Carrillo se hizo con el control
del PCE tras “liquidar” a destacados líderes del maquis
“La diferencia está en que en mi
época ya no se mataba”. Así se refería Jorge Semprún en el documental sobre
Jesús Mónzón realizado por OptimTV, a la distinta forma en que la cúpula del
PCE trataba a la disidencia a mediados de los años 60, cuando él y Fernando
Claudín fueron expulsados del partido, y a la forma en que se “liquidó” la
corriente “monzonista” durante los años 40.
Hasta esas declaraciones de
Semprún y sobre todo hasta la actual publicación de la biografía de Santiago
Carrillo escrita por el historiador Paul Preston –El zorro rojo– solo era una
fundada sospecha que Carrillo se hizo con el control del PCE no solo desprestigiando y acusando de
colaboración con el franquismo a los disidentes sino también acabando con su
vida.
En esta crítica biografía
publicada por Ediciones Debolsillo, se citan al menos dieciséis casos de
cuadros y militantes que murieron porque así lo decidieron los responsables del
PCE, fundamentalmente en la década de los 40, mientras que otros dirigentes
tuvieron el convencimiento de que se planeó su asesinato.
Eso es lo que ocurrió con los
casos de Herriberto Quiñones, el
primer re organizador del PCE tras la Guerra Civil, Jesús Monzón, impulsor de la Unión Nacional Española (UNE), del
maquis y de la invasión del Valle de Arán, y con Joan Comorera, secretario general del PSUC –rama catalana del PCE–
durante todos ese periodo histórico.
Quiñones, pese a que fue salvajemente
torturado por la policía y tuvo que ser ejecutado sentado en una silla porque
no se podía tener en pie, siguió siendo considerado un “agente franquista”,
cuando su único delito había sido enfrentarse a la dirección del partido. Jesús
Monzón se libró de la muerte porque, casualmente, fue detenido por la policía
cuando se dirigía a la cita donde iba a ser ajusticiado, mientras que Comorera,
acusado de “agente de la reacción, del imperialismo” y de “desviación titista”,
falleció en 1958 en la cárcel de Burgos, donde cumplía condena tras ser
apresado cuatro años antes por dirigir la organización clandestina del PSUC en
Barcelona.
Otros muchos cuadros medios,
sobre todo de la época del maquis, en algunos casos verdaderos héroes de la
Resistencia Francesa, simplemente fueron “liquidados” por otros “camaradas” del
partido por orden de la dirección en circunstancias que el Partido Comunista
nunca ha aclarado.
Entre ellos se encuentran Gabriel León Trilla, Alberto Pérez Ayala,
Pere Canals y Pascual Giménez Rufino ‘Comandante Royo’, todos ellos
colaboradores de Jesús Monzón en la
UNE y ejecutados entre 1944 y 1945. Más tarde y con los mismos métodos, caerían
los responsables del maquis José Tomás
Planas ‘Peque’ (Zona Centro), Juan Ramón Delicado, Valentín Pérez,
Francisco Corredor Serrano ‘Pepito el Gafotas’ y Francisco Bas Aguado ‘Pedro’ (Agrupación Guerrillera del Levante); Víctor García Estanillo ‘El Brasileño’,
Teófilo Fernández y Manuel
Fernández Soto ‘Coronel Benito’ (Galicia) y los asturianos Baldonero Fernández Ladreda ‘Ferla’ y Luis Montero Álvarez ‘Sabugo’.
Especialmente dramático es este
caso, según relata Paul Preston, ya que Luis Montero había participado en la
Resistencia Francesa, había sobrevivido a las torturas de la Gestapo y al campo
de exterminio de Mauthausen y defendió con valor a los republicanos que habían
estado en los campos de concentración nazis frente a las acusaciones de
colaborar con los alemanes. Para Carrillo y otros miembros de la dirección,
quienes habían salido vivos del exterminio nazi eran sospechosos de haber
trabajado voluntariamente con las SS.
Pese a su delicada salud, Luis
Montero fue enviado a la guerrilla en Asturias, siendo detenido y torturado por
la Guardia Civil. Puesto en libertad, sería ejecutado en Francia en marzo de
1950. Uno de los últimos asesinatos ocurriría un mes después cuando el cuerpo
de Redempció Querol, una catalana que trabajaba en un comercio-tapadera,
apareció en una caja de madera flotando en el lago Gironis (Alto Garona).
Según comenta Preston, había
realizado preguntas comprometidas sobre la desaparición de su marido, Miguel
Muntaner, también militante comunista. En este caso aparece implicada la
primera mujer de Carillo, Asunción Sánchez Tudela, que junto con el presunto
autor del asesinato, Ramón Roldán, consiguió escapar de las pesquisas
policiales refugiándose en la Embajada soviética de París.
Todo indica que en la década de
los 40 hubo más “liquidaciones” de este tipo, un hecho que incluso
indirectamente admite Santiago Carrillo en sus memorias al decir que no era
necesario dar órdenes de asesinato porque quien se enfrentaba al partido corría
esa suerte debido a la dureza que la militancia suponía en esos años.
Según el trabajo de Paul Preston,
la dirección del PCE tuvo dos instrumentos claves para llevar a cabo estos
crímenes: uno eran los militantes adiestrados durante la II Guerra Mundial por el NKVD (Comisariado del Pueblo para
Asuntos Internos), un precedente del KGB, y el otro era el aparato encargado de
los pasos de frontera. En su enfrentamiento con Carrillo, Joan Comorera, desde
la clandestinidad barcelonesa y tras recibir todo tipo de acusaciones por parte
de la dirección oficialista, llega a decir que solo faltaba aplicarle el
“Protocolo M”, clave que en el NKVD significaba asesinar a un disidente.
Lo patético del caso es que, como
también se desprende de la obra de Preston, al final, Carrillo terminó
asumiendo las políticas de Unión Nacional defendidas por Quiñones y Monzón,
admitiendo la alianza con fuerzas que incluso habían participado en el llamado
Bando Nacional durante la Guerra Civil, o aceptando la “independencia” del
PSUC, tal y como la defendía Comorera, aunque estos dirigentes tendrían que
esperar más de tres décadas para ser rehabilitados como “héroes de la libertad”
por el PCE en el periodo dirigido por Gerardo Iglesias.
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