Son las nueve y media de la mañana. Cola de Correos. Saliendo de las instalaciones casi llega la ristra de ciudadanos hasta la Plaza de Blas Infante. Tres ventanillas de atención al cliente y sólo una abierta. Sólo un «¿quién es el último?» rompe el silencio, un mutismo cómplice, miradas que se cruzan con sigilo y un pensamiento que levita en el aire. Mientras, tres ventanillas, dos cerradas, una abierta y dos funcionarios conversando, nadie sabe de que hablan, pero punto en boca todos los que nos hayamos en la fila cruzamos miradas homicidas.
En el aire se puede mascar un pensamiento antigobierno, antisistema, antiimpuestos, antisindicatos y antiloquesemenea, un pesimismo que torna en pocos instantes en frustración y odio. Sólo faltan algunos segundos para que cualquiera de la fila rompa el silencio, el secreto común que ronda por las mentes de todos. Tres ventanillas, dos cerradas, una abierta y dos funcionarios hablando, posiblemente del partido de fútbol del domingo. Pero en ninguna de estas mentes se piensa en que sólo a lo mejor los terminales estén estropeados, o estos funcionarios estén debatiendo cómo organizar mejor el trabajo.El pensamiento colectivo es descorazonador, quince minutos de cadena humana y no se ha movido nadie. Dos ventanillas cerradas y dos funcionarios hablando entre ellos a la vista de todos. Empiezo a pensar en que no sé cuando fue la última vez que conocí a alguien que estuviera orgulloso de su trabajo y que sólo por buenos modales, fuera más allá de su deber, cualquiera que fuera su profesión, que detrás de un mostrador o detrás del teléfono demostrase que realmente y de verdad le interesa resolver tu problema.Y se me cruza otra idea, no sé cuando fue la última vez que un niño me hablara claramente y mirándome a los ojos me dedicara un «Sí, Señor», «Gracias» y «Por Favor». Lo que recuerdo es que cada vez que conozco a un niño con esos buenos modales renace en mí la esperanza por el futuro de esta sociedad.Pero alguien ha roto el telón frío del silencio de la hilera de ciudadanos. Una maldición en el ambiente contra el profesionalismo de los funcionarios. Dos sensaciones me invaden: profesionalismo y buenos modales. Valores cada vez más escasos en nuestros días. Otro elemento de la fila se encuentra en al ventanilla y arremete contra el funcionario sin soltar un «Hola», ni dejar caer un «Buenos Días». Debemos defender estos valores, hacer otra cosa seria renunciar a lo mejor de nosotros. Desde todos los ámbitos políticos y sociales debemos tener en cuenta que nuestros valores son tan importantes como nuestro producto interior bruto o el Euríbor.
Ángel G. de la Torre. Puerto Real
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