
jurar la Constitución de 1812.
En 1838 los generales Córdova y Narváez intentaron en
Sevilla una sedición, que abortó, viéndose obligados a emigrar: el primero
murió en la emigración.
En 1840, los ejércitos reunidos bajo el mando de Espartero,
apoyaron el pronunciamiento iniciado por el Ayuntamiento de Madrid.
Un año más tarde, los generales Concha, O’Donnell, León y
Borso di Carminati, se ponían al frente de una sedición militar en Pamplona,
Zaragoza y Madrid, para derribar del poder a los progresistas, a cuyo frente
figuraba Espartero.
En 1843, Prim, Ortega, Serrano, Narváez, Concha, Figueras,
Lara, Aspiroz y otros muchos jefes, unos por sí solos y los más al frente de
las fuerzas de su mando, capitanearon la insurrección que derribó al regente.
En aquel mismo año, Ametller, Martell, Bellera, Baiges, Par,
Herbella y otros varios, se sublevaron en Cataluña al frente de varios
batallones, proclamando la Junta Central.
El capitán D. José Ordax Avecilla secunda el movimiento en
León, y otros jefes y oficiales toman una parte muy activa en los movimientos
de Vigo y Zaragoza.
A principios de 1844, el coronel Boné se pronunció en
Alicante contra la dominación moderada, secundándole en Cartagena los generales
Santa Cruz y Ruiz.
El coronel Boné y más de veinte jefes de la extinguida
milicia nacional, fueron fusilados: los sublevados de Cartagena emigraron a la
Argelia.
Algunos meses más tarde fueron fusilados Zurbano y sus
hijos, a consecuencia de una conspiración abortada.
En 1846 se sublevó casi toda la guarnición de Galicia a las
órdenes de los brigadieres Solís y Rubín de Celis, y el general Iriarte los
secundaba también en Castilla la Vieja.
En 1848 los dos Ametller y Bellera renováron la guerra civil
en Cataluña.
En el mes de Mayo del mismo año se sublevó en Madrid el
comandante Buceta con el regimiento de España, y en Julio los comandantes
Portal y Gutiérrez se insurreccionaron en Sevilla con un batallón y tres
escuadrones de caballería, viéndose obligados a emigrar a Portugal.
A principios de 1854 se sublevó en Zaragoza el brigadier
Hore al frente de su regimiento, y murió asesinado porque otros jefes
comprometidos se negaron a cumplir su palabra.
En Junio del mismo año, los generales Dulce, O’Donnell,
Messina, Ros de Olano, Echagüe y Serrano, al frente del regimiento del Príncipe
y de dos mil caballos, se sublevaron en el Campo de Guardias, Madrid. Pocos
días después el coronel
Manso de Zúñiga en Barcelona, y La Roche, capitán general
del Principado con toda su guarnición, secundaban aquel movimiento, al que se
adhirió antes de finalizar el mes de Julio todo el ejército.
En 1855 el comandante Corrales sublevó en Zaragoza dos
escuadrones a cuyo frente salió de la ciudad proclamando a Carlos VI, muriendo
poco después fusilado y siendo dispersada su tropa.
En Julio de 1856, el general Ruiz, comandante general de la
provincia de Gerona, se sublevó con las tropas de su mando contra el gabinete
O’Donnell-Ríos Rosas: el capitán general de Galicia hizo lo mismo; el de Aragón
se sublevó en Zaragoza; el general Gurrea capitaneaba la insurrección de
Logroño, y el regimiento de Aragón con su coronel al frente secundó el
movimiento.
En Julio de 1859 se descubrieron, cuando estaban a punto de
estallar, sediciones militares con objeto de proclamar la república, en
Alicante, Sevilla y Olivenza.
En 1860, el general Ortega, capitán general de las Baleares,
con más de tres mil hombres, se presentó en San Carlos de la Rápita con objeto
de proclamar a Carlos VI, abandonándole sus tropas y muriendo fusilado en
Tortosa.
El 3 de Enero de 1866 sublévase Prim en Alcalá al frente de
los regimientos de caballería de Bailén y Calatrava, viéndose obligado a
refugiarse en Portugal.
En 22 de Junio del mismo año tuvo lugar la famosa insurrección
de los artilleros del cuartel de San Gil en Madrid.
En Setiembre de 1868 iniciase en Cádiz por la marina y la
guarnición de la plaza la Revolución de Setiembre, que echó por tierra la
secular monarquía española.
El 3 de Enero de 1874 el capitán general de Madrid al frente
de la guarnición se rebela contra la república y disuelve las Cortes
Constituyentes.
En Diciembre de 1874 el general Martínez Campos, en Sagunto,
proclama a Alfonso XII.
Durante la restauración ocurren la sublevación de Badajoz y
de Santo Domingo de la Calzada, y las trágicas intentonas del capitán Mangado y
los fusilamientos de Ferrándiz y Bellés; ahora en tiempo de la regencia acaba
de presenciar Madrid la sublevación de parte de dos regimientos proclamando la
república.
En lo que va de siglo no ha cesado la burguesía de cometer
torpezas desde el poder y de agitarse en el club y en el cuartel cuando se ha
hallado en la oposición.
Entre tanto el país ha vivido y vive en constante
perturbación, vacilante como el que carece de camino verdadero, prodigando sus
alabanzas un día al héroe de la fortuna y confundiendo con su anatema después
al que acaba por descubrir bajo el oropel de la popularidad la más vulgar
ambición.
Setenta años de interinidad pasados en conspiraciones,
pronunciamientos, programas, discursos, motines, dictaduras, guerra civil
acusan de incapaz a esa burguesía, que no ha sabido en tanto tiempo sustituir
con un régimen de paz y progreso al régimen absoluto enterrado con el cadáver
de Fernando VII.
El pueblo trabajador, que ansía vivir y trabajar libre de
explotadores y mandarines, reniega de esa burguesía que le tiene sometido al
capitalismo en tiempo de paz, y que le ha llevado y trata aún de llevarle a las
barricadas cuando no puede dominar la ambición desmesurada que la devora;
reniega también del militarismo, su cómplice, cuyas principales glorias
consisten en haber derramado sangre española en defensa alternativa y hasta
periódica de la reacción y de la revolución, pero con el único fin de proveerse
de galones y entorchados. En el concepto revolucionario el ejército es como el
prestamista, que saca de un apuro a condición de crear otros mayores para
después. El militarismo es a la nación lo que la usura para el individuo. Esto
es lo que preparan al pueblo, tanto los que quieren mucha infantería, mucha
caballería y mucha artillería, como los que que no cesan de practicar el
soborno.
El pueblo trabajador tiene ideales propios, y hoy
agrupándose como clase social fuera y opuesta a todos los partidos políticos
burgueses es la única esperanza del progreso, cuya fórmula es: abolición de
toda explotación y de todo gobierno, y universalización del patrimonio
universal.
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